PENSAR LA DEMOCRACIA Y LA ESCUELA. Una propuesta para llenar conceptualmente la vida democrática en la escuela.

Isabel Tormo Sainz

 

 

Cuando en 1976 el Movimiento Renovador de la Enseñanza luchaba por la Democracia en la escuela, lo hacía con un gran referente: “la Gestión Demo­crática”. Desde una pintura de los alumnos colgada sobre las paredes de la clase, hasta la manera en como debían redactarse las actas del Claustro pasando por la organización de la fiesta de final de curso daban contenido a un eslogan de lucha por la Democracia. Veintitantos años después, nadie habla de Democracia en la escuela.

 

 

Ante esta situación, y con la mirada puesta en la realidad, a veces cruel, en la que aparece la enseñanza y sus problemas alejados de ser una alternativa y un espacio de experien­cia humana enriquecedora para los que vivimos en ella, un equipo‑semi­nario del Moviment de Renovació Pedagógica (Escola d'Estiu), nos plan­teamos la urgente necesidad de diri­gir nuestra investigación pedagógica hacia la elaboración de alternativas estratégicas que nos permitieran intervenir en esa realidad. Desde julio de 1994, el trabajo del semina­rio ha pasado por diversas fases. La última etapa de este proyecto se ha desarrollado en el marco de una convocatoria de proyectos de inves­tigación del CIDE‑MEC. Fruto de ese proyecto de investigación se han generado unos materiales que que­remos hacer públicos en el sentido profundo de la palabra: que dejen de ser de un grupo, para ser utilizados, transformados y apropiados por el conjunto del colectivo docente.

Algunos de los interrogantes y propuestas de nuestro trabajo vienen referidas a los siguientes aspectos:

Los problemas que organizan la mayoría de las discusiones en los centros, vienen referidas a: conflic­tos en el aula, diversidad, interés­-desinterés, capacidades, adaptacio­nes curriculares, niveles de conoci­miento, fracaso escolar, comprensi­vidad, interculturalismo, tutoría, evaluación .... pero no hay puente, ni conexión, entre las distintas manifestaciones de nuestra salud escolar, de nuestra vida en los Cen­tros, ni por supuesto la Democra­cia es un problema, ni se manifiesta relevante en nuestras conversacio­nes, ni en los programas de forma­ción, ni da significado alguno a nuestras prácticas. Se elaboran dis­cursos paralelos entre los diferen­tes problemas de manera que la Democracia aparece vaciada de contenido y los problemas que organizan nuestra vida cotidiana se configuran vaciados de referencias democráticas.

Pongamos por ejemplo una de las manifestaciones de esa salud escolar como es el caso del conflicto en el aula.

Con la generalización de la ense­ñanza obligatoria ESO, los Centros de Secundaria tienen que asumir al conjunto de población escolar para la que no estaban preparados. Los conflictos que se generan tanto en el aula como en los centros pasa a ser uno de los temas estrella del momento.

Ante la avalancha de expulsiones en los centros, abandono de estu­dios por parte del alumnado, sancio­nes y bajas laborales una amplia lite­ratura en el campo pedagógico ha crecido en torno al tema. En el mejor de los casos, los análisis se sitúan a un nivel de salvar las relacio­nes inter‑personales con buenas des­trezas para el Profe que se convierte en un animador social con estrate­gias de dinámicas grupales y progra­mas de autoestima que le permitan sobrevivir. Cuando no, los progra­mas centran la solución derivando a los “casos conflictivos” hacia solucio­nes “de especialistas” que reparen los casos de distorsión en el aula y en el Centro, pero ¿cuál es el papel de la escuela? ¿por qué esos conflictos? ¿qué tenemos que cambiar, qué tenemos que aprender para que las historias nos vayan de otra manera más satisfactoria? ¿qué relación man­tienen los problemas que se manifes­tan en forma de conflicto con la pro­puesta cultural, la estructura organi­zativa de centro, con la organización del aula o hacen referencia al hecho de que todas las personas tenemos los mismos derechos independientemente de la edad que tenemos? Eso no está en discusión, como no está en discusión qué tiene que ver el conflicto con el concepto de poder, ciudadanía, saber, o identidad y nada que ver con la Democracia.

