En 1993 se ha promulgado la Ley Orgánica sobre Regulación del Tratamiento Automatizado de los Datos de Carácter Personal, que dispara en mí, sin que pueda evitarlo, la idea refleja de que, en cuanto a los derechos humanos, en este mundo hay tres mundos, y de que sólo prescindiendo de los dos que no percibimos, cobran sentido ésta y otras leyes parecidas.
Es en el mundo nuestro, el de los países desarrollados y democráticos, donde se dictan estas leyes y donde se escribe esta revista. La seguridad y el confort constituyen nuestro marco vital. Tenemos tiempo para la especulación y el ocio. Más o menos metidos en la sociedad de la información, vemos cómo las leyes sobre protección de datos avanzan por generaciones, lo mismo que la tecnología de ordenadores, microprocesadores y redes.
Después hay un mundo mucho mayor, aunque desde aquí parezca muy pequeño, en el que los más elementales derechos humanos son pisoteados. Para vergüenza de la humanidad, en demasiados lugares las únicas leyes que caben entre las patas de los caballos del Apocalipsis son las de la supervivencia o de la mera subsistencia
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