ESCUELA GLOBAL EN UN MUNDO SIN FRONTERAS

Javier Barquín Ruíz*

 

 

Este trabajo analiza las múltiples y diversas contradicciones y tópicos de carácter subjetivista y relativista dominantes en la sociedad actual que, fuertemente condicionada por el discurso postmodernista, impiden afrontar con un sentido solidario y objetivo la cada vez mayor incidencia de los Medios de Comunicación y los continuos flujos migratorios. Su autor nos ofrece al final algunas interesantes sugerencias orientadoras para la cons­trucción de una escuela solidaria, crítica y tolerante.

 

Nuestro objetivo: formar hombres integrales”.

Lema de la Universidad de Matanzas.

Cuba.

 

 

Durante la década de los noventa la sociedad española se ha sumergido en la economía de mercado a un ritmo vertiginoso, los indicadores de consu­mo en distintas vertientes (nº de telé­fonos, vehículos, hipermercados, etc.) nos aproximan cada vez más a los estándares europeos. junto a esta “calidad de vida” también ciertas modas y prejuicios se instalan en la dinámica social y en la opinión públi­ca. A la explicación de este fenómeno y las repercusiones en la escuela se han dedicado desde académicos a ins­tituciones los cuáles pretenden expli­car, recoger, regular, etc., los aspec­tos más significativos del presente. En lo que sigue dedicaré el artículo a reflexionar sobre varios aspectos que considero interrelacionados: el tema de la sociedad de la información, la diversidad cultural y el tratamiento de la diversidad en la escuela. Así consi­dero que en el mundo occidental los mass media nos muestran un mundo complejo y distinto, los flujos migratorios traen a nuestras calles a perso­nas ajenas de nuestra cultura y modo de vida, la escuela se enfrenta a la competencia de los medios de comu­nicación y al reto, entre otros, de glo­balizar la visión fragmentada que reci­be el alumnado, de que éste consiga una percepción holística y relacionada de los sucesos que rodean su vida y, sobre todo, de la información que continuamente recibe tanto en la calle como en la escuela. Algunos publicis­tas dicen que el aire de compone de “Oxígeno, hidrógeno y... anuncios”.

La escuela compite con otros agentes de socialización ya que nues­tra estructura económica ha genera­do la aparición del “ocio” y de agentes expertos en entretener, dirigir el con­sumo, “ordenar” los ratos libres, etc.

Una vez que las masas obreras no están de sol a sol trabajando surge el problema de la organización “útil” y consumista del tiempo restante (Muñoz, B. 1989). Por un lado el aba­ratamiento de la información pone al alcance de la mano ciertos logros cul­turales que, en teoría, ayudan a con­seguir unos grupos sociales mejor preparados tanto para competir en el mercado laboral como para lograr una mayor integración ciudadana y democrática. Sin embargo acecha el peligro del mero consumismo basado en coleccionar enciclopedias y libros para llenar estanterías. Ello da lugar a la paradoja de la sociedad desinforma­da en un mundo inundado de conoci­mientos. La escuela se sitúa frente a la sociedad de la información que comercializa el conocimiento como un producto más. Podemos encon­trarnos en una situación de la satura­ci6n del mercado debido a la invasión de la información a plazos y la amplia oferta temática producto de la com­petencia entre los grupos financieros que poseen los medios de comunica­ción.

 

El análisis de la academia

 

En los últimos años podemos encon­trar muchas aportaciones de la acade­mia a propósito de la diversidad cul­tural y el efecto y características del postmodernismo. El problema radica en que quizá no nos dimos cuenta de que hemos vivido en la “modernidad” y tampoco apreciamos, de manera consciente, el peligro del discurso postmoderno. Suponemos que ese grupo de intelectuales que algunos denominan la “inteligentsia” y parte de la academia posee todo un instrumen­tal conceptual con capacidad de diag­nóstico y escrutinio sobre esa ola que invade lo económico y lo cultural, que cambia nuestras vidas y nos arroja fuera del mundo ilustrado que parece habíamos heredado. (Pérez Gómez, 1994, Touraine, 1993, Angulo et alt, 1995, Vattimo, 1994; etc.). Pero ocu­rre que entre los muros de la escuela, en las tareas del docente, en los tra­bajos y los días de los centros poco puede atisbarse del giro postmoder­no. Posiblemente el docente de tiza y de pizarra carece del tiempo o la visión que denuncia una situación cul­tural en desacuerdo con las metas generales de la escuela: capacidad crí­tica, formación democrática, adquisi­ción de hábitos intelectuales, etc. Así vivimos entre dos discursos, o mejor entre una práctica social (la enseñanza rutinaria que se realiza en el aula, con pocas modificaciones a lo largo del tiempo) y un discurso, la crí­tica del postmodernismo, que echa por tierra una pretendida manera de ver y actuar en el mundo.

