escuela y cultura

 

EDUCACIÓN VERSUS SOCIALIZACIÓN AL FINAL DEL SIGLO.

 

Angel I. Pérez Gómez

 

La función mediadora de la escuela es frenada por una serie de obstáculos que impiden el desarrollo de un pensamiento crítico y reflexivo en sus alumnas y alumnos.

El docente debe estar atento a estos influjos reproductores de la dinámica social para cumplir su función pedagógica con cierta autonomía.

 

“La escuela es la única excepción al self service generalizado. Así pues, el malentendido que separa esta institución de sus usuarios va en aumento: la escue­la es moderna y los alumnos postmoder­nos; ella tiene por objeto formar los espí­ritus, ellos le ponen la atención flotante del joven teleespectador” (Finkielkraut, 1993)

 

Parece evidente que la función mediadora de la escuela entre los influjos espontáneos de la cultura hegemónica de la comunidad social y las exigencias educativas de promover el pensamiento reflexivo y la actuación racional y consciente de las nue­vas generaciones se encuentra en un proceso de tensión permanente. Socialización y educación son dos tér­minos que se requieren tanto como se diferencian y contraponen. ¿Cómo pueden caracterizarse, distinguirse, oponerse y completarse las funciones. sociales y las funciones educativas de la institución escolar en las sociedades contemporáneas?

Por una parte, parece obvio que ante el mantenimiento e incluso agudización de los desequilibrios sociales que producen las sociedades de libre mercado la escuela deberá intensificar su indiscutible función compensatoria, de manera que al menos puedan paliarse en parte los efectos en el desarrollo de los individuos y de los grupos de las carencias económicas y culturales de los medios sociales mas desfavorecidos y marginados. La escuela no puede suprimir la desigualdad social pero sí paliar sus efectos en el desarrollo intelectual, afectivo y comportamental de los individuos y grupos.

Por otra parte la función educati­va de la escuela especializa su prácti­ca, precisamente por su carácter mediador, reflexivo, respecto a los influjos de todo tipo que recibe el individuo en sus intercambios espon­táneos dentro de un escenario social concreto, con sus peculiares formas de interpretar y diseñar la realidad individual y social. La diferente posi­ción de cada familia, grupo e individuo en el sistema productivo y cultural, condiciona la calidad y el sentido de sus intercambios y adquisiciones. Los intereses e intencionalidades que sub­yacen a los influjos socializadores del medio en nada garantizan el carácter reflexivo y crítico de las adquisiciones grupales e individuales en el curso del desarrollo. Es por ello que la escuela, enfatizando su función educativa debe cuestionar la calidad humana de los influjos recibidos en cada escenario social particular, procurando un clima de vivencias e intercambios que faciliten la reflexión y el contraste.

Las peculiaridades de las sociedades contemporáneas, presididas por el volumen, intensidad y acelerado ritmo de intercambios, movimientos e informaciones, puesto al alcance de la mayoría de los individuos, plantean nuevas exigencias educativas a la institución escolar. Es decir, la transformación de los medios y procedimien­tos de socialización de los individuos en las sociedades tecnológicas actua­les demandan nuevas formas y propó­sitos a la actividad educativa. Como ya he expuesto con detenimiento en otro lugar (Pérez Gómez 1992) La función educativa de la escuela no puede reducirse en la actualidad a la transmisión incluso significativa de conocimientos e informaciones. Su objetivo prioritario debe ser la reconstrucción del conocimiento experiencial, fruto de los procesos de socialización, con el que cada alumno/a llega a la escuela. Porque es precisamente dicho pensamiento expe­riencial, por muy deficiente, erróneo y dogmático que sea, el que define sus interpretaciones y formula sus actuaciones en la realidad natural y social.

Así pues, la institución escolar ahora más que nunca, por la omnipresencia y potencialidad de lo podero­sos medios de comunicación de masas, que universalizan los principios de la cultura hegemónica en la que se socializan las nuevas generaciones debe cumplir en la actualidad una clara función de contraste, de interro­gación, que pretende provocar la reflexión y facilitar los procesos indi­viduales y grupales de reconstrucción racional de la experiencia y del pensa­miento. Debe, por tanto, identificar los valores ideológicos que constitu­yen la ideología dominante, y promo­ver la reflexión y el contraste sobre los mismos, desde la perspectiva de la asimilación particular que los alum­nos/as realizan de los mismos.

