escuela y cultura
EDUCACIÓN VERSUS
SOCIALIZACIÓN AL FINAL DEL SIGLO.
Angel I. Pérez Gómez
La
función mediadora de la escuela es frenada por una serie de obstáculos que
impiden el desarrollo de un pensamiento crítico y reflexivo en sus alumnas y
alumnos.
El
docente debe estar atento a estos influjos reproductores de la dinámica social
para cumplir su función pedagógica con cierta autonomía.
“La escuela es la única excepción
al self service
generalizado. Así pues, el malentendido que separa esta institución de sus
usuarios va en aumento: la escuela es moderna y los alumnos postmodernos;
ella tiene por objeto formar los espíritus, ellos le ponen la atención
flotante del joven teleespectador” (Finkielkraut, 1993)
Parece evidente que la función mediadora de la escuela
entre los influjos espontáneos de la cultura hegemónica de la comunidad social
y las exigencias educativas de promover el pensamiento reflexivo y la actuación
racional y consciente de las nuevas generaciones se encuentra en un proceso de
tensión permanente. Socialización y educación son dos términos que se
requieren tanto como se diferencian y contraponen. ¿Cómo
pueden caracterizarse, distinguirse, oponerse y completarse las funciones. sociales y las funciones educativas de la institución escolar
en las sociedades contemporáneas?
Por una parte, parece obvio que ante el mantenimiento e
incluso agudización de los desequilibrios sociales que producen las sociedades
de libre mercado la escuela deberá intensificar su indiscutible función
compensatoria, de manera que al menos puedan paliarse en parte los efectos en
el desarrollo de los individuos y de los grupos de las carencias económicas y
culturales de los medios sociales mas desfavorecidos y marginados. La escuela
no puede suprimir la desigualdad social pero sí paliar sus efectos en el
desarrollo intelectual, afectivo y comportamental de
los individuos y grupos.
Por otra parte la función educativa de la escuela
especializa su práctica, precisamente por su carácter mediador, reflexivo,
respecto a los influjos de todo tipo que recibe el individuo en sus
intercambios espontáneos dentro de un escenario social concreto, con sus
peculiares formas de interpretar y diseñar la realidad individual y social. La
diferente posición de cada familia, grupo e individuo en el sistema productivo
y cultural, condiciona la calidad y el sentido de sus intercambios y
adquisiciones. Los intereses e intencionalidades que subyacen a los influjos
socializadores del medio en nada garantizan el carácter reflexivo y crítico de
las adquisiciones grupales e individuales en el curso del desarrollo. Es por
ello que la escuela, enfatizando su función educativa debe cuestionar la
calidad humana de los influjos recibidos en cada escenario social particular,
procurando un clima de vivencias e intercambios que faciliten la reflexión y el
contraste.
Las peculiaridades de las sociedades contemporáneas,
presididas por el volumen, intensidad y acelerado ritmo de intercambios,
movimientos e informaciones, puesto al alcance de la mayoría de los individuos,
plantean nuevas exigencias educativas a la institución escolar. Es decir, la
transformación de los medios y procedimientos de socialización de los
individuos en las sociedades tecnológicas actuales demandan nuevas formas y
propósitos a la actividad educativa. Como ya he expuesto con detenimiento en
otro lugar (Pérez Gómez 1992) La función educativa de la escuela no puede
reducirse en la actualidad a la transmisión incluso significativa de
conocimientos e informaciones. Su objetivo prioritario debe ser la
reconstrucción del conocimiento experiencial, fruto
de los procesos de socialización, con el que cada alumno/a llega a la escuela.
Porque es precisamente dicho pensamiento experiencial,
por muy deficiente, erróneo y dogmático que sea, el que define sus
interpretaciones y formula sus actuaciones en la realidad natural y social.
Así pues, la institución escolar ahora más que nunca, por
la omnipresencia y potencialidad de lo poderosos medios de comunicación de
masas, que universalizan los principios de la cultura hegemónica en la que se
socializan las nuevas generaciones debe cumplir en la actualidad una clara
función de contraste, de interrogación, que pretende provocar la reflexión y
facilitar los procesos individuales y grupales de reconstrucción racional de
la experiencia y del pensamiento. Debe, por tanto, identificar los valores
ideológicos que constituyen la ideología dominante, y promover la reflexión y
el contraste sobre los mismos, desde la perspectiva de la asimilación particular
que los alumnos/as realizan de los mismos.
