[Enero
de 2000]
(2.505 palabras -
10 páginas)
Lic.
Enrique Rodríguez López ©
La
identificación total entre un hombre y una ciudad es un signo de superior
cultura. La ciudad es una segunda naturaleza, la naturaleza creada por los
humanos, que la hacen más habitable que la otra. Para el hombre de ojos y oídos
abiertos, la ciudad es en grande el espejo del vientre de la madre, que es
donde se siente vivir de veras el enraizado a fondo en su tierra.
Gastón
Baquero,
1991
Ya estamos en el
año 2000 y si analizamos lo sucedido en la segunda mitad del siglo XX con la
intención de buscar algo que sea definitorio de esta época, seguramente lo más
recurrente sería fijarnos en los avances tecnológicos, en la importancia de las
comunicaciones en el mundo actual o en la inmediatez en la transmisión de la
información de cualquier punto de la Tierra a otro en las antípodas. Sin
embargo, ni la velocidad ni los desastres ambientales serían ejemplos tan
paradigmáticos como el fenómeno de la urbanización en que se encuentra inmersa la
humanidad en este final de siglo.
La aparición de
nuevos núcleos urbanos y la progresión desmesurada, sin control de los ya
existentes, sobre todo en las últimas décadas, ha significado un cambio muy
radical en la larga evolución del crecimiento de las ciudades. Hasta finales de
la pasada centuria el desarrollo urbano era inherente al desarrollo industrial
de los países europeos y de los Estados Unidos. Las primeras ciudades
millonarias Londres, París o Nueva York son un ejemplo claro de esta relación.
El crecimiento de las ciudades en el primer cuarto de este siglo era mucho más
atenuado que en este final de siglo. Hasta el año 1920, sólo 24 ciudades
superaban el millón de habitantes y todas, excepto una, estaban situadas en las
zonas templadas del planeta.
Para fecha tan
señalada como la del año 2000, los dos tercios de la población del mundo vivirá
en las ciudades de más de 100.000 habitantes. El 20% de la población lo hará en
ciudades de más de un millón de habitantes. También para esta fecha se podrán
contar ya 57 megaciudades, 42 de ellas en el Tercer Mundo. Es probable que 25
ciudades superen los diez millones de habitantes y ciudad de México alcance los
30 millones de habitantes, Sao Paulo 26 millones y Bombay los 16 millones. La
mayoría de estos núcleos urbanos estarán en países del Tercer Mundo[1]
(1). Las corrientes migratorias del campo a la ciudad en este final de siglo XX
no tienen equivalente en la larga historia de la humanidad.
Este crecimiento
de la población en los países con menos recursos ejercerá una presión muy
fuerte sobre campos determinados como la sanidad, abastecimiento de recursos
básicos caso el agua o de los alimentos, sanidad pública, empleo, vivienda y
educación. Las inversiones de los países subdesarrollados, con recursos
económicos escasos, en estas materias tienen que ser muy significativas, aunque
los rendimientos que se van a obtener serán muy bajos. Se calcula que los
países menos desarrollados tendrán que incrementar más de un 65% sus servicios
actuales hasta el año 2000 para igualar los niveles per cápita del año 1975[2]
(2).
No es mi
intención hacer un análisis exhaustivo del crecimiento de las ciudades, ni
siquiera del fenómeno de la emigración, tan ligado a las ciudades, pero sí es
conveniente indicar que ese proceso de crecimiento no es homogéneo, sino que
afecta fundamentalmente a los países del Tercer Mundo, allí donde las
condiciones del mudo rural son más extremas, hasta el punto de expulsar a la
población, aún sabiendo que la esperanza de mejora de condiciones de vida en la
ciudad son remotas. En la mayoría de los casos la aventura de marchar a la
ciudad y mejorar sus condiciones de vida es como el intento de los navegantes
por alcanzar el horizonte, cuanto más se acercan a él, más se aleja éste.
El género humano
busca en la ciudad su razón de existir. Abandona el mundo rural por la
incapacidad para subsistir en él y marcha hacia un destino incierto.
Con estos
antecedentes, en un futuro no muy lejano no hablaremos de ciudades, sino de la
ciudad, una única urbe: Geópolis. Crearemos un planeta urbanizado, saldremos de
un núcleo urbano para entrar en otro pero no habrá discontinuidad en la imagen
a percibir. La uniformidad será la característica más destacada de estos
núcleos. En los intersticios que queden entre los núcleos cada vez más
densamente poblados, guardaremos como reliquias del pasado campos sin cultivar,
viejas granjas abandonadas o convertidas en lugares para turistas. El paisaje
será una suma de lugares a proteger. La actividad agrícola tradicional o el
pastoreo serán como estampas para ilustración de jóvenes que oirán a sus
abuelos viejas historias sobre su vida en el campo y verán documentales de este
planeta de la época en que Geópolis no existía pero que había un conjunto de
núcleos dispersos por la superficie de la Tierra y a todos los llamaban
ciudades.