No ha lugar a analizar aquí exhaustivamente el amplio número de obstáculos que dificultan el desarrollo del pensamiento práctico del alumno/a, desde una perspectiva reflexiva. Por ello voy a seleccionar algunos que a mi entender son especialmente sig­nificativos por su relevancia actual.

La paradójica promoción simultanea del individualismo exacervado y del con­formismo social es el primer obstáculo en cuyo análisis deseo detenerme. La escuela en consonancia con los influ­jos de los poderosos medios de comunicación social, reflejan a la vez que estimulan la paradójica aceptación y promoción conjunta del individualis­mo y el conformismo social. “A través del énfasis en la competición, las adquisi­ciones individuales, las habilidades utilita­rias, la atomización del conocimiento, la división del trabajo, y la moral oficial del relativismo, el individualismo se convierte en uno de los pilares fundamentales de la escolarización de la sociedad” (Goodman, 1992, p. 24). El confor­mismo social debe alimentarse como garantía de permanencia del marco genérico de convivencia: las democracias formales que arropan un sistema de producción y distribución regido por la ley del libre mercado. Dentro de tal incuestionable y apetecible paraguas se legitima la ley de la selva, la competitividad más exacervada que mediante la lucha individual por la existencia pone a cada uno en el lugar que le corresponde por sus capacida­des y esfuerzos. Como afirma Argullol( 1993, p.48).. en los últimos dece­nios la combinación de técnica y medios de comunicación introduce otro paisaje. La multitud no se encuentra en las calles, como masa visible, sino que permanece oculta, aunque igualmente masificada, en sus unidades individuales”.

La promoción social de los valo­res relacionados con el individualismo se concretan en la escuela en torno a la concepción del aprendizaje como un fenómeno individual. La mayoría de los alumnos/as y de las escuelas asumen que el aprendizaje es una experiencia esencialmente individual, de modo que, la preocupación fundamental de la actividad docente es orientar y esti­mular el progreso individual, mediante el desarrollo de trabajos y tareas tam­bién individuales. El individualismo se refleja y se alimenta en las institucio­nes educativas, tanto a través de la estructura de relaciones sociales, como en los contenidos del currícu­lum y en la forma del trabajo acadé­mico.

En este sentido, el aprendizaje individual y aislado apoya y refleja a la vez una concepción competitiva del aprendizaje, creando en el aula y en la escuela un ambiente de competitivi­dad e insolidaridad. El desarrollo de las tareas académicas en la escuela dentro de esta perspectiva crea un clima poco propicio a la colaboración y al descubrimiento cooperativo. Por el contrario, y como buen reflejo de las tendencias sociales, el éxito académico de cada uno parece exigir el fra­caso de los demás compañeros, impo­niendo paulatina pero progresivamen­te la idea de que lo verdaderamente importante en la vida académica y por extensión en la vida social son las propias adquisiciones, resultados y éxitos.

Esta concepción individualista del aprendizaje y de la vida académica en la escuela se refleja y se alimenta en los componentes y rituales más relevantes de la dinámica del aula. Las relaciones sociales y el modo de orga­nización de la vida social, los conteni­dos del currículum, los métodos de enseñanza y de trabajo académico, y las estrategias de evaluación, van con­solidando una forma individualista de desarrollo y de actuación. Paradójica­mente, tal ensalzamiento del indivi­dualismo competitivo no se ve acom­pañado, ni en la escuela ni en la socie­dad por la tendencia a respetar las diferencias individuales, de cultura, de raza o sexo, ni a favorecer y poten­ciar el desarrollo de la creatividad y la formación de identidades singulares. Por el contrario se impone, a través del aislamiento y del trabajo indivi­dual, los patrones de una cultura uni­forme que impone un modo de pensar y actuar claramente romo y homogéneo. Los alumnos/as de las más diferentes escuelas de las socie­dades desarrolladas contemporáneas están aprendiendo, individual y aisla­damente, los mismos contenidos, las mismas formas, parecidos procedi­mientos y métodos de trabajo, desa­rrollan similares actitudes, incorporan los mismos valores y abrigan las mis­mas expectativas. De modo que se impone una cultura uniforme e intole­rante que ignora y desprecia lo dife­rente, que penaliza la discrepancia y la disidencia, que renuncia a las alterna­tivas críticas.

