Es muy habitual entre los mismos profesionales que acuden a diario a encontrarse con niños y jóvenes en las aulas, la utilización indistinta de educación o enseñanza a temas o campos vinculados con su tarea y así, con frecuencia, se observa la falta de precisión o incluso la confusión que se desprende de este uso arbitrario de términos tan distintos y aplicados a cuestiones que o son estrictamente educativas o simplemente técnicas de enseñanza.
Sin embargo, la razón de la cuestión tal vez sea más profunda.
En principio, hay una tradición histórica (casi genetizada) que sigue vigente y es que enseñar al otro (al que no sabe, voluntariamente o de obligado cumplimiento por exigencias legales en las sociedades modernas), la enseñanza como programa de ejercicios para desarrollar aprendizajes concretos y de valor práctico, es tan antiguo como la humanidad misma, mientras que la Educación (sí, claro, con mayúsculas!) como concepto y como filosofía, educar como función típica y la persona educada como producto final de un desarrollo armónico e integral de una personalidad humana singular, son ideas muy modernas (“progres” para algunos, “cutres” para otros y neutras para los más) y que están presentes en los textos legales que ordenan la acción en las aulas.
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