Sobre
la moda Apuntes para una reflexión Semiótica |
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palabras)
Dr. David de los Reyes ©
Filósofo,
profesor de la Universidad Central de Venezuela, UCV.
I
La
moda ha venido a ser un elemento de cambio, tanto en lo personal como en lo
grupal, en los gustos y patrones cotidianos en las sociedades contemporáneas.
Sin este ingrediente, parte de la modernidad no se pudiera pensar; dejaríamos
fuera la democratización de las apariencias; la mirada al devenir de los
distintos mundos de lo cotidiano, a la entronización de lo nuevo como
conciencia de estar en el mundo; efecto que se ha constituido casi en el único
imperativo de los tiempos.
La
moda no ha pasado nunca inadvertida para el mundo intelectual. Ya a comienzos
del siglo pasado, en 1830, Balzac redactó su 'Tratado de la vida elegante' y a
finales de ese mismo siglo, intelectuales, como el dandy y poeta Baudelaire, ya
se fijaban con entusiasmo en el femenino y erótico arte de pintarse los ojos,
las mejillas y los labios, descrito en su 'Elogio del maquillaje': pequeño
tratado donde la moda es descrita como un elemento constitutivo de lo bello, un
síntoma del gusto ideal. Para el inglés Oscar Wilde, el maquillaje proporcionaba
a la mujer lo mismo que su propósito personal para con la naturaleza: no
imitarla, sino embellecerla. Mallarmé, a finales de siglo, redactaría 'La
última moda'. Pero también la literatura influiría e inspiraría el gusto en los
vestidos, sólo hablemos de uno: Sarah Bernhardt, leyendo una página de
'Salambo', de Flaubert, quien describió a su personaje vestida de una tela
desconocida, quiso tenerla para su nívea piel y la tan afamada artista exigió
una tela similar; al cabo de una semana ésta existía. Sarah la creó mutando un
terciopelo color hortensia marchita con reflejos azulados y haciendo macerar a
martillazos la pieza de terciopelo de Venecia color rosa auroral;
posteriormente, la intervino con fumigaciones de azufre y azafrán, para encontrar
un tinte nunca visto antes. Al final, un dibujante trazó arabescos y flores de
fantasía, animales emblemáticos y sombras sugestivas con un vaporizador
especial; el resultado inesperado cubrió a su grácil cuerpo en sus futuras
representaciones. Este acto de Sarah bien afirma lo dicho por Barthes sobre el
vestido: "Se sabe que la vestimenta no expresa a la persona sino que la
constituye; o más bien es sabido que la persona no es otra cosa que esa imagen
deseada en la que el vestido nos permite creer" (1). El gusto por lo nuevo
y lo exótico en la moda ha sido un rasgo constante en nuestras sociedades
modernas y sobre todo de manera creciente desde el siglo XIX a nuestros días.
Pero
todo ello ha sufrido cambios al transcurrir el siglo XX. De esta manera, encontramos
que la demanda de modas en nuestras sociedades no obedece ya sólo a una
predisposición de la distinción social -como lo fue hasta la mitad de nuestro
siglo- sino de una actitud de trastocamiento, mutación, metamorfosis y novedad
en la interioridad de la personalidad y vida, donde una rigidez de la
indumentaria obstaculizaba la libre expresión de la individualidad y ahora toda
una constelación democrática del individuo lleva a afirmar su autonomía básica
personal. Constitución de un espacio estético para nuestro diario acontecer
individual. Búsqueda de variación, demudación, teatralización de nuestra
personalidad imbricada bajo la tormenta del acontecer mediático y a su
aceleración constitutiva que le da cuerpo, la determina, la mima, la define y
la hace sobrevivir.
Las
costumbres y usos que se ponen en boga durante cierto tiempo y que forman parte
de nuestro atuendo y conductas externas vienen a constituir un elemento clave
de una sociedad que arrastra como conflicto permanente el enfrentamiento de una
producción inconsciente de sus límites, -hasta ahora-, añadiéndosele la
necesidad imperiosa de dar salida a dichos objetos producidos.
