Graciela Ganzález de Tapia
José de Tapia introdujo, junto a otros, las Técnicas
Freinet en España, más tarde, con el exilio, ya en México fundóm junto a
Graciela una escuela que revolucionó el modo de entender la educación.
Graciela, desde allá nos relata la construcción de la escuela Freinet en
México.
Escuché el nombre de Celestin Freinet por primera vez
allá por el año de 1956. Una compañera de estudios que se iba a Francia me
dejaba en la mano, antes de irse, algunos cuadernillos con impresos infantiles
y un ejemplar del libro de Herminio Almendros “La imprenta en la escuela”.
Quien ha leido este libro sabe lo emotiva que puede ser la pedagogía. A través
de sus páginas cargadas de afecto aprendí que hubo alguna vez un maestro rural
francés de sensibilidad exquisita que supo escuchar a sus alumnos, que supo
fomentar en ellos la libre expresión de las ideas y que desarrolló una
filosofía escolar basada en la apertura, en el sentido común, y en un gran amor
y respeto por los niños. Leía sobre la clase-paseo y sentía el contacto con lo
natural, leía sobre textos libres y asimilaba la libertad de palabra,
observaba los dibujos que describían las prensas, y esto se traducía en un ser
y hacer diferente a lo que estaba acostumbrada. Inútil decir cuánto me
inquietó esta lectura. Como el granizo sobre el tejado sus conceptos
repiqueteaban en mi conciencia y no me dejaban enseñar en paz. Sentí la
necesidad y la obligación de cambiar mis métodos, de impregnarme del espíritu de
Freinet, de percatarme posteriormente, con la, puesta en marcha de todo aquello
que me sugerían mis lecturas, de un florecimiento de mis alumnos muy especial
y este florecimiento nacía de la mayor participación y de la más libre y
espontánea creatividad que los hacía cada vez más independientes y al mismo
tiempo más responsables.
Quién me hubiera podido decir, en aquella época, que el
hombre que inspiró veintitantos años atrás el libro de Almendros, libro que
cambió el curso de mi quehacer profesional y de mi vida, llegaría a ser mi
esposo: el maestro José de Tapia.
Tapia, nacido también en el año 1896, como Freinet, había
concluido sus estudios de normalista en Córdoba, su ciudad natal, en 1913. Por
el año 1929 era el maestro de Montoliú, un pueblo leridano de 500 habitantes a
8 km. de la capital. Él, al igual que otros maestros de pueblos vecinos, era
hombre de una sola pieza, muy comprometido con su comunidad, y con una vocación
de maestro excepcional.
Una vez a la quincena, o al mes, solían reunirse todos
para ver trabajar al maestro del lugar, y criticar entre todos su trabajo, una
vez en Montoliú, otra vez en Pugiber, rozando por los pueblos donde laboraban
los integrantes del grupo. Se comprenderá que con esta rutina de mejoramiento
docente, no quedaba más remedio que ser un gran maestro. Además, después de la
crítica y
de la comida, entre todos os maestros del grupo
realizaban mítines haciendo un llamado a los pueblos para comprometerlos con la
educación.
Herminio Almendros era el inspector escolar de la región,
y estimaba la labor que estos maestros realizaban, más que todas, la de José
de Tapia. Había escrito en su cuaderno de visitas lo siguiente:
He aquí una escuela, un maestro, justamente
engastados en la obra de educación del pueblo que persigue nuestra República.
Quizás no haya visitado ninguna otra donde el trabajo se
acompase tan adecuadamente al espíritu de nuestra época y al aliento de renovación
de la escuela, como en esta de Montoliú de Lérida.
Si todos los maestros españoles tuvieran el emocionado
sentido de la educación popular, y la clara visión que José de Tapia tiene de
su responsabilidad en el destino de las nuevas generaciones, la obra y el
destino de la España que nace alcanzarían la categoría de ejemplares.
Es incomprensible que antes de ahora no se hayan advertido
y declarado la excelencia de la labor de esta escuela, y el mento
singular de este maestro.
Ante esta clase -niños y maestros entusiasmados con nuevas
técnicas escolares, en cooperación de motivadas actividades- he de declarar
que es aquí donde he visto un humilde, pero verdadero, ensayo de renovación de
la escuela.
