LA PARTICIPACIÓN ES UN ÁRBOL. Padres y madres, desde la ciudadanía, hacen la escuela
Miguel
Ángel Santos Guerra
Los padres y madres pueden y deben desempeñar un
papel clave en los procesos formativos de las jóvenes generaciones, de ahí la
relevancia para que las instituciones educativas no obvien ni manipulen su
auténtica y real participación para que ésta no quede en una simple parodia o
pantomima. Fomentar la participación de los padres y madres, concederles la voz
y la posibilidad de cuestionar la gestión de los centros facilita el desarrollo
y la mejora de éstos y la de sus miembros.
Utilizaré para el desarrollo del tema la metáfora
del árbol. Dice JOSÉ SARAMAGO (1998) que “la metáfora es siempre la mejor
forma de explicar los cosas”. Las metáforas, en efecto, permiten
comprender la realidad. Iluminan convenientemente algunos lados de las cosas,
aunque dejan ensombrecidos otros. MORGAN (1986) hizo un excelente estudio de
las organizaciones a través de metáforas en su obra “Images
of Organization”. He
elegido la metáfora del árbol porque es un ser vivo en constante crecimiento.
El árbol, además, crece hacia arriba y hacia abajo. Las raíces se hacen más
fuertes, más extensas y más profundas. Las ramas se van haciendo más frondosas
y los frutos más abundantes y sabrosos. No está hecho el árbol de una vez por
todas, de una vez para siempre, como sucede con la participación (SANTOS
GUERRA, 1994). “La cultura de la participación no se improvisa”, decía
en aquel trabajo. Su crecimiento es lento y constante. No hay milagros que
conviertan la semilla de la participación en un árbol frondoso que da sombra y
que produce frutos.
El árbol
está plantado en un terreno, no se desarrolla en el aire, en el vacío, no crece
en cualquier parte sino en un contexto que puede ser más o menos propicio para
el desarrollo. El clima (que es la cultura en la que se sitúa la escuela) puede
ser más o menos propicio para el ejercicio de la participación.
La savia
que recorre los vasos de este árbol está hecha de actitudes, valores y
comportamientos democráticos. Como elemento vivificador del árbol es la
democracia el principal agente que le permite mantenerse vivo y crecer.
El árbol
de la participación ofrece frutos de interés y motivación, de reflexión y de
mejora, de satisfacción (SAN FABIÁN, 1992), de control y de estímulo, de
información y de ayuda. No es un árbol meramente ornamental sino que tiene en
su naturaleza el sentido del desarrollo y la oferta de frutos para todos.
El árbol
se puede malograr por los temporales, por las heladas, por la falta de agua,
por el exceso de abonos, por enfermedades diversas. Y la participación puede
llenarse de trampas, de falacias (SANTOS GUERRA, 1998), de perversiones.
¿Qué
está sucediendo hoy con la participación de los padres y madres en la escuela?
Hay una escasísima participación en las elecciones de representantes al
Consejo Escolar, no son muchos los padres y madres que se asocian, faltan
perspectivas democráticas en la participación (predomina la preocupación por
el hijo o por la hija frente a los intereses generales de la institución), se
sigue participando en cuestiones accidentales (actividades extraescolares,
aportación económica, organización de iniciativas ... ) dejando al margen las
más importantes, existe una significativa feminización en la relación de la
familia con la escuela aunque hay más varones elegidos (por mujeres) para
representantes en el Consejo, persiste el recelo del profesorado ante la
participación de los padres y madres...
El hecho
de que haya grupos de presión, de que aumente el tiempo dedicado a reuniones
meramente formales en las que todo está decidido, el que se de mucha
importancia a las cuestiones meramente formales, el que se hipertrofie la
dedicación a los asuntos de trámite, está produciendo pasividad, reticencia e
incluso hostilidad hacia los mecanismos de la participación (SAN FABIÁN,
1994). Hay padres que no van a la escuela porque “no quieren oír hablar mal
de sus hijos e hijas” (FLECHA, 1998)...
Algunos
padres y madres que participan de forma asidua en el Centro son tildados por
otros padres y madres de colaboracionistas, de personas sin ocupaciones
apremiantes, de trepas que desean sacar partido de la situación, de aduladores
de la dirección, de presumidos que quieren protagonismo...
Constituye
un problema de lógica y de justicia ‑dicen algunos‑ el decidir,
puesto que el árbol no está muy desarrollado, puesto que no ha dado muchos
frutos, puesto que tiene alguna enfermedad que le impide hacerse frondoso,
deberíamos arrancarlo de raíz y dejar el terreno baldío. Por ejemplo, si los
Consejos Escolares no dan el fruto deseado es mejor que se supriman, dicen
algunos. Es un error excesivamente reiterado. Como algo no va bien,
destruyámoslo. ¿No sería mejor perfeccionarlo, trabajarlo, cuidarlo para que
se desarrolle? Casi siempre, detrás de esas posturas destructivas se esconde
una actitud perezosa y autoritaria.
Si el
árbol de la participación no ofrece hoy una hermosa vista de planta
desarrollada, llena de hojas que dan sombra y de frutos sabrosos y abundantes,
¿qué hemos de hacer? ¿habrá que talarlo? ¿Habrá, por contra, que cuidarlo,
regarlo, echarle abono y protegerlo de las enfermedades que le acechan? ¿Habrá
que saber qué tipo de árbol es y cómo se le puede ayudar a crecer, no esperando
que de peras si es un olmo o que sólo de sombra si es un fruta?
1. La especie del árbol de la participación
¿Qué
tipo de árbol es éste? Es decir, ¿de qué participación se trata? De dónde nace
esta tarea que constituye a la vez un derecho y un deber? ¿Cómo se ejercita esa
participación ciudadana? Frecuentemente los debates pedagógicos se encuentran
trucados porque utilizamos para mantenerlos palabras con acepciones multívocas. Podemos decir que es necesaria la
participación de los padres y madres en la escuela pero, ¿qué queremos decir
con estas palabras? Algunos se limitan a pensar en una participación formal a
través de órganos de decisión donde está ya todo decidido. Otros hacen
referencia a la intervención en actividades complementarias manteniendo vedado
el campo del currículum. ¿Qué entendemos, pues, por participación?
La
palabra participación proviene del verbo latino participare, que significa
tomar parte. Otras acepciones que presenta el diccionario de la RAE enriquecen,
diversifican y matizan el concepto: “recibir una parte de algo”, “compartir,
tener las mismas opiniones, ideas, etc. que otras personas”, “dar porte,
noticiar, comunicar”...