Javier Echeverría
cuando habla de su Telépolis echa mano de un recurso metafórico para hablar de
la nueva reestructuración del espacio social, y lo hace de la siguiente manera:
Supongamos una
transmutación geográfica en la que las regiones geográficas clásicas,
representadas tal y como aparecen en los planos, quedaran reducidas a simples
manzanas de casas en una ciudad, los países se convertirían en barrios, y las
cordilleras, ríos, océanos y restantes fronteras naturales pasaran a ser
simples líneas divisorias entre unos barrios y otros. En virtud de la misma
transformación topológica podríamos concebir que un vuelo transoceánico
equivaliese a pasar un puente sobre un río caudaloso; recorrer un desierto, una
selva o una cordillera sería como atravesar un solar no edificado, un parque o
una muralla medieval; la travesía del canal de la Mancha por el túnel será un
viaje similar a tomar un tren de metro que vaya de la Rive Gauche a la Rive
Droite en el París actual.
[...] Algunas
zonas de África o de Siberia serían polígonos que quedan todavía por urbanizar
y construir, la deforestación del Amazonas podría ser comparada al proyecto de
edificación de una urbanización de lujo y la Antártida sería el gran lago de la
ciudad.[3]
(3)
Esta nueva
realidad que nos espera exige nuevas formas de relación que ya son realidad. El
tele-trabajo, el tele-ocio convierten los espacios domésticos en espacios casi
transparentes.
Las nuevas
tecnologías y la velocidad, paradigmas de este final de siglo, comprimen las
distancias. El mundo se hace cada vez más pequeño y aprehensible. Ver amanecer
seis veces el mismo día hoy sólo es posible para los tripulantes de la nave
Discovery, en muy pocos años se puede convertir en una actividad casi cotidiana
para muchos geopolitas.
La expansión de
Geópolis va a significar la desaparición de la ciudad tal y como la entendemos
en la actualidad o como la ha descrito Lewis Mumford[4]
(4), "el lugar de lo posible". La Lisboa de Cardoso Pires[5]
(5), La Habana de Carpentier[6]
(6) o el Montevideo de Benedetti[7]
(7) y la de tantos escritores que han tomado la ciudad como referencia para sus
obras, puede que se queden en meros recuerdos. Serán lugares protegidos y que
formarán parte de los lugares turísticos a visitar o pervivirán en las páginas
de los libros.
Se va a vivir en
un continuum urbanizado sin identidad, con perfiles desdibujados. En definitiva
en lugares, o mejor son no lugares, tal y como los define Marc Augé[8]
(8), sin potencial para transmitir, pues la capacidad de comunicación que tiene
la ciudad como realización humana, entendiendo la ciudad en la acepción que
atiende más a los aspectos cualitativos de la misma que la que tiene que ver
con la ciudad como lugar construido. Pura geometría.
Vivir la ciudad
es una experiencia vital que se desarrolla en un grupo social determinado. De
esta experiencia, de las influencias recibidas se crean unas expectativas que
son las que configuran las ciudades, las ciudades del pensamiento que cada uno
construye y vive como suya. Es la Zora de Calvino.
Zora tiene la
propiedad de permanecer en la memoria punto por punto, en la sucesión de sus
calles, y de las puertas y ventanas de las casas, aunque no hay en ellas
hermosuras o rarezas particulares. Su secreto es la forma en que la vista se
desliza por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se
puede cambiar o desplazar ni una nota[9]
(9).
Las expectativas
creadas se materializan en la tramoya que es la ciudad, allí se desarrollan
nuestros papeles, nuestras vidas toman vida en ese escenario que es la ciudad.
El decorado no es
inocuo, tampoco tiene un carácter determinista, pero sí que condiciona nuestras
vidas en alguna medida. Los que tenemos la suerte de vivir en ciudades
aprehensibles, ciudades con dimensiones humanas, donde las calles todavía
sirven para caminar y no son lugares de tránsito para el traslado de un lugar a
otro a gran velocidad, asociamos nuestras vivencias, nuestros momentos de
felicidad o de dolor a ese escenario. Las calles de esas ciudades conservan
ritmos antiguos, pausados y han observado el ir y venir de los ciudadanos que
moraban en ellas. Fachadas de edificios que guardan secretos de sus moradores y
que han resguardado con la sombra que proyectaban a los transeúntes. Las
esquinas si pudieran hablar contarían de parejas que allí han hecho un alto; de
conversaciones de conspiradores o de los suspiros de galanes a la espera de sus
amores.