Por esto y por ofrecer al Sr.Tapia tan sólo sea, la
justicia del reconocimiento de su ejemplar obra de maestro, le expreso aquí un
sincero voto de gracias.
Montoliú a 5 de diciembre de 1932.”
Tal vez fue por esto que Almendros, cuando trajo de
Francia una prensa de Freinet, para escribir un libro sobre la imprenta en la
escuela, pundonoroso como era, no quiso escribir sobre esta técnica sin haberla
experimentado primero, y pidió a Tapia que hiciera algunos ensayos con los
niños para comprobar los resultados. Fue así como Tapia se convirtió en el
introductor de la técnica Freinet en España, y quedó fascinado con la
experiencia por el interés y deseo de participar que suscitó en los niños, por
la motivación tan auténtica que representaba imprimir los textos infantiles.
Evidentemente, Tapia hizo partícipe a su grupo de las
bondades de la técnica, fundamentalmente a Patricio Redondo, el maestro de
Pugiber y pronto crearon, junto con Almendros, la Cooperativa Española de la
Técnica Freinet, para difundir esta nueva forma de expresión escolar por toda
la región catalana.
Años después la guerra civil acabaría con los brotes de
esta pedagogía en España. El exilio español los llevaría a México, donde la
técnica se desarrollaría de nuevo a través del trabajo de algunos de aquellos
esforzados maestros.
Tapia no llegó a México con los exiliados del 39. Tuvo que
pasar primero por los campos de concentración de Argeles, Barcares y SaintCyprien.
Luego, como leñador y carbonero en zona alemana, y de guerrillero durante la
Resistencia. Al término de la Segunda Guerra Mundial, Francia quedó liberada
de los nazis. Tapia volvió al trabajo remunerado. ¿Cómo maestro? No, qué va...
Como hornero, maletero, barrendero, bruñidor... Finalmente supo que Patricio
Redondo, su gran amigo, logró establecerse en México y creó la Escuela
Experimental Freinet de San Andrés Tuxtla, en tierra veracruzana. Comenzó el carteo,
cargado de
recuerdos y nostalgias. Por el año de 1948, sus cartas se
cruzaron:
- Tapia, ¿te
quieres venir a México?
- Oye Patricio,
¿podría ir a México?
Patricio se puso a trabajar de inmediato y a poco logró la
entrada de Tapia al país, con dos de los suyos, como visitante, y con la
obligación de radicar junto a él, quien, a su vez, respondería por los Tapia
frente al gobierno de México. Fue hasta entonces que Tapia pudo volver a
trabajar con niños. Atendía la clase de ciencias naturales en toda la escuela,
y contaba con los alrededores del pueblo, más la flora y la fauna de la región
de Los Tuxtlas, para sus clases paseo. ¡Jamás antes estudió con los niños un
tigrillo! Hizo planes con Patricio para ampliar la escuela, abrir tal vez un
internado para recibir chicos de la región, involucrarse los dos en una obra...
pero nada de eso fue posible. Dificultades de toda índole, fundamentalmente
económicas, echaron por tierra el proyecto.
Al poco tiempo, ya con calidad de inmigrante. Tapia y su
familia optaron por dejar San Andrés Tuxtla y radicar en la ciudad de México.
Por el año de 1955 Tapia conoció a los antropólogos
Ricardo e Isabel Pozas, quienes trabajaban con el Instituto Nacional
Indigenista. El problema que enfrentaban los Pozas era la castellanización de
los indígenas mazatecos de Temazcal, conforme a los métodos tradicionales del
Instituto: alfabetizar en la propia lengua y castellanizar después. Y la
dificultad era enorme porque, como el chino, el idioma mazateco es tonal. Según
el tono con que se pronuncien, cambia el significado de las palabras, ¡y los
tonos son cinco!
El Instituto decidió proceder de otro modo con los
mazatecos, máxime que era imperativa la pronta castellanización, ya que
serian movilizados de sus pueblos de origen, pues quedarían inundados al
concluirse los trabajos de la Dresa que se construía en la cuenca del río
Papaloapan.
Tapia propuso la técnica Freinet para la alfabetización
directa. Con tal de imprimir sus textos libres, los pequeños mazatecos
asimilaban rápidamente el español. Se pasaban buena parte del día con los
promotores bilingües que fungían como maestros bajo la dirección de Tapia
preguntando palabras y palabras y palabras, para poder imprimir en español sus
propios pensamientos y experiencias. De este modo, la castellanización era
deseada más que impuesta. En una ocasión un chico escribió: “Estoy muy triste
porque mi papá se fue de la casa y nos abandonó a mi mamá, a mis hermanos y a
mí”.
