Alias y apodos en las noticias de terrorismo
Dr. Luis Veres ©
Universidad Cardenal
Herrera-CEU
Valencia (España)
Es sabido que la
etnografía lingüística se ha ocupado de identificar la cultura no lingüística
para llegar a determinar la cosmovisión manifestada en una lengua (M. CASADO
VELARDE, 1991: 77). Dentro de este tipo de estudios cobra gran importancia el
estudio del léxico. Como ha señalado A. PAGLIARO, "el estudio del léxico
en la actualidad de los significados podrá dar más y mejor que cualquier otra
investigación, la caracterización de la cultura de una comunidad en sus varios
sectores". (1957: 185). Por ello, en este trabajo nos hemos planteado
observar el papel que desempeñan los apodos y los alias, en su calidad de
nombres propios, así como el uso de otros nombres de tal género, en las
noticias que se confeccionan sobre el terrorismo. En algún otro trabajo ya
hemos hecho referencia al importantísimo papel que desempeña el lenguaje tanto
en la estrategia terrorista como en la lucha legal y legítima contra dicho
terrorismo (L. VERES, 2002), porque es frecuente que "cuanta mayor
importancia política o histórica tiene un problema concreto, mayor es su caudal
léxico" (J. DE SANTIAGO GUERVÓS, 1992: 16-17) y nadie puede dudar de la
gravedad y de la relevancia que el problema terrorista tiene en la sociedad
contemporánea. De ese modo, términos que suelen utilizarse en el tratamiento
informativo de estas noticias, términos como comando, santuario, acciones, radicales,
miembro legal, activista, guerrilla, zulo, banda armada, violencia, ajusticiar
etc., plantean problemas designativos, problemas de recepción (L. VERES, 2003),
y por tanto, problemas acerca de la verdadera información que se pretende
transmitir (M. RODRIGO ALSINA, 1991).
El problema ya reside en
la utilización de algunos componentes léxicos, nombres propios que padecen un
problema designativo. Si se utiliza la palabra activista en lugar de
terrorista, no sólo estamos utilizando vocablos distintos, sino que
clasificamos la experiencia de manera diferente y enjuiciamos la realidad de
modo diverso. Esta situación se da en algunas agencias de prensa: por ejemplo,
France Presse (AFP) denomina a ETA una organisation separatiste, mientras que
hasta el año 2001 la estadounidense Asociated Press (AP) hablaba de ETA como
una guerrilla vasca (J.M. RIVAS TROITIÑO, 1992: 132). Este tipo de
denominaciones plantea problemas de enjuiciamiento, ya que el léxico clasifica
y sanciona en cierta medida la realidad, de modo que, aunque los crímenes
terroristas son delitos comunes, dichos delitos dejan de ser tales para la
opinión pública cuando se les aplica un agente como guerrilla, organización
separatista o grupo de activistas, denominaciones más próximas a una lucha
legítima que a la criminalidad organizada. En este sentido, este tipo de
designaciones tiene un cierto poder de sugerencia que ayuda a ennoblecer y
glorificar el hecho terrorista:
Mientras
que la filiación del guerrillero, en su difusión popular, ennoblece, la identidad
del terrorista está cargada de oprobio. El significado de ambos términos se
mantiene así fiel a su origen, en la guerra española de independencia y en la
Revolución Francesa, respectivamente. Especifiquemos que guerrilla es un
término español que significa pequeña guerra. La palabra guerrillero comenzó a
utilizarse a partir de 1809 para identificar a los combatientes españoles. (F.
ALONSO-FERNÁNDEZ, 2002: 23)
En el fondo de estas
denominaciones, la función privativa de tal uso lingüístico es la función
eufemística, es decir, la interdicción lingüística de un término que sustituye
a otro cuyas connotaciones o denotaciones pueden resultar negativas para los
fines persuasivos del lenguaje propuesto. (M. CASAS, 1986). Pero, al contrario
de lo que suele ocurrir en el lenguaje político y en los debates ideológicos
sobre estos temas, en el lenguaje sobre el terrorismo, a veces, se incurre en
una falta a la verdad como consecuencia de un excesivo tiento, de un excesivo
afán de ser imparcial que peca, finalmente, de todo lo contrario. Por ello, es
frecuente en el lenguaje de la prensa y en el lenguaje político, a partir del
cual el primero padece cierto mimetismo, que se use el vocablo entorno en lugar
de cómplices, que se hable de actuaciones radicales en lugar de actuaciones
violentas o terroristas, que se hable de incidentes en lugar de disturbios, de
desperfectos en lugar de destrozos y de pasar página en lugar de olvidar, o de
reivindicar en lugar de atribuirse.(E.A. NÚÑEZ CABEZAS y S. GUERRERO SALAZAR, 2002:
52).