¿Tendrán los
geopolitas la suerte de vivir estas experiencias? ¿Convertirán los geopolitas
diseñadores de la ciudad en un no-lugar? ¿Desaparecerán las chimeneas y los
campanarios como los mástiles de la ciudad tal y como lo vio Baudelaire[10]?
(10) ¿Qué quedará de los pliegues sinuosos de la vieja ciudad
Sin ser
pesimista, o por lo menos no en grado sumo, va a ser difícil que Geópolis
crezca y se desarrolle respetando aquellos lugares que articulan la memoria
individual y colectiva. Se perderá la tramoya que ha acompañado la vida
cotidiana de generaciones porque lo que estamos observando nos lleva a mantener
esta afirmación. No se crea la ciudad a partir de lo construido sino sobre lo
construido.
La ciudad en
esencia es comunicación. Toda ella es susceptible de convertirse en mensaje
para sus habitantes, para los visitantes o para los simples turistas que la
visitan fugazmente y se quedan de ella con lo superficial, a veces sólo lo
banal.
El trazado, la
trama de sus calles es la manifestación más antigua de esa comunicación. Cuando
la urbe se recoge entre las murallas que la resguarda, el dédalo de calles que
en algún momento de su pasado aturdió a los posibles invasores dibuja un plano
aparentemente caótico, pero reconocible por sus moradores. Es como si
pretendiera esconderse a la vista de los extraños. Las tramas rectilíneas que
se cortan en ángulo recto parecen tener un carácter más abierto, más de cara a
los forasteros. Su linealidad recuerda los antiguos campamentos romanos. En
definitiva ya nos cuentan algo de la identidad de esa ciudad y de la intención
de sus moradores.
Alejo Carpentier
nos cuenta en su ‘Ciudad de las Columnas’ cómo Humbolt se quejaba de lo mal
trazadas que estaban las calles de La Habana y ante esa queja la explicación
que Carpentier da a ese mal trazado es la siguiente:
Parece dictado
por la necesidad primordial -tropical- de jugar al escondite con el Sol,
burlándole superficies, arrancándole sombras, huyendo de sus tórridos anuncios
de crepúsculos, con la ingeniosa multiplicación de aquellas esquinas de fraile
que tanto se siguen cotizando aún ahora, en la vieja ciudad de los que fuera
intramuros hasta comienzos de siglo[11]
(11).
Más adelante
añade:
Mal trazadas
estarían, acaso, las calles de La Habana visitadas por Humbolt. Pero las que
nos quedan, con todo y mal trazadas como pudieran estar nos brindan una
impresión de paz y frescor que difícilmente hallaríamos en donde los urbanistas
conscientes ejercieron su ciencia.
No podríamos
encontrar mejor ejemplo para comprobar la capacidad de comunicación de la
ciudad. La necesidad de sus moradores es la que construye y da forma a la
ciudad, amolda el espacio a sus necesidades cotidianas.
Las plazas, los
monumentos, los edificios con sus fachadas, que es lo que pertenece realmente a
la ciudad y sus ciudadanos son como textos en los que se puede leer la ciudad.
Sirven tanto al morador habitual, al viajero o al turista como referencias.
Cada uno de ellos hará un uso diferente y las distintas lecturas será el
compendio de las ciudades vividas desde la experiencia de cada uno.
En Geópolis se va
a perder la diversidad y riqueza de formas. Los elementos identificativos y
diferenciadores van a desaparecer porque su construcción se va a hacer a partir
de las ruinas de la ciudad del pasado y no como prolongación de ella.
Seguramente todos querríamos que Geópolis se construyera como se construye
Zaira.
Inútilmente,
magnánimo Kublai, intentaré describirte a Zaira, la ciudad de los altos
bastiones. Podría decirte de cuántos peldaños son sus calles en escalera, de
qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de cinc cubren los techos;
pero ya sé que sería como no decirte nada. La ciudad no está hecha de esto,
sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su
pasado[12]
(12).
No puedo negar
que cuando escribo sobre la ciudad y su futuro me embarga un cierto pesimismo,
pero no creo que haya dibujado el peor de los escenarios posible.
Independientemente del mayor o menor grado de pesimismo tenemos que hacernos la
pregunta de que nos espera en el futuro con respecto a la ciudad.