Para
nuestra participación en los cambios de la moda y nuestra continua disposición
en asumirla, no importa, en forma determinante, tanto el ascenso o descenso de
nuestra renta o salario sino las actitudes pesimistas u optimistas que
despliega ante esa sociedad de cambio continuo. Por todo ello, la moda es un
factor constitutivo de nuestra época y del mundo occidental; nos lleva a
comprender a la sociedad del presente desde el mismo centro de lo presente, no
por medio del sesgo de los mecanismos de producción; con ella nos asomamos a
sus límites y sus respiros que vienen a presentarse por los impulsos del
marketing, por los nuevos sistemas de distribución y venta o por los marcapasos
perceptuales colocados en el corazón del mercado, además de los juicios
prácticos instalados en las técnicas de motivación que crean una sinergia que
se adhiere al avance y la presencia persistente de los canales de la
comunicación y sus vastas posibilidades de persuasión; todo dentro de un
movimiento que va a la par de una intensa capacidad acelerada en la fabricación
de los más variados productos; productos proyectados, tocados, afinados, redefinidos
y refinados con la pulsión de la obsolescencia como condición interna para ser
aceptada su existencia dinámica.
No
podemos negar que la moda es un hecho de nuestra civilización occidental. En
ella se dan cita desde efectos psicológicos y culturales hasta políticos y
filosóficos. Involucra no sólo a conjuntos sociales sino que despierta el alma
del individuo y se convierte en una opción de la libertad personal y de nuestra
condición externa de presentarnos ante el mundo y modificarlo. La moda ilustra
el ethos del fasto y promedia una libertad minimalista que nos compromete
dentro de una estética de las apariencias.
Aunque
sabemos que a tanta fortuna no queda de lado el que tenga sus desquites y sus
pesares. Al inyectarnos el gusto por la novedad y el cambio que respiramos en
toda la atmósfera cultural occidental, nos dispone al consumo de productos de
utilidad dudosa, siendo el exotismo uno de los elementos de su seducción; en
ese juego no entran a participar las relaciones de vecindad o tradición, es
más, su condición es ser la negación de las costumbres tradicionales y de ahí
su carácter modernista implícito que sobrepasa cualquier marco de nacionalidad
para su justificación; con la moda se yergue todo un sistema social teñido por
el espíritu moderno y liberado -hasta cierto punto- de la influencia del
pasado, se rodea de un orden de valores que se remarcan sólo ante el presente y
lo nuevo. En la modernidad, sólo el presente pareciera que puede inspirar al
deseo.
La
hibridez de la moda estructura el componente perfecto para el pulso económico
de las regiones periféricas y satélites, encogiendo o ensanchando la piel del
bienestar general al ritmo de una globalidad envolvente. Conforma un acopio y
conglomerado de bienes cuyos ingredientes ¡varían cada vez menos de
un país a otro, globalizando los escenarios, los utensilios, los adornos y los
vestuarios dentro de una regionalización imperante ¡ de los mercados
presentes. Preponderancia y hegemonía cotidiana del imperio de lo efímero.
II
La
vida y existencia de la moda siempre se deberá a un efecto de reacción. Para
afianzar su permanencia, necesita enfrentarse y surgir como oposición a otra
anterior. Del pasado saca su existencia en el presente, actividad paradójica
por su perenne variación o de negar la moda del verano anterior, por decirlo
así, o bien por resucitar cadáveres y ruinas de los depósitos museísticos de
las modas pasadas y volverlas actuales mediante la intervención y la
modificación de los materiales y cierto uso del diseño actual. La moda que
tiene una pequeña vida y permanencia, sólo obtiene su presencia constante por
su resucitar, como ave Fénix, de sus propias cenizas. Reacción contra lo
anterior, oposición radical a sí misma, con sólo negarse surge su afirmación,
proponiendo modelos de comportamiento colectivo de valor universal, socialmente
jerarquizados y que se separan totalmente de los gustos de inmediato pasado.