Acerca del término
radicales, algunos lingüistas, como M. FERNÁNDEZ DE LAGUNILLA, señalan que a
pesar de su significación despectiva, todavía posee cierta significación
eufemística que atenúa el significado de otros términos posibles:
El
uso del sintagma los radicales, por su parte, supone también una valoración
negativa (en el sentido de extremoso, tajante, intransigente, recogido en el
DRAE como 4ª acepción) pero menos fuerte que la de las otras dos expresiones
antes examinadas (violencia y violentos), y ello porque el término radical
tiene, además, una acepción política en el sentido más restringido de la
palabra política como partidario de reformas extremas especialmente en el
sentido democrático (según la definición del DRAE en su 3ª acepción) que no se
halla impregnada de una valoración negativa. (1999: 31).
Resulta curioso que, en
este afán de extrema imparcialidad, en este intento de observar los hechos con
ponderado distanciamiento, los políticos y, en consecuencia, la prensa, falten
a la verdad, porque los cómplices no son lo mismo que el entorno, la
radicalidad es algo muy distinto a la violencia o al terrorismo, y de ese mismo
modo, un incidente no es un disturbio, ni un desperfecto, un destrozo. Para
quien conoció a alguna víctima del terrorismo sabe que olvidar no es lo mismo
que pasar página sobre una lista de nombres escrita con sangre.
Por todo ello, resulta
que, en el lenguaje de la prensa actual que trata el fenómeno terrorista, se
observa cierta tendencia eufemística que deja de llamar a las cosas por su
nombre con la finalidad de no herir susceptibilidades políticas, algo que es
difícil de entender dentro del lenguaje político, ya que este tipo de discursos
se caracteriza por situar siempre que se pueda el discurso contrario fuera de
los cauces habituales de la norma política:
En
la mayoría de los casos, el rival político suele interpretar y atacar la
opinión política contraria –a veces, a todo un grupo político o partido-,
colocándolos más allá de lo aceptable en democracia, o aproximándolos a teorías
y concepciones estatales, que la sociedad, en la que los partidos actúan,
rechaza de modo mayoritario. Unos acusan de fascismo y nazismo, otros de
comunismo o dictaduras marxistas. (A. Ortega Carmona, 1994: 175)
Sin embargo, los intereses
eufemísticos priman en el lenguaje de la prensa, cuando trata el terrorismo,
por encima de los intereses éticos, morales o, simplemente, humanitarios, que
deberían ponerse por delante de cualquier otro objeto de importancia. La
consecuencia de esta anomalía en los intereses que deberían primar en la
significación supone que, mientras que los emisores están utilizando los
términos que hemos visto con una significación general, los receptores perciben
dicha significación con un sentido mucho más concreto. Los emisores se explican
con clases extensivas, mientras que la recepción se realiza con clases
intensivas mucho más concretas. Esta diferencia semántica supone la creación de
una terminología en el sentido propuesto por J. ORTEGA Y GASSET: con un lenguaje
convencional "los individuos pueden entenderse sin previo acuerdo,
mientras que una terminología sólo es inteligible si previamente el que escribe
o habla y el que lee y escucha se han puesto individualmente de acuerdo sobre
el significado de los signos" (1959: 130). Y la utilización de una
terminología se emplea "por motivos de puro oportunismo en cuanto es
posible" (K. VOSSLER 1959: 179):
En
efecto, en tanto que el hombre técnico sólo quiere saber con respecto a las
cosas lo que necesita para obtener los fines que se propone en cada caso, tiene
que rechazar, separar, postergar lo que podría perjudicarle, destacando
solamente lo que puede serle útil. (VOSSLER, 1959: 180).
Este tipo de vocablos
terminológicos tiene sus raíces en el eufemismo. Como señala S. WIDLAK (1968:
1.042), el hecho de que las palabras puedan adquirir nuevas acepciones sin
perder su significado originario constituye una de las fuentes más importantes
de la creación eufemística. Y esta circunstancia es la que se da en términos
como comando, radicales, santuario, desperfectos o violencia. La
microestructura de cada palabra está formada por un núcleo sémico (P. GIRAUD,
1960: 28-34) que facilita su relación con los demás elementos de su campo y que
por razones contextuales o pragmáticas le hacen entrar en contacto con otros
términos de sistemas léxicos próximos o lejanos al suyo (M. CASAS, 1986: 103),
de modo que estos términos se desligan en parte de su significado original para
adquirir nuevas acepciones sujetas a los propósitos de la fuente del mensaje,
propósitos en cierta medida de tipo propagandístico. Porque la fuente de la que
el periodista toma los datos de un atentado con mucha frecuencia es la propia
banda terrorista (L.VERES, 2002), la cual, en sus comunicados y atribuciones,
cuela esta terminología con el fin de que la significación criminal de sus
mensajes quede atenuada en la prensa y para que los posibles lectores y
traductores en el extranjero perciban los hechos de manera distinta. No queda
duda alguna al observar que la traducción en inglés o francés de la palabra
activista es muy distinta a la de terrorista y su percepción y significación
también es muy diferente. Dichas actividades lingüísticas resultan del todo
premeditadas. En España, la banda terrorista ETA confeccionó un documento en
que se recomendaba la utilización de esos términos en periódicos como Egin, que
luego han sido también insertados en Gara. Al hablar del papel de algunos
medios en el País Vasco, medios afines a los propósitos de ETA, J. DÍAZ HERRERA
e ISABEL DURÁN señalan:
Pero
ETA no sólo es informada de todos los planes mediáticos del mundo abertzale;
decide las vías de financiación o la gestión empresarial del rotativo. Meses
más tarde, la policía francesa incauta (sic) un documento en la vivienda de Coq
de Vive, en las afueras de Bayona, a José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera.