Sin haber consolidado los grandes enunciados de la revolución francesa y la Enciclopedia (libertad, igualdad, fraternidad), asistimos a la denuncia de un movimiento que sibilinamente destruye lo poco que se había cons­truido.

Resulta paradógico este discurso postmodernista en una nación que es incapaz de seguir la “velocidad” impuesta por ciertos países europeos para estar entre los primeros, un país con una tasa de paro altísima, sin las infraestructuras adecuadas, etc. Y sin embargo parece que estamos instala­dos en la postmodernidad absoluta. Algo no casa, ¿somos culturalmente adelantados y económicamente medi­terráneos? Nuestros índices de lectu­ra no están acordes con la media europea, ¿en qué somos posmoder­nistas sin nuestro índice cultural no corresponde con los estándares occi­dentales? ¿Cómo aceptar la crítica posmoderna en un país al que se le acusa de estructuras y servicios, nivel cultural, etc. que rondan, para algu­nos, niveles tercermundistas? La élite cultural nos mueve en un discur­so compartido por la intelectualidad americana y europea, del mismo modo que importamos modas de

otros países como el tratamiento de la diversidad. Ni tenemos el problema racial de los USA, ni seis millones de norteafricanos como Francia, ni dos millones de turcos como Alemania (se calcula en unos 140.000 los magrebíes instalados en España, de un total de unos 360.00 emigrantes en el año 1991). Históricamente la etnia gitana es la única que forma parte de nuestro genuino carácter excluyente (sentimiento quizá compartido tanto por payos como por gitanos). Los temas de la diversidad cultural proce­den de ámbitos ajenos al panorama español a pesar de las reivindicaciones históricas de algunas comunidades del Estado. Ahora cada Comunidad puede introducir su propia visión de la cultura generada en su región.

¿En qué se nota que somos Post­modernos? ¿En la aparición de los mass media y de un discurso cada vez más homogéneo? Por un lado se lucha por la “diferencia” aunque sólo sea para marcar distancias folklóricas, históricas, etc., por otro se trata de diferenciarse en el consumo, una vez que ciertos bienes y servicios se hallan al alcance de grandes masas de población (automóviles, viajes, etc.), sólo el poseer un auto de “gama alta”, poder realizar unas vacaciones más caras, amueblar la vivienda, residir en zonas consideradas de lujo, etc., pue­den distinguir a unos ciudadanos de otros. Todos poseen un estilo de vida similar con la única diferencia, para algunos, de poder alcanzar bienes más suntuosos y propios de una minoría con un poder adquisitivo mayor.

 

El impacto de los mass media en la opinión

 

La mayoría de la academia tiene en cuenta la presión que ejercen los medios de comunicación a la hora de conformar opiniones y de establecer la “agenda”, o sea los temas que son objeto de debate y de publicidad, lo cual lleva a una selección y “orienta­ción” de la realidad merced al filtro que ejercen agencias y medios de comunicación.

Sobre escuela y mass media Pérez Gómez (5) opina que “.. en la actuali­dad, y como consecuencia del poderoso y sutil influjo de los omnipresentes medios de comunicación de masas la función educativa se ha de ejercer cuestionando la bondad antropológica (el subrayado es mío) de aquellos influjos culturales, con más decisión cuanto más inaprecia­bles y asumidos sean, que conforman el escenario y la trama del desarrollo indivi­dual y colectivo” (pág. 15).