No ha lugar a analizar aquí exhaustivamente el amplio
número de obstáculos que dificultan el desarrollo del pensamiento práctico del
alumno/a, desde una perspectiva reflexiva. Por ello voy a seleccionar algunos
que a mi entender son especialmente significativos por su relevancia actual.
La paradójica promoción simultanea del individualismo exacervado y del conformismo social es el primer obstáculo
en cuyo análisis deseo detenerme. La escuela en consonancia con los influjos
de los poderosos medios de comunicación social, reflejan a la vez que estimulan
la paradójica aceptación y promoción conjunta del individualismo y el
conformismo social. “A través del énfasis
en la competición, las adquisiciones individuales, las habilidades utilitarias,
la atomización del conocimiento, la división del trabajo, y la moral oficial
del relativismo, el individualismo se convierte en uno de los pilares
fundamentales de la escolarización de la sociedad” (Goodman,
1992, p. 24). El conformismo social debe alimentarse como garantía de
permanencia del marco genérico de convivencia: las democracias formales que
arropan un sistema de producción y distribución regido por la ley del libre
mercado. Dentro de tal incuestionable y apetecible paraguas se legitima la ley
de la selva, la competitividad más exacervada que
mediante la lucha individual por la existencia pone a cada uno en el lugar que
le corresponde por sus capacidades y esfuerzos. Como afirma Argullol( 1993, p.48)
“.. en los últimos decenios
la combinación de técnica y medios de comunicación introduce otro paisaje. La
multitud no se encuentra en las calles, como masa visible, sino que permanece
oculta, aunque igualmente masificada, en sus unidades individuales”.
La promoción social de los valores relacionados con el
individualismo se concretan en la escuela en torno a
la concepción del aprendizaje como un fenómeno individual. La mayoría de los
alumnos/as y de las escuelas asumen que el aprendizaje es una experiencia
esencialmente individual, de modo que, la preocupación fundamental de la
actividad docente es orientar y estimular el progreso individual, mediante el
desarrollo de trabajos y tareas también individuales. El individualismo se
refleja y se alimenta en las instituciones educativas, tanto a través de la
estructura de relaciones sociales, como en los contenidos del currículum y en
la forma del trabajo académico.
En este sentido, el aprendizaje individual y aislado apoya
y refleja a la vez una concepción competitiva del aprendizaje, creando en el
aula y en la escuela un ambiente de competitividad e insolidaridad. El
desarrollo de las tareas académicas en la escuela dentro de esta perspectiva
crea un clima poco propicio a la colaboración y al descubrimiento cooperativo.
Por el contrario, y como buen reflejo de las tendencias sociales, el éxito
académico de cada uno parece exigir el fracaso de los demás compañeros, imponiendo
paulatina pero progresivamente la idea de que lo verdaderamente importante en
la vida académica y por extensión en la vida social son las propias
adquisiciones, resultados y éxitos.
Esta concepción individualista del aprendizaje y de la
vida académica en la escuela se refleja y se alimenta en los componentes y
rituales más relevantes de la dinámica del aula. Las relaciones sociales y el
modo de organización de la vida social, los contenidos del currículum, los
métodos de enseñanza y de trabajo académico, y las estrategias de evaluación,
van consolidando una forma individualista de desarrollo y de actuación.
Paradójicamente, tal ensalzamiento del individualismo competitivo no se ve
acompañado, ni en la escuela ni en la sociedad por la tendencia a respetar
las diferencias individuales, de cultura, de raza o sexo, ni a favorecer y
potenciar el desarrollo de la creatividad y la formación de identidades
singulares. Por el contrario se impone, a través del aislamiento y del trabajo
individual, los patrones de una cultura uniforme que impone un modo de pensar
y actuar claramente romo y homogéneo. Los alumnos/as de las más diferentes
escuelas de las sociedades desarrolladas contemporáneas están aprendiendo,
individual y aisladamente, los mismos contenidos, las mismas formas, parecidos
procedimientos y métodos de trabajo, desarrollan similares actitudes,
incorporan los mismos valores y abrigan las mismas expectativas. De modo que
se impone una cultura uniforme e intolerante que ignora y desprecia lo diferente,
que penaliza la discrepancia y la disidencia, que renuncia a las alternativas
críticas.