Como afirma Trias (1 993, p. 51)”Tal individuo tiene las siguientes características: I) es capaz de acumular muchas vivencias, pero carece de expe­riencia; 2) es capaz de acumular muchas redes complejas de “información”, pero carece de formación, de Bildung; 3) sólo reconoce la alteridad en la medida en que define su propia forma de ser y de sentir, es incapaz, por tanto, de un genui­no encuentro con el otro”., “...es siempre un “espectador”. El hombre pasivo, el que participa voluntariamente de un plan que él no ha trazado”... “Lo pasividad es una característica fundamental para defi­nir al hombre de nuestra época”... “Todo ello, naturalmente, enmascarado con la apariencia contraria: la incesante actividad a través de todo tipo de simulacros”. (Argullol, pág. 52)

Estrechamente vinculado a la promoción del individualismo se extiende por las escuelas y profeso­res/as la obsesión por la eficacia como objetivo prioritario de la práctica educativa, de modo que aparece en la cultura de la escuela y en la mentali­dad de los docentes como sinónimo de calidad de la enseñanza. La eficacia se define en virtud del grado de con­secución de los objetivos previstos. Se acepta y se asume este objetivo básico como orientador único de la práctica educativa sin considerar los importantes supuestos filosóficos, antropológicos y pedagógicos que subyacen a esta forma de concebir la calidad de la educación.

Como en cualquier otro ámbito de la producción se acepta con toda naturalidad que también la tarea educativa debe regirse por los mismos patrones de economía, rapidez y seguridad en la consecución eficaz de los objetivos previstos. La tarea edu­cativa se concibe como una interven­ción típicamente tecnológica. Los supuestos básicos de esta concepción pueden resumirse en los siguientes: en la práctica educativa pueden defi­nirse los objetivos concretos especifi­cados operativamente desde fuera y de forma previa, los fines justifican los medios y cualquier medio es acepta­ble pedagógicamente si nos lleva a la consecución de los objetivos, los resultados de aprendizaje pueden identificarse, medirse y evaluarse con rigor; el proceso educativo puede, en definitiva, considerarse un proceso mecánico y previsible, es en cierta medida un proceso de producción de bienes culturales y puede regirse por los criterios y especificaciones de cualquier otro proceso de produc­ción.

Sin ser conscientes de las implica­ciones que comporta la aceptación de esta perspectiva tecnicista, la mayoría de las escuelas y profesores/as viven dentro de una cultura que prioriza el valor y el culto a la eficacia simplista e inmediata, por lo que la práctica edu­cativa se convierte exclusivamente en una actividad técnica de determina­ción de objetivos, elección de medios y evaluación de resultados. Me parece conveniente en este sentido recordar las palabras de Morin (1 993, p. 5) “Este desarrollo, que parecía providencial a finales del siglo pasado, conlleva desde entonces dos amenazas sobre las socie­dades y sobre los seres humanos : una exterior, precedente de la degradación ecológica de los centros de vida; la otra, interior, surgida de la degradación de la calidad de vida. El desarrollo de la lógica de la máquina industrial en las empresas, las oficinas, los centros de diversión, tien­de a extender lo estandarizado y lo anó­nimo, y por ello a destruir la convivencia”.

Será necesario remover este obs­táculo epistemológico de la cultura de la escuela de modo que aparezca la posibilidad de pensar que la calidad educativa (Pérez Gómez 1990, Carr, 1990) no reside en la eficacia y economía con la que se consiguen los resultados previstos, sino en el valor educativo de los procesos; que en la educación como en cualquier otro aspecto de la vida humana los fines no justifican los medios; que los medios didácticos  no  son indiferentes, sino  que  al  ser  procesos sociales de intercambios de significados, cualquier método pedagógico está activando procesos individuales y colectivos car­gados de valores, provocando múltiples efectos primarios y secundarios, explícitos o tácitos, a corto, a medio y a largo plazo, en modo alguno pre­visibles de forma mecánica; que debi­do al carácter creador del individuo y de los grupos humanos, los procesos educativos cuanto más ricos e intere­santes son, más impredecibles se vuelven los resultados; que la evalua­ción rigurosa y objetiva de los resulta­dos inmediatos y observables en edu­cación, no logra detectar sino una mínima parte de los efectos reales de los procesos educativos que se mani­fiestan de forma muy diversa, comple­ja y prolongada a través del tiempo.

El tercer obstáculo que quisiera analizar hace referencia a la reificación del conocimiento y de la realidad actual. Para la mayoría de los estudiantes y docentes, como para la mayoría de los ciudadanos/as la concepción de la ciencia y del conocimiento válido sigue los patrones de la perspectiva positivista. El conocimiento científico, tanto en el ámbito de la realidad natu­ral como en el de la realidad social, se considera un conocimiento objetivo, neutral, generalizable, que explica la realidad y puede utilizarse para pre­decir y controlar los comportamien­tos futuros de la misma.

