La fundación en torno a los saberes comunicativos de unas ciencias autónomas es mérito de la generación que nos ha antecedido; y aunque a nosotros nos corresponda, si tenemos la capacidad suficiente, dejar sentadas las bases teóricas para esa autonomía, dudo de que completemos la tarea antes de que otra generación tome el relevo. Como durante el período fundacional, el progreso de las nuevas ciencias consiste precisamente en su desarrollo epistemológico, la reflexión sobre el estado de la epistemología de la comunicación es oportuna en cualquier circunstancia; al menos, en tanto que no exista su objeto, a saber: las ciencias de la comunicación.
Con independencia de esa justificación genérica para este artículo, creo que concurren otras más puntuales. Puede que sea llegado el momento de hacer un alto, de mirar hacia atrás y contemplar el corto camino que la epistemología de la comunicación ha recorrido, antes de que se pierda la perspectiva de su andanza teórica. En todo caso, el lector sabe que interpretar por qué la epistemología de la comunicación se ha formado como hasta ahora lo ha hecho no es trabajo de cronista, sino otro modo de hacer teoría.
Las ciencias nacientes ‑antes, las psicológicas y sociológicas; ahora, las comunicativas‑ son más ricas de intereses que de certezas. La pregunta por «el estado actual» es el reconocimiento de que todavía se está a la búsqueda de la identidad. Tiene sentido cuando permite reflexionar sobre los origenes y no cuando cierra la interrogación con un balance de lo hecho. Probablemente, en algún lugar de lo hasta ahora pensado se encuentren ya los gérmenes de la futura identidad de las ciencias de la comunicación; pero no necesariamente en los desarrollos más aceptados. Al fin y al cabo, la psicología no ha llegado a ser «la ciencia del espíritu» que pretendían sus fundadores, ni la sociología «la ciencia del consenso» que proponían los primeros autores que se autodenominaron «sociólogos».
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