Estamos, ya, en el siglo XXI, el que será "el siglo de las mujeres", según Victoria Camps. Y no ha de verse sólo como un deseo sino como el reconocimiento a las conquistas y los cambios que los movimientos de mujeres han venido propiciando desde hace siglos. Pero sobre todo corresponde al deseo de las mujeres que, apoyándose en esas luchas y conquistas, ya no asumen los "mandatos patriarcales", ya no están dispuestas a ser definidas por y en relación al otro, al varón.
Si el siglo XXI será el siglo de las mujeres, también será el siglo de la democracia vital, una organización social fundamentada en unas relaciones en las que los sujetos se reconocen como legítimos, se reconocen como iguales en la medida en que son sujetos que han definido su identidad, es decir que se han autodesignado. Esta tarea que, para algunas mujeres, se manifiesta como la confirmación de que el patriarcado ha muerto se hace visible en el reconocimiento de la diferencia sexual, en la creación y legitimación de una cultura femenina que rompe los círculos viciosos de la cultura patriarcal. Una cultura femenina que tiene presente a la otra y al otro, que puede y necesita contemplar lo singular y lo general, lo concreto y lo abstracto, que une el hacer y el pensar, la razón y la emoción, el cuidado y la justicia. Una cultura, en definitiva, capaz de construirse sobre la relación amorosa (de reconocimiento y no exclusión) y que nos permita a mujeres y hombres construirnos desde la libertad; no sólo la libertad formal, que es importante pero insuficiente, sino desde la libertad de desear, la que nos permite ampliar permanentemente nuestros horizontes de pensamiento y acción, y la que nos legitima para pensarnos y crearnos, para pensar y crear mundos posibles
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