A la cultura de la escuela y de los alumnos/as y docentes no han llegado, por lo general, los planteamientos crí­ticos con el positivismo desarrollados por Khun, Feyerabend, Lakatos o Toulmin, tan asumidos hoy en la filo­sofía de la ciencia, ni menos las pro­puestas que afirman la especificidad epistemológica de las ciencias huma­nas y sociales (Giddens 1987). Es más, el conocimiento que se trabaja acadé­micamente en la escuela ni siquiera posee las virtudes de riqueza proce­sual, de contrastación y experimenta­ción que mantienen las posiciones positivistas. El saber académico, los contenidos del currículum, se presen­ta generalmente como un conoci­miento dogmático, que se aprende sin discusión, incorporando en el mejor de los casos el significado de sus pre­misas, pero no en modo alguno los complejos, titubeantes e incluso con­tradictorios, procesos de su produc­ción y reformulación.

En la cultura de la escuela tienen difícil acomodo las posiciones que relativizan el conocimiento, en las que la ciencia es considerada como un proceso humano, socialmente condi­cionado, de producción de conoci­miento. El monismo epistemológico y metodológico que rige el pensamiento en general, está impidiendo la apertura a nuevas formas alternativas de concebir la investigación, la ciencia, la cultura y la relación teoría/práctica en educación. Tanta importancia tiene para conocer las múltiples realidades en que vive la especie humana la modalidad de pensamiento narrativa como la lógico racional pues, “cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos son complementarias e irreductibles entre sí” (Bruner 1988, pág. 23). La modalidad lógica preten­de conocer la verdad, mediante la verificación de hipótesis y la construc­ción de generalizaciones que trasciendan lo particular. La modalidad narrativa pretende conocer cómo se llega a dar significado a la experiencia, se ocupa de las intenciones y acciones humanas y da más importancia a la generación de hipótesis de trabajo que a su verificación, se detiene más en la comprensión de lo singular que en la explicación de lo general. Para conocer los asuntos humanos, siempre cambiantes, creativos y singulares parece más adecuada la modalidad narrativa del pensamiento, mientras que la modalidad lógica parece aco­modarse mejor al comportamiento del mundo físico.

Así pues, “ la ciencia”, tal como se caracteriza en las disciplinas físicas no es ni el único ni el más privilegiado modo de conocer, pues utiliza un método que no es adecuado para el conocimiento de todos los ámbitos de la realidad, y en especial, es poco pertinente para conocer todos los aspectos que singularizan la conducta humana.

Por otra parte, parece evidente que la reificación de las formas actuales de la existencia individual y social se convierte en otro obstáculo decisivo en la práctica educativa. Amparados en la poderosa y tacita ideología dominante en las sociedades actuales, que induce la idea de que las manifes­taciones concretas de la realidad con­temporánea en sus dimensiones eco­nómica, social, política e incluso cultu­ral, no solo son las más adecuadas, sino que se convierten en inevitables e insustituibles, en la escuela se difun­de una concepción inmovilista de la realidad social, concediendo carácter de naturaleza a las manifestaciones contingentes de la configuración his­tórica actual. Se pierde el sentido his­tórico de la construcción social de la realidad, y se ignora la dialéctica del desarrollo humano entre lo real y lo posible. Aunque pueda ser una ten­dencia repetida frecuentemente a lo largo de la historia, es en la actualidad un obstáculo de primer orden, por la singularidad que supone la omnipre­sencia de los medios de comunicación y la internacionalización de la econo­mía, la política e incluso la misma cul­tura. Desde los centros de poderse difunde la idea de que ya no hay mas que una realidad, una única forma via­ble de organizar la vida económica, social y política; se impone la idea de la ausencia de alternativas racionales y viables.

El mundo que rodea el desarrollo del niño/a es hoy, más que nunca, una clara construcción social donde las personas, objetos, espacios y creacio­nes culturales políticas o sociales adquieren un sentido peculiar, en vir­tud de las coordenadas sociales e his­tóricas que determinan su configura­ción. Hay múltiples realidades como hay múltiples formas de vivir y dar sentido a la vida desde las peculiarida­des espaciales y temporales que rode­an la vida de cada individuo y cada grupo. En definitiva, hay tantas reali­dades sociales como versiones de la realidad, como representaciones sub­jetivas se elaboran sobre las múltiples formas de vivir.