A los pocos días, se presentó el padre del chico en la escuela.
¿Con qué derecho -le preguntó a Tapia- la escuela interviene así en mi vida privada?
Tapia contestó que era al contrario, el niño metía a su
familia y su vida privada en la escuela a través de un texto. Después hablaron
de la preocupación del chico y de la angustia que manifestaba. Lo convenció de
que se ocupara de los hijos en vez de enojarse con la escuela. Hablaron mucho,
el padre se fue tranquilo y agradecido. Al tiempo supo Tapia que las cosas
habían cambiado en esa casa, incluso que el padre había regresado. Como para
reflexionar sobre el alcance que puede llegar a tener un texto libre...
Terminados los trabajos de la cuenca del río Papaloapan,
se reubicaron los pueblos fuera de lo que sería el vaso de la presa y se
abrieron las compuertas.
Los pueblos mazatecos, tales como Pescaditos de Arriba y
Pescaditos de Enmedio, entre otros, fueron cubiertos por el agua. Algunos,
como Soyaltepec, quedaron fuera del nivel de la presa y se convirtieron en
islas. Allá regresaron sus moradores. Otros indios mazatecos quedaron
irremediablemente fuera, lejos y con tierras no tan buenas como las que
perdían. El proyecto de alfabetización llegó a su fin y Tapia volvió a quedar
nuevamente fuera del campo educativo. En 1959 murió su esposa, justo cuando
ambos planeaban visitar a los hijos que habían dejado en Francia. A los pocos
meses, Tapia decidió partir solo y vivir con los hijos allá.
Un año le bastó para darse cuenta que no tenía nada que
hacer en Francia.
Para los hijos, con sus familias hechas y sus problemas
personales, era un problema más a resolver. En el campo de la docencia, a su
edad, imposible que pudiera hacer nada. Aún cualquier trabajo remunerado le
estaba vedado por el hecho de tener ya en ese momento, edad de jubilado.
En 1961 regresó a México. Se apersonó en la Secretaría de
Educación Pública, buscó a sus amigos del proyecto de alfabetización, que
desempeñaban en ese momento cargos directivos dentro del ministerio, y les
dijo:
- Ahora que murió mi mujer, y mis hijos prácticamente no
me necesitan, desearía con toda el alma volver a ser maestro rural.
Y así fue. Recordaban con tal agrado el trabajo realizado
en Temazcal, que no dudaron en asignarle, a través de la
4ª. Dirección de Educación Primaria, una escuelita del
pueblo de Santa Catarina Yecahuizotl, en la delegación de Tláhuac, que forma
parte del Distrito Federal, pero bastante lejos del centro de la Ciudad de
México. Yo fui a colaborar con Tapia en esa escuela, que estaba muy abandonada,
justamente por su lejanía con el centro de la ciudad, y donde los maestros
anteriores incluían su tiempo para llegar a la escuela como tiempo de
trabajo, de tal modo que en vez de trabajar con los niños de 8 a 13 horas,
apenas lograban hacerlo de 9 ó 9,30 a 12 horas, “para estar de regreso en el
centro a la hora de la salida”.
Lo primero que decidió Tapia fue vivir en el pueblo, para
poder estar cerca de los niños y los padres todo el día. Consiguió una
modestísima habitación y vivió con las mismas carencias que los campesinos,
pero logró reanimar la escuela. Para nivelar el avance de los niños trabajaba
con ellos obligatoriamente por la mañana y voluntariamente por la tarde, de
modo que la escuela permanecía abierta todo el día para los niños que quisieran
asistir y estudiar. Llegó a la escuelita de Santa Catarina mi prensa Freinet,
materiales diversos de lectura, algún otro para artes plásticas... Teníamos una
parcela de alrededor de una hectárea y en vez de cooperativa organizamos a los
niños como una asociación de jóvenes campesinos. El trabajo fue bueno, los
chicos se desenvolvieron muchísimo, padres, niños y maestros estábamos contentos,
pero... la 4ª. Dirección de Educación Primaria decidió que nuestro proyecto de
trabajo era demasiado bueno para estar tan lejos del centro y fuimos trasladados
a una escuela
citadina. Traslados y problemas, carga burocrática
absurda, mi inminente salida rumbo a Francia, el deseo de Tapia de volver al
Indigenista, nos alejaron momentáneamente del trabajo docente.
