¿POR
QUÉ AMAMOS TANTO FREINET?
“A Josep Alcobé, una de las personas que más comprendió y divulgó la
pedagogía Freinet”.
Jaume Carbonell Sebarroja
Ahora más que nunca, es necesario revitalizar las
técnicas Freinet y la educación popular, el profesorado como agente de
transformación social tiene la palabra.
La primera noticia de Freinet me llegó en la “Escola d'Estiu” de Barcelona a
finales de los sesenta. Creo que vino de la mano de Ferran
Zurriaga y un grupo de maestros valencianos que habían estado recientemente en
el sur de Francia en unos encuentros freinetianos.
Aquellas primeras Escuelas de Verano eran espléndidas islas de libertad dentro
del desierto cultural de la larga noche franquista donde las nuevas ideas eran
acogidas con inusitado entusiasmo. Así ocurrió con la pedagogía del fundador
de la Escuela Moderna.
Muy pronto volvía a reconstruirse el movimiento
Freinet en nuestro país. Primero como ACIES ‑Asociación para la Imprenta
y la Correspondencia Escolar‑ y, más adelante, como MCEP ‑Movimiento
Cooperativo de Escuela Popular‑ . La
organización se extendió como una mancha de aceite por todo el Estado, con una
particular implantación en el litoral Mediterráneo y en Andalucía.
Paralelamente, las editoriales más progresistas y
sensibles a los nuevos vientos pedagógicos se volcaron a la traducción de la
obra de Freinet. Basta recordar entre los títulos más emblemáticos la edición
de “Los métodos naturales” (1970) y de “Por una escuela del pueblo” (1972), que
posiblemente ha sido uno de los libros más leídos por varias generaciones de
maestros y estudiantes de Magisterio, ambos a cargo de Fontanella;
“Técnicas Freinet de la Escuela Moderna” (1973), de Siglo XXI; y, sobre todo,
la ingente labor de Laia quien se hizo con los
derechos para dar a conocer dos completísimas series de materiales: la BT ‑Biblioteca
de Trabajo-dirigida al alumnado; y la BEM ‑Biblioteca
de la Escuela Moderna‑ destinada al profesorado. Algunos de estos
textos, generalmente breves, como “Modernizar la escuela” y “Las invariantes
pedagógicas” abordan los fundamentos de la Escuela Moderna, aunque la mayoría
desarrollan técnicas específicas tales como el fichero escolar, los planes de
trabajo, el diario y la correspondencia. Fueron libros que se vendieron bien,
tanto en castellano como en catalán, durante los años setenta, la segunda
década prodigiosa de la pedagogía Freinet en nuestro país ‑ la primera
fue la de los años treinta‑ . Pero las ventas
cayeron en picado acabada la transición y con la reinstauración monárquica.
Freinet ya no estaba de moda y sus libros, salvo exenciones, se
convirtieron en reliquias que tuvieron que venderse a precio de saldo. Me
acuerdo que fue un momento triste para los que entonces estábamos al frente de
la desaparecida Editorial Laia.
Entretanto, ¿cómo entraba la Pedagogía Freinet en
las aulas? Cabe advertir, de entrada, que las escuelas que seguían la filosofía
de la Escuela Moderna y ensayaban el conjunto de sus técnicas eran muy
minoritarias, aunque algunas técnicas tales como el texto libre o la
correspondencia escolar tuvieron cierto predicamento. Y qué duda cabe que
actualmente muchas de las propuestas freinetianas han
calado, con mayor o menor fortuna pues en algunos casos se han diluido
extraordinariamente‑ en muchas escuelas, aunque a menudo se ignoran sus
orígenes.
¿Qué razones encontraron los maestros y maestras de
la vanguardia pedagógica del tardofranquismo para
dejarse seducir por el maestro de Vence? Posiblemente haya muchas y yo sólo
citaré algunas hipótesis. En primer lugar, hay que recordar que en aquel
contexto muchos enseñantes de izquierda asociaban la ruptura democrática ‑eso
de la transición vino después‑ al advenimiento de una nueva sociedad más
o menos socialista ‑había ortodoxias y heterodoxias para todos los
gustos pero, en cualquier caso, más solidaria y cooperativa, con una fuerte
carga utópica. En este sentido, cabe recordar el impacto que tuvo la
revolución cubana, el mayo del 68, los movimientos contraculturales y
alternativos en distintos campos, el fenómeno de los Beatles
o la canción de protesta, sólo por citar algunos ejemplos bien conocidos.