Como afirma Trias (1 993, p. 51)”Tal individuo tiene las siguientes
características: I) es capaz de acumular muchas vivencias, pero carece de experiencia;
2) es capaz de acumular muchas redes complejas de “información”, pero carece de
formación, de Bildung; 3) sólo reconoce la alteridad
en la medida en que define su propia forma de ser y de sentir, es incapaz, por
tanto, de un genuino encuentro con el otro”., “...es siempre un “espectador”.
El hombre pasivo, el que participa voluntariamente de un plan que él no ha
trazado”... “Lo pasividad es una característica fundamental para definir al hombre de nuestra época”...
“Todo ello, naturalmente, enmascarado con la apariencia contraria: la incesante
actividad a través de todo tipo de simulacros”. (Argullol,
pág. 52)
Estrechamente vinculado a la promoción del individualismo
se extiende por las escuelas y profesores/as la obsesión por la eficacia como
objetivo prioritario de la práctica educativa, de modo que aparece en la
cultura de la escuela y en la mentalidad de los docentes como sinónimo de
calidad de la enseñanza. La eficacia se define en virtud del grado de consecución
de los objetivos previstos. Se acepta y se asume este objetivo básico como
orientador único de la práctica educativa sin considerar los importantes
supuestos filosóficos, antropológicos y pedagógicos que subyacen a esta forma
de concebir la calidad de la educación.
Como en cualquier otro ámbito de la producción se acepta
con toda naturalidad que también la tarea educativa debe regirse por los mismos
patrones de economía, rapidez y seguridad en la consecución eficaz de los
objetivos previstos. La tarea educativa se concibe como una intervención
típicamente tecnológica. Los supuestos básicos de esta concepción pueden
resumirse en los siguientes: en la práctica educativa pueden definirse los
objetivos concretos especificados operativamente desde fuera y de forma
previa, los fines justifican los medios y cualquier medio es aceptable
pedagógicamente si nos lleva a la consecución de los objetivos, los resultados
de aprendizaje pueden identificarse, medirse y evaluarse con rigor; el proceso
educativo puede, en definitiva, considerarse un proceso mecánico y previsible,
es en cierta medida un proceso de producción de bienes culturales y puede
regirse por los criterios y especificaciones de cualquier otro proceso de
producción.
Sin ser conscientes de las implicaciones que comporta la
aceptación de esta perspectiva tecnicista, la mayoría
de las escuelas y profesores/as viven dentro de una cultura que prioriza el
valor y el culto a la eficacia simplista e inmediata, por lo que la práctica
educativa se convierte exclusivamente en una actividad técnica de determinación
de objetivos, elección de medios y evaluación de resultados. Me parece
conveniente en este sentido recordar las palabras de Morin
(1 993, p. 5) “Este desarrollo, que
parecía providencial a finales del siglo pasado, conlleva desde entonces dos
amenazas sobre las sociedades y sobre los seres humanos :
una exterior, precedente de la degradación ecológica de los centros de vida; la
otra, interior, surgida de la degradación de la calidad de vida. El desarrollo
de la lógica de la máquina industrial
en las empresas, las oficinas, los centros de diversión, tiende a extender lo
estandarizado y lo anónimo, y por ello a destruir la convivencia”.
Será necesario remover este obstáculo epistemológico de
la cultura de la escuela de modo que aparezca la posibilidad de pensar que la
calidad educativa (Pérez Gómez 1990, Carr, 1990) no
reside en la eficacia y economía con la que se consiguen los resultados
previstos, sino en el valor educativo de los procesos; que en la educación como
en cualquier otro aspecto de la vida humana los fines no justifican los medios;
que los medios didácticos no son indiferentes, sino que
al ser procesos sociales de intercambios de
significados, cualquier método pedagógico está activando procesos individuales
y colectivos cargados de valores, provocando múltiples efectos primarios y
secundarios, explícitos o tácitos, a corto, a medio y a largo plazo, en modo
alguno previsibles de forma mecánica; que debido al carácter creador del
individuo y de los grupos humanos, los procesos educativos cuanto más ricos e
interesantes son, más impredecibles se vuelven los resultados; que la evaluación
rigurosa y objetiva de los resultados inmediatos y observables en educación,
no logra detectar sino una mínima parte de los efectos reales de los procesos
educativos que se manifiestan de forma muy diversa, compleja y prolongada a
través del tiempo.