De su lectura se desprende que el jefe de los asesinos propone incluso el
lenguaje a utilizar (sic) por Egin en el contexto europeo, prohibiendo el
empleo de expresiones como banda armada, terrorismo, asesinato, y
sustituyéndolas por otras más asépticas como organización revolucionaria,
activismo armado y ejecución.
Propuesto
años después por el Parlamento Vasco como miembro de la Comisión de Derechos
Humanos, Urrutikoetxea propone, además, potenciar una serie de informaciones
(insumisión, antimilitarismo, euskera, presos, kurdos, palestinos, Sinn Fein,
Alternativa Democrática, movimientos ecologistas, pantano de Itoiz) a fin de
romper el bloqueo informativo que el resto de la prensa ejerce sobre
determinados asuntos alternativos, del máximo interés de la izquierda radical
abertzale, en un intento de adormecer a la sociedad y que renuncie a su
supuesta máxima aspiración: la independencia.
Estamos
en 1989. Lo que se ignoraba hasta entonces es que ETA nombraba a los
directores, subdirectores y cargos de confianza del periódico. (2002: 418-419).
De estas afirmaciones se
desprende una actividad de nueva creación léxica del todo premeditada cuya
función es la de manipular el contenido de las noticias y el de dar a los
hechos una apariencia muy diferente a la que se da en la realidad. Esta actitud
es muy frecuente en los regímenes totalitarios que inundan la historia
contemporánea. En la Alemania de Hitler se hablaba de septembrizar para referirse
a la realización de matanzas políticas, de modo que los judios nunca fueron
aniquilados, asesinados o introducidos en campos de concentración, sino sólo
septembrizados. El término provenía de las matanzas políticas realizadas
durante la Revolución Francesa en septiembre de 1792. Tampoco se bombardeaban
ciudades, sino que se coventrizaban, aludiendo al bombardeo de la ciudad
británica de Coventry. (V.KLEMPERER, 2001: 187-190).
En este contexto, se puede
afirmar que los periodistas deben guardar mucho tiento en el planteamiento de
las noticias acerca del terrorismo. Y en esa tesitura el lenguaje empleado
juega un papel fundamental, ya que plantea suficientes y dudosas cuestiones que
deben ser tenidas en cuenta. El hecho de que el lenguaje y la utilización de la
significación es un terreno resbaladizo fue puesto de manifiesto por la
semántica y la filosofía del lenguaje inglesa hace ya bastantes años. (H.
GECKELER, 1984: cap. 1) El simple hecho de aseverar el contenido de una noticia
supone ya por sí mismo una actuación (J.L. AUSTIN, 1971 y J.R. SEARLE, 1980).
Por tanto la emisión de una noticia en cualquier soporte supone un acto
semejante a cualquier otra acción humana, lo cual, en el caso de la información
sobre el fenómeno terrorista, implica un mayor número de riesgos que en otro
tipo de situaciones informativas. Sin embargo, no es el plano pragmático el que
parece ofrecer mayores riesgos para el lenguaje utilizado en la información
sobre el terrorismo. Los problemas son mucho más acuciantes en el plano
semántico. ¿Y ello por qué? Los hablantes de una lengua actúan siempre por
imitación. Ningún hablante inventa su propio lenguaje, a no ser que sea de
manera intencionada. Saussure señalaba ya a principios del S. XX que la lengua
era una entidad de carácter social y esa lengua es heredada por los individuos
de generación en generación a partir de unas pautas que han sido marcadas por
una sociedad concreta. (F. DE SAUSSURE, 1967). A menudo, por rutina y por
proximidad, los periodistas minusvaloran su propia herramienta de trabajo al
considerar escaso el poder que poseen las palabras como instrumento persuasivo.
Además, como señala E. COSERIU, el lenguaje "manifiesta los saberes, las
ideas y creencias acerca de la realidad conocida (también acerca de realidades
sociales y del lenguaje mismo en cuanto sección de la realidad)" (1981:
17). Por ello, es muy importante lo que se dice en este tipo de información,
porque las palabras no "predeterminan nuestra forma de pensar", pero
"nos predisponen a favor de ciertas líneas de pensamiento". (M.
CASADO VELARDE, 1991: 56 y S. ULLMANN, 1973: 285-286). El lenguaje tiene un
especial poder de sugerencia y las palabras son una especie de red que recoge
gran parte del sedimento de la memoria colectiva de la sociedad. Según las
palabras de E. COSERIU, el lenguaje es" una zona esencial de la cultura,
con tradición, estructura y normas propias"(1978: 218).
