El caso británico resulta altamente significativo de la reconversión tecnológica en la prensa diaria. Por sus actores, objetivos, fases y resultados, se constituye en un “modelo” para el análisis.
La denominada nueva tecnología aplicable a la prensa llegó al Reino Unido coincidiendo con una falta crónica de beneficios. La industria periodística estaba caracterizada por un adverso “cash‑flow”, altos costes de producción y un bajo desarrollo potencial debido a la saturación del mercado y a los efectos de la recesión económica (1). Un manifiesto pesimismo se desprendía de todos los informes y estudios que intentaban analizar la situación (2). Por ello, en 1977 se constituyó una Comisión Real ‑la tercera desde la Segunda Guerra Mundial‑ para someter a un profundo chequeo la industria periodística, con el objetivo de buscar o apuntar posibles soluciones.
Calificada de “crítica” la situación financiera (3), la Comisión Real recomendaba reducir costos. El medio para conseguirlo, asegurando al mismo tiempo una mayor productividad, se ceñía a reducciones en la mano de obra con la introducción de la nueva tecnología. La experiencia americana servía de ejemplo motivador. Así la denominada “nueva tecnología” ‑en cuyo corazón se puede situar el micro‑chip‑ aparecía como la única esperanza posible para rescatar a la empresa periodística de su crisis.
Una industria como la prensa nacional británica, valorada en más de un billón de libras esterlinas y cuyo principal producto es vender información y publicidad quince millones de veces al día, no podía ser contemplada como una industria en declive con períodos de contracción y crisis.
El análisis se planteó no como una cuestión de ingresos, sino de costos y, en este sentido, la experiencia americana exportaba promesas que convertían al Tío Sam en algo real y al alcance de la mano.
Se hablaba de reducciones de mano de obra en más de un 50 por ciento, afectando a los departamentos de composición. Estas reducciones podrían propagarse hasta otras áreas productivas, consiguiendo un 30 por ciento de ahorro en salarios sin imponer un “irrazonable” ritmo de producción (ver Interim Report, 1976).
Al mismo tiempo, los análisis sobre la industria periodística británica, especialmente la de alcance nacional, hacían hincapié en “la generosidad de sus niveles de empleo y los altos salarios que se habían aplicado a sus trabajadores” (Royal Commission, 1977: 42‑43).
Todo parecía estar justificado de cara a considerar la reconversión tecnológica como un paso urgente a dar. Y, de la misma manera que los más importantes editores australianos consolidaron la aplicación de la nueva tecnología en sus empresas en 1977, sólo tres años después de que el New York Typographical Union acordase la introducción de la composición electrónica en agosto de 1974, en el Reino Unido se soñaba con el momento de su implementación.
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