El tercer obstáculo que quisiera analizar hace referencia
a la reificación del conocimiento y de la realidad
actual. Para la mayoría de los estudiantes y docentes, como para la mayoría de
los ciudadanos/as la concepción de la ciencia y del conocimiento válido sigue
los patrones de la perspectiva positivista. El conocimiento científico, tanto
en el ámbito de la realidad natural como en el de la realidad social, se
considera un conocimiento objetivo, neutral, generalizable, que explica la
realidad y puede utilizarse para predecir y controlar los comportamientos
futuros de la misma.
A la cultura de la escuela y de los alumnos/as y docentes
no han llegado, por lo general, los planteamientos críticos con el positivismo desarrollados por Khun, Feyerabend, Lakatos o Toulmin, tan asumidos hoy en la filosofía de la
ciencia, ni menos las propuestas que afirman la especificidad epistemológica
de las ciencias humanas y sociales (Giddens 1987).
Es más, el conocimiento que se trabaja académicamente en la escuela ni
siquiera posee las virtudes de riqueza procesual, de
contrastación y experimentación que mantienen las
posiciones positivistas. El saber académico, los contenidos del currículum, se
presenta generalmente como un conocimiento dogmático, que se aprende sin
discusión, incorporando en el mejor de los casos el significado de sus premisas,
pero no en modo alguno los complejos, titubeantes e incluso contradictorios,
procesos de su producción y reformulación.
En la cultura de la escuela tienen difícil acomodo las
posiciones que relativizan el conocimiento, en las
que la ciencia es considerada como un proceso humano, socialmente condicionado,
de producción de conocimiento. El monismo epistemológico y metodológico que
rige el pensamiento en general, está impidiendo la apertura a nuevas formas
alternativas de concebir la investigación, la ciencia, la cultura y la relación
teoría/práctica en educación. Tanta importancia tiene para conocer las
múltiples realidades en que vive la especie humana la modalidad de pensamiento
narrativa como la lógico racional pues, “cada una de ellas brinda modos
característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos
son complementarias e irreductibles entre sí” (Bruner
1988, pág. 23). La modalidad lógica pretende conocer
la verdad, mediante la verificación de hipótesis y la construcción de
generalizaciones que trasciendan lo particular. La modalidad narrativa pretende
conocer cómo se llega a dar significado a la experiencia, se ocupa de las
intenciones y acciones humanas y da más importancia a la generación de
hipótesis de trabajo que a su verificación, se detiene más en la comprensión de
lo singular que en la explicación de lo general. Para conocer los asuntos
humanos, siempre cambiantes, creativos y singulares parece más adecuada la
modalidad narrativa del pensamiento, mientras que la modalidad lógica parece
acomodarse mejor al comportamiento del mundo físico.
Así pues, “ la ciencia”, tal como se caracteriza en las
disciplinas físicas no es ni el único ni el más privilegiado modo de conocer,
pues utiliza un método que no es adecuado para el conocimiento de todos los
ámbitos de la realidad, y en especial, es poco pertinente para conocer todos
los aspectos que singularizan la conducta humana.
Por otra parte, parece evidente que la reificación
de las formas actuales de la existencia individual y social se convierte en
otro obstáculo decisivo en la práctica educativa. Amparados en la poderosa y
tacita ideología dominante en las sociedades actuales, que induce la idea de
que las manifestaciones concretas de la realidad contemporánea en sus
dimensiones económica, social, política e incluso cultural, no solo son las
más adecuadas, sino que se convierten en inevitables e insustituibles, en la
escuela se difunde una concepción inmovilista de la realidad social,
concediendo carácter de naturaleza a las manifestaciones contingentes de la
configuración histórica actual. Se pierde el sentido histórico de la
construcción social de la realidad, y se ignora la dialéctica del desarrollo
humano entre lo real y lo posible. Aunque pueda ser una tendencia repetida
frecuentemente a lo largo de la historia, es en la actualidad un obstáculo de
primer orden, por la singularidad que supone la omnipresencia de los medios de
comunicación y la internacionalización de la economía, la política e incluso
la misma cultura. Desde los centros de poderse difunde la idea de que ya no
hay mas que una realidad, una única forma viable de
organizar la vida económica, social y política; se impone la idea de la
ausencia de alternativas racionales y viables.
El mundo que rodea el desarrollo del niño/a es hoy, más
que nunca, una clara construcción social donde las personas, objetos, espacios
y creaciones culturales políticas o sociales adquieren un sentido peculiar, en
virtud de las coordenadas sociales e históricas que determinan su configuración.
