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Telos / Número 22
 Un imperio audiovisual fuerte para un pensamiento débil
Roman Gubern 
 Mientras la explosión audiovisual concentra el poder y acentúa los riesgos de desequilibrio, el pensamiento sociológico europeo sufre el repliegue general ideológico y el utopismo tec­nocrático adopta nuevas formas. En este final de siglo y de mi­lenio el científico social ha perdido definitivamente todo remoto vestigio de virgini­dad/neutralidad cultural y sabe que también en su cam­po de trabajo, como Heisen­berg postuló para la microfísica, el observa­dor forma parte indisoluble del sistema ob­servado y está, por ello, apresado en un eco­sistema comunicativo del que forma parte, por lo que su punto de vista está viciado a priori. El sociólogo de la comunicación ya no es tanto un representante objetivo y asépti­co de la ciencia como un representante de sus intereses y/o valores culturales inculca­dos. Tomar conciencia de esta parcialidad ideológica y de este condicionamiento con­textual ha supuesto, de todos modos, un pro­greso científico notable, aunque a algunos les haya podido resultar desalentador. Es a partir de la constatación de esta en­deblez y relatividad de juicio como puede en­tenderse, por ejemplo, la enconada guerra ideológica entre científicos sociales que mi­litan en el campo de la «modernidad» y los que militan en la «posmodernidad». Si la so­ciología fuese una ciencia como la química, pongamos por caso, este encabritado antago­nismo no hubiera podido producirse. La querella entre la «modernidad», al modo que la entiende un Habermas, y la «posmodernidad» de un Lyotard (por no citar los exabruptos posmodernos de Baudrillard, predicando el fin de lo social), no puede tener equivalen­cia en ciencias como la botánica o la ingenie­ría hidráulica. Percibimos una crisis profun­da en la vieja racionalidad heredera de la Ilustración y reciclada marxianamente por los descendientes de la Escuela de Frankfurt (véase la fallida profecía de Habermas al pro­clamar la era de los posnacionalismos), del mismo modo que no nos satisface el cínico pragmatismo posmoderno, vaciado de cate­gorías éticas.
 
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