De ahí que la elección de
palabras en un discurso persuasivo tenga una capital importancia. La visión del
problema vasco es muy diferente si se habla de asesinos o de terroristas que si
se habla de luchadores por la libertad o de activistas políticos; también es
diferente su percepción si se habla de radicales que causan desperfectos, que
reivindican, que nunca se atribuyen, ejecuciones y que poseen un santuario en
Francia; del mismo modo, la percepción del problema es diversa si no existen
reintegraciones de presos condenados, sino traidores a la causa, y también si
se da el cobro de impuestos revolucionarios en lugar de extorsiones. Tampoco
hay grupos terroristas, sino bandas armadas y comandos, términos todos ellos
que apuntan a cierta legitimación de esa barbarie, pues sólo los estados
legitimados poseen esos términos que en este caso son términos interdictos. (L.
VERES, 2002)
Toda esta terminología
apunta a una exaltación de las emociones que se distancia del pensamiento
racional, característica siempre presente en cualquier lenguaje político. (A.
LÓPEZ EIRE y J. DE SANTIAGO GUERVÓS, 2000: 45-52). Por ello la estrategia retórica
de ETA consiste en salpicar los textos de una serie de "palabras
clave" (C. MORRIS, 1955) cuya función es enmascarar la realidad, designar
los hechos de modo distinto y, de ese modo, suscitar respuestas muy diferentes
al problema. Luchar contra el terrorismo merece unas determinadas respuestas,
mientras que luchar contra activistas políticos, otras. Como señaló G. KLAUSS,
"las palabras clave del discurso político no deben llevar únicamente a
determinada concepción de situaciones, conexiones, hechos, etcétera, sino que
tienen que preparar el terreno para la comprensión de la necesidad de
desarrollar determinada actividad". (1979: 112)
En esta estrategia
retórica y persuasiva, cuya finalidad es el enmascaramiento de la realidad,
tiene un papel muy relevante el uso de nombres propios. Desde la publicación de
"Semántica. Introducción a la ciencia del significado", de S.
ULLMANN, el nombre propio se ha definido por su carácter distintivo y su valor
referido a la unicidad del objeto representado. De este modo, el nombre propio
ha sido considerado como una clase intensiva que carecía de valor connotativo
en la mayoría de los casos. (1987: 81-90). Pero esta caracterización plantea
algunos interrogantes y dudas, ya que los nombres propios no dejan de poseer el
mismo poder que el resto de palabras. Como señaló O. JESPERSEN:
Jamás
entenderemos por completo la naturaleza del lenguaje si tomamos como punto de
partida la severa actitud de los hombres del día, educados científicamente que
consideran las palabras que usan como medios de comunicar y acaso desarrollar
más el pensamiento. Para los niños y los salvajes una palabra es una cosa muy
diferente. Para ellos existe algo mágico o místico en un nombre. Es algo que
tiene poder sobre las cosas y está ligado a ellas de una manera mucho más
íntima que lo que solemos imaginarnos. Esta idea aparece muy pronto en la vida
del niño. El niño observa que no puede obtener nada si no lo pide cortésmente
pero que sus padres satisfacen sus deseos cuando dice, agua por favor; entonces
goza del mágico poder que ha llegado a poseer mediante la emisión de esas
sílabas. Como dice Sully, ‘el niño considera los nombres como realidades
objetivas ligadas misteriosamente a las cosas y en cierta manera esenciales a
ellas. Un objeto sin nombre es para el niño algo incompleto, casi inesistente,
imaginario’ y la tendencia infantil es materializar el nombre; esto es,
considerarlo como parte de la cosa real misma en lugar de cómo algo extraño y
arbitrariamente enlazado a ella. (1947: 214-215).
Y es en ese papel
diferenciador donde reside el poder del nombre propio. Los nombres propios
desempeñan en algunas sociedades un papel tan importante que a menudo se les
otorga un papel mágico y sobrenatural relacionado con el tabú. Por ejemplo,
muchos hombres primitivos temen decir sus nombres a extraños, pues el nombre es
parte de su ser y tratan de evitar que los demás tengan poder sobre su persona
al estar en posesión del nombre. Los sakalava de Madagascar tienen miedo de
decir su nombre o el de su poblado a extraños por miedo a que hagan mal uso de
él. En algunas tribus australianas todos los hombres tienen dos nombres, y uno
de ellos sólo es conocido por el mi,smo grupo totémico. Cerca del lago Tyer, en
Victoria, los indígenas no mencionan nunca el nombre de otro, sino que lo
llaman hermano o primo. (O. JESPERSEN, 1947: 217 y ss). La tribu de los masais,
en África, jamás pronuncia el nombre de una persona muerta, porque se considera
signo de mala suerte. Si existe un nombre común coincidente o muy similar
tendrá que ser sustituido por otro término. También los romanos otorgaban
determinado poder a algunos nombres propios: en los listados de enrolamiento
militar acostumbraban a colocar en primer lugar un nombre de connotaciones
venturosas como Félix o Víctor. (S. ULLMANN, 1987: 81-82). En Groenlandia se
habla de poetas indígenas que fueron famosos en vida, pero cuyo nombre está
prohibido mencionar, ya que su nombre proyecta una sombra fatal sobre la
comunidad. En la India meridional, si dos personas llevaron el mismo nombre y
una de ellas muere, la otra debe cambiarlo para evitar el mismo destino.