Hay múltiples realidades como hay múltiples formas de vivir y dar sentido a la
vida desde las peculiaridades espaciales y temporales que rodean la vida de
cada individuo y cada grupo. En definitiva, hay tantas realidades sociales
como versiones de la realidad, como representaciones subjetivas se elaboran
sobre las múltiples formas de vivir.
La reificación del conocimiento
y de la realidad social puede considerarse uno de los obstáculos epistemológicos
más peligrosos por cuanto que el dogmatismo paraliza el entendimiento y la
conciencia de ausencia de alternativas paraliza la actuación. Es necesario
reivindicar el componente utópico del pensamiento humano porque se esta
utilizando la crítica a las ideologías como coartada para evitar la reflexión
crítica sobre el presente. El fenómeno educativo sin dimensión alternativa o
utópica sobre el estado actual de las cosas pierde su especificidad y se
convierte en un simple proceso de socialización reproductora.
“..las perspectivas
utópicas son convenientes porque entrañan la necesidad de poner a prueba, y la
voluntad de modificar, el propio espacio en que uno se encuentra. Son, por
llamarlas con otro nombre, las perspectivas del deseo ....Lo
peor que podría ocurrirnos sería aceptar una sociedad, y una vida, sin deseo.
El deseo siempre implica una tensión entre el espacio que habitas y un espacio eventual que se proyecta en tu mente y en tu
sensibilidad”. (Argullol, 96)
El último obstáculo epistemológico que deseo analizar se
refiere a la primacía de la cultura de la apariencia. Parece obvio que en la
cultura de la imagen que se impone en las sociedades occidentales postindustriales, es imparable la ascensión de la primacía
de la apariencia, el poder de lo efímero y cambiante, la dictadura del diseño,
de las formas, de la sintaxis a costa de la comunicación abierta de
significados, ideas, argumentos, discursos. La desmesurada valoración social de
la imagen convierte en criterios de calidad, aceptación o legitimidad, lo que
tal vez no sean más que manifestaciones diferentes y adornadas de la epidermis
superficial de los acontecimientos, ideas y sentimientos.
Cuando la importancia de las formas, de la sintaxis, de
los modos externos de expresión de los significados se mantiene dentro de la prentensión de desarrollar las capacidades estéticas o
formales de expresión y comunicación, de abrir nuevas vías para la formulación
externa del mundo interior individual o social, puede considerarse una
tendencia con clara potencialidad educativa, toda vez que favorece y facilita
el intercambio y el desarrollo creador de las necesidades expresivas del individuo
y de la comunidad. Cuando, por el contrario, la exaltación de las formas, de
las apariencias, de los envoltorios, de la sintaxis se produce a costa de los
significados, de los contenidos, ya sea para ocultar la ausencia de los mismos
o para camuflar la irracionalidad de los mensajes, la cultura de la apariencia
se convierte en un poderoso obstáculo epistemológico que arraiga con fuerza en
la juventud por el atractivo de los estímulos que utiliza, relacionados
directamente con la naturaleza concreta de los sentidos, con el contenido
directo de la percepción más sutil y diversificada.
“No conviene olvidar que los códigos iconográficos de la
comunicación televisiva crean la ilusión de lo real (las imágenes contienen,
por su semejanza formal con el objeto representado, el estatuto de lo obvio y
de lo verdadero) hasta crear un flujo hipnótico que nos hace confundir con
frecuencia la realidad de las imágenes de la realidad y que deviene, en
discursos como el publicitario, el eficacísimo recurso de persuasión
ideológica. Ello es especialmente grave si el contenido de los mensajes
difundidos mediante estrategias textuales de enorme potencial retórico es
claramente contrario a las actitudes y valores que figuran en los objetivos
didácticos de la reforma escolar y a los principios que inspiran los fines emancipatorios del conocimiento escolar” (Lomas 1992, p. 2)
Como no podemos olvidar que el aire que respiramos es,
como señala Guerin, un compuesto de oxígeno,
nitrógeno y publicidad es necesario que los alumnos/as a través de la utilización
educativa en la escuela de los medios de comunicación aprendan “a resistir las
seducciones publicitarias y a discriminar entre lo útil y lo imbécil..Pero da la casualidad de que esos niños/as van a crecer
asediados por anuncios, por lemas políticos, por jaculatorias: ¿habrá que
educarles para decidir por sí mismos o suprimir por decreto todo lo que no
consideren convenientemente edificante los censores de turno?” (Savater, 1993, p. 13,14)
El aspecto más grave de estos influjos es que al camuflar
los contenidos de los mensajes en el bosque lujoso y atractivo de las formas y
apariencias externas, dificilmente los individuos pueden
incorporar racional y críticamente los componentes de la ideología social
dominante. No es que la cultura de la imagen y de la apariencia no transmita
componentes ideológicos y, por tanto se trate de una cultura neutral, inocua,
independiente de los valores y opciones de interés, muy al contrario puede
considerarse una cultura más insidiosa por cuanto camufla y oculta los
verdaderos intereses y valores que se transmiten en los intercambios. El
problema es que en el bosque de informaciones fragmentarias y de estímulos
audiovisuales es difícil percibir y por tanto analizar críticamente el
sentido de los mensajes y la finalidad de los influjos.
