REALIDAD Y CONOCIMIENTO
M.ª José
Rodrigo
Este trabajo analiza críticamente los supuestos en
los que descansa el currículum integrado para satisfacer las demandas
cognitivas del saber cotidiano, escolar y científico.
Según la
epistemología constructivista, el binomio realidad‑conocimiento
funciona de modo tan indisoluble que no existe una realidad preexistente,
independiente de la mente que la constituye e interpreta. Por ello, el impulso
epistémico que lleva a las personas a construir conocimiento y, con ello, la
realidad cotidiana, es tan intenso y persistente que nadie escapa a su influjo
(Rodrigo, Rodríguez y Marrero, 1993). Para ilustrar su importancia, baste
señalar que, sin estas construcciones que denominamos teorías implícitas porque
escapan a la conciencia, las personas no tendrían un punto de vista sobre el
mundo para guiarles en los intercambios con los otros y con los objetos y
ayudarles a tomar decisiones y a planificar su comportamiento.
Sin
embargo, cuando estas personas se convierten en alumnos/as que deben aprender
unos contenidos escolares, parece como si les abandonara ese impulso
irrefrenable e irrenunciable de construir conocimiento. Se muestran pasivas,
desinteresadas, tozudas en sus errores y resistentes a iniciar el necesario
proceso constructivo del conocimiento escolar. ¿Qué peculiaridades tiene este
conocimiento y qué clase de realidad sustenta, que no despierta sus afanes
constructivos?
Algunos
consideran que la respuesta a esta pregunta requiere una reflexión sobre el
currículum escolar. Concretamente, se señala que es el tipo de organización de
los contenidos escolares el que dificulta el aprendizaje significativo de los
mismos. Con este fin demostrativo, Torres (1994) ha realizado un profundo
análisis de dos prototipos de currículum, el de disciplinas y el integrado.
Brevemente, el currículum de disciplinas tiene como eje vertebrador de los
contenidos las propias disciplinas científicas, tanto naturales como sociales.
Quizás por ello, favorece un tipo de conocimiento académico, único, acabado y
acrítico, en el que la realidad cotidiana aparece atomizada en regiones
disciplinares, sin sentido y significado para el hombre de la calle. Por su
parte, el currículum integrado se sirve de temas, tópicos, problemas de la vida
cotidiana, conceptos supradisciplinares, como unidades organizativas del contenido,
en torno a las cuáles se articulan conocimientos que provienen de varias
disciplinas. Ello promueve un tipo de conocimiento integrado, forjado en el
contraste de pareceres y pleno de planteamientos valorativos, que respeta el
carácter global de la realidad, tal y como aparece construida en el
conocimiento cotidiano. En consecuencia, se dice que el currículum integrado o
globalizado promueve más el aprendizaje significativo de los contenidos
escolares que el currículum disciplinar.
En mi
opinión, esta argumentación descansa en tres supuestos: a) el conocimiento
cotidiano constituye una realidad globalizada, compleja y pluriforme, b) el
conocimiento escolar, que resulta de un currículum integrado, tiene una
organización y contenidos semejantes al conocimiento cotidiano, lo que
facilita las relaciones significativas entre ambos, y c) la modalidad del
currículum integrado es una fórmula válida para todos los ciclos de enseñanza,
incluyendo la formación universitaria. En lo que sigue, me ocuparé de cada uno
de estos supuestos aportando algunas reflexiones críticas.
Dominios psicológicos y dominios culturales o
Pragmáticos.
Según el
primer supuesto, el conocimiento cotidiano constituye una realidad
globalizada, compleja y pluriforme. Globalizada porque corresponde a un
conocimiento experiencial de tipo holista. Compleja porque sostiene un “tejido
de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares
que constituyen nuestro mundo fenoménico” (Morín, 1994, pág. 32).
Pluriforme y perspectivista porque son varios los puntos de vista posibles para
cada problema cotidiano, de modo que es moneda frecuente la controversia y la
negociación de argumentos sobre la realidad.