Así, cuando Mary Quant lanzó la minifalda fue, más que una liberación sexual
femenina, una reacción al agotamiento de la era de las faldas victorianas, por
ejemplo. La moda se entroniza a partir de oposiciones binarias: corto/largo,
alcohol/droga, aceleración/lentitud, blando/duro, hot/cool,
naturaleza/artificio, tropical/templado, jazz/rock, rock/salsa, salsa/joropo,
pasaje/bolero, minifalda/maxifalda, etc., donde siempre uno de los pares es el
triunfador absoluto para el consumo social por un periodo sometido a los
vaivenes de la demanda del producto. El desplazamiento acontece por un
surgimiento impetuoso de un antagonismo radical, donde no hay términos medios e
híbridos que hayan podido gozar de mucha fortuna.
III
La
moda pareciera ser una cura real, una satisfacción permitida, un ensanche de
nuestro narcisismo, cuando sabe darnos lo que deseamos adquirir más que tratar
de vender lo que se produce. La inducción y la seducción de sus montajes para
la captación de nuestra atención y del picor que despierta al deseo nos llevan
a preguntarnos por la fragilidad y alteración de nuestra libertad de decisión particular
ante su imperativo. Orden oculta que bien puede trastocarse, a la vez, en un
recurso de expresión y transformación personal ante las formas externas sin
significación del mundo. De ahí que ese espacio lúdico nos da la grata y
recreada ilusión de renovación de la vida, de la sociedad, del tiempo y hasta
de la historia, combinando sus efectos dentro de la constante repetición
violenta en que nos introduce nuestro entorno de la vida
¿postmoderna?. Con la moda bien puede pasarnos hoy lo que ya decía
Epicuro sobre nuestra alimentación y de la duración de nuestras vidas: "Y
así como de entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más
agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más
intenso placer"
IV
Al
restringir los límites de la participación en el campo de la política el
individuo ha optado participar en la elección de los adornos y de la
'estetisación' de su cuerpo; en organizar su vida inmersa en un sistema de
frivolidades que permanece como una danza continua y constitutiva de lo
cotidiano. Encontrando que esta pasión prescribe, quizá, uno de los elementos
que más lo integra con el devenir del mundo y yendo al encuentro de la mirada
del otro. Muertas las ideologías, entrados los partidos en el túnel de la
anacronía y en la praticidad estéril de las propuestas de sus dirigentes -que
sólo termina siendo más de lo mismo-, agregando a todo ello la aceleración y
cambio de los valores y las costumbres, el individuo halla en el carrusel de la
moda una cierta estructura hedonista y lúdica que intercambia por la política
tradicional y que lo incluye en un determinado conjunto humano que lo guía más
a la experimentación narcisista que al mandato colectivo. La moda, más que un
conjunto de emblemas y símbolos de la diferenciación -como lo fue en otros
tiempos-, ha quedado como el escenario que cierra y abre un intersticio de
exploración para la convivencia y el intercambio simbólico comunicacional; lo
que importa es el encuentro, la convivencia. Elevando la constelación de lo
efímero, como elemento ontológico de los actores sociales, se retrae y casi
desecha de nuestras vidas la búsqueda de cambios sociales, políticos o
económicos. En la órbita de los gustos, de las frivolidades, de los atuendos,
está toda una gramática abierta a una descripción y lectura del conjunto de
nuestra trama y red de conflictos individuales integrados al concierto gris de
la sociedad signada por la obsesión del presente, del peso de un pasado
aparentemente glorioso, dador de una nacionalidad hoy bastante moribunda por la
globalización y que apesta a sangre muerta derramada, que no interesa a nadie
recrear ni revivir y de un horizonte rasgado por un futuro incierto.
Todo
este conjunto hace que lo cotidiano se torne en terreno de una sociabilidad
difusa, donde se vive al margen de lo político institucional, lo histórico o lo
religioso; en este espacio dilatado entra a confluir tanto lo privado como lo
público, lo familiar como lo vecinal, lo erótico y lo lúdico, el ocio como el
quehacer asalariado. Concentrándonos gracias a los nuevos hábitos adquiridos
dentro del arraigo cambiante de nuestra sociedad para el consumo. La
cotidianidad se define desde el hogar, la calle, el centro comercial, el
rutinario puesto de trabajo, el bar del encuentro, de la apuesta o del juego y
la virtualidad de la iconografía mediática regida vertical y burocráticamente
por una aspiración a un standing elevado, junto a ritos y mitos surgidos del
seno de la ciudad.