Hablar de participación en la escuela es hablar, de alguna manera, de democracia. La participación supone que el poder está compartido y que no está en manos de unos pocos, sean éstos sabios, políticos o técnicos. La democracia no se circunscribe al voto. Los padres y madres no terminan su tarea democrática cuando acuden a las elecciones para elegir representantes. Ahí comienza la tarea. Las urnas no son el ataúd sino la cuna de la democracia. El problema está en el período comprendido entre dos elecciones. La tarea de la participación y de la representación se desarrolla en la vida cotidiana de las escuelas.
“No
hay democracia sin conciencia de pertenencia a una colectividad política”,
dice ALAIN TOURAINE (1994). Y añade unas líneas más adelante: “La democracia
descansa sobre la responsabilidad de los ciudadanos”. Si los padres y las
madres no se sienten miembros de una comunidad educativa, si no se sienten
responsables de lo que pasa dentro de ella, la participación no existirá o, si
existe, será una mera farsa.
El árbol
de la democracia no crece a tirones, no se desarrolla en unos períodos y
paraliza su crecimiento en otros. Es un árbol que crece de forma silenciosa e ininterrumpida.
Participar
es comprometerse con la escuela. Es opinar, colaborar, criticar, decidir,
exigir, proponer, trabajar, informar e informarse, pensar, luchar por una
escuela mejor. Participar es vivir la escuela no como espectador sino como
protagonista.
La
participación de los padres y madres en la escuela exige la transparencia
informativa, la posibilidad de elegir libremente, la capacidad real de
intervenir en las decisiones... No bastan las estructuras formales. Hay que
llenarlas de una práctica abierta, transparente y honesta. Existen muchos modos
de destruir la democracia salvaguardando las formas. De ahí surgen las
reticencias y el abstencionismo. Muchos padres y madres dicen que es inútil su
presencia porque todo está decidido sin ellos e, incluso, contra ellos. Otros
dicen que se puede participar con tal de que se apoye incondicionalmente la
línea marcada por el Claustro o el Equipo Directivo. Cuando esto sucede, el
principal perjuicio no es para los padres y madres sino para la escuela. Si no
se puede hablar libremente es igual que se abra el diálogo. Si no se tiene en
cuenta la opinión de las minorías, las decisiones están cantadas. ¿Ganarán los
padres y madres alguna votación contra la opinión unánime del profesorado?
Las
decisiones democráticas se caracterizan porque nacen del diálogo, de la
libertad, de la negociación y de la valoración racional de las opiniones de
todos.
Aceptando
estos recipientes semánticos como buenos, hay que llenarlos de contenido.
Porque los padres y madres pueden tomar parte en cuestiones irrelevantes o en
cuestiones esenciales de la vida de la escuela, pueden tomar parte en lo
organizativo y no en lo didáctico (o a la inversa), pueden recibir una parte
insustancial de la información o estar informados sobre lo que realmente sucede
en la escuela.
Y cuando
ya sepamos de qué naturaleza es este árbol, a qué estamos llamando democracia
escolar, qué estamos diciendo cuando hablamos de participación en la escuela,
tendremos que trabajar para cultivarlo y hacerlo crecer.
“Sabemos
qué democracia queremos, pero lo difícil es cómo llegar a ella ante la
oposición frontal de una clase política que se ha reservado la llave de las
reformas y que, en actitud de auténtico secuestro, se niega a perder su
monopolio vital y profesional de la misma” (RUBIO CARRACEDO, 1996).
Nos
advierte el profesor Rubio Carracedo de que el avance
hacia la construcción de la democracia tiene obstáculos. En efecto, existen. A
veces están protagonizados por aquellos que tendrían que ser el estímulo y la
ayuda fundamental para alcanzarla.
2. La historia del árbol de la participación
El árbol
de la participación no es el que estaba en el paraíso terrenal. Quiero decir
que durante mucho tiempo no existió esta especie de árbol. El que ahora exista
no ha sido tampoco un regalo de los dioses sino el fruto del esfuerzo y de la
esperanza de muchas personas que clamaron por los derechos de los ciudadanos
(GÓMEZ LLORENTE y MAYORAL, 1981).
Los
padres y las madres han permanecido mucho tiempo alejados de la escuela. Nada
decidían en ella. A lo sumo opinaban sobre el aprendizaje y el comportamiento
de sus hijos. Las estructuras no daban cabida a la participación, las leyes
guardaban silencio sin dar respuesta a un deseo y a un derecho.
El día 9
de junio de 1931, en pleno período constituyente de la Segunda República se
promulga un Decreto por el que se crean los Consejos Escolares que representan
la primera institucionalización de la participación social en la educación
española, llevando aparejada la consiguiente descentralización
administrativa. Bien es cierto que tuvieron poca incidencia en la
democratización de la escuela ya que no eran obligatorios y, además, por el
corto período de su vigencia al verse truncada la legislación por el
advenimiento de la contienda civil (VIÑAO, 1990; TSCHORNE, VILLALTA y
TORRENTE, 1992).
La etapa
franquista hizo un discurso vacío de contenidos democráticos, a pesar de que
se crearon organismos externos a las escuelas como las juntas Municipales de
Primera Enseñanza y los Consejos Provinciales de Educación Nacional y Consejos
de Distrito Universitario y otros internos como las juntas Económicas. Sólo
sirvieron para testimoniar “no sólo su distanciamiento con la sociedad,
sino incluso con el propio concepto de escuela, concepto que reduce al mínimo
indispensable (docente‑discente)
el significado de comunidad educativa” (MAYORDOMO, 1992).
Hay que esperar hasta 1970, cuando se promulga la Ley General de Educación, para que se reconozca a los padres como integrantes de la comunidad escolar. Las familias recuperan su participación en un órgano colegiado (Consejo Asesor), aunque de naturaleza consultiva y no decisoria. Las Asociaciones de padres y madres de alumnos y alumnas, cuya constitución promueve la Ley tampoco tienen participación alguna en la gestión del Centro Escolar.
En
aquellos años existía un movimiento democratizador que se estrellaba contra
las murallas de la dictadura. La pretendida participación de los padres y de
las madres en la escuela era rechazada una y otra vez bajo la prevalencia del autoritarismo y de la centralización.
Reconozcamos aquí el esfuerzo y la lucha de todos aquellos que sufrieron por
conseguir lo que ahora se nos presenta como un logro surgido por generación
espontánea. Existe una tendencia a olvidar todos los esfuerzos que nos han
traído una situación democrática. (BOZAL, 1977; SÁNCHEZ DE HORCAJO, 1977; MAYORDOMO,
1992).
La
Constitución de 1978, en su artículo 27.7 hace mención explícita a la
participación en el sistema educativo: “Los profesores, los padres y, en su
caso, los alumnos intervendrán en el control y gestión de los centros
sostenidos por la administración con fondos públicos, en los términos que la
ley establezca”. La Constitución marca el hito fundamental legislativo en
el desarrollo del árbol de la democracia escolar.