No por causalidad, los obstáculos que acabamos de analizar
manifiestan una estrecha y directa relación con las exigencias de la sociedad
capitalista, cuyo modelo de producción y consumo se rige por las leyes del
libre mercado. La promoción del individualismo competitivo e insolidario conjuntamente con la uniformidad cultural y el
conformismo social, la obsesión por la eficacia de los resultados
independientemente del valor de los procesos, la reificación
del conocimiento y de la realidad, la aceptación de lo existente como la mejor
concreción de lo posible y la exaltación de la cultura de la apariencia, de la
imagen publicitaria, del reinado de lo efímero, son manifestaciones evidentes
de las exigencias ideológicas y materiales de la sociedad de producción y
consumo regida por las leyes del libre mercado.
Habría que recordar como hace Argullol
(1993, p. 35) que “Cuando se nos abruma con la unidad indisociable entre
“libertad” y “mercado” se olvida que el liberalismo europeo nació bajo otras
consignas: libertad, igualdad, fraternidad”. (Argullol,
pág. 35)
La naturaleza del trabajo educativo relacionado con la
construcción y reconstrucción critica y permanente de los modos de pensar , sentir y actuar de las generaciones humanas, exige
cuestionar abiertamente los procesos de socialización , requiere la
identificación y superación de tales
obstáculos que impiden o dificultan los propósitos educativos. La escuela es
una institución social y por lo mismo inevitablemente impregnada por los
valores circunstanciales que imperan en los intercambios sociales de cada época
y cada comunidad. Para cumplir su función pedagógica con relativa autonomía, el
profesor/a debe estar atento y enfrentarse y superar en sí mismo y en la
cultura de la escuela, los influjos meramente reproductores de la dinámica
social.
El conocimiento académico, teórico, científico o técnico,
sólo puede considerarse instrumento de los procesos de reflexión cuando se ha
integrado significativamente, no en parcelas aisladas de la memoria semántica,
sino en los esquemas de pensamiento más genéricos que activa el individuo
cuando interpreta la realidad concreta en la que vive y sobre la que actúa, y
cuando organiza su propia experiencia. No es un conocimiento “puro”, es un
conocimiento contaminado por las contingencias que rodean e impregnan la propia
experiencia vital.
El problema que se plantea a la educación, por tanto, no
es prescindir de la cultura organizada en disciplinas sino cómo provocar que el
alumno/a participe de forma activa y crítica en la reelaboración personal y grupa¡ de la cultura de su comunidad. Solamente puede
producirse la reconstrucción del conocimiento vulgar y experiencial
de los alumnos/as, fruto de sus prolongados procesos de socialización espontanea, cuando seamos capaces de construir en la
escuela un espacio vivo de intercambio de experiencias, un escenario de
vivencias culturales, donde el alumno/a viva al mismo tiempo que aprende. la
formación de ciudadanos autónomos, conscientes, informados y solidarios
requiere una escuela donde pueda recrearse la cultura, no una academia para
aprendizajes mecánicos o adquisiciones irrelevantes, sino la escuela a tiempo
completo, donde el niño/a aprende al mismo tiempo que vive y vive al mismo
tiempo que aprende los aspectos más diversos de la experiencia humana. La
escuela así considerada se convierte en una comunidad democrática de vida y
aprendizaje, un espacio de cultura donde se aprenden los conceptos,
herramientas, técnicas y códigos de la cultura de la humanidad como consecuencia
de la participación activa en el intercambio de significados, deseos y comportamientos
con los compañeros y con los adultos.
Referencias
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