Cuando raramente aparece el tema de la democracia, lo hacemos para referirnos al conjunto de las formas organizativas de los Centros, la representación y la toma de deci­siones sobre diferentes aspectos organizativos. Raramente transcien­de estos niveles. En general se anali­zan y proponen alternativas en el campo organizativo que reducen la democracia a un instrumento de dis­tribución del poder que en muchos casos no supera la distribución cuan­titativa de la palabra, es decir, de la participación formal. Y en definitiva no sabemos en muchos casos si de lo que se trata es de una concesión paternalista, sobre todo en el caso del alumnado y las familias, porque lo que está en juego no es el para qué de ese derecho a la palabra y el por qué de ella misma. 0 en el caso concreto del funcionamiento de los Claustros, para nada aparece referi­da a como la voz del profesorado ha sido secuestrada en los últimos tiem­pos con la Reforma Educativa donde el profesorado, lejos de implicarse en el devenir de la educación en su centro, ha renunciado a ser protago­nista al dejar en manos de “expertos” y “editoriales” la organización de la vida en el aula. En el contenido de la vida organizativa de su funcionamien­to. ¿De qué hablamos cuando se nos convoca a reunirnos? ¿De qué se nos invita a discutir? ¿Cuáles son los órdenes del día que presiden la dis­tribución del tiempo y la palabra? Porque efectivamente según el con­tenido, se establece una dinámica u otra de participación.

Otro aspecto a destacar en nues­tra investigación, nos señala hasta que punto vivimos en un momento de saturación de discursos de mane­ra que, muchas veces, ya no escu­chamos sobre la forma en que orga­nizamos nuestras ideas, nuestras percepciones sobre la realidad por­que ésta se presenta como inevita­ble, como la menos mala de las posi­bles. El problema entendemos, no está en elaborar un nuevo discurso que organice todas las respuestas posibles a los problemas o situacio­nes que vivimos. El reto está en tener capacidad de elaborar otra mirada sobre la realidad de manera que, podamos interrogarnos sobre ella, plantearnos los problemas de forma distinta siendo capaces de abrir interrogantes nuevos que agili­cen nuestra capacidad mental, pen­sando, que en la medida en que inte­rroguemos sobre esa realidad y bus­quemos qué conceptos, qué ideas hay detrás de ella, podremos ir encontrando nuevas maneras de reconstruir la práctica en una agenda crítica que nos sitúe en un itinerario propio de cambio e intervención.

“Lo que aquí nos ocupa es la inten­ción ‑más allá del currículum‑ de tomar la democracia como elemento de aprendizaje práctico a través del ensa­yo de formas de vida democrática en la escuela. (...) el reto al que debería enfrentarse un buen proyecto de trans­formación escolar es el modo en que en los escuelas se ensayan, analizan y criti­can las formas de vida democrática que es deseable que los individuos trasladen a su vida social como ciudadanos.”

“La crisis de profundización demo­crática afecta igualmente a las institu­ciones de escolarización, como bien han señalado diversos autores. BASTIAN ET AL. (1986) analizan el modo en que las políticas neo‑conservadoras acrecientan el elitismo, la desigualdad y la jerarqui­zación en las escuelas. Tales políticas a menudo se acompañan de “mitos” como el impulso de reformas igualitarias, la idea de los exigencias de/ impe­rativo económico o las nuevas deman­das que se exigen a las vinculaciones entre escuela y economía: por ejemplo, el fomento de la competitividad “demo­crática” y la privotización al estilo de cómo deben funcionar los mercados según las tradiciones de la economía política neoliberal. CARNOY y LEVIN (1985) estudiaron las formas en que, particularmente con la Administración Reagan, al tiempo que aumentaron las políticas y los niveles de desempleo, se acrecentaron las distancias entre las necesidades educativas específicas de los jóvenes con desventajas económicas y lo que ofertaba la agenda educativo del gobierno. RIZVI (1993) muestra que la realización del ideal democrático en las escuelas está seriamente limitado por la racionalidad burocrática domi­nante en la teoría y la práctica de la administración educativa. ANGULO RASCO (1995) analiza el inicio de “un ciclo cualitativo” asociado a la hegemonía neoliberal que organiza los discursos desde el poder alrededor de la idea de “calidad de los sistemas educativos”, interpretando las necesidades del siste­ma educativo en términos mercantilis­tas: extensión del ideal del cliente, pri­vatización, centralización del control y desregulación organizativo. Del mismo modo, GIMENO SACRISTAN (1995) analiza en nuestro contexto las recientes políti­cas de falsa descentralizacián curricular y organizativa como concesiones libera­lizadoras para ajustarse a un esquema técnico de desarrollo del currículum al tiempo que traducen lenguajes corres­pondientes a reformas conservadoras de los sistemas educativos, autoexculpado­ras de la progresivo menor intervención del Estado en la educación. También W.CARR (1991) se interrogó sobre la implementación de National Curricu­lum en el Reino Unido señalando el modo en que en un contexto formal democrático deprimido política y cultu­ralmente, los debates técnicos y la voz exclusivo de los expertos han sustituido el debate público y profundamente democrático sobre qué conocimiento escolar promueve la ciudadanía. Lo que quedó, dice Carr, es una pura ilusión y la puerta abierta a la ideología del libre mercado en el interior del sistema edu­cativo”. (Vivir la democracia en la escuela. Memoria final de investiga­ción).