Haré una
fugaz mención a la LOECE (1980) por lo que de significativo encierra respecto
al inacabado y complejo debate “enseñanza privada versus enseñanza pública”.
Su vida fue corta y accidentada, ya que en 1982 los socialistas ganaron las
elecciones generales. La LOECE ha sido calificada con acierto por FERNÁNDEZ
ENGUITA (1992) como una ley patrimonial-profesional. Es decir una ley
en que lo prioritario era la propiedad y la cualificación.
La LODE
fue aprobada en 1984 aunque se frena su implantación hasta el 8 de julio de
1985 fecha en que el Tribunal Constitucional dictó sentencia favorable a la
misma ante el recurso interpuesto por el grupo parlamentario de Alianza
Popular.
La LODE
suscitó una fuerte oposición de las fuerzas conservadoras que veían en el
Consejo Escolar los fantasmas de la autogestión y del asamblearismo.
“La
democracia escolar fue interpretado como la primera batalla contra el
sacrosanto derecho de la libertad de empresa, traducida en el terreno escolar
con el más presentable nombre de libertad de enseñanza” (FEITO, 1992).
Una cosa es la legalidad y otra la realidad. Ni la sociedad ni la escuela cambian por decreto. Pero resulta indispensable que la ley ampare los avances democráticos. La ley garantiza los afanes de la participación y reconoce (legitimándolos) los derechos de los ciudadanos.
Posteriormente
la LOPEGCD (Ley Orgánica sobre la Participación, Evaluación y Gobierno de los
Centros Docentes, promulgada en 1995), llamada Ley Pertierra
por el apellido del Ministro que la impulsó, ha modificado algunos aspectos
regulados por la LODE. Se trata de una curiosa ley sobre la participación que
en lugar de desarrollarla la restringe potenciando el poder del Director como
órgano unipersonal y recortando las atribuciones del Consejo Escolar.
Es hora
de ir valorando lo que sucede con la participación en los Centros. Por eso hay
que dar la bienvenida a trabajos que evalúan la participación en los centros
(MARTÍNEZ RODRÍGUEZ, J. B. 1997) y que ponen simultáneamente una mirada crítica
en la realidad y en la legalidad.
La
sociedad, de forma legal, descentraliza el control del sistema educativo y lo
pone en manos de sus protagonistas. Los padres y las madres son protagonistas
por su pertenencia a la comunidad educativa, no sólo por los intereses que
tienen en juego. La democracia exige la preocupación por los intereses
generales, no sólo por los de cada uno. De ahí mi discrepancia con la postura
de quienes utilizan el derecho legal de la participación exclusivamente para
que su hijo o hija se beneficie de ella. ¿Qué sucede con los hijos e hijas de
los más desfavorecidos? ¿Quién defiende sus derechos? La democracia da voz a
quienes no tienen el poder de hablar o no sienten la necesidad de hacerlo.
3. Las raíces del árbol de la participación
¿Cuáles
son las raíces de este árbol? ¿Por qué tienen que participar los padres y
madres en la escuela? ¿De dónde nace ese derecho y esa obligación? Obsérvese
que hablo de derecho a la participación. Pero también de deber. Participar no
es sólo una posibilidad que se basa en la condición de ciudadanos de los
padres y madres. Es un deber democrático. Un deber que no sólo está referido a
los hijos propios sino a la escuela como comunidad.
Los
padres y las madres participan en la escuela desde su condición de ciudadanos.
La educación es un servicio que el Estado tiene obligación de prestar a los
niños y a las niñas. Los padres son los garantes de que este proceso se
desarrolle de forma positiva.
“El
concepto de ciudadanía es complejo y requiere un análisis cuidadoso: viene a
ser una respuesta al molestar de la modernidad, que se caracteriza por el
individualismo, la primacía de la razón instrumental y la pérdida de la
libertad. La idea y la realidad de ciudadanía parecen integrar las demandas de
la justicia y de la pertenencia a una comunidad y su concepto alcanza la
dimensión moral y cognitiva ‑es decir: los actitudes, los conocimientos y
las destrezas‑ de las tareas cívicas desde la perspectiva de un debate
común”. (SÁNCHEZ TORRADO, 1998).
La educación es una función de la sociedad. El origen de la educación está en la obvia necesidad de autorrenovación que tiene la sociedad. Aunque no se limita a ella, la educación constituye un proceso de socialización, mediante el cual la sociedad se perpetúa y se mejora. DURKHEIM (1975) decía a comienzos de siglo que la educación consiste en la socialización metódica de la joven generación.
Los
padres y madres participan en la escuela desde su condición de miembros de una
comunidad educativa que se responsabiliza de la enseñanza y el aprendizaje de
los niños y de las niñas.
“No
existe otro punto de vista para la escuela que no sea el político. Porque no
estamos hablando de la educación de los individuos, lo que podía lograrse por
otros medios... Hablamos de la socialización en pautas colectivos de
actuación, de formación de subjetividades, de constitución de identidades
sociales, todo lo cual no puede lograrse si no es a través de situaciones que
implican a grupos de individuos heterogéneos”. (BELTRÁN, 1999).
Resulta sorprendente que, buscando familias y escuela el mismo fin, que es la educación de los niños y niñas, exista una distancia, un recelo y un enfrentamiento tan consistente como se observa en algunos lugares. He participado en muchas sesiones de formación de profesorado, de padres y madres e, incluso, en muchas de naturaleza mixta. Basta abrir un turno de intervenciones para que las acusaciones mútuas se disparen. Pocas veces he visto desarrollarse un diálogo sereno, respetuoso y autoexigente.
El hecho
de que los profesores mantengan el poder de la evaluación y el poder
institucional e incluso el que confiere el conocimiento especializado genera
en los padres y madres una sensación inhibidora que tiene como consecuencia la
falta de claridad para opinar y de valentía para denunciar y exigir. Ante casos
de actuaciones indebidas de docentes, los padres y madres han evitado una
intervención abierta y decidida: “Total, ya sólo le quedan dos meses a mi hijo con este profesor...”, “A ver
si luego se vengan en el niño...”, “Es imposible hacer nada con un
funcionario...”. Hablo de lo que sucede en general. Ya sé que existen
algunos padres y madres que se autodesignan “el
martillo del profesorado”. No hacen más que golpear.
Los
padres y madres participan en la escuela desde su condición de responsables de
la educación de sus hijos. Resulta obvia esta razón, pero no ha de convertirse
en exclusiva. Nada debe serles ajeno de lo que sucede en la escuela. Pueden y
deben colaborar con el proyecto y tienen la responsabilidad de colaborar con la
formación de sus hijos.