En el tema de las bases antropoló­gicas del hombre entramos en un terreno resbaladizo donde las postu­ras divergen pues hallamos un com­ponente cultural al respecto. ¿Qué modelo de hombre? ¿El que nos ofre­ce la Grecia clásica?,¿Confucio?,¿el Islam? ¿Podemos repensar a la luz de la historia, de la Biblia, El Corán, etc., cuáles serían los mínimos sobre los cuáles considerar “positiva” la acción del individuo, el mensaje de los mass media, la estructura económica? Es una empresa atrevida pero necesaria y permanente. Gellner (1994) cuando analiza tres posibles opciones de explicación universal de la realidad, rechaza tanto el retorno a la fe (Euro­pa es testigo del auge de grupos inte­gristas) como el movimiento postmo­derno al que tilda de subjetivista. Para el autor el racionalismo ilustrado constituye la única vía de acceso al conocimiento. En su obra se dedica exhaustivamente a atacar los plantea­mientos relativistas que según él están de moda. Para el autor, “El postmoder­nismo parecería estar bastante clara­mente ‑en la medida en que sea capaz de claridad‑ a favor del relativismo, y hostil a la idea de una verdad única, objetivo, exclusivo, externa o transcen­dente. La verdad es elusiva, polimorfa, interno, subjetivo... y tal vez alguna otra cosa más. Clara no lo es. El relativismo constituye mi verdadero interés. el movimiento postmodemo, que es una moda cultural pasajero, tiene interés sólo por cuanto es un espécimen vivo y actual del relativismo, que en sí mismo es de algu­na importancia y permanecerá entre nosotros durante un buen tiempo”(pág. 38‑39).

Durante varias páginas Gellner despotrica, critica, ironiza sobre los planteamientos relativistas y los supuestos de ciertos antropólogos aunque reconoce que el relativismo puede ser válido puesto que tal vez sea cierto que no podemos estable­cer valores los cuáles son contingen­tes y ligados a la cultura. Pero si acepta que el relativismo moral es válido no lo es el relativismo cognitivo, “de la igualdad cognitivo de todos lo estilos de pensamiento. Semejante igualdad no ha lugar” (pág. 74). El modo de cono­cimiento es el gran contencioso de la ciencia donde los epistemólogos se baten conceptualmente desde hace varios milenios. Como dice Gellner, “Los sistemas de creencias del pasado eran técnicamente falsos, pero moral­mente consoladores. La ciencia es lo con­trario . ...Su incapacidad para legitimar las disposiciones sociales y para hacer que los hombres se sientan como en casa en el mundo es la acusación más común que se eleva contra la ciencia. Es una acusación enteramente válida”(pág. 79).(6)

¿Como superar la tensión entre la explicación religiosa o “científica” de lo social? Gellner es partidario de lo que el denomina “fundamentalismo racio­nalista”, enfoque “que no obsolutiza nin­guna convicción sustantivo, pero si algu­nos principios de procedimiento... Tenemos que proceder de un cierto modo en nuestras investigaciones y este principio es ciertamente transcultural ‑no tiene obligaciones para con ninguna cultura‑ e incluso, en cierto sentido, transmundano. !Sea cual fuere el mundo que pudiéra­mos encontramos, sólo podría haber un modo de proceder a su exploración!” (pág. 101). Más adelante complementa las bases del enfoque con aportacio­nes que recuerdan aspectos positivis­tas convenientemente matizados. En vez de hablar de “relación” de hechos se utiliza el término “conexión”, se trata también de analizar la realidad “como” si viniera fragmentada en un intento de superar las criticas al empirismo.

Lo que no deja lugar a dudas es la absolutización del “método”, el cual fragmenta los datos en elementos, los sujeta a unas leyes generales y es váli­do en cualquier mundo. Semejante carta de presentación nos recuerda a cualquier positivista reconvertido que es más proclive al fundamentalismo religioso, más tangible y cerrado, que al relativismo postmodernista, instala­do en un precario equilibrio episte­mológico.

Las interrogantes “antropológicas” siguen abiertas porque atañen a pro­blemas morales que la ciencia no resuelve y que la sociedad trata de regular mediante normas que asegu­ren la convivencia y supervivencia del tejido social. Los individuos, por su parte, aplican y responden, de manera irregular, a unas reglas que nunca ago­tan la interminable casuística de las situaciones sociales. La posición del docente queda abierta a la carga experiencial, generacional e histórica de cada persona.

Al problema antropológico se dedican algunos autores y autoras que dedican parte de su discurso a la escuela. Hace unos años Sebreli (1992) lanzó su critica al relativismo cultural en la que iban unidas tanto su rechazo hacia determinadas corrien­tes antropológicas como a la propia UNESCO cuando este organismo definía así la cultura: “el conjunto de conocimientos y valores que no es objeto de ninguna enseñanza específica y que, no obstante, todo miembro de una comunidad sabe”. (pág. 48). Tal defini­ción hace que el autor se pregunte para qué sirve entonces la educación e incluso las campañas alfabetizadoras.

