Uno de los contextos primarios para la discusión de la modernidad es el análisis de la cultura contemporánea. En este momento actual, el del "breakup" de la cultura de la modernidad, pocos temas tienen una relación tan directa con esa cultura como el examen de la creciente popularidad de los "nuevos evangelistas". Analizar ese fenómeno, que alcanza hasta países católicos como Brasil, considerando solamente el hecho de que vivimos en una sociedad de masas y "controlada por los medios de comunicación" sería plantear un análisis sin profundidad.
Si es verdad que la idea de la modernidad está en crisis y que no es posible vivir sin "un sistema de creencia", entonces no es difícil explicar el desarrollo de una plataforma de discurso que juega con la fe y con la ilusión de participar de un movimiento mundial para la salvación. Este discurso, en última instancia, promete la cura de la alienación esquizofrénica, promovida por una sociedad donde lo mítico y lo sacramental tienen poco valor.
El más interesante de los sociólogos, Daniel Bell, dice que la causa de la crisis de las sociedades occidentales puede ser trazada en la propia génesis de la cultura moderna. Con la ausencia del sentido de lo sagrado ha desaparecido el respeto que antes inspiraban los conocimientos que parten de la razón y sus facultades intrínsecas. Religiones esotéricas, difusión del ocultismo, predicadores‑ejecutivos, etc., representan, así, una rebeldía contra la razón.
Según Bell, la cultura de la modernidad y sus valores penetraron en las estructuras de la vida cotidiana, subvirtiéndolas y provocando un cambio cuantitativo y cualitativo, sea en la esfera personal o en la pública. Debido a esos cambios, existe una presión para la ilimitada realización propia y, al mismo tiempo, una demanda para una auténtica experiencia personal. En esta versión la cultura demole las tradiciones, convenciones y virtudes ‑virtudes esas que ahora están corroídas por la racionalidad impuesta por las presiones económicas y burocráticas.
Ese conjunto de factores desembocó tal vez por primera vez en la historia en una cultura completamente profana. El rechazo moderno por lo sagrado, la pérdida del poder de la autoridad religiosa en su comunidad, junto al gran destajo moderno ‑la libertad‑ crearon una "sociedad sin protección". Si otras sociedades se formaron desde las limitaciones propias del destino del hombre, la nuestra sugiere, ya sea o no en el plano simbólico, que los límites son inexistentes...
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