Obsérvese
que un padre o una madre puede intervenir en la escuela, no sólo en las
cuestiones que afectan a su hijo. Y tiene que intervenir en los procesos que se
refieren a la educación también fuera de la escuela. Es decir, que a ningún
ciudadano debe dejarle indiferente lo que pasa con la educación de los niños y
niñas que no se escolarizan o de los que lo hacen en instituciones que en lugar
de formar, deforman. La participación del padre o de la madre no se cierra
bajo la consigna “mi hijo va bien”.
La intervención de los padres y madres como ciudadanos no se mantiene con la misma intensidad durante toda la escolarización. Su presencia respecto a la tarea que realizan sus hijos puede decrecer según que van avanzando en el sistema. A medida que los hijos e hijas van adquiriendo
madurez, los padres se retiran para no quitarles
autonomía. Además, éstos se encargan de recordárselo a padres y madres viendo
con malos ojos una intensa y extensa presencia en la institución educativa.
Resulta casi ridícula la intervención del padre o de la madre de un alumno
universitario ante un problema acaecido con el profesor de cualquier
asignatura. Intervenir, como decíamos es “tomar parte”, pero María
Moliner agrega en su diccionario que “a veces implica oficiosidad y tiene el
significado de entrometerse” *
“Desde
la máxima intervención y tutela ante el recién nacido, los padres deben
aprender a intervenir cada vez menos en la vida de sus vástagos” (ALMEIDA,
1990).
Los padres y las madres no son meros clientes de la educación. Son partícipes y protagonistas del proceso. Desde esa perspectiva tienen no sólo el derecho sino el deber de estar informados, de opinar, de decidir y de controlar ese proceso.
Los
padres ven lo que pasa en la escuela a través de los ojos de sus hijos. Además
de derechos se fundamenta la participación en la proximidad y en el interés de
los padres respecto a la tarea que desarrolla la escuela.
“La
visibilidad del desempeño del papel del profesor para los padres es
intensificado al escuchar a los alumnos hablar sobre la escuela, al observar
los hábitos de trabajo de sus hijos, por la conducto de los alumnos en público
y por informes de segundo mano sobre lo que oyó que alguien dijo que ocurrió a
un niño en la escuela” (BLASE, 1991).
Para que este conocimiento y este interés se transformen en poder de intervención es preciso que las estructuras legales y organizativas lo conviertan en realidad. Cabría desear también que los profesores considerasen esta participación como una ayuda más que como una amenaza.
4. El terreno del árbol de la participación
El
terreno donde se desarrolla la participación de los padres y las madres es la
comunidad escolar. No es fácil que en terrenos de humus empobrecido arraigue
rápidamente el árbol de la participación. No es fácil que en zonas umbrías (sin
transparencia democrática) crezca el árbol de la participación.
“En
conjunto, y con las siempre esperanzadoras excepciones, el profesorado busca
padres colaboradores, pero no codecisores,
pues en su visión de la escuela la presunta asimetría del conocimiento debe
reflejarse en una asimetría del poder” (FERNÁNDEZ ENGUITA, 1994).
La escuela es una institución peculiar. Tiene características generales compartidas por todas las escuelas y otras que son peculiares de cada una de ellas. No se puede entender la participación de los padres y madres en la escuela sin entender la naturaleza de la institución que la alberga.
¿Puede
existir una escuela democrática en una sociedad con estructuras autoritarias?
Difícilmente. La escuela es un trasunto de la sociedad (FERNÁNDEZ ENGUITA,
1990). ¿Puede existir democracia en una institución jerárquica? Algunas de sus
características hacen difícil el desarrollo del aprendizaje y de la práctica
democrática El título de mi artículo “Democracia escolar o el problema de la
nieve frita” (SANTOS GUERRA, 1995) hace referencia a esta problemática.
La
institución escolar es el terreno donde se planta el árbol de la participación.
La tierra ha de ser rica en sustancias democráticas en la que se hundan con
facilidad las raíces del árbol de la participación. Hacen falta estructuras,
tiempos, espacios, mecanismos que posibiliten la participación. Pero son
indispensables las actitudes favorables de los integrantes de la comunidad
escolar. Es fácil burocratizar y rutinizar las mecanismos
de la participación.
Como he
dicho en otra parte (SANTOS GUERRA, 1996) la democracia es un estilo de vida.
No es solamente una estructura formal que permite votar periódicamente sino una
forma de vida que se caracteriza por la tolerancia, la igualdad, la
solidaridad y la justicia.
La
democracia suele ser apellidada de formas diversas. Se habla de democracia de
mercado, democracia pluralista, corporatista,
participativa... Hay, pues, que definir. Hay que matizar. La democracia que
defiendo se caracteriza por estar asentada en los siguientes principios:
participación, pluralismo, autonomía, implicación, respeto mútuo,
justicia y libertad.
Participación: La democracia constituye una forma de organización y de gobierno
que no concibe el ejercicio del poder de forma autocrática. La concepción del
poder es antitética con el monopolio del mismo por unos pocos o por un sólo
individuo. Por eso creo que hay que fortalecer los órganos colegiados frente a
los órganos unipersonales en la escuela, tendencia que no está precisamente
asumida por la LOPEGCD.
“La
participación es un derecho y una necesidad, un principio incuestionable que
atraviesa todo el proceso educativo, el deseable dinamismo de las instituciones
escolares” (SÁNCHEZ TORRADO, 1998).
Pluralismo: Se hace hoy hincapié en la importancia de la diversidad. Esta
importancia tiene su fundamento en la heterogeneidad de las personas y también
en la riqueza que genera para la comunidad una perspectiva que respete y
cultive la pluralidad de perspectivas. El pluralismo se encuentra en el polo
opuesto a la homogeneización y al dogmatismo.
Autonomía: No hay democracia sin autonomía. La moral heterónoma hace a los
individuos dependientes y escasamente responsables. La jerarquización
organizativa priva a los individuos de responsabilidad y de iniciativa. Nada
más contrario a la educación que un concepto de autoridad opresora. La raíz
etimológica de la palabra autoridad es el verbo latino auctor,
augere que significa hacer crecer.
Implicación: La implicación o pertenencia hace que los individuos se sientan
parte de una comunidad. Lo son en realidad desde su condición de ciudadanos.
Lo son como integrantes (no meros invitados, no meros testigos) de la acción
que se desarrolla en la escuela.
Respeto mútuo: Es el principio que hace
posible la convivencia. El respeto tiene mucho que ver con la tolerancia
respecto al modo de pensar, de actuar y de ser de los otros. El respeto hace
posible la convivencia en la diversidad.
Justicia: Es el punto de partida y es la meta. justicia no es dar a todos
igual sino a cada uno lo que merece o necesita. “La justicia constituye la
garantía estructural de pervivencia para la democracia en todas sus
manifestaciones”, dice SARRAMONA (1993).
Libertad: La libertad es la base del pluralismo. Libertad de pensamiento, de
opinión, de expresión, de actuación que se mantenga en los límites del respeto
a los demás. La libertad (en singular) es la base sobre la que se construye la
ciudadanía y la participación.