Hay además una disociación, una separación tan brutal entre lo que vivimos, sentimos (campo de las emociones) y lo que pensamos (campo de la racionalidad) que ape­nas establecemos puentes o ascen­sores que nos hagan pensar lo que vivimos así como transformar en vivencias y experiencia humana aquello que pensamos.

“La cuestión para nosotros no es cómo funciona la democracia, sino cómo se vive. Es decir, en qué medida las subjetividades se implican en una aventura cultural que les compromete en un proyecto público. En qué medida los funcionamientos responden simple­mente a un esquema formal participati­va prefijado, o buscan en los encuentros con el otro todavía la posibilidad de profundizar y radicalizar la esfera pública.”

“Generalmente nos lamentamos del enorme abismo que separa la escuela de la vida y de como los trece años ‑o más‑ que los niños y niñas pasan obli­gatoriamente en las instituciones escola­res les suelen dejar conceptual y meto­dológicamente desarmados para actuar de un modo crítico y responsable ante las complejas contradicciones a las que se enfrentan en su vida cotidiana.”

“¿Qué podría hacer la escuela? Vaya por delante el reconocimiento de la debilidad estratégica de la institución escolar para intervenir en el complejo entramado de los sistemas sociales. Más allá de las esperanzadas ilusiones regeneracionistas de principios de siglo, pero más allá también de las conocidas tesis sobre la reproducción desarrolla­das por el marxismo de mediados de siglo, conviene reconocer que hoy la escuela compite con sistemas estructu­rados e institucionalizados mucho más potentes desde el punto de vista de la generación de conocimiento del proce­samiento de la información y la sociali­zación cultural (CASTELLS M., 1994). Esta es, quizá, una de sus principales paradojas: mientras que en un proceso creciente de mundialización económica y cultural, la escuela se ocupa casi en exclusiva de una cuestión poco relevan­te ‑la organización más o menos obso­leta de informaciones científicas y cultu­rales fragmentados‑, se le escapa por la puerta de atrás el tiempo ‑la oportuni­dad histórica‑ de acudir a la raíz de los problemas sociales y culturales en los que debería tener ciertamente un papel relevante. Sin embargo, el reconoci­miento de esa debilidad estratégica no debería interpretarse como negación de las posibilidades democráticas en la escuela, esto es, de la capacidad de la escuela para contribuir a la construc­ción de la libertad del sujeto ‑en el sen­tido de Touraine‑: la construcción del individuo (o del grupo) como actor, por la asociación de su libertad afirmado y de su experiencia vivido, asumida y reinterpretada. ‘El sujeto es el esfuer­zo de transformación de una situa­ción vivida en acción libre’ ” dice TOURAINE (1994:31)

“¿Qué podría hacer la escuela?., entonces. La cuestión en la que hemos pretendido ocuparnos en la investiga­ción centro la respuesta en el aprendi­zaje de la democracia como concepto y como proceso; en el modo en que el debate sobre la organización y el fun­cionamiento de los centros docentes debe recoger el contenido y la práctica de la democracia” (Vivir la democracia en la escuela. Memoria final de inves­tigación)

Así mismo la separación entre la vida pública y la privada convierte en tertulias de café, en comentarios de pasillos las vivencias acerca de nues­tra escuela fuera del contexto de lo público, del pensamiento colectivo, de la racionalidad.

Son nuestras vivencias, nuestras subjetividades expulsadas, devaluadas tras el concepto de lo objetivo, de las verdades discursivas absolutas.

