1. La gran paradoja del concepto libertad de expresión podemos explicarla así: ninguna libertad es abstracta, su abstracción consiste en la intelectualización del proceso inmediatamente anterior: la verbalización de un sentimiento, de una necesidad, la necesidad sentida históricamente ‑es decir, sujeta a unos determinantes históricos concretos‑ por unos grupos humanos, normalmente por grupos sociales subalternos pero en ascenso. Como ninguna libertad es abstracta, necesita de unos medios que la hagan decisivamente operativa. La paradoja de la libertad de expresión, así, es la siguiente: nunca como hoy hay tanto medio para expresarse y nunca como hoy hay tanta dificultad real para expresarse significativamente. Esta afirmación no se hace en términos absolutos, sino relativos: es precisamente de la acumulación de los medios de donde arranca la intuición de impotencia, la radical constatación de desigualdad.
2. Es significativo que en los últimos tiempos la línea preponderante de investigación jurídico‑política sobre estos temas se fuera centrando en el llamado Derecho a la Información y, precisamente, dentro de unas coordenadas progresistas. Parece una constatación más acerca de una característica constante del pensamiento avanzado occidental en nuestra época: salvar los restos del naufragio una vez abatido el barco de las alternativas por la ola neoliberal; frente a conservadurismo, conservacionismo. Es el síndrome de Astérix la reclusión en la aldea primigenia, reconfortados por la fuerza de la pócima mágica de las ideas de algún druida de luengas barbas; defensa frente al Imperio pero sin el aliento suficiente para cargar decididamente contra él. En el trasvase de los análisis al Derecho a la Información desde otros centrados en la libertad de expresión puede encontrarse, de forma casi intuitiva, un desplazamiento de un concepto dinámico, participativo o creativo ‑expresarse‑ a otro concepto más estético, receptivo o pasivo ‑ser informado.
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