Por lo general la tecnología actual genera más desasosiego que complacencia, tanto en el filósofo como en el hombre de la calle.
El desasosiego se trasluce vívidamente en algunos de los mitos tecnológicos de nuestra época, como el de las máquinas pensantes, o el de la rebelión de las máquinas, es decir, de los robots.
Una de las razones para propiciar la reflexión filosófica sobre la técnica es la necesidad de destruir los prejuicios irracionales que subyacen en estos mitos, entre otros las ideas de que los patrones de la racionalidad tecnológica son incompatibles con los intereses humanos, que el poder de la tecnología es absoluto y que el desarrollo tecnológico conduce inevitablemente a la pérdida de la libertad y, por tanto, es intrínsecamente perverso.
El mito de las máquinas pensantes no consiste en suponer que pueda haber máquinas capaces de realizar tareas intelectuales características del pensamiento humano, sino en interpretar esa realidad como si ello significara la suplantación del pensamiento humano por el “pensamiento de las máquinas”.
Una de las consecuencias de este mito, paradójicamente, es que da pie a la reivindicación de formas de pensamiento irracional como únicas merecedoras del valor de lo humano: ya que las máquinas pueden pensar racionalmente, y hacerlo incluso mejor que nosotros, será que lo que realmente merece el calificativo de humano es solamente el pensamiento irracional.
En realidad las máquinas piensan, si entendemos que pensar es la condición para comportarse inteligentemente. Pero su capacidad para suplantar al pensamiento humano no es mayor que la capacidad del hombre para suplantar la realidad de la que se ocupa en sus pensamientos.
Una máquina inteligente es un modelo de una parte de la inteligencia humana y el comportamiento inteligente de una máquina es una simulación del comportamiento inteligente de algunos humanos.
La respuesta afirmativa a la capacidad de pensar de las máquinas se basa en dos supuestos muy plausibles: 1) Que todo proceso intelectual humano es susceptible de formalización, 2) Que cualquier proceso adecuadamente formalizado se puede reproducir (simular) mediante un programa de ordenador.
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