Para ese entonces, Tapia y yo habíamos contraido
matrimonio. Tal vez el cariño que nos unía era parte también del amor que ambos
profesábamos a la escuela.
De octubre de 1962 a junio de 1963, becada por el gobierno
francés para formarme como maestra de francés en el extranjero, tuve oportunidad
de llegar a la escuela de Vence, ponerme en contacto con los Freinet, realizar
un “Stage” con ellos por 15 días, y asistir al congreso de Niort además de
muchos otros contactos con maestros y clases Freinet, en Paris y en la
provincia, que me motivaban extraordinariamente. De regreso en México, hecho
el balance de lo que había sido mi trabajo Freinet en la escuela Pública,
totalmente aislada y perdida en un mar de burocracia, antes de conocer a Tapia
y con mil ideas en la cabeza a partir de lo que había visto y vivido en
Francia, propuse a mi esposo que creáramos una pequeña escuela privada, no
lucrativa y laica, donde pudiéramos aplicar la técnica con mayor libertad. Así
nació la “Manuel Bartolomé Cossío”, en donde desde 1964 se practican y se
divulgan las técnicas Freinet. Los 10 primeros años fueron de una amplia
difusión. Participamos en innumerables conferencias, mesas redondas, cursos,
talleres, y cuanta oportunidad teníamos para explicar la filosofía y la
práctica de las Técnicas, era aprovechada.
Hicimos contactos con escuelas que ya existían en la
ciudad de México, como la “Escuela Activa” y la escuela “Cipactli” que
cambiaron sus procedimientos para adecuarse a las técnicas, y se crearon otras,
una que tomó el nombre de “Patricio Redondo”, cuando él ya había fallecido y
otra, que se atrevió a utilizar el nombre de “Celestin Freinet” mientras el
maestro aún vivía.
Todas ellas, como la Manuel Bartolomé Cossío, fueron
pequeñas escuelas privadas, no lucrativas y laicas, creadas a partir de la filosofía
de los Freinet, pero algunas de ellas con características muy propias, que las
apartaban de nuestros ideales.
Fue una época en que las técnicas Freinet tuvieron una
gran difusión y se pusieron de moda, pero las escuelas no funcionan por modas,
o por teoría, ni en manos de psicólogos inexpertos u otros tan ineptos como
ellos, sino porque existe un trabajo de maestros comprometidos que aman la
profesión, y que están dispuestos a entregarse plenamente a la construcción de
una escuela.
Así que algunas de esas escuelas resultaron un fracaso y
desaparecieron. Se crearon otras, como la “Ermilo Abreu Gómez” que fundó Ramón
Costa Jou, español refugiado que perteneció a la Cooperativa Española de la
Técnica Freinet durante la República, y la “Teceltican”, la última escuela
Freinet que se fundó en la Ciudad de México en 1982, bajo la dirección de Toña
Linares, quien colaboró durante 13 años con Tapia y conmigo en la Escuela
Manuel Bartolomé Cossío.
Hasta la fecha, las escuelas Freinet que continúan
practicando en la linea que se trazaron hace tantos años, son la de Ramón Costa
Jou, la “Escuela Activa”, la “Teceltican” de Toña Linares, y la “Manuel
Bartolomé Cossío”, que creamos José de Tapia y yo, y que es la más antigua de
la Ciudad de México.
En la provincia mexicana también se crearon escuelas
Freinet: La escuela Freinet Tlamacaxqui, de Baja California; la escuela
Freinet de Cuernavaca, Morelos; la Escuela Freinet Prometeo, de Puebla, la
escuela Freinet de Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas y la escuela Freinet de Jalapa,
Veracruz son algunas de ellas, aunque no todas con tan buenos augurios como la
Experimental Freinet de San Andrés Tuxtla, que ha cumplido ya más de 50 años de
permanencia.
Hace algún tiempo fui invitada por el Profesor Fernando
Jiménez Mier y Terán, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de
México, a participar en una serie de antologías sobre educación que editaría
la Secretaria de Educación Pública.
