La necesidad planteada de un análisis socioestructural de la última revolución tecnológica se inicia por una clarificación conceptual. A través de las formas de conocimiento y de cultura, de los falsos planteamientos de la determinación tecnológica de la realidad, de los cambios en el trabajo y en el ocio, se introduce el análisis sobre el nuevo universo de la comunicación.
Deberíamos ser inmunes a la revolución se lleva tanto tiempo con la sensación de estar al borde de una mudanza radical, o de estar de lleno en ella que la crisis se ha convertido en el más común de los lugares comunes y la mutación del mundo se da por sentada sin estupor alguno.
Desde la ya lejana rebelión de los puritanos ingleses hasta la Revolución francesa, y de ella hasta la rusa y la II Guerra mundial ha habido en el Oeste una serie apenas interrumpida de convulsiones que enfrentaban a clases y naciones entre sí y engendraban nuevas distribuciones de poder y riqueza.
Desde la última conflagración universal ha ocurrido un desplazamiento de los movimientos revolucionarios hacia la periferia de las sociedades avanzadas pero no una mengua de ellos. Es así como nos hemos ido acostumbrando a suponer que toda transformación radical y veloz, toda mutación social, debía venir impelida por un alud político revolucionario.