Pero
los tiempos pasados tejieron una cotidianidad que presentaba un grado de
imprevisibilidad, espontaneidad, de una vitalidad ruralizante, de una
incertidumbre y naturaleza que ahora no se permitiría para nuestras cerradas,
temerosas y democratizadas vidas citadinas; la lógica tramada es la que se
inscribe en el efecto ensordecedor e hipnótico de la repetición asfáltica. La
repetición también como conducta externa que es, por su cuenta, eco de una
vibración más secreta, de una repetición interior y establecida en la
profundidad del singular que la anima. Repetición cotidiana de los gestos, las
mismas jergas, los mismos sueños, los mismos deseos, similares comportamientos
prescritos para las ciudades, grandes o pequeñas, cada vez más parecidas, con
sus trabajos terriblemente idénticos y monótonos, cuando los hay; acordémonos
de la sombra del paro que recorre al mundo: Vivian Forrester dixit (2). La moda
se inscribe en uno de los pliegues de lo cotidiano como dispensadora de alivio
de la inercia y rutina; cotidianidad como densidad vital saturada con signos y
ofertas en cada esquina.
Si
en el siglo XIX Ernst Engel propuso una ley para comprender el sentido
innovador de los comportamientos sociales e individuales, la cual decía que
"a medida que aumenta el consumo total tiende a disminuir el porcentaje
del gasto destinado a la alimentación", hoy pudiera traducirse que
entronizándose el consumo como algo cotidiano pudiéramos decir que a medida que
aumenta la presencia de la moda en nuestras vidas disminuye el porcentaje de
gasto destinado al desarrollo de nuestra espiritualidad y diferencia; nuestra
espiritualidad nace sólo desde lo externo, la democracia de la moda pide, sobre
todo, únicamente la presencia del cuerpo junto a la lealtad de su espíritu.
V
La
moda nos muestra la faz de lo nuevo -pero bajo el signo de la reiteración- para
entender y vivir cotidianamente nuestras pulsiones subjetivas al tempo del
imaginario social. Su presencia tiene una influencia mayor que la educación
primaria y secundaria o universitaria, que los sindicatos, la empresa, los oficios,
los partidos y hasta de los gobiernos; ella se eleva por encima del
aburrimiento generalizado presentándose como la Diana cazadora de la intimidad
inconsciente y de los sueños en nuestra individualidad permeable. La prenda del
momento cautiva más que las leyes permanentes o ¿cambiantes? de
nuestros estados. Al despertar el confundido ciudadano por los espejismos de la
oficialidad institucional ofrecidos como meta que nunca llegaremos realmente a
alcanzar, al ciudadano, inscrito dentro de una máscara social, le queda la
posibilidad de aferrarse, en tanto respuesta y rechazo a la condición infernal
de nuestras ciudades, al basurero vivencial en que ha convertido el hábitat de
su barrio o urbanización, o la iconografía itinerante e infernal de las tragedias
mundiales, en el reducto subjetivo y volátil, cambiante e hipnótico, integrador
y dador de cierto sentido de ¿belleza? o percepción estética
instantánea que nos presenta el balcón de la moda, convidándonos a una
conciencia amarga de la resignación e identidad de lo incierto y arraigo
pasajero en el tobogán del segmento cultural de lo breve, en lo fugaz de las
formas estéticas de la individualidad; los objetos y matices que nos ofrece la
moda gustan por permitir situarnos socialmente, desenmascararnos, sacando un
provecho y placer distintos. Ante el cerco del ruido político que pareciera no
ir a ningún estadio feliz -o al menos a algún lugar al que uno realmente quiera
ir o sentirse invitado-, y al dejar de tener la vida un valor y una dignidad,
el individuo y su casi perenne fragilidad se escuda en la extensión plástica y
finita de su propia piel, en la fantasía y decoración de su consciencia;
encuentra que la primera ley de la naturaleza personal para la defensa e
identidad de su precaria humanidad en las sociedades actuales, está, por el
hecho del constante sentido del accidente en nuestro marco vital, en el
inmediato halo cambiante de los artilugios, en el adorno o el collar en el
desnudo cuello, en un lóbulo de la oreja o en las aletas de la nariz, en la
intervención o decoración y tatuaje corporal, en el oropel de las livianas
fantasías, en los barroquismos de los contrastes, en los colores sin vida y en
los gustos chocantes ante el buen gusto único que sólo se manifiesta en la
medida que solapa y oculta -¡y ya no puede!- la injusticia, la
pobreza, la muerte, las lacras, las desigualdades como una condición casi
natural y eterna de nuestro estadio mediocrático cultural.