También si sólo entre los dos nombres hay una pequeña semejanza. Es frecuente
en algunas culturas renunciar a mentar los nombres de los dioses o de demonios,
como ocurre en la cultura judía, en donde los fieles no se atrevían a nombrar a
Jehová, sustituyéndolo por Adonai (El Señor). Plutarco cuenta que los antiguos
romanos creían que cada ciudad tenía un dios oculto y que debía ser secreto,
incluso no se podía revelar su sexo, y transgredir dicha norma era una grave
delito y acarreaba la pena de muerte
Pero no hace falta irse
tan lejos, nombres como Caín, Abel, Judas poseen connotaciones irónicas o
jocosas que se pueden arrastrar toda una vida. ¿Y qué decir de aquellos famosos
nombres y apellidos del franquismo como Dolores Fuertes de Barriga o de Armando
Bronca Segura? (J.M. ALBAIGÈS, 1996:10)
El nombre propio también
ha sido definido por su función identificadora, por singularizar un objeto
entre entidades semejantes. John Stuart Mill ha explicado esta intención con un
ejemplo ya clásico:
Si,
como el ladrón de "Las mil y una noches", hacemos una marca con tiza
en una casa, que nos permita reconocerla, la marca tiene un propósito, pero no
tiene propiamente ningún significado. El objeto de hacer la marca es meramente
la distinción... Morgiana señaló con tiza las demás casas de una manera
parecida, y frustró el plan: ¿cómo?, simplemente borrando la diferencia de
aspecto entre esa casa y las otras... Cuando imponemos un nombre propio,
ejecutamos una operación en cierto grado análoga a la que proyectaba el ladrón
al señalar con tiza la casa. Ponemos una marca, no realmente sobre el objeto
mismo, sino, por decirlo así, sobre la idea del objeto. Un nombre propio es
sólo una marca sin significado que relacionamos en nuestra mente con la idea
del objeto, con el fin de que siempre que la marca encuentre vuestra vista o se
presente a nuestra memoria, podamos pensar en ese objeto individual. (J.
S. MILL, 1879: 36).
Pero, ante esta
caracterización, más o menos cuestionable, pero en términos generales válida,
se sitúan los apodos y alias. Estos sobrenombres vienen caracterizados por el
hecho de que en la mayoría de los casos tienen connotaciones. También poseen un
mayor carácter identificador, que surge cuando el apodo es más definitorio de
la persona que el nombre propio. Y a su vez, suelen tener un sonido distintivo.
La importancia de estos nombres no es menor a la del grueso de los nombres
propios, Como señala S. ULLMANN, "el estudio de los nombres propios (...)
puede arrojar luz sobre muchos aspectos de la historia política, económica y
social..." (1987: 88), y he ahí donde reside su importancia.
En nuestro país, uno de
los terrenos en donde se utilizan este subtipo de nombres propios es el género
periodístico en el que se da cuenta de los atentados terroristas. Nombres como
Iñaki de Rentería, Antza, Txelis, Pakito, Mamarru, Artapalo, Txomin, Fitipaldi,
Shanti Potros, Antxón, Makario, Valentín Lasarte, Josu Ternera, Pototo, Peixoto,
José Manuel Horma Santos "El Estudiante", Ainhoa Múgica "La
Tigresa", Mª Dolores Catarain "Yoyes" poseen, como es corriente
en el lenguaje de la delincuencia, una función exculpatoria, una pretensión de
ocultación de su verdadera identidad, cuestión que resulta lógica en una
organización criminal. Pero, al mismo tiempo, estos apodos y alias desempeñan
cierto papel propagandístico. Los medios de comunicación deberían cuidar estos
detalles, pero su uso es frecuente. En las noticias aparecidas en prensa y televisión
sobre el terrorismo español, se alude a los terroristas con la denominación de
alias y apodos cuyo valor connotativo es muy evidente. Este valor es el de
transmitir cierta significación mítica y, a su vez, cierto sentido de apego al
terruño que concuerda con el carácter nacionalista de la organización. La tarea
de premeditación resulta evidente, como señala J. CARO BAROJA:
Observemos,
en fin, que los miembros de ETA usan de sobrenombres y apodos que resaltan un
carácter popular de un lado, vasco naturalmente. De otro, rasgos agresivos o
que denotan fuerza animal. Suenan así apodos como los de Mamarru, Shanti
Potros, Josu Ternera, etc. Hay que observar, sin embargo, que los que los han
adoptado no son hombres de clases campesinas y absolutamente vinculadas al
terruño, sino jóvenes que han realizado estudios técnicos o universitarios, que
manejan archivos, usan de la informática y conocimientos físico-mecánicos
complejos. Podemos admitir en ellos un conjunto de ideas elementales, ya que no
primitivas, pero al servicio de ellas está una parte amedrentadora de la
técnica moderna. Hay, pues, una puesta de la técnica destructiva al servicio de
un ideal que más que popular se puede definir como populista. Porque podemos
distinguir, en éste y otros casos, entre lo que dentro del pueblo surge
espontáneamente y lo que es producto de una elaboración o reelaboración más o
menos trabajosa. (J. CARO BAROJA, 1989: 78).