La reificación del conocimiento y de la realidad social puede conside­rarse uno de los obstáculos epistemo­lógicos más peligrosos por cuanto que el dogmatismo paraliza el enten­dimiento y la conciencia de ausencia de alternativas paraliza la actuación. Es necesario reivindicar el componen­te utópico del pensamiento humano porque se esta utilizando la crítica a las ideologías como coartada para evi­tar la reflexión crítica sobre el pre­sente. El fenómeno educativo sin dimensión alternativa o utópica sobre el estado actual de las cosas pierde su especificidad y se convierte en un simple proceso de socialización reproductora.

 “..las perspectivas utópicas son con­venientes porque entrañan la necesidad de poner a prueba, y la voluntad de modificar, el propio espacio en que uno se encuentra. Son, por llamarlas con otro nombre, las perspectivas del deseo ....Lo peor que podría ocurrirnos sería aceptar una sociedad, y una vida, sin deseo. El deseo siempre implica una tensión entre el espacio que habitas y un espacio even­tual que se proyecta en tu mente y en tu sensibilidad”. (Argullol, 96)

El último obstáculo epistemológi­co que deseo analizar se refiere a la primacía de la cultura de la apariencia. Parece obvio que en la cultura de la imagen que se impone en las socieda­des occidentales postindustriales, es imparable la ascensión de la primacía de la apariencia, el poder de lo efímero y cambiante, la dictadura del dise­ño, de las formas, de la sintaxis a costa de la comunicación abierta de significados, ideas, argumentos, discursos. La desmesurada valoración social de la imagen convierte en crite­rios de calidad, aceptación o legitimi­dad, lo que tal vez no sean más que manifestaciones diferentes y adorna­das de la epidermis superficial de los acontecimientos, ideas y sentimien­tos.

Cuando la importancia de las for­mas, de la sintaxis, de los modos externos de expresión de los signifi­cados se mantiene dentro de la pren­tensión de desarrollar las capacidades estéticas o formales de expresión y comunicación, de abrir nuevas vías para la formulación externa del mundo interior individual o social, puede considerarse una tendencia con clara potencialidad educativa, toda vez que favorece y facilita el intercambio y el desarrollo creador de las necesidades expresivas del indi­viduo y de la comunidad. Cuando, por el contrario, la exaltación de las for­mas, de las apariencias, de los envol­torios, de la sintaxis se produce a costa de los significados, de los conte­nidos, ya sea para ocultar la ausencia de los mismos o para camuflar la irra­cionalidad de los mensajes, la cultura de la apariencia se convierte en un poderoso obstáculo epistemológico que arraiga con fuerza en la juventud por el atractivo de los estímulos que utiliza, relacionados directamente con la naturaleza concreta de los sentidos, con el contenido directo de la per­cepción más sutil y diversificada.

“No conviene olvidar que los códigos iconográficos de la comunicación televisi­va crean la ilusión de lo real (las imáge­nes contienen, por su semejanza formal con el objeto representado, el estatuto de lo obvio y de lo verdadero) hasta crear un flujo hipnótico que nos hace confundir con frecuencia la realidad de las imágenes de la realidad y que deviene, en discursos como el publicitario, el eficacísimo recurso de persuasión ideológica. Ello es especialmente grave si el contenido de los mensajes difundidos mediante estrategias textuales de enor­me potencial retórico es claramente con­trario a las actitudes y valores que figu­ran en los objetivos didácticos de la reforma escolar y a los principios que inspiran los fines emancipatorios del conocimiento escolar” (Lomas 1992, p. 2)

Como no podemos olvidar que el aire que respiramos es, como señala Guerin, un compuesto de oxígeno, nitrógeno y publicidad es necesario que los alumnos/as a través de la utili­zación educativa en la escuela de los medios de comunicación aprendan “a resistir las seducciones publicitarias y a discriminar entre lo útil y lo imbécil..Pero da la casualidad de que esos niños/as van a crecer asediados por anuncios, por lemas políticos, por jaculatorias: ¿habrá que educarles para decidir por sí mismos o suprimir por decreto todo lo que no consideren convenientemente edificante los censores de turno?” (Savater, 1993, p. 13,14)

El aspecto más grave de estos influjos es que al camuflar los conteni­dos de los mensajes en el bosque lujoso y atractivo de las formas y apa­riencias externas, dificilmente los indi­viduos pueden incorporar racional y críticamente los componentes de la ideología social dominante. No es que la cultura de la imagen y de la aparien­cia no transmita componentes ideoló­gicos y, por tanto se trate de una cul­tura neutral, inocua, independiente de los valores y opciones de interés, muy al contrario puede considerarse una cultura más insidiosa por cuanto camufla y oculta los verdaderos inte­reses y valores que se transmiten en los intercambios. El problema es que en el bosque de informaciones frag­mentarias y de estímulos audiovisua­les es difícil percibir y por tanto anali­zar críticamente el sentido de los mensajes y la finalidad de los influjos.