El
individuo casi sintiéndose escoria de una sociedad que ya no ofrece salidas y a
falta de elecciones y de deberes y derechos que cristalicen y reformen, o que
aspiren a una cruel sinceridad de los límites de su suerte y condición
política, asume la moda, como complemento de la sucesión de la vida, esa
condición faltante para ejercer la elección y desplazar y empuñar la cercanía
de la muerte por indiferencia a la política virtualizada y chata: abstracción
que no se mezcla –y siempre es vista desde lejos- ya para sus vidas, ante la
trampa mortal del ser estático de la nada política, asume la avalancha de
naderías externas y de las pequeñas diferencias que forman la moda. Ante la
fatua gloria del mundo abstracto institucional y financiero su negación se
cruza con otra abstracción pero de corte sensitivo y estético, la de la moda;
todo ello nos da una emoción de la presencia y significación simbólico social
en la capa del placer individual; rechazo a lo obsoleto y conjuro ante nuestras
sociedades del vacío y de la ¿trasparencia? En un tiempo en que las
estructuras jurídicas y de legitimidad están a la deriva y no funcionan, las
casi inertes democracias encuentran el respaldo del cauce mediático,
proponiendo como condición existencial al continuo cambio girando en un círculo
cerrado. Al no encontrar que la representación del teatro de los políticos no
devuelven la esperanza y tampoco se establece un piso más firme pero dinámico,
menos brutal y más acogedor, borrando los pocos gestos humanos, esos electores
nos muestran que su acción votante está, gracias a la continua medida bien
administrada de frustración constante, más cercano a la seducción de las
pasarelas mercantiles de los oropeles y telas, a los gustos alimenticios y
looks que en mirarse y reflejarse en la cara sería -y verazmente cínica- torpe
y gris de la constante política gerontocrática de nuestros mundos
latinoamericanos. Se busca refugio en la individualidad y en la ética hedonista
de la 'estetisación' de nuestra corporeidad.
VI
La
publicidad y la presencia de la moda no sólo domina nuestra visión de mundo,
sino que hace de lo efímero nuestra certeza sensible, llena nuestros oídos,
determina, en forma urgente, nuestra estética moral, nuestras miméticas
conductas y hasta preconiza un sentido de la idea del bien individual y social.
La paleolítica corteza política aún cree que estamos esperando su última
palabra para saber de cómo va la política, ciegos, nos hablan de los colores
del mundo cuando nosotros hemos integrado, inventado y despertado nuestras
vidas a los colores que nos significan y emocionan sin tener que pedir permiso
de la ¿gran? política. Los intersticios de la micro política tienen
sus matices y sus refugios donde constituimos y construimos la vida.
Si
bien la lógica de las sociedades modernas han hecho posible en reducidos grupos
humanos saltar la cerca de las necesidades vitales primarias, ellas han visto
llenar su pecho con otras necesidades nuevas y llenas de artificio; una espuma
simbólica e icónica que constituye toda una constelación coreográfica de las
necesidades, que van desde el estatus, prestigio, ocio, cultura hasta la
información, imágenes, confort, mitos, ritos y sueños: tornándose toda esa
colección en un marco mínimo vital antropológico, independientes de toda
necesidad primaria o con la subsistencia biológica; ellas más bien dejan de ser
secundarias y obtienen la primera fila en la serie de las necesidades humanas.