Del mismo modo, el alias,
en estos casos, actúa persuasivamente. Se trata de la mitificación del agente
del delito, hecho muy recurrente en la literatura anarquista y revolucionaria
de los siglos XIX y XX, que en este caso tiene la función de legitimar las
acciones terroristas, ya que para la organización el uso de la violencia es la
respuesta a la propia violencia del estado.
"Efectivamente,
la característica primordial de esta temática para los ácratas, es la
presentación del criminal como víctima. No se trata para ellos de lograr un
personaje o tipo interesante estéticamente, sino de hacer a través de él la
denuncia de su angustiosa realidad social. A pesar de que las concepciones
doctrinales sobre el derecho de los anarquistas son menos claras que sus
críticas, una idea general emerge del conjunto de sus obras: el crimen es en
general una reacción contra la injusticia de la sociedad, una rebelión contra
los mandatos de la autoridad, y las medidas judiciales y penales que la
sociedad impone para castigar al delincuente son peores que el crimen mismo. Es
decir, atañe a la literatura anarquista el considerar el crimen como un hecho
social." (L. LITVAK, 1989: 338-339)
El carácter mítico de
estos apodos también posee la pretensión de persuadir a los receptores del
mensaje. Del mismo modo que en todas las insurrecciones los adalides de la
causa poseen su apodo, los terroristas utilizan este alias con el fin de aunar
su significación al terror que pretenden causar sus atentados. Del mismo que
Túpac Amaru lideraba la insurrección contra los españoles en el Perú, los
terroristas con su alias a cuestas lideran su barbarie contra el estado. Y del
mismo modo que los escritores indigenistas utilizaron estos personajes con la
finalidad de presionar a la clase dirigente que desde el poder amedrentaba a la
clase indígena (L. VERES, 2001: 62-79), el periodismo actual, sin ser
consciente de ello, entra en el juego retórico que pretende la banda criminal,
es decir, el perverso juego de la persuasión
Otra cuestión, relacionada
con el uso de los nombres propios en las noticias de terrorismo, es el de los
nombres de los mismos grupos terroristas. Obviamente, la acuñación de estos
nombres corre a cargo de sus propios miembros. También en este caso, el nombre
propio actúa con fines eufemísticos, hecho que da lugar a que el terrorismo sea
una de los acontecimientos sociales más difíciles de definir. Como señala B.
HOFFMAN, la inocencia ha desaparecido al hablar de lenguaje y de terrorismo:
Como
el significado y el uso de esta palabra han cambiado a lo largo de la historia
para acomodarse al vocabulario político y al pensamiento de cada época
histórica, no nos puede sorprender que el terrorismo haya resultado tan esquivo
a los intentos de construir una definición más consistente. Hubo un tiempo en
el que los propios terroristas estaban mucho más dispuestos a cooperar en este
empeño de lo que lo están en la actualidad. Los primeros terroristas no medían
sus palabras ni pretendían esconderse tras un camuflaje de etiquetas mucho más
anodinas como luchadores por la libertad o guerrilla urbana. Los anarquistas
del S. XIX, por ejemplo, se declaraban abiertamente terroristas y definían sin
tapujos sus tácticas como actos terroristas; tampoco los miembros de la
Narodnaya Volya mostraban ningún tipo de remordimiento al utilizar la misma
palabra para referirse a ellos mismos y a sus actividades. Sin embargo, esta
sinceridad no duró mucho tiempo. (1999: 39)
De este modo, el grupo
terrorista denominado Luchadores por la Libertad de Israel, conocido como Grupo
Stern –debido al nombre de su fundador Abraham Stern-, no eligió el nombre
Luchadores Terroristas sino la citada denominación. En el famoso "Manual
de guerrilla urban",a del sangriento terrorista Carlos Marighela, conocido
en todo el mundo como Carlos Chacal, se aboga por la denominación guerrilleros
urbanos y no terroristas urbanos. La finalidad de esta estrategia obviamente es
eliminar las connotaciones negativas de la palabra y adornarla con otras mucho
más positivas.
Estos nombres propios
pretenden definir normalmente el contenido ideológico de la causa en la que
actúa el grupo terrorista: Alianza Apostólica Anticomunista (Triple A), Frente
de Liberación Nacional Corso (FLNC), Armada Secreta Armenia para la Liberación
de Armenia (ASALA), Frente de Acción Nueva contra la Autonomía e Independencia.
