Hacia la Edad Media, conocer las operaciones aritméticas era condición valorada como signo de inteligencia en quien la poseía. Aún, si no recuerdo mal, cuando yo era muy niño, era posible asegurarse una vida digna y sin mayores problemas económicos sabiendo tan sólo leer y escribir y algo de contabilidad. Hoy, por poner un ejemplo que no sé si es muy exacto, para aspirar a un puesto de la administración municipal, además de contar con buena salud y superar unas pruebas psicotécnicas, es necesario haber aprobado el bachiller, pero, dada la competencia, las probabilidades de obtenerlo aumentan si se ha cursado una carrera universitaria y se poseen conocimientos de un idioma extranjero. Por lo demás, los estudios de bachillerato contienen aproximadamente todos los saberes de los que se disponía en la Edad Media, y muchísimos más, entonces inexistentes.
Últimamente, el concepto práctico de inteligencia ha sufrido enormes modificaciones. Ahora, unos circuitos electrónicos pilotan un complejísimo avión reactor, lo mismo que juegan al ajedrez y ganan a la gran mayoría de jugadores humanos. Tamaña eclosión de conocimientos se ha trasladado en forma de requerimientos al sistema educativo con una presión brutal y con velocidad animada de una aceleración incongruente con el ritmo histórico de la sociedad. Se quiere que los estudiantes al salir de su ciclo escolar estén más o menos a la altura de las máquinas.
Pero, he aquí que el sistema escolar no parece ser capaz de responder eficazmente al desafío y de añadidura produce fracaso escolar, aunque más apropiado sería llamarlo fracaso educativo. La sociedad se lleva las manos a la cabeza. Ha encerrado a sus vástagos en los colegios y universidades y pagado sus impuestos y mensualidades, confiando sin éxito aparente a un profesorado (mal remunerado) el cuidado y el futuro de sus hijos. ¿Qué es lo que falla? Los especialistas emiten diferentes diagnósticos. Algún sector pone en duda la misma pertinencia del concepto actual de fracaso educativo, por no mencionar a quienes cuestionan radicalmente la validez del sistema educativo institucionalizado.
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