Estos
principios sustentadores de la democracia actúan de forma dinámica e
interactiva. Unos están en relación con los otros y todos se entretejen en un
complejo sistema de sustentación del entramado democrático. Tiene, además, una
especial conexión con la dimensión educativa de la tarea de la escuela.
En la
democracia escolar existen algunos peligros. Uno de ellos es el cinismo de
predicar que todos somos iguales, pero actuar de forma discriminatoria. ELENA
SIMON RODRÍGUEZ (1999) ha escrito una interesante obra titulada “Democracia
vital. Mujeres y hombres hacia la plena ciudadanía” : En ella dice que hay
que pasar del “pacto cínico” (“no te enteres de lo que hago y no me exijas, que
yo no me enteraré de lo que haces y no te exigiré”) al “pacto cívico”. (“Si tú
ganas yo gano, si tú pierdes yo pierdo”). Hay que pasar de la democracia
parcial a la democracia vital.
La
democracia no se da a los miembros de la comunidad educativa como algo acabado,
como un logro ya ultimado. Es, por contra, una construcción en constante
dinamismo, una tarea inacabada, un reto permanente, una utopía inalcanzable
pero siempre perseguible.
“La
pregunta a la que intenta responder la educación en la participación cívica es
cómo lograr una preparación para la democracia a través de una acción educativa
personalizado” (SÁNCHEZ TORRADO, 1998).
Por eso
resultan decisivos los patrones de comportamiento que se desarrollan en la
escuela, la cultura (y subculturas) que se producen
en ella, el currículum oculto que enseña de manera subrepticia y constante, la micropolíticas de las relaciones que se establecen en ella.
Se aprende democracia ejercitándola, no con hermosos discursos que la explican
y alaban.
5. El tronco del árbol de la participación
¿Cuáles
son los contenidos de la participación? ¿En qué ámbitos se desarrolla?
¿Cuáles son las capas de la madera que forman el tronco de este árbol salvífico? La savia democrática va alimentando y
engrandeciendo los distintos anillos que se forman siguiendo los ciclos
astrológicos estacionales.
a. Participación en la gestión
El
Consejo escolar es el órgano máximo de representación y de gestión del centro
Escolar. En él están representados los padres y madres.
Las
competencias del Consejo Escolar son amplias y, muchas de ellas, importantes.
El problema es que suelen ejercitarse de manera formalista o superficial. La
ley prevé, por ejemplo, que los Consejos aprueben la programación general y el
presupuesto, informen la memoria, elijan al director y supervisen la actividad
del Centro. Lo que sucede en la práctica es que los Consejos se limitan a dar
el visto bueno sin entrar a fondo en el estudio de las cuestiones decisivas.
Esa fue una de las principales conclusiones que se derivaron del estudio que
realizamos (SANTOS GUERRA, 1997) sobre cinco Consejos Escolares de Centro.
Los
temas que ocupan un lugar más destacado en las sesiones, según pudimos
comprobar en la investigación a la que acabo de hacer referencia, son la
disciplina de los alumnos, las decisiones formales y la información del
Director a los miembros del Consejo.
“En
cuanto a la supervisión de la actividad general del Centro, cualquier intento
de ejercerla (por ejemplo, quejas sobre el cumplimiento de los horarios de
tutorías, observaciones sobre la puntualidad de los profesores, y no digamos
ya sobre sus métodos pedagógicos, evaluadores o disciplinarios) es visto de
inmediato por el claustro como una intromisión” (FERNÁNDEZ ENGUITA,
1994).
Otro
problema es el débil desarrollo de los procesos de representación. Los padres
y madres (en un porcentaje que ronda el 10%) eligen a sus representados y se
olvidan ya de que existen. Pocas veces consultan los representantes a sus
electores y pocas les informan sobre lo que se hace en el Consejo.
Estas
limitaciones no son óbice para que podamos seguir apoyando la existencia y el
funcionamiento de los Consejos, ya que abren la escuela a corrientes de aire
nuevas, permiten conocer lo que pasa dentro de ella, hacen posible la
aportaciones de ideas y opiniones, suponen un control democrático sobre su
funcionamiento...
b. Participación en el aprendizaje
No es
cierto que los padres y madres no puedan intervenir en esta dimensión por no
ser especialistas. Es fácil que se utilice este argumento tanto por profesores
como por padres pero está lejos de ser una razón de peso. ¿Puede saber un padre
o una madre si su hijo está motivado, si lo que estudia le interesa y le sirve
para algo, si responden a sus preguntas con atención, si le respetan en las
clases y en el Centro, si le comentan el resaltado de sus exámenes, si los
profesores se constituyen en ejemplo ... ? No se necesita ser un cirujano para
saber si el resultado de la operación ha sido bueno y, sobre todo, si el
paciente está siendo tratado con respeto y atención.
También
en la casa los padres y madres pueden hacer escuela. Pueden ofrecer ejemplo a
sus hijos de amor a la cultura y al estudio. El ejemplo es la forma más bella
de autoridad. Pueden ayudarles a realizar sus tareas. Y, sobre todo, apoyar y
profundizar en la dimensión educativa de la escuela.
c. Participación en lo comunitario
¿Qué es
lo comunitario? El ámbito de la relación que la escuela establece con el
entorno, con la sociedad. La escuela puede ser un foco de referencia, un faro
cultural, un lugar de encuentros educativos para toda la comunidad.
Dentro
de todos estos ámbitos o capas del tronco de la participación hay diferentes
momentos y parcelas. Se puede participar en la planificación, en la acción y en
la evaluación.
La
escuela tiene que hacer permeables sus paredes para dejar que las corrientes
la recorran en ambas direcciones (MARTÍN MORENO, 1996).
Los
padres y las madres son un excelente puente entre la institución escolar y el
entorno. Ellos mismos ocupan puestos en la sociedad y desarrollan trabajos que
pueden aportar ideas y oportunidades para el desarrollo del proyecto educativo
del centro.
6. Las ramas del árbol de la participación
El árbol
tiene ramas por las que la savia avanza y se diversifica para producir hojas y
frutos. Aunque el tronco es único las ramas se multiplican.
¿Qué
canales de participación pueden utilizar los padres y las madres en la
escuela? ¿Qué tipo de estructuras de participación existen y cuáles se pueden
abrir en un futuro? ¿Cómo se puede profundizar y perfeccionar el proceso de la
participación?
