¡Qué difícil
es hacerse adulto!
Primero la educación ambiental,
luego la ciudad, y ahora el informe sobre los jóvenes y el trabajo en Europa.
Es la tercera etapa de reflexión y de la búsqueda de "Europa, Educación y Ambiente".
Las cuestiones de las políticas ambientales,
la calidad de vida en el ambiente urbano y la urgencia de la entrada de los
jóvenes al mundo del trabajo guardan entre sí una relación muy estrecha.
El panorama no es demasiado estimulante: hay
una triste correspondencia entre la arrogancia destructiva de las grandes
potencias industriales del mundo occidental y los espacios cada vez más densos
y violentos de las aglomeraciones urbanas, grandes o pequeñas. De igual modo,
existe una inevitable relación entre la degradación de las periferias y la
falta de perspectivas laborales para los jóvenes europeos. Mientras tanto, la
escuela y, más en general, el sistema educativo permanece estratégicamente
anclado en una postura de exasperante espera de un milagro ante un mercado ya saturado
y sólo abierto al comercio de armas, drogas y artículos de consumo superfluos.
Quienes, como nosotros, trabajamos en el
ámbito social, en la escuela, que estamos comprometidos en el frente de la
sensibilización ambientalista no podíamos dejar de lado la cuestión de la
relación entre los jóvenes y el trabajo.
Y como es lógico, nuestras preocupaciones se
orientan y articulan en tres niveles. El primero es de carácter más
específicamente educativo, conexo con los problemas relacionados con el
"hacerse adultos" de los jóvenes adolescentes, que se ven obligados,
paradójicamente, a permanecer inmovilizados durante mucho tiempo dentro de un
sistema educativo que retrasa la auténtica y verdadera "iniciación a la
vida adulta".
El segundo nivel de reflexión se refiere a la
relación entre la formación y el trabajo. La relación de los jóvenes con la
escuela ha cambiado: el tradicional valor de cambio atribuido a los títulos
(para acceder a la producción) está siendo sustituido progresivamente por un
"valor de uso" de la persona. Sea la desconfianza en la relación
"automática" entre escuela y trabajo futuro, el desencanto pesimista
o la creciente madurez para las "cosas importantes de la vida", el
hecho es que este marco de referencia invierte también el significado del
trabajo, al menos para quien puede permitírselo. Ya no se piensa en el trabajo
como fuente primaria de realización personal, aunque sigue siendo la vía
privilegiada para acceder a los derechos plenos de la sociedad. De ahí se
deriva una contradicción, a menudo no resuelta, aunque superada gracias a la
clásica cultura del "menos da una piedra".
Repetimos: en todo caso, sólo para quienes
puedan permitírselo, porque las bolsas de marginación más o menos declaradas
van aumentando de manera preocupante y quienes lo pagan son los más jóvenes;
los años de reaganismo y de thatcherismo esquizofrénico han erosionado progresivamente,
hasta su caída, las barreras fluctuantes de la "aurea mediocritas"
de la también mediocre burguesía occidental.
El tercer nivel de razonamiento se refiere, en
cambio, a lo específico de la experiencia concreta, del testimonio directo,
bien de las nuevas formas de organización "productiva" y educativa,
bien de la desesperada y creativa búsqueda de "nuevas profesiones" o,
al menos, de "oficios alternativos" de corte social.
En esta tesitura, conviene también "hacer
de la necesidad virtud" y reintroducir en los ciclos productivos actividades
aparentemente absurdas en una sociedad dominada por el consumo: arreglar ropas
viejas y revenderlas, reparar electrodomésticos en desuso, implicar a las
personas en el mantenimiento del barrio, en la recuperación de edificios
abandonados... Pero, paralelamente, también se pueden tratar de experimentar
nuevas formas de autoorganización (e incluso de autogobierno), de trabajo
(pensemos en las experiencias de cooperación, de las ''Régies de Quartier''
francesas), haciendo que participen en ellas sujetos marginados de diversas
clases: jóvenes, parados, enfermos y antiguos enfermos psiquiátricos, incluso.
Todos estos argumentos abren nuevos
interrogantes que, paradójicamente, no desaniman, sino que impulsan a
establecer nuevas relaciones, a tratar de aclarar las cosas de forma cada vez
más articulada: ¿en qué medida influye el desempleo en la situación de los
jóvenes? ¿Qué elementos, comunes o no, caracterizan el mercado de trabajo en
Europa? ¿Qué formas de identidad, qué perspectivas hay para los jóvenes que
acaban encontrándose privados de los medios tradicionales de adquisición de una
categoría social? ¿Qué relaciones existen entre las actitudes de los jóvenes,
sus opciones políticas y las formas de trabajo dominantes? ¿Cuál debería ser
el papel de la escuela con respecto al mundo del trabajo? ¿La búsqueda de
"nuevas profesiones", especialmente en lo "social", es un
simple paliativo o plantea "contradicciones reales dentro del
sistema"?
La historia marcha hacia adelante, pero no es
en absoluto un "largo río tranquilo", sino un proceso constante en el
que conviven estructuras e instrumentos proyectados hacia el futuro y residuos
"no contemporáneos" que, como decía Ernst Bloch, se heredan y quedan
a merced de fuerzas incontrolables, autoritarias, disfrazadas de nuevas y
preparadas, entonces, para ilusionarnos con promesas bíblicas y para asustarnos
con el síndrome paranoico "del compló".
"Donde mayor es el riesgo, mayor es la
posibilidad de éxito", escribía Hölderling.
Quizás también nosotros, los jóvenes, las asociaciones de educación
popular, los grupos ambientalistas estemos en la misma situación. Lástima que
a nuestro alrededor falte la poesía.