Topándonos frente a una sociedad que registra sólo un mínimo de preocupación
por construir un bien social y que garantice un respiro a la dignidad para sus
integrantes, los recursos de lo efímero, de los medios, de los simulacros, de
los cambios de escenarios electrónicos que nos inundan como virus inmortal de
lo instantáneo y vital a la vez, presentando su subsistencia y la garantía de
una cohesión social aferrada a lo virtual. Desde hace siglos está presente en
Occidente el olvido de la polis: lugar donde alguna vez los ciudadanos se
reconocieron como agentes de la existencia y dirección del conjunto social. La
polis se ha trasladado a una sociedad del escaparate electrónico, de la vitrina
virtual y del precio. Las leyes subterráneas imperantes no son dictadas por las
relaciones ciudadanas sino por los artífices -a veces geniales, hay que
reconocerlo- de la moda y toda su corte de los milagros que proporcionan de
estación a estación lo emblemático para respirar y permear entre los aires de
las épocas estacionales.
VII
Más
que hablar de un ethos social, de un ser social, podemos arriesgarnos hablar de
un hedoné social o de un no-ser social y de un ser asocial políticamente
presente desde hace un tiempo. ¿Marginal político?, un elector que
ya no le importa su voto, un apartidista nato, un individualista consciente de
sus gustos, de sus gastos imprescindibles, reunido con lo externo por el
imperio de lo cambiante modal en tanto recurso que atrapa una vida -su vida- y
le da cierta "distancia y categoría" sin otro brillo y aptitud de
movilidad e integración comunitaria, que concibe su integración a partir del
círculo de la exhibición simbólica que le presta -periódicamente o
generacionalmente- los signos de la moda.
Inexistente
para ocupar un lugar en el ser de una comunidad se llena por el soplo de lo
simbólico presente en un ser integrado en la vivencia diaria de la imaginación
y del mundo onírico que procura como alimento en sustitución al sentido del
arraigo; su ser en el mundo es una exhibición y muestreo en y para todo el
mundo. Donde el sentido del arraigo en el individuo, posiblemente hoy, hasta
puede conducir a la muerte espiritual de ese individuo. El imperativo
categórico, el deber-ser, está absorbido por el cambio y el grado de intensidad
hedonista como condición de nuestra definición y voluntad de lo bueno
individual y social.
Ello
parte desde la nueva idea de progreso adoptada por la sociedad inscrita en la
globalidad. Con ella se cambió la lógica de la producción industrial por una
lógica del consumo, de un conjunto de necesidades y de subsistencias locales
por la platina del confort y de la moda agarrados a los múltiples canales
coaxiales de la aldea ciberespacial.
De
igual forma vemos que después de un siglo la industrial del lujo no será
representativa de una elite. Ha cambiado mucho desde la aparición de las
tiendas especializadas de la alta costura francesa, como aquella creada por
Charles-Fréderiik Worth en 1857, que convierte una empresa de creación de
confecciones selectivas, de sedería original y de artilugios lujosos de
inusitada novedad en un espectáculo publicitario dado en determinados
escenarios. Lipovetsky (3) ha dicho que con él se inicia lo que será la moda en
el sentido actual del término, poniendo en práctica el doble carácter que la
constituye: autonomización del hecho y del derecho del modisto-diseñador,
expropiación correlativa del usuario por lo que respeta a la iniciativa de la
indumentaria (4). Hasta ese momento, el sastre, el diseñador o el modisto nunca
dejaron de trabajar en relación directa con el cliente, de tomar sus
sugerencias, de aceptar sus dictámenes: en mutuo acuerdo elaboraban el atuendo
(5). Con Worth se adquirirá el derecho soberano de la libertad creadora y de la
autoridad artística; la moda y sus creadores de ser subordinados pasan a
esgrimir su propia voluntad creadora.