“La cuestión, entonces, es reconocer a las escuelas como una compleja eco­logía de lo social, es decir, como un sub­sistema institucional del más amplio sis­tema social, e impulsar en ellas situacio­nes de vida que eduquen en la práctica de una ciudadanía crítica, responsable y comprometido. Pero lo que tiene de hermosa esta formulación se acompaña un alto índice de abstracción todavía alejado de principios estratégicos para la práctica”

“Las estructuras, reglas y procedi­mientos que determinan las distintas formas de nuestro saber ‑en un contex­to histórico especifico‑ son una produc­ción social de significados, regulan lo que puede y lo que no puede decirse, producen la subjetividad y mantienen las relaciones de poder. Foucault vincula esta relación al carácter institucional y a las estructuras judiciales y políticas de nuestra sociedad. Y muestra las formas totalizadoras e individualizadoras de poder utilizados por los instituciones la objetivación del sujeto, las prácticas divisorias y las técnicas disciplinarias, la racionalidad normativa...‑ como conse­cuencia de ese sistema de relaciones poder‑saber (KENWAY, 1993:176‑177). Foucault analiza el papel del “experto”, el “especialista” y el “profesional” como productores de “regímenes de verdad”. Estos fragmentadores del saber y pro­fesionales del discurso ‑dice Foucault­ promueven “las políticas de decir la ver­dad”, es decir, las formas de proceder del gobierno social y personal a través de la producción e institucionalización de “regímenes de verdad” que, a su vez, producen efectos a través de los aparatos de poder”. (Vivir la democracia en la escuela. Memoria final de investigación)

Nunca para nuestros alumnos y alumnas es motivo de estudio y aprendizaje su historia, sus hechos, sus desacuerdos, sus ignorancias, sus emociones, sus gustos y sus disgus­tos, sus problemas con la vida para elevarlos a la capacidad del conoci­miento, de la misma manera que la vida personal del profe, queda en la puerta de entrada cada mañana para abordar el aprendizaje. Solo unos cuantos se atreven a romper estas situaciones y de cuando en cuando un aire fresco y renovador invade los espacios.

 

Una herramienta de trabajo ‑no alienante‑, un caballo de Troya ‑pequeño y de papel‑, una propuesta de acción ‑teóri­ca y práctica‑

 

“Aprehendemos la realidad, la pensa­mos y comprendemos, en la medida que poseemos herramientas conceptua­les que nos permiten encontrar posibles respuestas a los interrogantes con los que nos enfrentamos en la vida cotidia­na. Y del mismo modo, somos capaces de interrogar la realidad de un modo más profundo y complejo cuanto más profunda y complejo sea nuestra estruc­tura conceptual. Si se nos permite una metáfora belicista, podríamos decir que ante posibles intereses en conflicto o relaciones de fuerza desiguales, una estrategia contra el enemigo puede ser

el desarme conceptual. Es decir, dejar al de enfrente sin la posibilidad de pen­sar, sin la posibilidad de reconocer y reconocerse en el teatro de las opera­ciones”. (Vivir la democracia en la escuela. Memoria final de investiga­ción)

Y lo hacemos definiendo Escena­rios, nuestros escenarios y aquellas cuestiones donde poder hacer un diagnóstico de nuestra práctica esco­lar para plantearnos que hacemos. El aprendizaje para la comprensión necesita de contextos y procesos deliberativos. Espacios de la vida cotidiana. Sobre estos escenarios, que son nuestros, debemos hablar, y lo haremos poniendo en juego unos criterios de reflexión, claves o estructuras conceptuales que con­forman nuestro pensamiento y nues­tras actitudes como el saber, el poder, la ciudadanía y la identi­dad. Nosotros mantenemos la hipó­tesis de que un proceso de forma­ción de Profesorado que nos aumen­te la autonomía y la capacidad críti­ca, ha de cuestionar y definir tanto las actuaciones y las tácticas concre­tas que desarrollamos en el aula, como las teorías y los conceptos que hay implícitos en esas maneras de actuar cotidianas.

Nos parece importante tomar conciencia de como la práctica pro­fesional de los docentes como ense­ñantes o como miembros de una institución, puede ser cómplice o colaboradora de otras instancias que fomentan la subordinación y la ausencia de juicios autónomos y valores democráticos en los jóvenes y en general en las ciudadanas y ciu­dadanos.

La estructura de nuestro lugar de trabajo viene definida por una com­pleja red de determinaciones. Políti­cas educativas, discursos pedagógi­cos, agentes diversos de interven­ción sobre el currículum o sobre nuestra formación, tradiciones y cul­turas profesionales, presiones de las familias o de la ideología social hege­mónica... Nuestras prácticas son también un discurso de posibilidad dentro de lo que permite la estruc­tura organizativa del centro, las regulaciones para el desarrollo del currículum, o por esas formas más concretas de la política como ahora la orden de inicio de curso, el regla­mento orgánico de centro, o la can­tidad de recursos materiales y huma­nos de los que disponemos, el tiem­po que nos dejan para reunirnos... Es cierto que una parte importante de lo que pasa en nuestras prácticas se configura en niveles o ámbitos externos al propio centro. Al mismo tiempo, la acción como trabajadores que se niegan a un trabajo alienado, como intelectuales que elaboran ideas y trabajan con ellas, como ciu­dadanos críticos con interés por el control democrático del poder que determina nuestras vidas .... exige la toma de conciencia y la planificación de la acción en aquellos ámbitos a los cuales nosotros podemos llegar, (en aquello que afectan nuestras deci­siones)... Si no queremos fomentar la autoculpabilización, tampoco nos parece nada útil para una práctica transformadora, el victimismo, que nos lleva a situar todos los proble­mas que nos afectan fuera de los ámbitos en los cuales podemos actuar; de manera que no podemos hacer nada más que quejarnos pero sin hacer cambiar nada de nuestra acción cotidiana en el centro.