Y también resulta bastante recurrente el que estos nombres, dada su extensión,
puedan abreviarse en una sigla que actúa como eslogan del grupo y cuya función
es la facilidad de su difusión en los medios de comunicación. Las siglas, a
menudo, son elegidas con mucho cuidado. Ese es el caso de ETA. ETA, acrónimo de
Esuskadi ta Ascatasuna –Esuskadi y Libertad- no sólo resumía en esa sigla las
pretensiones independentistas de la banda que durante más de treinta años ha
aterrorizado España, sino que era una réplica de la conjunción copulativa y en
lengua eusquérica. Con ello se aseguraba una presencia perpetua en el lenguaje,
de modo que los hablantes, por actuación del significado reflejo (G. LEECH,
1990), recordasen continuamente la existencia de la banda.
B. HOFFMAN (1999: 41) ha
realizado una tipología de los nombres de los grupos terroristas. Todos ellos
ponen de manifiesto, en mayor o menor medida, la naturaleza eufemística de
estos nombres propios, naturaleza que es acorde con sus fines políticos:
-aquellos que evocan
imágenes de libertad y liberación, como Frente de Liberación Nacional (FLN),
Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), Euskadi y Libertad
(ETA);
-aquellos que evocan
estructuras de ejércitos y organizaciones militares, como Organización Militar
Nacional, Ejército de Liberación Popular, Quinto Batallón del Ejército de
Liberación, etc.;
-aquellos que hacen
referencia a movimientos de autodefensa, como el Movimiento de Resistencia
Afrikáner, Asociación de Defensa del Pueblo Libre, Organización Judía de
Defensa, etc.;
-aquellos que reivindican
una venganza legítima, como por ejemplo Organización de los Oprimidos de la
Tierra, Comandos Justicieros del Genocidio Armenio, Organización de Venganza
Palestina, etc.;
.aquellos que "eligen
de forma deliberada nombres que son decididamente neutrales y que, por tanto,
lo excluyen todo menos las sugerencias o asociaciones más inocuas" (1999:
41); nombres como Sendero Luminoso, Primera Linea al-Dawa -La Llamada-, ¡Alfaro
Vive, Carajo!, Kach -Por Tanto-, al-Gamat al-Islamiya –La Organización Islámica-,
Movimiento Juvenil Lantero.
Estos últimos no son
nombres tan neutrales como pueda parecer en un principio, ya que son nombres
que hacen referencia a cierto mesianismo o iluminismo, característica
generalizada en todos los grupos terroristas. Mientras que ¡Alfaro Vive,
Carajo! mantiene un tono de protesta a la vez que reivindica la figura de su
fundador, Sendero Luminoso, posteriormente conocido como Movimiento Camarada
Gonzalo, reivindica a su dirigente, Abimael Guzmán, a la vez que connota el
mesianismo seudo-religioso propio de los movimientos indigenistas desde los
postulados de José Carlos Mariátegui. (L. VERES, 2000).
A menudo, estos grupos
terroristas buscan denominaciones como, grupo, comando, ejército, escuadrones,
términos del ámbito militar cuya función es la de encontrar cierta legitimación
a sus acciones. ¿Y ello por qué? Porque los ejércitos sólo los poseen los
estados reconocidos como tales estados, y del mismo modo, los comandos sólo los
poseen los ejércitos. Cuando se alude a un grupo terrorista con la designación
de grupo o de banda terrorista se les está quitando dicha legitimidad. Por
ello, también esta designación es importante en los medios de comunicación de
masas. Alinear a una banda terrorista como grupo o banda o como ejército o
comando está definiendo moralmente la entidad de dicha organización criminal.
También puede darse el caso contrario: el hecho de que un gobierno dictatorial
clasifique cualquier oposición política y la tilde de grupo terrorista supone
hacer caer a los receptores de un medio de comunicación en el juego retórico de
un determinado poder que condiciona el sentido de la realidad de acuerdo con
sus intereses y sus fines. Ese fue el caso que se dio en Chile durante la
dictadura de Pinochet o en la dictadura Argentina del general Videla. El
terrorismo de estado también es susceptible de este enmascaramiento retórico
como demuestran los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), cuyos
dirigentes pretendían alejar cualquier significación que los uniera al estado, o
los Escuadrones de la Muerte, denominación que, además de pretender suscitar el
terror entre la población campesina de El Salvador, intentaba lograr esa
ansiada legitimación que proporciona un respaldo estatal. Por esta razón, los
mismos terroristas nunca se consideran terroristas: los miembros de ETA son
gudaris (soldados vascos) y los miembros de cualquier grupo terrorista islámico
son mijihadeen (guerreros santos), vocablos que consiguen eliminar las
significaciones peyorativas y, a su vez, se rodean de un halo de gloriosa
significación. Como ha señalado B. JENKINS (1980: 10) "aquello que
llamamos terrorismo parece depender de la opinión de cada uno. El uso del
término implica un juicio moral; y si una de las partes consigue colocarle con
éxito la etiqueta de terrorista a su oponente, significa que ha convencido a
otros, de forma indirecta, para que adopten su mismo punto de vista moral"
En algunos casos concretos
estos nombres propios sortean un segundo peligro. En el caso de ETA, los medios
de comunicación suelen citar el nombre con que la organización ha acuñado la