Situándose fuera de los enfoques antropológicos dominantes Sebreli sostiene que incluso la idea de que todas las culturas “son iguales, es uno creación exclusiva de la civilización occi­dental y de ninguno otra. Ni las socieda­des primitivas ni las civilizaciones preco­lombinas ni los civilizaciones orientales admitieron algo semejante” (pág. 63). Sin embargo a lo largo de su obra se detiene a valorar positivamente la aportación del pensamiento occiden­tal frente a las posiciones fundamen­talistas de otras religiones y culturas. Parafraseando a Churchill, podría decirse que “Occidente es la “oferta” menos mala de cultura.

Esa mirada que, desde el siglo pasado principalmente, ha dedicado Occidente a los “otros”, con todas las contradicciones y errores que han provocado en su política económica y cultural, se encuentra atemperada por la propia capacidad crítica interna que realizan grupos y personas individua­les. Desde grupos como Amnistía Internacional, Greenpeace, hasta per­sonas individuales, escritores, artistas, etc., pueden entrar a valorar debida­mente el discurso de los que buscan desarrollar unos mínimos valores y derechos para toda la humanidad. Según Cortina (1995) los llamados países subdesarrollados no se quejan de la colonización cultural sino de la explotación económica, política y social, traducida en materias primas y mano de obra barata.

Alvite (1994) sostiene que los intereses políticos dieron lugar a la firma de acuerdos con la UE para imponer restricciones a la entrada de emigrantes procedentes del Sur y, posteriormente sancionar la Ley de Extranjería de la época “Corcuera”. Según el autor “.. en lo mayoría del ambiente político-institucional, intelectual y de los medios de comunicación se ha ido construyendo cuidadosamente la siguiente ecuación: Racismo y Xenofobia = Inmigración = Políticas restrictivas.”. El problema se reduce a que han sido los propios emigrantes quienes han creado las actitudes discriminatorias y de rechazo, ellos son la causa y no “nosotros”.

Entre aquellas personas que dedi­can un capítulo aparte dedicado al mundo de la educación traernos a colación las aportaciones de Camps (1995). Acerca de los ternas resbala­dizos de la ética y los valores la auto­ra ofrece unas ideas frescas para incluir en las dinámicas del aula.

Una de las principales virtudes que se pueden fomentar en la escuela es la de la tolerancia en un mundo donde conviven culturas muy diversas que cada vez más se encuentran no sólo teóricamente interrelacionadas, sino que también tienen conocimien­to directo de otros miembros que por motivos muy pragmáticos (ham­bre, persecución política, etc.) inten­tan encontrar aquí lo que en sus naciones de origen no pudieron con­seguir. La presencia y cercanía física de personas diferentes da lugar a la aparición de prejuicios. Para Camps, “los prejuicios religiosos o ideológicos, el bienestar económico y la norma estable­cida son los razones que don pábulo a la intolerancia... la intolerancia nunca es consecuencia de la simple constatación de que el otro es diferente. La diferencia es rechazado cuando se ve como inferio­ridad. Cuando se contempla al otro desde una situación de privilegio...” (pág. 96 ‑97). La paradoja aparece rápida­mente cuando hacemos memoria de nuestro país y de nuestro paisanaje de los setenta camino de Alemania, o nuestros varios millones de gallegos de ultramar. Tal vez otros de los posibles efectos de la postmoderni­dad en la sociedad española es la mimesis de actitudes raciales que parecen más arraigadas en los vecinos de allende los Pirineos. ¿Son tan rápi­dos los efectos de la fuente del olvi­do. Alvite (1994) en su revisión sobre el fenómeno de la inmigración y la xenofobia da cuenta del aumento de actitudes racistas y del mantenimiento de prejuicios frente al gitano y al “moro” merced a una política sesgada de difusión en los mass media. La ima­gen del extranjero se ha distorsiona­do haciéndole cargar con las culpas de ciertas lacras de la economía de mercado: paro, delincuencia, inseguri­dad, etc. Sobre la política de freno a la emigración y al extranjero se trata de construir una identidad nacional y cultural excluyente donde se predi­quen actitudes tolerantes, aunque en la práctica se creen muros frente a los “diferentes”.

