Las potencialidades y desventajas tecnológicas del video condicionan su utilización en el cine, así como los usos sociales del magnetoscopio doméstico y los caminos alternativos del videoarte.
La grabación videográfica nació como un sistema ágil de registro y almacenamiento de información audiovisual, vital para que las cadenas de televisión norteamericanas pudieran emanciparse de la tiranía del directo, y utilizando procedimientos más veloces y flexibles que los que eran propios de la tecnología cinematográfica, basada en la imagen fotoquímica y que requiere un lento procesado de laboratorio.
El primer magnetoscopio comercializado por la casa Ampex (de Redwood, California) y construido por la R.C.A. con cinta de dos pulgadas de anchura, apareció en 1956, en la década de la revolución técnica y espectacular de los formatos de las pantallas cinematográficas, para hacer frente a la competencia comercial de la televisión. En 1957, la toma de posesión del presidente Eisenhower para su segundo mandato era ya grabada en videotape, marcando un hito histórico en la información televisiva. Desde entonces, las virtudes derivadas de la celeridad informativa del vídeo no han hecho más que corroborarse repetidamente. Recordemos, por ejemplo, que el 30 de marzo de 1981 el cameraman Hank Brown, de la cadena A. B. C. , grabó el atentado contra el presidente Reagan, a la salida del Hotel Washington Hilton. En la medida hora siguiente sus imágenes fueron transmitidas a toda la nación y en las siguientes dos horas se transmitieron a todo el mundo vía satélite.
El vídeo (o, más correctamente, la videomagnetofonía) es una tecnología de registro, conservación y reproducción de mensajes audiovisuales, grabados por procedimientos magnéticos en una superficie metálica, de modo parecido a la precedente grabación magnetofónica de sonido, generalizada durante la Segunda Guerra Mundial. El magnetoscopio ha aportado como novedad la codificación electromagnética del mensaje audiovisual, al inscribir contiguamente las señales de vídeo, de audio y las de sincronización, sobre una emulsión de óxido de hierro o de dióxido de cromo, extendida sobre una película flexible y resistente de poliéster, que actúa como soporte. Después de la aparición del magnetófono y de la cámara Polaroid, el vídeo culminó así la secuencia de tecnologías de la instantaneidad, generadas en una sociedad en la que el tiempo productivo es un valor cada vez más caro y que favorece por ello los procesos de aceleración productiva.
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