Ser conscientes de las caracterís­ticas de nuestra práctica y sus reper­cusiones sociales es la mejor manera de animarnos en la lucha por cam­biar los condicionantes externos de nuestro trabajo y reivindicar otras estructuras curriculares, laborales y organizativas con las que trabajar. Por eso consideramos que el primer paso, en cualquier proceso de cam­bio, es la realización de un análisis de lo que hacemos en nuestro trabajo cotidiano, para hacer un diagnóstico de nuestra realidad esco­lar.

El segundo paso a definir en una acción renovadora es poner en tela de juicio los conocimientos que arti­culan nuestra manera de actuar: desde lo que hacemos a lo que pensamos. Conjunto de cuestiones que nos desvelan qué ideas hay bajo nuestra práctica, actividades que nos permitan ir reconceptualizando las ideas y los conceptos que nos per­miten actuar así y no de otra mane­ra. Qué obstáculos nos impiden intervenir de una manera satisfacto­ria, gratificante, que ideas conforman

nuestro pensamiento pedagógico al configurar la práctica, nuestra actua­ción, nuestra cotidianidad y por tanto que nuevas claves conceptua­les podemos articular que nos per­mitan modificar nuestra experiencia, nuestra práctica. Porque un grupo de profesores y profesoras que quie­ran profundizar en las prácticas democratizadoras en el currículum y en el centro, tiene que poder definir, contrastar y debatir las ideas que legitiman la forma en que se desa­rrollan los procesos de enseñanza­-aprendizaje y las relaciones interper­sonales en el aula y en el centro.

El tercer paso estaría directa­mente relacionado con los dos ante­riores porque mientras diagnostica­mos nuestra realidad ésta actúa de espejo sobre la que nos miramos, nos reconocemos, provocando evi­dencias de cambios necesarios, sugi­riendo nuevas propuestas. Del mismo modo, y mientras discutimos sobre nuestras ideas educativas ya estamos apuntando aspectos sobre los que queremos hacer, sobre cómo quisiéramos que fuera nuestra reali­dad educativa. Para facilitar el proce­so generador de estas ideas o estra­tegias de Cambio, incorporamos en los materiales lo que hemos venido en llamar agenda crítica, como ins­trumentos, conjunto de experien­cias, que nos permitan proyectar nuestras discusiones pedagógicas en una dimensión constructiva, con propuestas concretas, generadoras de cambios necesarios. En esa línea buscaremos, hablaremos, encontra­remos, o nos tropezaremos, con prácticas alternativas, compañeros y compañeras, experiencias que nos sitúen en el entramado de interve­nir y vivir la democracia en los cen­tros de manera que seamos capaces de construir una red capaz de conectar proyectos vitales que nos permitan avanzar.

 

Referencias bibliográficas

 

ANGULO, J. F. (1995): “El Neoliberalis­mo o el surgimiento del Mercado Educa­tivo”, KIKIRIKI COOPERACION EDUCATIVA, 35, pp. 25‑33

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CARNOY, M. y LEVIN, H.M. (1985): Scho­oling and Work in the Democratic State. Stanford: Stanford University Press

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CASTELLS, M. (1994): “Flujos, redes e identidades: una teoría crítica de la socie­dad informacional” En VV.AA. (1994): Nuevas perspectivas críticas en educación. Barcelona: Paidós

FOUCAULT, M. (1979): Microfísica del poder. Madrid: La Piqueta

FOUCAULT, M. (1985): Saber y verdad. Madrid: La Piqueta

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KENWAY, J. (1993): “La educación y el discurso político de la Nueva Derecha”, en BALL, S.J. (Comp.): Foucault y la educa­ción. Disciplinas y saber. Madrid: Morata/Fundación Paideia

RIZVI, F. (1993): “La racionalidad buro­crática y la esperanza de una escuela democrática” En CARR, W.: La calidad de la enseñanza e Investigación‑Acción. Sevilla: Díada Editora, S.L.