A propósito del acoso al escritor Sami Nair exige una solidaridad no sólo con los intelectuales sino con todas la víctimas de la opresión, sobre todo con los ciudadanos del Sur. “Aquí mismo, el rechazo del Otro, el racismo, el antisemitismo y la xenofobia, la retórica contra los extranjeros y los inmigrantes, no sólo expresa la reacción de individuos desorientados, de grupos sociales en crisis o de naciones con pro­blemas de identidad. Todos estos hechos también dan fe de la existencia de un fondo oscuro en la dinámica de institu­cionalización de los Estados y las nacio­nes. Es un fondo donde desempeñan un papel primordial la sangre, el alma del pueblo, su mito de elección de origen étnico o confesional. Es un fondo de fan­tasías; un crisol donde se elabora fre­cuentemente la relación con el otro. ¿Acaso no se justifican también en nom­bre de sus valores arcaicos, en última instancia, las leyes de exclusión instaura­das hoy en casi toda Europa en relación con los inmigrantes y los refugiados? Este es nuestro dilema: no conseguiremos la solidaridad con el exterior si no la tene­mos aquí mismo.

Somos capaces de prestar ayudas de distintos tipos a grupos de pobla­ción que sufren catástrofes, que viven asediados por regímenes dictatoriales, etc., pero practicamos poco la inte­gración con el niño gitano que asiste a la escuela. ¿Es la nuestra una solidari­dad de imagen y fruto de la moda?

 

El profesorado frente a la sociedad multicultural

 

La construcción de una práctica social igualitaria e integradora a través de la escuela pasa por los distintos esta­mentos y agentes que la conforman, desde el profesorado hasta el currícu­lum.

A veces tengo la sensación que frente a grandes grupos sociales embarcados en distintas actividades (la docente sobre todo, ocupando su tiempo en la preparación de activida­des, la estancia con la infancia y las cohortes más jóvenes, en suma la “guarda” de la población no producti­va), aparece un pequeño cuerpo de “élite” dedicados a descubrir las esen­cias epistemológicas, filosóficas, socia­les, etc., de tal o cual corriente. Que la sociedad disponga de ese grupo capaz de pensar lo social con mayor profundidad que la mayoría para denunciar los rumbos espurios de la economía, la incoherencia de las polí­tica educativa o cualquier ámbito que afecta profundamente a todas las capas sociales es una garantía de salud social. Que este grupo contacte y comunique con el resto es un proble­ma que compete a las dos partes. A que esa sociedad sea profundamente “lectora” (y no analfabeta funcional) y a que la “inteligentsia” modifique su discurso para hacerlo accesible a la mayoría de los miembros del cuerpo social, y por ende, al grupo de docen­tes, agentes especializados en la “reproducción cultural”.

Aunque esa función ha quedado mermada con la irrupción de los mass media, al establecerse una competen­cia en el manejo de la información, en la proyección de valores, en los dis­tintos tipos de socialización. Del mismo modo que han cambiado los procesos de producción, las relacio­nes familiares, la creación y difusión de la información, el modelo escolar y sobre todo su figura representativa, el/la docente habrá de amoldarse, como cualquier superviviente, pero también dar una respuesta activa a las exigencias de la modernidad o del postmodernismo.

La salida tiene varias vías puesto que en una sociedad de mercado como la nuestra poder optar entre un producto u otro es una de las carac­terísticas más representativas. Para aquellos que elijan la vía profesional existen suficientes propuestas, ¿qué clase de perfil docente le gustaría poseer? El mercado académico propone muchas variantes, por ejemplo Imbernón (pág. 65,1994) recoge diez y ocho posibles roles del profesora­do, desde el adoptador de decisiones hasta el artista, pasando por el artesa­no moral, intelectual, etc.

Para quien prefiera caminos más trillados y versiones más cercanas a la administración sólo hay que buscar en el libro Blanco para la Reforma educa­tiva (1987) y tener en cuenta algunos de estos aspectos (profesor investiga­dor, autónomo, creador de su propia práctica, etc.). También conviene seguir atentamente las directrices emanadas posteriormente sobre todo la famosa LOGSE y el desarrollo de parte de su articulado (Ley de Partici­pación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes, LOPEG). La ayuda que pueden facilitar la mayoría de los CEPs (embarcados en facilitar la Reforma) a ser un “docente reforma­do” (en cualquier nivel: Primaria, ESO, Bachiller, etc.) completa el cuadro de la vía formal y administrativa.

Quedaría una tercera vía (por lo menos) que en su momento tuvo cierto apogeo, los MRPs. El problema radica en buscar dentro de su discur­so elementos que lo diferencien de otras ofertas tanto de la administra­ción como de la academia. No es des­cartable la hipótesis de que la situa­ción política del país y su correspon­diente cambio institucional de estruc­turas, agentes y filosofía vuelva a relanzar estos movimientos cuya base ideológica es lo que los ha distinguido desde siempre.