No voy a
disentir del carácter complejo y perspectivista del conocimiento cotidiano,
pero sí lo voy a hacer respecto a su supuesta globalización. Tras el aluvión
de críticas al enfoque estructuralista piagetiano, son ya escasos los
psicólogos evolutivos que mantienen la existencia de un conjunto de
competencias generales de carácter operatorio, a partir de las cuáles se
construye el conocimiento cotidiano de cualquier dominio. Por el contrario,
actualmente se enfatiza la existencia en las personas de dominios psicológicos
diferenciados según su contenido, cuya construcción requiere del desarrollo
y/o del aprendizaje de ciertas habilidades específicas (Rodrigo, 1994; Teberosky,
1993). Un dominio psicológico se define como un conjunto de representaciones
mentales que sostiene un área específica de conocimiento. Así, se habla de
dominios numéricos, espaciales, interpersonales, lingüísticos, de escritura,
lectura, etc. Para algunos autores, como Fodor (1986), se trataría de dominios
modulares con un alto grado de preformismo y especificidad para procesar una
determinada clase de
informaciones. Como tales, son bastante inmunes a
las experiencias de aprendizaje y mas bien responden a mecanismos de desarrollo
espontáneos. Para otros, como Karmiloff-Smith (1992), los dominios especializados
serían sensibles a las experiencias de aprendizaje y, gracias a éstas, el
conocimiento sería cada vez más flexible y accesible a la conciencia
metacognitiva. Pero cada dominio impondría sus propias restricciones al proceso
de aprendizaje, de modo que no se podría hablar de leyes generales de
aprendizaje, sino de aprendizajes en dominios específicos.
Junto a
esta noción de dominios psicológicos, de corte individualista, otros autores
destacan el carácter de construcción compartida del conocimiento cotidiano en
dominios culturales o pragmáticos (Resnick, Lavine y Teasley, 1993a; Greeno,
1991; Lave, 1991). Desde esta perspectiva, construir un dominio cultural
implica elaborar representaciones mentales sobre éste y además, saberlas usar
y poder participar con ellas en una comunidad de práctica. Así, por ejemplo,
saber escribir supone no sólo el concepto de escritura y tener representaciones
de las letras y de las reglas que las combinan en palabras y frases, sino
aprender a usar la escritura como herramienta cultural en una comunidad de
personas que también la practican en ciertas actividades y con determinados
fines. El aprendizaje de un dominio no se concibe como una empresa individual,
sino compartida con otros que ya lo han construido o están en vías de hacerlo.
Por
tanto, el conocimiento cotidiano no es global sino que está diversificado en
dominios ligados a entornos pragmáticos de actividades y prácticas culturales.
En estos entornos prácticos, propiciados por las comunidades de práctica, las
personas desarrollan unas habilidades específicas mientras realizan determinadas
actividades culturales. Como resultado de esta práctica regulada, van
recolectando sus experiencias de dominio que servirán de base para la
construcción de su conocimiento cotidiano.
Según el
segundo supuesto, un currículum integrado facilitaría el establecimiento de
relaciones entre el conocimiento cotidiano y el escolar. Hemos visto que el
conocimiento cotidiano no está fragmentado según los diferentes campos
disciplinares sino en distintos dominios pragmáticos, por lo que su
organización y contenidos distarían mucho de corresponder a los de un
currículum disciplinar. En cambio, dicha organización basada en dominios
pragmáticos podría asemejarse a la del currículum integrado. Como señala
Torres ( 1994): “La opción por proyectos integrados, trato de crear las
condiciones necesarios para favorecer la motivación por el aprendizaje, al
existir una mayor libertad para seleccionar cuestiones de estudio e
investigación más familiares y tópicos o problemas que el alumnado encuentra de
gran interés. Los alumnos y alumnas ven ahora que esa actividad diaria del
aula, los usos de metodologías científicas, estructuras conceptuales, la
realización de determinadas experiencias, etc. sirven para solucionar sus
problemas en la vida real. De este modo pueden llegar a comprender esa realidad
cotidiana, e ir revisando y superando sus propios conceptos erróneos acerca de
la realidad” (OP cit. pág. 118).
Sin
embargo, el problema principal radica en que el conocimiento cotidiano se
construye en la comunidad de práctica cotidiana y para resolver problemas
cotidianos, mientras el conocimiento escolar se construye en la comunidad de
práctica escolar y para resolver problemas escolares. De modo que, aunque se
solaparan totalmente los contenidos de los dominios pragmáticos y de los
dominios escolares, esto es, que en la escuela se trataran todos aquellos temas
que interesan al hombre de la calle, existirían grandes diferencias
cualitativas entre éstos dos tipos de dominios (Rodrigo, 1994b 1994c).
