ORIENTACIÓN:
¿CIRUGÍA O PREVENCIÓN?
Hace unos meses, un periódico de nuestro país se hacía eco
de un estudio sociológico norteamericano en el que se evidenciaba que,
aproximadamente, el 80 % de los padres de EEUU se manifestaban a favor de que
se prohibiera, por ley, a los menores de edad salir de sus casas por la noche.
El proteger a los jóvenes es una aspiración natural en
cualquier sociedad, No obstante, si reflexionamos un poco podemos descubrir que
en este estudio de opinión subyace una actitud social y familiar lastimosa:
Los padres, que están preocupados y asustados por el ambiente en el que se
desenvuelven sus hijos e hijas, no toman (¿por comodidad) las decisiones que
creen beneficiosas para su prole, y lo que no son capaces de lograr mediante el
diálogo y las relaciones fluidas, quieren conseguirlo traspasando sus
competencias y responsabilidades a instancias administrativas.
Dicho más llana y crudamente, las familias y grupos
sociales tienden, en las sociedades desarrolladas, a hacer “dejaciones” de sus
obligaciones y trasladarlas a instituciones y a profesionales “solucionadores”
de sus problemas o preocupaciones (incluso familiares y personales). Es curioso
que sean, precisamente, las capas socioeconómicas medias altas las que más
transfieren ese tipo de responsabilidades a instancias legislativo-políticas y
profesionales, mientras, al mismo tiempo, defienden la disminución de los
poderes y competencias del Estado en otros asuntos, especialmente, los económicos
o de mercado. Es evidente que, a una gran parte de la sociedad postindustrial
le preocupa más, en la práctica, su dinero y status que su prole. Este modo de
sentir y actuar, relativamente generalizado en las llamadas sociedades
“avanzadas”, produce determinados tipos de demandas al sistema educativo.
Esos sectores sociales, por lo general, no se plantean
los problemas y su resolución de forma global, no intentan o no están
interesados (por razones diversas) en penetrar en la comprensión de las
situaciones que los provocan, sino que buscan salidas puntuales y específicas
para casos concretos. Soluciones por vía externa, de las que ellos no tengan
que “ocuparse” directamente. En consecuencia, lo mismo que se contrata un agente
comercial o un asesor de bolsa, se busca un agente educativo, orientador,
psicólogo,... un profesional que solucione el problema. Se produce lo que
podríamos llamar la “profesionalización” de las responsabilidades individuales
y colectivas (I ).
Pero para justificar, individual y colectivamente, esa
dejación de las obligaciones personales y sociales, es necesario aislar el
problema y “patologizarlo”. Se produce pues, paralelamente, un proceso de
“medicalización” de la acción social y educativa. O sea, que al elevar el
asunto o hecho a la categoría de enfermedad, se elude la propia
responsabilidad, derivándola al especialista (persona y/o institución). De
esta manera los individuos, las familias y la sociedad se “sacuden” obligaciones,
a la vez que los profesionales especialistas abren campos de trabajo y
aumentan su prestigio social (2).
Estas tendencias de medicalización y profesionalización
de determinados problemas sociales y personales, penetran en las escuelas y en
los institutos con una doble incidencia: Por un lado, la sociedad actual delega
en el sistema educativo responsabilidades instructivas, formativas y educativas
cada vez más amplias y complejas, precisamente en unos tiempos en los que
disminuye su poder de influencia sobre los jóvenes (en proporción a otros como
los amigos, la tv, etc.). Por otro, esos mismos aires profesional izadores y
medicalizadores empapan la gestión y acción educativa y el pensamiento
profesional docente, tendiéndose a la “super especialización” y división
de tareas en los diversos ámbitos del trabajo educativo.
Como consecuencia, la contradicción es evidente: En una
época de relaciones humanas sociales, económicas, políticas, personales...,
complejas e interrelacionadas, potenciamos intervenciones especializadas,
puntuales e “independientes”, normalmente, descoordinadas, no integradas ni
integrales. La orientación es, al mismo tiempo, fruto y reo de esta
contradicción.
Es cierto que la complejidad de las necesidades y, por
tanto, de las actuaciones en el campo educativo, requiere la confluencia de
diversos profesionales (docentes, orientadores, psicólogos escolares, logopedas,
asistentes sociales, personal sanitario, etc.); pero no lo es menos que todos
ellos deben dirigir sus conocimientos y esfuerzos a dar salida a esas
necesidades educativas de los jóvenes de hoy, funcionando como verdaderos
equipos multiprofesionales.
En ese trabajo multiprofesional que hoy demanda este
complejo servicio de la educación y de las ayudas a los jóvenes, la orientación
y los/as orientadores/as tienen, por supuesto, un lugar y un papel primordial
que jugar, pero para ello se hacen imprescindibles algunos cambios o giros de
timón, entre los que yo auspiciaría tres:
a) Desprenderse del carácter terapéutico y evitar
contagiarse de la “medicalización” que hoy impregnan muchas actuaciones y servicios
sociales. Esto es altamente difícil para la orientación, pues arranca con
desventaja en este aspecto, tanto por su praxis tradicional como por la
tendencia “psico clínica” que, en gran parte, sigue guiando la formación
de los orientadores y psicopedagogos/as.
b) No confundir la especialización profesional con la
“disección” de las intervenciones. Es decir, la presencia de diversos
especialistas en las enseñanzas obligatorias se justifica por la complejidad de
la educación actual y, por tanto, por una obligación de aunar conocimientos y
esfuerzos para ofrecer soluciones satisfactorias a los problemas y necesidades
educativas, tanto individuales como colectivas, de los jóvenes, o que implica
realizar un trabajo coordinado, cooperativo e integrado, en la planificación y
en la acción.
c) Recordar en todo momento que el trabajo en el período
de enseñanzas obligatorias tiene una inequívoca finalidad educativa. Toda
actuación de los diversos profesionales del sistema está al servicio de la
educación de ciudadanos que han de incorporarse a la vida activa, en el sentido
amplio del término, con la suficiente capacitación para pensar, decidir y
actuar de forma racional y autónoma.
En este número de la revista, dedicado a la Orientación
en Secundaria, hemos querido ofrecer algunos artículos teóricos junto con
experiencias que pudiesen orientar a los psicopedagogos/as y docentes
interesados en modos de acción integrales; pero, sobre todo, nuestra intención
es aportar ideas que animen a la reflexión y al debate, imprescindibles para
avanzar en la clarificación del papel de estos profesionales y, especialmente,
del Departamento de Orientación en los centros de secundaria.
Por ello, estos escritos, sin presentar un enfoque
unívoco, se sitúan en una perspectiva que trata de adentrarse, impulsar y
potenciar las intervenciones orientadoras integradas en actuaciones educativas
de pensamiento y praxis progresista, humanista y crítica. En resumen, una
orientación que no sea absorbida por labores “reparadoras”, aislada de la
acción educativa de los centros, sino que promueva y se implique en la
construcción y reconstrucción del pensamiento personal y social de nuestros
jóvenes ciudadanos, a fin de facilitarles la comprensión del mundo que les
toca habitar y forjar.
Juan Fernández Sierra Dpto. de Didáctica. Universidad de
Almería.