Toda esa conjunción de factores hizo que, en el
campo de la enseñanza, se buscase también una ruptura radical con la escuela
tradicional. En este sentido, el pensamiento y la práctica de Montessori, Decroly y otros
dioses y diosas de la Escuela Nueva, con ser bien recibidos, parecían
demasiado aburguesados, tímidos y elitistas. La aureola de Freinet, por el
contrario, venía precedida de una lucha incesante dentro de la escuela estatal
hasta su expulsión y creación de una escuela cooperativa, siempre dentro de los
cánones, a diferencia de otras propuestas innovadoras, de la pedagogía popular.
Freinet, y esta es otra novedad seductora, empieza y
termina su labor educativa como maestro de escuela. Pero, eso sí, es un maestro
que experimenta y reflexiona continuamente hasta tejer una propuesta
totalizadora que da respuesta a todas las demandas y necesidades educativas
del profesorado y del alumnado: desde los valores y finalidades educativas
hasta las cuestiones organizativas y metodológicas. Y todas sus técnicas están
dotadas de un contenido sustancial y muy engarzadas unas con otras.
Algunas de las muestras más evidentes de esta
ruptura con lo tradicional son la abolición del libro de texto y su
sustitución por la biblioteca de clase; el método natural de lectura y el
texto libre donde se da la palabra al niño; la asamblea y la estructura
cooperativa del aula; y la superación del aislamiento del maestro mediante el
intercambio de experiencias, el debate, la producción de materiales y la
continua redefinición de la Escuela Moderna a tenor de las nuevas
circunstancias y contextos socioculturales.
Pero hay aún, si cabe, otra razón del magnetismo freinetiano. La articulación coherente entre la libertad y
creatividad del niño y el compromiso colectivo. En efecto, Freinet es extraordinariamente
respetuoso con la iniciativa y el protagonismo del alumno ‑ sin caer en
los excesos espontaneístas de la Escuela Nueva, de
las corrientes antiautoritarias y del “laissez
faire”‑ , brindándole numerosas ocasiones y
recursos para desarrollar autónomamente todas sus potencialidades. Pero, al
propio tiempo ‑ y ese es un salto cualitativo en relación con otras
propuestas pedagógicas de su tiempo‑ confiere una dimensión colectiva y
social a la educación: las actividades individuales se funden siempre en el
grupo; la escuela es una comunidad que se construye con la colaboración y
cooperación de todos; la concepción de la educación integral sitúa en un plano
privilegiado la articulación del trabajo manual con el intelectual; los
contenidos de la enseñanza se construyen a partir del entorno; la solidaridad
se va tejiendo a partir del intercambio y el conocimiento mutuo entre las
diversas culturas; y el profesorado es un agente de transformación social. He
aquí algunas secuencias harto significativas.
Por eso, Freinet es algo incalificable dentro de las
corrientes pedagógicas al uso: dentro de la Escuela Nueva era demasiado
marxista; y dentro del marxismo era demasiado heterodoxo.
Quisiera añadir un último dato en
relación a la fascinación que despierta el artífice de este movimiento
cooperativo: la incidencia y desarrollo que tuvo en
Francia y, particularmente, en Italia. Nuestras antenas, durante los últimos
tiempos del franquismo y la transición, siempre estuvieron muy atentas a cuanto
se cocía en este país. Basta recordar la cantidad de personajes italianos que
desfilaron por nuestras Escuelas de Verano, las visitas que se organizaron
para conocer algunas de sus escuelas o las traducciones de autores italianos.
Pues bien, la mayoría de ellos pertenecían o estaban próximos al MCE (Movimento de Cooperazione Educativa),
la plasmación organizativa del movimiento Freinet.
Ahora que se avecinan tiempos más antiautoritarios, que el impulso inicial de la Reforma se
va diluyendo y que vuelven los Beatles, es posible
pensar también en un renacimiento de Freinet. Porque los clásicos, como los
viejos rockeros, nunca mueren.