ALGUNOS DILEMAS SOBRE LA EVALUACIÓN DEL ALUMNADO

 

Juana Sancho Gil

 

En este artículo no voy a proponer ninguna estrategia de evaluación del alumnado, ni argumentar la necesidad de tener en cuenta, a riesgo de ser injustos, la globalidad de las acciones implicadas en la organización de la enseñanza escolar que tienen repercusiones, más o menos directas, en su actuación (I). En este texto, quisiera compartir con las lectoras y lectores, una serie de pensamientos, situaciones, reflexiones y dilemas, que he ido viviendo y planteándome a lo largo de mi vida profesional. Quisiera presentar un discurso abierto, que pudiese servir de instrumento de trabajo para un docente, un grupo de trabajo o un claustro. Un texto que no sugiriese un “me gusta o no me gusta”, sino un montón de cuestiones y controversias, a favor, en contra, de lado o de frente. Que posibilitase al profesorado lector explicitar dudas, certezas, argumentos que “le han rondado por la cabeza” pero no ha tenido el momento o la circunstancia para hacerlo. Todo esto son mis deseos, a partir de aquí, los lectores y lectoras tienen en sus manos el que se hagan realidad. De hecho, es un poco como la enseñanza, lo que expongo es el deseo de que alguien aprenda algo, mediante la proposición de una serie de preguntas. La diferencia es que aquí faltará el final del proceso: no voy a poder contrastar las consecuencias de mis hipótesis en la práctica.

 

Un párrafo para pensar

 

Un joyero pasa años de trabajo, estudio y experiencia en un taller para poder llegar a pronunciarse sobre el valor de las piedras y los metales con los que trabaja. Un catador de vinos necesita largos años de preparación y un constante entrenamiento para emitir juicios sobre la calidad de los caldos que le proponen. Un tasador inmobiliario pasa años estudiando los diferentes factores implicados en lo que da valor a una propiedad para poder llegar a enjuiciar las que tiene que tasar. Un crítico literario ha de pasar por un largo proceso de estudio y aprendizaje antes de llegar a emitir juicios públicos sobre el valor de una obra. Las consecuencias de la actuación de estas personas para las cosas que valoran en sí, son irrelevantes, aunque no lo sean para quienes han requerido sus servicios, o para ellos mismos ya que sus errores de apreciación pueden repercutir en su carrera. En el campo de la enseñanza, una persona, al día siguiente de obtener un título, puede ponerse frente a un grupo de estudiantes a los que ha de enseñar algo que él mismo ha decidido o que alguien ha estipulado y, al poco tiempo, se siente capaz (y aunque no se sienta lo ha de hacer) de evaluar el comportamiento del alumno, es decir, de emitir un juicio sobre el valor del mismo. Incluso se siente capaz de decir “éste no aprenderá jamás, ésta siempre tendrá problemas o con éste no hay quien pueda”. En este caso, las consecuencias de su actuación sí son relevantes para “la cosa” en sí, ya que puede dificultar su proceso de aprendizaje y el desarrollo de su autoconfianza y su autoestima. Se puede objetar que el contexto de actuación de cada una de estas personas no es comparable, pero invita a la reflexión.

 

Una visión de los centros de enseñanza como lugares para aprender

 

Quiero partir de la idea de que los centros de enseñanza no son sólo instituciones de control social. Lugares en los que profesorado y alumnado reproducen los valores de una determinada sociedad y ponen las bases para la reproducción de la misma, con todas sus virtudes y defectos. Parto de que los centros de enseñanza son lugares en los que el alumnado puede aprender un conjunto de saberes de características diversificadas, al que le sería difícil acceder en el resto de los sistemas sociales en los que interactúa. También parto de la idea de que en estos momentos, todos los niños y niñas entre 6 y 16 años (2), en un periodo fundamental en el desarrollo, tienen la obligación de asistir a la escuela en donde pasan más de la mitad de sus horas “activas”(3). Lo que quiero decir es que la escuela, las experiencias que se tienen o dejan de tener en ella, tiene un peso específico importante en el progreso y desarrollo de las distintas capacidades del alumnado. Si convenimos que esto es así, una de las consecuencias es que la evaluación, el proceso de recogida de información por parte del docente para emitir un juicio sobre el valor de las realizaciones del alumnado, que pueden ser un indicio de lo que ha aprendido, no sólo pueden servir para su función más obvia y extendida, la de clasificarlo, sino también para que el alumnado vaya teniendo conciencia de su propio proceso de aprendizaje y de los aspectos a mejorar; y para que el profesor tenga puntos de referencia sobre las consecuencias de su actuación docente.