Creo que
hay que aprovechar los canales ya existentes y que hay que abrir y buscar otros
nuevos. La creatividad es un elemento importante de la participación. Los
mecanismos de innovación están frenados y poco estimulados.
a. Los canales democráticos en los órganos
colegiados
El
Consejo Escolar es el órgano colegiado de mayor importancia en la escuela. En
él se toman decisiones sobre el funcionamiento del Centro. Se han realizado
sobre su funcionamiento interesantes estudios en los que se ha comprobado
cuáles son sus limitaciones y se han propuestos sugerencias de mejora
(ELEJABEITIA, 1987; FERNÁNDEZ ENGUITA, 1993; GIL VILLA, 1995; SANTOS GUERRA,
1997).
b. La Asociación de padres y madres
Una
sentencia del Tribunal Constitucional rechazó el artículo 18 del Estatuto de
Centros Escolares que no sólo preveía la existencia de una asociación de
padres o tutores de alumnos sino que pretendía que éstos ejerciesen su
participación a través de ella. Decía la sentencia: “El derecho garantizado
por la Constitución a los padres a intervenir en el control y gestión de un
centro sostenido por fondos públicos no puede estar condicionado a la
pertenencia a una asociación de padres”.
Ahora bien, la Asociación (o Asociaciones) de padres y madres constituyen un excelente cauce para la organización, la reflexión, la formación y la intervención en los centros. Su potencialidad aumenta a medida que sea una verdadera aglutinación de personas preocupadas eficazmente por la mejora de la educación, no sólo de los hijos de los afiliados sino del Centro y de todos los Centros.
Las
Asociaciones son un instrumento para la participación comunitaria (RODRÍGUEZ
ROJO, 1993). La diversidad de Asociaciones es un elemento rico para avivar el
debate y para generar una mayor diversidad de perspectivas y de iniciativas de
formación, si se evitan los enfrentamientos y se potencia la colaboración. No
es que el conflicto sea necesariamente negativo; lo malo es que sea haga de él
la razón suprema de la existencia.
c. Las reuniones del tutor con los padres y madres
Este
tipo de reuniones son un excelente medio para informar a los padres y madres
sobre el aprendizaje que desarrolla el hijo y sobre el clima, el ambiente de
trabajo y los problemas que se suscitan en el aula.
Si se
llevan adecuadamente (no convirtiéndolas en un foro de reclamaciones o en una
entrevista privada múltiple y simultánea) los padres podrán saber qué tipo de
colaboración expresa se les pide para ayudar a sus hijos en el proceso de
aprendizaje.
Seleccionar
bien el horario para que asista el mayor número de padres y madres, tener un
orden del día que se pueda preparar, orientarlas hacia el proceso evolutivo del
grupo (no de un niño o de varios niños solamente), hacer análisis rigurosos
sobre lo que sucede, mantenerse en actitud abierta hacia las críticas que se
hacen, plantear soluciones a los problemas... son aspectos interesantes para la
mejora.
Si los
padres y madres salen desalentados después de asistir a estas reuniones, si
los profesores se sienten amenazados o juzgados de manera implacable será
difícil que haya un buen clima para celebrarlas.
d. Las entrevistas individuales con el Director, el
Orientador y el Tutor
Este
tipo de participación es indispensable en lo que respecta a la marcha del
niño o niña. No hace falta esperar hasta el final de curso o acudir solamente
cuando hay problemas. Esa actitud de los padres que piensan que no hay por qué
acudir a la escuela cuando no hay problemas priva a los hijos y al Centro de
ayuda para mejorar la práctica.
La
actitud positiva de los tutores y tutoras impulsará la presencia de los padres
y de las madres. Una posición defensiva o agresiva hará difícil la presencia
de personas que desean abrir un diálogo franco.
e. Las Escuelas de padres y madres
Son
excelentes medios de formación y actualización. Los padres y madres que acuden
a ellas dan a los hijos un ejemplo de actitud positiva hacia el aprendizaje.
Todos somos educables, en todos los aspectos y en todos los momentos de la
vida.
Las
llamadas Escuelas de padres y madres (que muy bien podrían convertirse en
Escuelas de la Comunidad Educativa, dando cabida al profesorado) tienen en sí
mismas un germen de formación que puede extender sus efectos a toda la escuela.
Muchos
profesores y profesoras son también padres y madres, incluso de alumnos y
alumnas que están en el mismo centro donde ejercen su tarea. Por encima de
estos papeles todos han de sentirse ciudadanos y ciudadanas empeñados en
alcanzar una sociedad mejor.
f. La correspondencia escrita o electrónica
Hay
padres y madres que tienen dificultad en acudir al Centro (por falta de tiempo
o por dificultades de desplazamiento). Hay medios, además de los presenciales para mantener el contacto, para estar
informados, para dialogar con el centro. ¿Por qué no explotarlos?
Las
posibilidades son infinitas: documentos periódicos de información/formación,
revista de la comunidad educativa, cartas explicando el proyecto... La
comunicación escrita tiene la virtualidad de que pueden aprovecharla varias
personas en momentos muy diversos.
7. Las hojas del árbol de la participación
Las
hojas del árbol permiten conocer su salud y su naturaleza. ¿Cómo son las hojas
de este árbol de la democracia? El árbol de la participación es perennifolio.
¿Qué aspecto tienen, qué color, qué forma, qué textura? Las hojas ofrecen la
sombra que protege de los rigores del sol.
En cada
uno de los ámbitos que constituyen las ramas del árbol aparecen las hojas que
se multiplican en acciones multiformes.
Informar: La información ha de circular en todas las direcciones y no ha de
estar acaparada por el poder de la institución. Los padres y madres informan al
profesorado sobre la forma de ser de sus hijos e hijas, sobre su manera de
actuar en la casa, sobre su disposición para el estudio.
Informarse: La información llega por sus canales democráticos y también se
busca y se trabaja. Hay quien espera que le llegue la información servida en
bandeja de plata, en lugar de acercarse a ella, de analizarla y de
reconstruirla críticamente.
Dialogar: El diálogo requiere actitud de escucha y apertura para expresarse. Exige también respeto hacia la opinión de todos. Pero el diálogo necesita un tiempo y un espacio donde pueda tener lugar. Las mejores disposiciones se estrellan contra la torpeza organizativa o la escasa viabilidad de los deseos. Por ejemplo, si las tutorías se sitúan en horas en que los padres no pueden acudir, es inútil la voluntad de dialogar con el tutor.
Dudar: Hay que poner en tela de juicio las prácticas, de lo contrario se
repetirán de forma inmisericorde los planteamientos que sustentan la actividad.
Si no se pone en tela de juicio aquello que se piensa y que se hace es probable
que aparezca el dogmatismo.
Dar
ejemplo: Padres y madres, así como el profesorado, tiene
que constituirse en modelos de participación democrática. Se educa como se es,
no como se dice que los demás tienen que ser. Los alumnos aprenden “a sus
padres y maestros”, no tanto de ellos.
Reflexionar: La reflexión compartida y rigurosa sobre las prácticas de la escuela
constituyen el camino más rápido para la mejora de las mismas. Sólo desde la
comprensión que genera la reflexión se pueden adoptar medidas eficaces de
cambio.