identidad de algunos de sus cédulas. De este modo se habla de Comando Vizcaya,
Gohierri, Iparralde, Donosti, Aizkorra, Nafarroa, Pagaza, Irati, Pertur
Orbaiceta, Bianditz, Gorbea, Aker, Olloki, Andraitz, Haizea, Araba, etc. Estos
nombres también poseen cierta significación eufemística, al igual que los
alias, pues remiten de nuevo a lo propio, auténtico y territorial, a cierta
tradición del terruño, con lo cual las significaciones peyorativas desaparecen
por completo, aunque dichas denominaciones mantienen el carácter propio de una
terminología militar, al mismo tiempo que escenifican el terror de lo que
significa el terrorismo. El nombre del comando cumple las mismas funciones y
actúa del mismo modo que los alias y apodos de los terroristas. De hecho, a
nadie se le ha ocurrido denominar a un comando Comando Virgen del Pilar o
Comando Virgen del Amor Hermoso, lo cual deja bastante claro las intenciones de
los que acuñan este tipo de denominaciones
Todos estos usos del
nombre propio en el lenguaje del terrorismo responden a una estrategia retórica
planificada. El problema reside en que los medios de comunicación calcan estas
expresiones sin ser conscientes de que con ello se puede atentar al sentido
global de un texto. Y esos actos de nominación inconsciente resultan igual de
graves que las acciones. (J. LYONS, 1989: 206). Los mismos gobiernos lo saben,
sobre todos aquellos que para intervenir en la política de un país hablan de
operaciones con el nombre de Libertad Duradera, Justicia Infinita o Libertad
Iraquí, para lo que sólo eran represalias por los atentados del 11-S (P.
LOBATÓN, 2002: 33) o a la hora de hablar de una cruzada o una guerra contra el
terrorismo para hablar de una guerra como otra cualquiera. (A. GLUCKSMANN,
2002: 75).
El nombre propio, de esta
manera, actúa como un símbolo político, como símbolos populares-nacionales:
Pero
los símbolos, aunque sean voluntarios, deliberados, obedecen siempre a secretos
condicionamientos psicológicos. En algunos casos como III Reich o Legión del
Arcángel San Miguel (del nacionalismo rumano), al significado histórico se une
siempre y claramente una intención espiritual: el deseo largo tiempo domeñado,
de gloria y de rigor, de triunfo y firmeza moral. En algunos símbolos se
advierte el mismo deseo de heredar virtudes ancestrales o anteriores, con la
invocación mágica de la palabra, que sentían y tal vez sienten esas tribus
africanas y asiáticas en las que el asesino toma el nombre de su víctima en una
póstuma declaración de envidia y admiración. Cuando Napoleón I convierte en
Imperio la República de que había sido espada, tal vez tuviera en su ánimo esa
intención oculta y, al resucitar las insignias y los gestos, no pretendiera
otra cosa que heredar o adquirir milagrosamente la realeza. (F. MELLIZO, 1968:
34-35).
El peligro de estos usos
de los nombres propios que hemos estudiado reside en su traslado a la página
del periódico o a la pantalla de televisión. El periodista cae a menudo en una
peligrosa rutina informativa que significa un uso mimético de la propia
terminología terrorista. (J.M. RIVAS TROITIÑO, 1992: 160; M. RODRIGO, 1991).
Esta terminología produce un fuerte efecto propagandístico, y lo que es peor,
iguala la realidad, elimina las diferencias y los matices y reduce lo complejo
a estereotipos reduccionistas.
La
retórica del terrorismo, como la de los gobiernos establecidos, es curiosamente
capaz de presentar maniobras conscientes y decisiones tácticas como reacciones
contra fuerzas hostiles que se hallan en su mayor parte fuera del control de
quien aplica las tácticas. De tal suerte víctima y terrorista se confunden en
la mente del público, como quizá ocurre también en la de los protagonistas. En
el mundo del terrorista, numéricamente más débil que el de su atrincherado
oponente y con acceso sólo esporádico al de la opinión pública a través de los
medios, palabras e impresiones son más reales –y en ocasiones más letales- que
las armas y las bombas.(J. SCHREIBER, 1980: 66)
Los elementos de esta
retórica actúan como palabras clave. Estos estereotipos suelen tener bastante
éxito en la prensa de otros países que no padecen el terrorismo, de modo que
los terroristas consiguen ser observados bajo la etiqueta de una instancia militar
que lucha por una causa justa, aunque el tiempo y la historia acabe por
desmentir el sentido de sus actos. Y el lenguaje no debe ser un aspecto que se
deje sin cuidado, porque, como señaló J.P. FAYE, "el lenguaje es el más
peligroso de todos los bienes". (1974: 140).
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FORMA DE
CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN BIBLIOGRAFÍAS:
Nombre del
autor, 2003; título del texto, en Revista Latina de Comunicación Social, número
55, de aril-junio de 2003, La Laguna (Tenerife), en la siguiente dirección
telemática (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20035520veres.htm
Revista Latina de Comunicación Social
La Laguna (Tenerife) – abril-junio de 2003 -
año 6º - número 55
D.L.: TF - 135
- 98 / ISSN: 1138 – 5820
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20035520veres.htm
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