Al revisar el modo en que se hacía la historia de la educación en la primera mitad de los años sesenta en países tan diversos como Estados Unidos, México, Francia o Italia, uno se percata que quienes tenían este oficio consideraban —con escasas excepciones— que la única realidad era la del pensamiento, no la que se engendra a la par en las prácticas de los individuos y las sociedades.
En esta medida cultivaban la historia de 1) las ideas y los pensadores preocupados por la educación; 2) las instituciones y los sistemas educativos en cuyo marco se habían puesto en práctica o desviado ciertos principios y, 3) la legislación y las políticas públicas que habían favorecido o mermado el desarrollo de las acciones, fundamentalmente estatales, en materia educativa2. Los problemas de quienes accedieron a la educación, cómo la enseñaban los maestros y aprendían los alumnos o cómo la institución escolar se relacionó con las estructuras profundas y permanentes de la sociedad eran irrelevantes: la historia acontecía en el reino de las ideas.
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