La ausencia de una política que considere la futura dirección de las nuevas tecnologías de información ha favorecido la introducción desordenda de programas de televisión por cable, video, televisión vía satélite y radio digital, entre otras innovaciones. Una de las consecuencias de primer orden ha sido abrir un mercado que parecía cerrado a la competencia, pero como consecuencias de segundo orden debe mencionarse una penetración acelerada de programas estadunidenses generándose una crisis de producción nacional cinematográfica y televisiva. Al no existir una política que frene la llegada de este tipo de programas se genera una crisis cultural que se manifiesta de dos formas: el predominio del inglés en estos programas y la ausencia de contenidos que tengan relación directa con la cultura mexicana y latinoamericana.
La velocidad con la cual México ha decidido introducirse en la Revolución de las Imágenes deja en un segundo plano la realización de proyectos a corto y mediano plazo que le encaminen a definir su participación en la Era Digital. Si bien se habla de un beneficio a nivel productivo en ciertos sectores de la economía nacional, aún hace falta lograr un desarrollo que contemple un beneficio íntegro y global para la economía mexicana.
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