Colaborar: El Proyecto de Centro es un compromiso de todos los miembros de la
comunidad educativa. los padres y madres pueden, desde su condición de miembros
de la comunidad y también como tutores de sus hijos e hijas ayudar a que las
pretensiones se conviertan en realidades.
Controlar: Los padres y las madres tienen la responsabilidad de controlar
democráticamente el funcionamiento de los Centros escolares. Para eso deben
conocer muy bien lo que sucede dentro de ellos y deben disponer de cauces para
expresar su opinión y para efectuar un control efectivo.
Innovar: Hay que transformar las prácticas para que puedan evolucionar y
mejorar. La tendencia a la rutina en las instituciones, su falta de
flexibilidad y de autonomía las condenan a la repetición de sus errores y al
mantenimiento de sus limitaciones.
Todas
estas acciones toman concreción en la práctica cotidiana de la escuela. Todas
ellas se mantienen y se desarrollan si el clima es saludable y las condiciones
son propicias.
La
fragmentación con que aparecen presentadas estas acciones (como independientes
aparecen las hojas de los árboles) no debe hacernos olvidar las raíces del
único árbol, el tronco común que las sustenta y la pertenencia a un árbol que
adquiere en su totalidad plena entidad y pleno sentido.
8. Los frutos del árbol de la participación
¿Qué
beneficios reporta la participación de los padres y las madres en la escuela?
¿Qué frutos produce este árbol de la democracia escolar?
a. La
motivación de quien actúa. Cuando se toma parte se tiene
como propia la parcela de la intervención. Y aquello que nos es propio nos
interesa. La distancia y la pasividad que genera la escuela obedece muchas
veces a la sensación de que es algo ajeno, incontrolable, “de otros”.
b. La
educación democrática: La participación es el mejor
camino para el aprendizaje de los valores. Se aprende democracia practicándola.
Se aprenden valores encarnándolos en la práctica. Si la escuela se convierte en
el paradigma de la democracia, los alumnos aprenderán a ser ciudadanos
que practiquen el respeto, la tolerancia, la
solidaridad y la justicia.
b. El
control democrático: La participación de los padres
y madres garantiza el control democrático de la educación. Resulta decisiva
esta dimensión porque el control descendente, jerárquico, tiene el inconveniente
de generar miedo y de propiciar vasallajes.
c. La
ayuda multifacética: La
participación de los padres y madres se convierte en ayuda no sólo para los
hijos de éstos sino para toda la comunidad. Los padres y madres pueden
intervenir en procesos de enseñanza, en la toma de decisiones, en la
reivindicación de mejoras...
d. El
conocimiento de otros puntos de vista: El
contraste de opiniones es un medio excelente para comprender la práctica
profesional y para mejorarla. El cierre institucional de los centros es uno de
sus mayores peligros.
e. La
información bidireccional: Los padres y madres pueden ofrecer una información sobre sus hijos
en concreto y sobre los alumnos en general. Pueden ofrecer información
relevante sobre fenómenos sociales, políticos, económicos... que servirán de
contraste con los del profesorado y los de los propios alumnos y alumnas.
Es
preciso convertir las plataformas de participación en escenarios y ocasiones
de aprendizaje. En una institución educativa la participación no es sólo un
instrumento par la mejor gestión sino un camino para la formación de los
protagonistas.
“Desde
un punto de vista organizativo, la participación es un continuo que refleja
diferentes grados de acceso que tiene los miembros de una organización a la
toma de decisiones. Desde el punto de vista educativo, es decir, desde el punto
de vista de una organización educativo, la participación es también un proceso
de aprendizaje, un medio de formación, y no sólo un mecanismo al servicio de la
gestión” (SAN FABIÁN, 1994).
La participación es, pues, un fruto en sí misma, no sólo tiene un valor instrumental, como puede suceder en otro tipo de organizaciones diferentes a la escuela. A través de la participación el Proyecto educativo de la escuela gana riqueza, coherencia, rigor y efectividad.
La
participación de los padres y de las madres, lejos de atentar contra la
profesionalidad de los docentes, la hace posible, la estimula y la potencia. Es
precisamente desde la profesionalidad de los docentes desde donde suelen venir
los mayores estímulos para la participación de las familias. El rechazo de la
participación de los padres y de las madres suele tener su origen en la
inseguridad de los docentes (FERNÁNDEZ ENGUITA, 1993).
9. Las enfermedades del árbol de la participación
Muchas
enfermedades acechan el crecimiento de este árbol. Algunas de ellas pueden
provocar su muerte, Otras le convierten en una planta raquítica y estéril.
La
participación impuesta: Es una contradicción que se
obligue a ser participativos. Es paradójico que se llegue a ser democráticos
por imperativo legal.
“Una
democracia introducida desde arriba como un dictado o prescripción sería la
muerte de la democracia escolar” (MORTENSON, 1987).
Si la escuela ha de ser democrática debe serio desde dentro, debe luchar por serio cada vez de forma más plena y más intensa.
La
participación trucada: Se trata de una participación
engañosa. Parece que existe participación pero, en realidad, está todo
decidido. Los padres y madres actúan de comparsas de las decisiones que se
toman en la dirección o en el claustro. Cuando ellos desean opinar o decidir
(si es en contra de lo que ya está determinado) se procede a una votación
formal que, al tener una minoría de la representación, siempre pierden.
La
participación formal: Se trata de respetar los
mecanismos legales que prescriben la participación de los padres y madres en la
escuela. A veces, son la muerte de la verdadera participación. Una
participación que no escucha a las minorías, que no debate sobre cuestiones
básicas, que no genera respeto de todos, que no busca la igualdad y la
justicia... es una mera parodia.
La
participación insustancial: Más que participación es un
remedo de la misma. Se limita a cuestiones intranscendentes, protocolarios o de
escaso contenido e influencia en la escuela. Se circunscribe a la colaboración
en algunas actividades complementarias, en apoyar alguna reivindicación ante
las autoridades, en aportar algunos recursos a la escuela... Pero no existe
participación en dimensiones fundamentales como la elaboración del proyecto, la
discusión sobre los valores que se desarrollan en la institución, sobre la
educación de los alumnos y alumnas...
La
participación secuestrada: Los padres y madres que
participan en los órganos colegiados se ven condicionados por la actitud de
los directivos y de los profesores. Ya en las elecciones éstos buscan a los
padres y madres “de la cuerda”. Luego se les pide un voto “de apoyo”
(como si los votos contrarios al planteamiento de la dirección o del
profesorado no fuera “de apoyo a la escuela”).
La participación
feminizada: Resulta más que un tópico decir que la
representación de la familia en la escuela está a cargo de las madres. Así ha
sido en el pasado y todavía sigue siendo, aunque se están produciendo cambios
significativos al respecto.