 

Cuestiones sobre la evaluación escolar

 

Comenzaré con una historia real que nos puede ayudar a plantear una serie de cuestiones sobre el tema. Un profesor de EGB, a su paso por una clase de tercero de una compañera de centro, vio en la pizarra una serie de preguntas que el alumnado tenía que responder como evaluación de un trimestre del Area de Ciencias Naturales. Una de las preguntas le intrigó. Estaba redactada cómo sigue: ¿qué es el cerebro? Se preguntó, ¿qué contestaría yo a una pregunta así? Al ver a la profesora que la había escrito le preguntó: ¿realmente crees que tus alumnos pueden responder a una pregunta cuya respuesta ha generado y está generando importantes proyectos de investigación, hipótesis, teorías y principios explicativos desde campos de estudio como la medicina, la biología o la psicología? ¡Qué cosas tienes! Le contestó la profesora, ¡tú siempre con tus comentarios irónicos! No, le contestó él, esto es importante. ¿Qué esperas que tus alumnos te contesten? Para la profesora y para el resto del profesorado del centro, la respuesta era obvia: lo que decía el libro de texto. Seguramente, la respuesta que el alumnado daba a esta pregunta y a otras simulares es la información que tenía en cuenta la profesora para poner la nota al alumno, es decir, para pronunciarse sobre el valor de lo aprendido.

Esta situación, que podemos ver repetida con matices en muchos contextos de enseñanza (puede que en lugar de lo que pone en el libro de texto sea lo que ha explicado el enseñante), me plantea una serie de cuestiones de las que reseñaré las que, para mí, son más relevantes, dejando que cada lector o lectora plantee las suyas.

Una primera cuestión es la concepción sobre el conocimiento escolar reflejada en esta situación. Lo que el alumnado ha de aprender o saber es la idea que el docente tiene de los temas que vienen en el programa, en el libro de texto, o en su propio imaginario disciplinar. En este sentido, es importante hacer referencia a las aportaciones de Elliott (1991) en las que se constata que el conocimiento de la definición formal de un término no supone la comprensión de su utilización para la expresión de una idea... La capacidad para recordar definiciones no basta para entender el sentido referencial de los términos. La idea de aprendizaje que se desprende de este tipo de pregunta es la capacidad de memorizar trozos de información en un plazo más bien corto, información que se olvidará una vez pase la prueba (4) o que les será difícil reutilizar (transferir) a otros contextos, con lo cual, aunque hayan contestado bien a la pregunta del examen, si al año siguiente (o años después) otro docente trata el mismo tema, seguramente pensará que el alumnado no sabe nada o lo sabe mal.

Una segunda cuestión es la relación entre los posibles objetivos planteados por la profesora (explícita o implícitamente), las actividades de aprendizaje propuestas al alumnado y la actividad propuesta en la evaluación. Esta secuencia suscita una serie de preguntas. ¿Cómo exploró la profesora, si es que lo hizo, las visiones del alumnado sobre el tema? ¿Le planteó una prueba de papel y lápiz? ¿Exploró verbalmente sus concepciones? ¿Lo enfrentó a situaciones en las que pudiera expresar lo que sabía sobre él?. Y ¿qué hizo con lo que vislumbró que sabía?, ¿ponerse las manos en la cabeza y decir “no saben nada”, “cómo les voy a meter todo lo que tienen que aprender durante este año”? Se preguntó ¿por qué saben lo que saben y cómo lo saben y cómo lo voy a utilizar como punto de partida para las actividades de enseñanza que les pienso plantear?

¿Qué tipo de tareas llevaron a cabo? Esta consideración es importante, ya que diferentes investigaciones han demostrado que no todas las tareas de aprendizaje tienen la misma demanda cognitiva, ni la misma calidad educativa, ni propician el mismo tipo de aprendizajes.