Acepté encantada porque era una magnífica oportunidad para
seguir difundiendo nuestras queridas técnicas. Utilicé material de dos libros,
uno de Elisa Freinet, y otro, aquel de Herminio Almendros que treinta años
antes me había sensibilizado al extremo de consagrar mi vida profesional a la
técnica Freinet. Reuní y organicé los materiales, que salieron publicados baja
el título “Cómo dar la palabra al niño”. El propio Fernando Jiménez publico
material de Celestín Freinet, de “Les dits de Mathieu”, en otra antología cuyo
título fue “Una pedagogía de sentido común”
Estos libritos, difundidos ampliamente entre los maestros
de las
escuelas públicas, volvieran a realizar su cometidos.
Mucha gente me buscó para saber más sobre la técnica, a
partir de la lectura de “Cómo dar la palabra al niño”. Entre ella, un grupo
pequeño de esforzados maestros que trabajan en escuelas públicas de muy escasos
recursos, en la periferia de la ciudad de México, en zonas marginadas con
innumerables problemas. Estos jóvenes maestros, constituidos como el
Movimiento Mexicano de la Escuela Moderna, a partir de la lectura y discusión
de los libros mencionados, han trabajado esforzadamente para difundir la
técnica Freinet a través de cursos, talleres, exposiciones, y con su trabajo
personal en el aula, donde han realizado una labor ejemplar, en condiciones
muy difíciles de incomprensión de las autoridades, envidias y suspicacias de
los compañeros que no se unen al movimiento, y recursos materiales mínimos.
- “Los niños son felices, y aprenden
con gusto. Su formación es más sólida y su autoestima va en aumento. Esa es
nuestra satisfacción” dicen los maestros del M. M. E. M. dispuestos
siempre a sortear adversidades y seguir consolidando al Movimiento.
Por el año 68 nos reunimos el puñado de escuelas que
manteníamos criterios similares en lo que llamamos pomposamente I er. Congreso
Nacional de Escuelas Activas. Nos dábamos carácter de “nacional” porque
participaba la Escuela Experimental Freinet, que además de estar en la
provincia, era la escuela sede. Cada dos años realizábamos el congreso, y nos
percatábamos que habíamos crecido un poquito más, siempre como pequeñas
escuelas privadas, laicas y no lucrativas. Para el quinto o sexto congreso
tuvimos la oportunidad de instalarnos en una auténtica sala de congresos del
Centro Médico del Instituto Mexicano del Seguro Social, e invitar a maestros
de escuelas públicas. Los resultados no fueron excelentes. Mientras
algunos se mostraban verdaderamente interesados en esta
nueva forma de enfocar la educación, otros más bien se mostraron renuentes a
intercambiar experiencias y prefirieron agredir irracionalmente a los ponentes
durante la exposición de sus trabajos o durante las sesiones plenarias. Fundamentalmente
les molestaba que las promotoras fuéramos escuelas privadas, y no encausaban
su argumentación desde un punto de vista pedagógico, sino político,
echándonos en cara que para nosotros todo era fácil y bonito porque nuestros
alumnos no estaban desnutridos. Algo más o menos así.
En fin, las congresos se desorganizaron y cada quien
siguió trabajando por su lado. Más o menos 15 años después, las escuelas que sí
logramos subsistir, con la nostalgia a cuestas decidimos volver a reunirnos
para intercambiar nuestras nuevas experiencias, pero sobre todo para volvernos
a ver, todos un poco más viejos. Nos citamos en nuestra escuela, la Manuel
Bartolomé Cossío, y ahora nuestra reunión se llamó “reencuentro de escuelas
amigas”. A partir de este reencuentro, que fue en 1992, formamos una Red de
Escuelas Alternativas, otra vez de carácter nacional, con reuniones primero
semestrales y actualmente anuales, y que de nuevo está creciendo.
El próximo febrero de 1996 se realizará el VII Encuentro
Nacional de Escuelas Alternativas, y se dedicará un espacio a los dos
centenarios, el de Tapia y el de Freinet, como parte de las actividades. La
sede será nuevamente en la Bartolomé Cossío y nos preparamos ya con un gran
entusiasmo y el deseo enorme de continuar con la difusión de estas técnicas y
métodos englobados en la filosofía de la escuela moderna, y que precisamente
nos dan el carácter de escuelas alternativas.