Es deseable
que cambie la situación por dos motivos al menos. El primero es que la tarea
de la educación de los hijos e hijas ha de ser preocupación de la pareja y no
sólo de la madre. En segundo lugar porque la tareas que se feminizan se
devalúan socialmente.
La
participación burlada: Hay formas de invitar a la
participación que se convierten en una pura broma o, lo que es peor, en una
burla sarcástica. Decir, por ejemplo que las decisiones son democráticas
cuando es uno quien convoca, quien tiene la información, quien dirige la
reunión, quien explica los términos de la misma y quien puede preparar previamente
a los diversos estamentos y personas constituye una broma pesada, no una
auténtica estrategia democrática.
La
participación regalada: “Les dejaremos participar”,
dicen algunos profesores como si hiciesen una concesión magnánima a los padres
y madres. La participación no es una concesión o un regalo sino un derecho y
un deber. Cuando se entiende como una dádiva, el hecho de participar y los
niveles de la participación fluctúan según el estado de ánimo y la voluntad del
que la concede. En un momento determinado puede incluso retirarla. “Para
esto, es mejor no dar participación”, dicen los que así piensan.
Hay que
estar atentos para evitar que estas enfermedades surjan, hay que saber
diagnosticarlas a tiempo en caso de que se produzcan y, sobre todo, hay que
intervenir con rapidez y eficacia para curarlas.
10. Los cuidados del árbol de la participación
¿Qué
hacer para que ese árbol de la participación, en clima adverso como el que hoy
tenemos en el marco de una sociedad neoliberal crezca y se desarrolle con
rapidez y seguridad? ¿Qué hacer para evitar el estrés hidrológico o la marchitez permanente? Los riesgos son muchos: temperaturas
adversas, insectos devastadores, velocidad del viento insoportable, incendios
fortuitos o provocados, falta de humedad atmosférica...
¿Por qué
entiendo que el marco cultural es adverso? Porque en él dominan las tesis gerencialistas que pretenden hacer de la escuela un trasunto
de una empresa. Por otra parte, la competitividad que desencadena pone a los
Centros en una carrera por el éxito que está llena de trampas ya que no
contempla las situaciones de partida ni las condiciones para conseguir esos
logros. En tercer lugar la obsesión por la eficacia deja sin respuesta las
preguntas de mayor calado en una democracia: ¿qué sucede con los que no pueden
conseguir el éxito?, ¿dónde quedan los excluidos de la competitividad?, ¿qué
pasa con quienes ni siquiera son capaces de valorar los bienes de la educación
frente a necesidades apremiantes de carácter más inmediato y más pragmático?
El
debate sobre la educación no se circunscribe a la participación en cada centro
sino que tiene una perspectiva más amplia y más ambiciosa. ¿Qué sucede con la
educación en el país? ¿qué oferta educativa se hace y quién se beneficia de
ella? Cuando los padres y madres eligen un Centro para sus hijos, ¿se acuerdan
de quienes no saben o no pueden elegir?
Bajo la
pretensión de ampliar la libertad de elección de Centro se ha dado a las
escuelas la posibilidad de conceder unos puntos según criterios de su libre
decisión, lo cual no es que aumente la libertad de los padres y madres para
elegir escuela sino que aumenta la libertad de los Centros para elegir a sus
alumnos. Este hecho atenta contra la igualdad de oportunidades. Y ese sí es un
principio antidemocrático.
“¿Dónde
queda, pues, el concepto inicial de comunidad educativa?” ¿es que todavía nos
mantenemos en el modelo de mercado que juzga a padres, alumnos, etc. como
meros clientes de la institución escolar, cuando las proclamas democráticas
anteriores a la LODE los ponderaban como socios, cogestores
o corresponsables?” (BERNAL Y OTROS, 1997).
Resultaría lamentable que, una institución encaminada a conseguir a través de la educación una sociedad más justa y más tolerante, incrementase a través de sus estructuras y de su funcionamiento las diferencias entre los grupos y acentuase la desigualdad de oportunidades.
Muy al
contrario, la escuela debería servir para el ejercicio y el aprendizaje de la
ciudadanía. Si es escuela es porque es “escuela de valores”.
“La
educación cívica, en sentido estricto, pretende desarrollar las actitudes y
normas consideradas válidas necesarias para la convivencia. La educación moral
pretendería el desarrollo hacia la autonomía, más allá de las normas
convencionalmente establecidas, en función de unos principios éticos universales”
(BOLIVAR, 1999).
Cuidar
el árbol de la democracia en la escuela es poner en marcha todos los resortes
para que la escuela sea un lugar de aprendizajes morales. “La formación de
lo ciudadanía se convierte en el ejercicio prioritario de la educación”,
dice Bolívar en la obra anteriormente citada.
Hay que cultivar este árbol no sólo potenciando las estructura de la participación sino cuidando su calidad. Lo verdaderamente importante es conseguir que la democracia se perfeccione y se haga cada día más profunda y más rica. Es decir que en la escuela se ejerciten los principios del respeto mútuo, de la libertad, del pluralismo, de la igualdad, de la justicia y de la tolerancia.
Para
desarrollar la participación hay que aprovechar los espacios ya conquistados y
hay que buscar otros nuevos. Hay que hacerse nuevas preguntas y reinventar las
que ya nos hacíamos. Participar es poner en entredicho la organización para comprenderla
y hacerla mejor.
“La
participación, más allá de la mera representación... es una actividad de
permanente interrogación pública ‑y del público‑ acerca de las
instituciones sociales en la búsqueda de su transformación”. (BELTRÁN,
1999).
No basta la participación: hay que buscar la liberación a través de la reflexión compartida. La democracia en la escuela ha de conducirnos a la formación de ciudadanos capaces de construir una sociedad más justa.
“Ya
no queremos una democracia de participación; no podemos contentarnos con una
democracia de deliberación; necesitamos una democracia de liberación”
(TOURAINE, 1994).
Hay que realizar experiencias innovadoras en las escuelas en el ámbito de la relación con las familias (DÉNIZ y DOMÍNGUEZ, 1998). Hay que escribir sobre ellas, publicar y difundir lo que se ha escrito para que todos podamos conocer lo que se ha hecho y establecer, a raíz de ese conocimiento, nuevas plataformas de discusión y de innovación.
Los
padres y las madres, como miembros de la comunidad educativa, pueden hacer de
la democracia en la escuela un proceso de investigación del currículum que
ayude a comprender hacia dónde estamos avanzando, a qué ritmo y a qué precio
(MARTÍNEZ BONAFÉ, 1998). En definitiva, participar en la escuela es saber qué
sentido tiene lo que estamos haciendo y comprometerse de forma colegiada para
mejorarlo.
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