En
primer lugar, los contenidos cotidianos, construidos en comunidades de
práctica cotidianas (probablemente en la familia), habría que reconstruirlos
en la comunidad de práctica de la escuela. Ello significa dotarlos de nuevos
sentidos y significaciones, crear nuevas estructuras conceptuales para
representarlos, elaborar nuevos métodos para su estudio y análisis,
practicarlos en nuevas actividades y tareas escolares que permitieran
explicitar verbalmente estos conocimientos y hacerlos accesibles a la
conciencia, negociarlos con la clase y con el profesor utilizando los tipos de
discurso apropiados en el aula, e incluir metas evaluativas entre sus fines
constructivos. En este sentido, no todo lo realizado en la comunidad de
prácticas de la escuela sería trasvasable a la comunidad de prácticas
familiar. Ni todo el conocimiento escolar podría reemplazar al conocimiento
cotidiano “erróneo”, ni “serviría para resolver sus problemas en la
vida real”. Porque en casa no se plantean los mismos problemas que en la
escuela, no se utilizan los mismos métodos de análisis ni una red conceptual
tan amplia, no se suelen producir discursos expositivos o argumentativos sobre
los temas, sino que predomina el formato conversacional y no hay que examinarse,
en fin, de tales contenidos.
En
segundo lugar, los dominios pragmáticos y escolares en sus respectivas
comunidades de práctica, responden a distintas epistemologías constructivas
(Rodrigo, 1994b). El hombre de la calle pretende que su conocimiento sea eficaz
y le ayude a tomar decisiones con premura de tiempo y planificar su
comportamiento. Por ello no es exhaustivo en la búsqueda de causas y
soluciones a los problemas que tiene planteados. Tampoco se entretiene en poner
a prueba sus hipótesis mediante procedimientos sistemáticos. Por su parte, el
alumno pretende que su conocimiento sea acorde con el estándar marcado por el
profesor y por la clase. Para ello, consulta datos, pone a prueba hipótesis
alternativas, realiza observaciones sistemáticas y utiliza un bagaje
conceptual para mejor precisar sus ideas, las contrasta explícitamente con las
de los compañeros, estudia, memoriza, resuelve ejercicios, hace exámenes, etc.
En suma,
un currículum integrado que lograra una total identidad, de organización y de
contenidos, entre los dominios pragmáticos y los escolares, no garantizaría
sin más la calidad de los aprendizajes de los alumnos. Todo dependería del
funcionamiento de la comunidad de práctica escolar en el que se imparta. Es
más, a las indudables ventajas motivacionales que supondría el contar con
temas cotidianos en la escuela, habría que restarles posibles inconvenientes
derivados de la confusión entre comunidades de práctica. Así, es relativamente
fácil adoptar con los temas cotidianos, la comunidad de práctica familiar y la
epistemología cotidiana. Confusión que llevaría a simplificar los conceptos, a
mantener el conocimiento en una modalidad implícita y no verbal, a utilizar
discursos conversacionales y a realizar un tipo determinado de tareas, con la
finalidad de alcanzar soluciones rápidas y prácticas, en ausencia de un acopio
suficiente de datos. Precisamente este tipo de confusiones entre comunidades
de práctica explicaría, en mi opinión, la persistencia en los alumnos de
concepciones erróneas en las ciencias, tanto naturales como sociales, y la
dificultad de superarlas (Driver, Guesne y Tiberghien, 1990; Pozo, Pérez
Echevarría, Sanz y Limón, 1992).
El
tercer supuesto, subraya la idoneidad del currículum integrado para todos los
niveles escolares, incluso los universitarios. Este supuesto me plantea una
serie de interrogantes: ¿hasta dónde se puede llegar con el empuje motivacional
de lo cotidiano?, en la comunidad de prácticas cotidiana ¿pueden surgir los
temas importantes que la ciencia pretende resolver?, la comunidad de prácticas
escolar ¿debe aspirar, en todos los niveles educativos, a que los alumnos gocen
de un punto de vista más complejo y articulado sobre la propia realidad
cotidiana? o quizás, ¿habría que pasar, en algún momento de la formación de los
alumnos, de la explicación de fenómenos cotidianos a la explicación de
fenómenos científicos?
Sin duda
son demasiadas preguntas para el corto espacio del que dispongo, pero al
menos dan la idea de la enorme complejidad del tema que abordamos. Hasta ahora
hemos hablado de dos comunidades de prácticas, la cotidiana (entendiendo sobre
todo la familiar) y la escolar. Pero hay otra comunidad que debe estar presente
en la escuela, la comunidad de práctica de la ciencia.