Creo que es
evidente que a los flujos propios de la globalización hay que oponer elementos
que frenen esa dinámica que nos iguala que nos uniformiza por la permanente
erosión de nuestras señas de identidad. En algún lugar tendremos que poner el
énfasis para que los indicadores culturales diferenciadores pervivan y no
queden sumergidos ante la avalancha que se nos viene encima con el patrón
único.
A los grupos
sociales con capacidad para enfrentarse a este proceso les espera un largo
camino por recorrer. En primer lugar reconocer claramente donde estamos y hacia
donde vamos, es decir tomar conciencia de la realidad en la que estamos
inmersos todos los ciudadanos. En segundo lugar hay que abogar por una reactivación
de la conciencia colectiva con el fin de no perder, el algunos casos de
recuperar, aquellos elementos de nuestra cultura que han caído en el más
profundo de los olvidos.
La capacidad de
influir en la creación de la ciudad va a depender de la reactivación de la
conciencia colectiva de. La que nos puede permitir recuperar nuestras ciudades,
convertirlas en lugares para vivir y recordarnos que el camino más corto entre
dos puntos para el ciudadano que quiere una ciudad para vivir no es la línea
recta sino el más hermoso.
(1) ZARZA,
Daniel/ ALONSO, Luis Felipe: Ecología y vida: Salvat. Barcelona, 1991, Vol. 5
p.
(2) BARNEY,
Gerald (director del estudio). El mundo en el año 2000. Informe Técnico.
Tecnos. Madrid, 1982, p. 58
(3) ECHEVERRÍA,
Javier: Telépolis. Ensayos/Destino. 3ª ed. Barcelona, 1995, p.20
(4) MUMFORD,
Lewis: La Ciudad en la
Historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas. Buenos Aires.
Ediciones Infinito, 1979
(5) CARDOSO
PIRES, José: Lisboa. Diario de a bordo. Voces, miradas, evocaciones. Alianza
Editorial. Madrid, 1997
(6) CARPENTIER,
Alejo: El amor a la ciudad. Alfaguara. Madrid, 1996
(7) BENEDETTI,
Mario: Geografías. Alfaguara bolsillo. Madrid, 1994
(8) AUGÉ,
Marc: Los "no lugares". Espacios del anonimato. Una antropología de
la sobremodernidad. Gedisa Editorial. Barcelona, 1998
(9) CALVINO,
Italo: Las ciudades invisibles. Siruela bolsillo. 4ª ed. Barcelona, 1996, p. 30
(10)
BAUDELAIRE, Charles: Las flores del mal.
Alianza editorial. 7ª reimpresión. Madrid, 1994, p.
(11)
CARPENTIER, op. cit. p. 102
(12)
CALVINO, op. cit., p. 25
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN
BIBLIOGRAFÍAS:
Nombre
del autor, 2000; título del texto, en Revista Latina de Comunicación Social,
número 28, de abril de 2000, La Laguna (Tenerife), en la siguiente dirección
electrónica (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/aa2000sab/118enrique.html
Revista Latina de Comunicación
Social
La Laguna (Tenerife) - abril de 2000 - número 28
D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 – 5820 (año 3º)
http://www.ull.es/publicaciones/latina
[1] ZARZA, Daniel/ ALONSO, Luis Felipe: Ecología y Vida: Salvat. Barcelona, 1991, Vol. 5 p.
[2] BARNEY, Gerald (director del estudio). El mundo en el año 2000. Informe Técnico. Tecnos. Madrid, 1982, p. 58
[3] ECHEVERRÍA, Javier: Telépolis. Ensayos/Destino. 3ª ed. Barcelona, 1995, p.20
[4] MUMFORD, Lewis: La Ciudad en la Historia. Sus
orígenes, transformaciones y perspectivas. Buenos
Aires. Ediciones Infinito, 1979
[5] CARDOSO PIRES, José: Lisboa. Diario de a bordo. Voces, miradas, evocaciones. Alianza Editorial. Madrid, 1997
[6] CARPENTIER, Alejo: El amor a la ciudad. Alfaguara. Madrid, 1996
[7] BENEDETTI, Mario: Geografías. Alfaguara bolsillo. Madrid, 1994
[8] AUGÉ, Marc: Los "no lugares". Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Gedisa editorial. Barcelona, 1998
[9] CALVINO, Italo: Las ciudades invisibles. Siruela bolsillo. 4ª ed. Barcelona, 1996, p. 30
[10] BAUDELAIRE, Charles: Las flores del mal. Alianza editorial. 7ª reimpresión. Madrid, 1994, p.
[11] CARPENTIER, op. cit. p. 102
[12] CALVINO, op. cit., p. 25