No por causalidad, los obstáculos que acabamos de analizar manifiestan una estrecha y directa relación con las exigencias de la sociedad capitalis­ta, cuyo modelo de producción y con­sumo se rige por las leyes del libre mercado. La promoción del individua­lismo competitivo e insolidario conjuntamente con la uniformidad cultu­ral y el conformismo social, la obsesión por la eficacia de los resultados independientemente del valor de los procesos, la reificación del conoci­miento y de la realidad, la aceptación de lo existente como la mejor con­creción de lo posible y la exaltación de la cultura de la apariencia, de la imagen publicitaria, del reinado de lo efímero, son manifestaciones eviden­tes de las exigencias ideológicas y materiales de la sociedad de produc­ción y consumo regida por las leyes del libre mercado.

Habría que recordar como hace Argullol (1993, p. 35) que “Cuando se nos abruma con la unidad indisociable entre “libertad” y “mercado” se olvida que el liberalismo europeo nació bajo otras consignas: libertad, igualdad, fraternidad”. (Argullol, pág. 35)


La naturaleza del trabajo educativo relacionado con la construcción y reconstrucción critica y permanente de los modos de pensar , sentir y actuar de las generaciones humanas, exige cuestionar abiertamente los procesos de socialización , requiere la identificación  y superación de tales obstáculos que impiden o dificultan los propósitos educativos. La escuela es una institución social y por lo mismo inevitablemente impregnada por los valores circunstanciales que imperan en los intercambios sociales de cada época y cada comunidad. Para cumplir su función pedagógica con relativa autonomía, el profesor/a debe estar atento y enfrentarse y superar en sí mismo y en la cultura de la escuela, los influjos meramente reproductores de la dinámica social.

El conocimiento académico, teó­rico, científico o técnico, sólo puede considerarse instrumento de los pro­cesos de reflexión cuando se ha integrado significativamente, no en parce­las aisladas de la memoria semántica, sino en los esquemas de pensamiento más genéricos que activa el individuo cuando interpreta la realidad concreta en la que vive y sobre la que actúa, y cuando organiza su propia experien­cia. No es un conocimiento “puro”, es un conocimiento contaminado por las contingencias que rodean e impregnan la propia experiencia vital.

El problema que se plantea a la educación, por tanto, no es prescindir de la cultura organizada en disciplinas sino cómo provocar que el alumno/a participe de forma activa y crítica en la reelaboración personal y grupa¡ de la cultura de su comunidad. Solamen­te puede producirse la reconstrucción del conocimiento vulgar y expe­riencial de los alumnos/as, fruto de sus prolongados procesos de sociali­zación espontanea, cuando seamos capaces de construir en la escuela un espacio vivo de intercambio de expe­riencias, un escenario de vivencias culturales, donde el alumno/a viva al mismo tiempo que aprende. la forma­ción de ciudadanos autónomos, cons­cientes, informados y solidarios requiere una escuela donde pueda recrearse la cultura, no una academia para aprendizajes mecánicos o adqui­siciones irrelevantes, sino la escuela a tiempo completo, donde el niño/a aprende al mismo tiempo que vive y vive al mismo tiempo que aprende los aspectos más diversos de la experiencia humana. La escuela así considerada se convierte en una comunidad democrática de vida y aprendizaje, un espacio de cultura donde se aprenden los conceptos, herramientas, técnicas y códigos de la cultura de la humanidad como conse­cuencia de la participación activa en el intercambio de significados, deseos y comportamientos con los compañe­ros y con los adultos.

 

Referencias

 

Argullol, R. Trias, E. (1992). El cansan­cio de Occidente. Ediciones Destino. Madrid

Bruner, J. (1988). Realidad mental y mundos posibles. Barcelona. Gedisa.

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Finkielkraut, A.(1992). La derrota del pensamiento. Anagrama. Madrid.

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Gimeno Sacristan, J. y Pérez Gómez, A.I. (1992) Comprender y transformar la ense­ñanza. Madrid. Morata.

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Savater, F. (1993). Padres nuestros. El País, 18 de enero. Opinión