Por último, otra tema fundamental se refiere a las decisiones a tomar tras el examen. ¿Qué hizo con las respuestas del examen?, ¿escribir la antología de los disparates? (5), ¿entrar en un diálogo crítico con el alumnado (Stenhouse, 1 981), estando dispuesta a revisar su juicio inicial ante los argumentos o las razones expuestas por el aprendiz?, ¿revisar la secuencia de aprendizaje con el fin de vislumbrar las posibles disfunciones entre cómo se ha propuesto la enseñanza y lo que muestra quo ha aprendido el alumno, incluida la pertinencia del sistema de evaluación utilizado?

Es obvio que estas cuestiones, y otras tantas, sólo pueden ser exploradas y abordadas en el contexto de una clase o de un centro, plantearlas aquí queda como un recurso que alcanzará su valor en la medida que sirva a alguna persona para profundizar en los aspectos reflexivos de su criterio profesional.

Quisiera concluir diciendo que la historia de la escolaridad está llena de desencuentros entre los procesos de aprendizaje y la forma de constatar lo que el alumno sabe. En nuestro contexto interactúan dos tradiciones, la de los exámenes a base de preguntas, La mayor parte de las veces reproductivas de información, y la de las pruebas “objetivas”, que dividen el conocimiento descontextualizándolo y dificultando la comprensión. Romper esta inercia no parece algo sencillo. Cualquier intento de evaluar al alumnado de forma más coherente y diversificada, no sólo desde una única situación: la de las pruebas de papel y lápiz, sino poniéndolo en situaciones diferentes en las que tenga la posibilidad de manifestar facetas diversas de su progreso y desarrollo, requiere un cambio de mentalidad en el profesorado sobre qué significa aprender y enseñar, e implica, en un primer momento, un aumento considerable del trabajo y una cierta sensación de inseguridad. Sin embargo, para los centros que quieren profundizar en su función educativa, el tema de la evaluación es uno de los puntos de su actuación que posibilita las reflexiones más complejas y la introducción de mejoras más significativas.

 

Referencias

 

Elliott, J. (1991) Enseñanza para la comprensión y enseñanza para la evaluación: revisión de la investigación de los profesores en relación con sus implicaciones políticas. Investigación Acción en la escuela. Madrid: Morata. Stenhouse, L. (1981) Investigación y desarrollo del currículum. Madrid: Morata.

Notas

 

(I) A estos temas me he referido en otras publicaciones. (1989) La difícil situació de favaluació. Guix, 141 142, pp. 35 38. (1990) Los profesores y el currículum. Fundamentación de una propuesta de evaluación. Barcelona: Horsori. (1990) De la evaluación a las evaluaciones. Cuadernos de Pedagogía, 185, pp. 8 11. (1993) Para enseñar no basta con saber la asignatura. Barcelona: Paidós. Con F. Hernández.

(2) Esto de forma obligatoria, por ley. Luego, cualquiera que quiera tener “sus conocimientos” reconocidos mediante un título ha de seguir en centros de enseíianza unos cuantos años más.

(3) Si exceptuamos las que dedican al sueño, al descanso y a la alimentación, prácticamente el resto del tiempo o lo pasan en la escuela o realizando actividades generadas desde ella (deberes).

(4) Aunque hay profesores que piensan que lo que el alumnado realmente aprende es lo que le sale en un examen. Parecen olvidar lo que ellos han olvidado de todos las materias que han estudiado y que, desde luego, han aprobado.

(5) A menudo he pensado que un sistema educativo que produce una “antología de disparates” que se vende como un best seller y se utiliza como un chiste, y no se plantea cómo se han producido estos “disparates”, qué ha llevado al alumnado a establecer relaciones inadecuadas o a expresarse de forma incorrecta, cómo ha contribuido el propio sistema escolar, la actuación del profesorado, los libros de texto.., a la creación de esta situación, tiene muy poca capacidad de reflexión y la concepción sobre el aprendizaje que desprende es que no es un proceso que puede ser inducido desde los centros de enseñanza, sino una “cualidad” que sólo tienen algunos alumnos.