La Informática ha impuesto su presencia en el trabajo de los profesionales, en el quehacer laboral de numerosos colectivos, en la educación y la investigación en general e 16 incluso en la actividad lúdica de amplias capas de población. Muy escasas son, sin embargo, la reflexiones sobre el coste social y psíquico que ello pueda suponer, las posibilidades de contrarrestarlos o las estrategias de implantación que tengan en cuenta esos inconvenientes. Sólo los aspectos relacionados con la salud en general y la higiene laboral han ocupado la preocupación de expertos y han llegado a las páginas de las revistas de Medicina laboral o a los organismos especializados, como la Organización Internacional del Trabajo.
A la hora de indagar sobre las reacciones motivadas por otras circunstancias sociales y psicológicas, que inciden, a veces con contundencia, en la eficacia de las nuevas herramientas, son escasas las fuentes bibliográficas accesibles. Es ineludible en este terreno, en ocasiones, hacer figura de pionero más allá de lo deseable.
La realidad incita, no obstante, a tener en cuenta datos y hechos de trascendencia evidente. Sobre todo si se producen en ámbitos de acusada especialización o se dan en actividades de fuerte imagen social, como es la del periodismo.
En la WUSA, una de las más importantes emisoras de Washington, el anchor‑man (presentador) de deportes, una figura popular en el medio, obliga a cambiar en plena emisión del servicio informativo de turno el teleindicador (*) electrónico conectado con el sistema informático por el mecánico ¿La razón? No le gustan las computadoras.
En una de las principales emisoras públicas de radio en Gran Bretaña, algún periodista extiende ostensiblemente, ante nuestra presencia de extraños, la sábana de un periódico inglés para quitar de su vista el terminal que reposa, apagado, en su pupitre. Se niega evidentemente a entrar en «el Sistema».
En la RAI, cuando preguntamos a algún profesional por qué siguen escribiendo sus textos en una máquina de escribir cuando tienen terminales que les facilitan, entre otras funciones, el tratamiento de textos por computadora, la respuesta, en el tono de lo obvio, surge inmediata: «la máquina de escribir es mucho más rápida».
Son situaciones rémora, algo evidentemente lógico y a prever en cualquier estrategia de cambio, y que constituyen, con otras circunstancias conexas, uno de los problemas fundamentales, a tener en cuenta a la hora de planificar y poner en marcha un proceso de renovación tecnológica, como el que se está produciendo en los métodos de trabajo de los periodistas
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