Mientras tanto el tiempo pasa y algunos no queremos volvernos “vie­jos” sino un poco más sabios. Para continuar en primera línea y poder ofrecer a la sociedad algo más que un servicio de guardería, el profesorado innovador deberá seguir en la brecha ideológica que es la primera de las batallas que se pierden. Hace varias décadas un colaborador de La Codor­niz (Pitigrilli) escribió: “Se nace pirómano y se muere bombero”. ¿Que podemos recuperar y mantener de nuestra historia personal y profesio­nal? Me viene a la memoria un texto que adorna una cerámica hallada en unas excavaciones en Grecia, más o menos dice lo siguiente: “Esta es la copa de Nestor, quien beba de ella se verá arrastrado por la sutil y seductora persuasión de Afrodita, bellamente coronada”. ¿Quién no se ve tentado a dejar innovación, tareas, lecturas y tiempos para dedicarse a los placeres de la “modernidad postmodernista”? Hablemos de arte, de moda, de auto­móviles, de las novelas rosas de la T.V., critiquemos la clase política, la degradación de lo público, apuntémo­nos al último deporte, hagamos “shop­ping” los sábados como buenos euro­peos, etc. Es mucho más cómodo abandonarse a los placeres de la sociedad de mercado que nadar con­tracorriente.

 

Algunas sugerencias para acabar

 

¿Qué lugar ocupa una metodología globalizadora en una escuela solidaria y tolerante que tiende a una cons­trucción moral de la persona basada en la responsabilidad? Aquí van algu­nas ideas que son tanto dudas como propuestas.

A) La primera empieza con varios interrogantes. ¿Qué diversidad se puede fomentar en unos estilos de vida que trabajan con moldes univer­sales y con unas políticas conservado­ras y proclives a la privatización de servicios sociales? y, al mismo tiempo, ¿cómo garantizar el respeto a las dife­rencias? Diferencias que se manifies­tan en la capacidad de poseer y en el color de la piel fundamentalmente. ¿Qué clase de debate cultural pode­mos llevar a las aulas en un contexto donde predomina un estilo uniformi­zador tanto en la familia como en los medios de comunicación? Esto consti­tuye un reto a la escuela y sobre todo al profesorado, retos diferentes que determinan cada momento histórico.

B) Trabajar por un sentido de la educación global en primaria, utilizar este nivel para poner las bases de una conciencia social y cultural. La investi­gación escolar como espacio de inda­gación del fenómeno multiculturales permite utilizar una óptica “relativista” que no caiga en la mera aceptación de prácticas culturales que se oponen a los derechos humanos (pena de muerte, mutilación, segregación de la mujer, etc.), como algo que debe “res­petarse”.

C) Respeto a los contenidos curriculares, apostar por la diversidad y la autonomía sin preocuparse demasiado por los niveles siguientes, queda toda una vida para conocer la realidad y el alargamiento de la “vida escolar” del presente y futuro estudiante puede favorecer la ruptura secuencial del programa oficial. La autonomía curricular procuraría sentar las bases para participar críticamente en la sociedad de la información y posibili­tar la creación y no únicamente la “recepción” y el consumo de los “bie­nes culturales”.

D) Reflexionar sobre las aporta­ciones que provienen de la calle (MAV, revistas, colecciones, etc.) y el contenido escolar que le falta a uno y que le sobra al resto, organizando “didácticamente” la información. El fil­trado de la información versus la información acabada (libros escolares, incluyen texto y de consulta). ¿Qué pasa con las bibliotecas escolares y con las bibliotecas públicas? Frente al mundo icónico seguir apoyando la lectura del libro, la existencia del MISMO.

Los medios de comunicación cada vez harán mayor sombra a la escuela y tal vez esta institución quede como un lugar donde no se obtiene infor­mación básica sino que se aprende a manejar y analizar el continuo “acoso” de los mass media (de sus contenidos, valores, formas de entretenimiento, etc.). A ese manto uniformador que pretende el discurso mediático ampa­rado en sus estudiados mecanismos de captación y difusión tendrá que responder el profesorado con más imaginación y posturas criticas. En la batalla entre “apocalípticos” e “Integra­dos” la escuela todavía no se ha dicho la última palabra.

 

Bibliografía

 

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