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Telos / Número 5
 Editorial. La pizarra y el ordenador
Fernando Sáez Vacas 
 Hacia la Edad Media, conocer las operaciones aritméticas era condi­ción valorada como signo de inte­ligencia en quien la poseía. Aún, si no re­cuerdo mal, cuando yo era muy niño, era posible asegurarse una vida digna y sin mayores problemas económicos sabiendo tan sólo leer y escribir y algo de contabi­lidad. Hoy, por poner un ejemplo que no sé si es muy exacto, para aspirar a un puesto de la administración municipal, además de contar con buena salud y su­perar unas pruebas psicotécnicas, es ne­cesario haber aprobado el bachiller, pero, dada la competencia, las probabili­dades de obtenerlo aumentan si se ha cursado una carrera universitaria y se po­seen conocimientos de un idioma extran­jero. Por lo demás, los estudios de bachi­llerato contienen aproximadamente todos los saberes de los que se disponía en la Edad Media, y muchísimos más, entonces inexistentes. Últimamente, el concepto práctico de inteligencia ha sufrido enormes modifi­caciones. Ahora, unos circuitos electróni­cos pilotan un complejísimo avión reactor, lo mismo que juegan al ajedrez y ganan a la gran mayoría de jugadores humanos. Tamaña eclosión de conocimientos se ha trasladado en forma de requerimientos al sistema educativo con una presión brutal y con velocidad animada de una acelera­ción incongruente con el ritmo histórico de la sociedad. Se quiere que los estudiantes al salir de su ciclo escolar estén más o menos a la altura de las máquinas. Pero, he aquí que el sistema escolar no parece ser capaz de responder eficaz­mente al desafío y de añadidura produce fracaso escolar, aunque más apropiado sería llamarlo fracaso educativo. La socie­dad se lleva las manos a la cabeza. Ha encerrado a sus vástagos en los colegios y universidades y pagado sus impuestos y mensualidades, confiando sin éxito apa­rente a un profesorado (mal remunerado) el cuidado y el futuro de sus hijos. ¿Qué es lo que falla? Los especialistas emiten diferentes diagnósticos. Algún sector pone en duda la misma pertinencia del concepto actual de fracaso educativo, por no mencionar a quienes cuestionan radi­calmente la validez del sistema educativo institucionalizado.
 
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