Pero
también ocurre que la alta costura subsiste sólo si transita hacia la costura
industrial; ya no se define y se diseña para satisfacer sólo a un reducido
espacio geográfico clientelar y a una presencia mínima del gran porcentaje que
le abre los mercados. Su mira está en los amplios pastos donde se citan los
potenciales consumidores de nuestros siglo de masas. No es la búsqueda de la
exquisitez, sino su democratización lo que persigue. Si bien no abandona del
todo las peticiones de la clase ociosa y de consumo conspicuo de la que nos
habló el economista norteamericano Veblen, donde las conductas del derroche
terminaban convirtiéndose en algo necesario para la vida, ahora busca
internarse en las posibilidades de las elecciones y las libertades de las
mayorías, separadas del registro estatal y afianzadas en los hábitos de lo
efímero. Para los creadores de la moda no sólo cuenta la materia prima y sus
aledaños, las telas y los diseños, el gusto y cierto sentido de perfección o
imperfección consciente, de las asimetrías y las combinaciones de texturas, de
talles y de formas; al fin y al cabo, sabemos que toda ella va a estar
constituida de variaciones en el seno de una serie conocida; su mirada está
colocada en esas mayorías y sus posibles demandas, sus porcentajes de compras,
en la inoculación de nuevos hábitos y deseos que cautiva y monopoliza toda esta
industria pareciendo sostener el rumbo ciego del loco barco sin timón de
nuestras sociedades industriales emplazada dentro de una muy sui géneris
democracia. Las casas de modas tienen su vida limitada por el dictado del
termómetro de la aceptación de las mayorías que son quienes, como ya diría
Ortega y Gasset en 1929, permiten el acceso a "los lugares preferentes de
lo social".
De
ahí que digan que la industria de los estilos, de las formas, de los lujos
desvalorizados puede entenderse como un lenguaje cercano a lo político y al
lúdico reinado del simulacro social. La moda como aquella cartera que retenía
únicamente la condición y símbolo de un estatus, se nos presenta como toda una industria
liviana de la imaginería que proporciona una mitología, introduciéndose en la
historia de la evolución de todos los estamentos sociales
Nuevos
modelos de sociabilidad, de diferenciación, de comunicabilidad y de
conflictividad; es pauta de comportamiento, instaura toda una gramática de la
comunicación citadina; acobija aspiraciones psíquicas estéticas y morales para
el individuo integrado en una mayoría reglamentada y que ha sufrido una
serialización de los deseos. Bien se ha hablado que en nuestras sociedades, y
en el nuevo nivel de la civilización mediática que se nos impone, las
diferencias que en el siglo XIX estaban representadas únicamente por los
niveles económico no son ya las determinantes para el gusto como sí lo son las
distinciones que proveen las constelaciones simbólicas e icónicas. Dime qué
símbolos consumes y te diré qué gustos tienes. Hace tiempo que Baudrillar
señaló que "los criterios de valor y de diferenciación se han trasladado a
lugares distintos a los de la renta o la riqueza. Los signos internos de los
nuevos privilegios vienen inscritos en la ocupación de los espacios de decisión
de poder, manipulación cultural, control y estructura de responsabilidades,
monopolio de cierto estilo consumista: son los signos del privilegio actual,
ocupando el lugar que tuvo antaño el dinero en tanto signo externo". No se
aspira a mostrar tanto las diferenciaciones económicas como sí la aspiración al
prestigio; hoy lo determinante, aparte del juego de los estilos para el libre
desenvolvimiento del individuo, está en las distinciones culturales que
conforman cierto mapa de nuestra existencia individual.
Viendo
que la moda ha unido al homo frivolus y al homo religiosus podríamos afirmar,
como se ha dicho de la religión en estos tiempos de crisis, que la mejor moda
es aquella que uno mismo se da; sobriedad y comodidad respecto a la moda pues,
como refieren los versos de nuestro amigo y poeta Reynaldo Bello: "Clavan
veracidades / en el concreto, / en los pechos, / y en un leve viento, / apenas con
rozarlas/ las extrae...
Notas
(1)
Barthes, R.: 'El grado cero de la escritura. Ensayos críticos'. Siglo XXI,
México 1978. P.236.
(2)
Forrester, Vivian: 'El horror económico', F.C.E. México, 1997.
(3)
Lipovetsky, Gilles: 'El imperio de lo efímero', Anagrama, Barcelona 1993,
p.103.
(4)
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(5)
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FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN BIBLIOGRAFIAS: Nombre del autor: título del artículo, en Revista
Latina de Comunicación Social número 5, de mayo de 1998; La Laguna (Tenerife),
en la siguiente URL: http://www.lazarillo.com/latina/a/89moda.htm |