Una tradición destacada del quehacer científico contemporáneo, de la que hoy cabe dar cuenta sin lugar a dudas, consiste en abordar la explicación de un número creciente de fenómenos atendiendo a su dimensión social, observando, pues, los diversos rasgos que lo vinculan con los contextos sociales en los que se producen. Entre otros fenómenos, los comunicacionales, en cuyo estudio la presencia de algún punto de vista sociológico es tan frecuente y habitual que una porción notable de sus resultados es indispensable de la sociología. Aunque también deba indicarse que las comunicaciones en sus diversas modalidades ganen en la actualidad una importancia cada vez mayor en la relación con la vida del hombre en sociedad ‑de la que, por otro lado, son ontológicamente inseparables‑, paralela a la relevancia que van adquiriendo las disciplinas científicas que examinan las distintas manifestaciones comunicacionales. De aquí que, igualmente, cada vez nos resulte más difícil comprender de modo pleno y cabal numerosos aspectos de las acciones que los hombres despliegan en sociedad, sin basarnos en las aportaciones realizadas por estas disciplinas.
En este sentido puede resultar ilustrativo mencionar una expresión empleada en la actualidad con gran frecuencia, las nuevas tecnologías de la información, pues no sólo designa los más recientes logros del homo faber, sino que también pone de manifiesto la novedosa relación establecida entre los componentes instrumentales y los simbólicos presentes en las facetas organizativo‑productivas de la acción social. Gracias a la aplicación instrumental de esas tecnologías ‑así como de otras no tan nuevas‑ y como consecuencia, asimismo, de la concurrencia de ciertas circunstancias, el envolvente mundo de símbolos desplegado por el homo loquens multiplica su presencia en el entorno humano, en cuyo seno aumenta también el cumplimiento de su básica labor mediadora.
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