Cuando los saberes locales enfrentan al saqueo:
“Acuerdos Multi- (o Bi) laterales”, privatización del conocimiento y
compromiso intelectual[1]
Andrés M. Dimitriu[2]
Síntesis
La explosiva multiplicación de ONGs encargadas de producir un sistema de
RRPP verde, de cooptación política y de proyectos de democracia conservadora “llave
en mano”, paralela a los ajustes estructurales y la privatización de la
economía en la década de los 90, generalmente continúa y extiende hacia todos
los niveles imaginables la tendencia iniciada en la década del 40 con los
estudios sobre propaganda, seguida en los 60 con las teorías desarrollistas.
Analizar los trasfondos y las consecuencias concretas de los llamados
“acuerdos” comerciales (OMC, GATS, ALCA, los TLC bilaterales, APEC, etc) y de
marcos regulatorios “nacionales” afines, que privilegian y pretenden garantizar
circuitos de acumulación cada día más iracundos, socialmente excluyentes y
ecológicamente devastadores, implica no sólo describir las estrategias de
intervención imperial con socios locales en la cultura, la economía, las
“esferas públicas” y las organizaciones sociales sino teorizar las
alternativas. Este artículo propone identificar algunas de las características
predominantes de intervención empresarial-estatal y reflexionar sobre el
posible rol crítico de la investigación y las potencialidades de la
comunicación a la luz del rechazo social a proyectos de saqueo de recursos,
apropiación de tierras o cuencas acuíferas y de control financiero o simbólico
de
Introducción
Al Gobierno y Pueblo de Irak le tuvieron que inventar una
guerra para quitarles un recurso natural: el petróleo. En Argentina no hizo
falta una guerra. Nos alcanzó con una legión de funcionarios corruptos, tanto
en el Gobierno Nacional como en el Provincial.
De un
trabajo práctico sobre minería en Catamarca del 3 año “A” de
Ciencias Naturales, Colegio Polimodal Nº 21 “Republica de Venezuela”, turno
tarde, Andalgalá- Catamarca, una de las comunidades directamente afectadas por
la contaminación y el saqueo.
Destacamos: 1.
La importancia del conocimiento como vehículo de las actividades contra el
poder establecido y por una nueva forma de poder, más democrático y
participativo; 2. La conciencia social como factor de poder; 3. Importancia del
aprendizaje social a partir de la participación, el interés común, la
reformulación de la identidad local, la construcción de un imaginario común.
Fragmento de las Consideraciones surgidas en las comisiones del Primer FORO
NACIONAL DEL NO organizado por
El espacio que ha sido capturado por la imaginacion no
puede seguir siendo el espacio indiferente sujeto a las medidas y estimaciones
del agrimensor
Gaston
Bachelard, 1964, en Harvey 1996:242
Los
ministros de educación de Argentina y Brasil, Tarso Genro y Daniel Filmus, han
declarado recientemente en Brasilia el deseo de excluir la educación de las
negociaciones en el seno del Acuerdo general de Comercio de Servicios (GATS en
inglés y AGCS –de aquí en más- en castellano) y también incluídas en el ALCA y
en los acuerdos entre
Este
trabajo intenta conectar la feroz competencia transnacional y las
transformaciones estructurales de la industria cultural en curso no tanto con
lo que ocurre en los medios, el sistema jurídico, la educación o la producción,
comercio y consumo de productos culturales en general sino, además y específicamente,
con la lucha por el control sobre la
naturaleza cuando es entendida como espacio de especulación y “depósito de
recursos naturales”, cuestionando la rutinaria tendencia a ubicar la
“naturaleza” y lo “local” en algún lugar “allá afuera” y reconociendo, por el
contrario, la vigencia y necesidad de nuevas articulaciones sociales en el movimiento
contra-hegemónico de y entre diferentes periferias. El rechazo continental al
saqueo de hidrocarburos, metales, minerales, pesca, bosques y usos privados de
ríos y cuencas, entre otras (inseparables entre sí) causas políticas, sociales,
“ambientales” y económicas, está relacionado y choca en muchos frentes con esa
trama institucional.
El asalto a los últimos espacios y recursos
públicos
Sería una
opción reduccionista, para describir y analizar estas transformaciones en la
industria cultural, guiarse por la superficie estadística o, más “arriba” en la
escala del poder económico, por la mera descripción de la (por otro lado previsible)
flexibilidad monopolizadora de las corporaciones (qué hace Time, Warner, Sony,
AOL o Disney, o si Vivendi combina la compra de medios con el control de agua
privatizada –y cuencas- a nivel planetario) y el frenesí bursatil que las
acompaña o, en su vitrina publicitaria, partir del análisis de contenido de la
imagen o las promesas de la misma industria, de la prensa corporativa (que cada
día es más la prensa) y de sus intelectuales
orgánicos.
Lo que
aquí llamamos superfie estadística -que nutre principalmente a estudios conductistas
y cuantitativos, al individualismo metodológico y al funcionalismo aggiornato del pluralismo liberal al
multiculturalismo- remite al espacio que Braudel (1984), y desde allí luego Wallerstein
(1991) y Arrighi (2000), identifican como una franja intermedia del capitalismo:
el mercado. El esquema braudeliano, y su pertinencia aquí, merece una breve
aclaración. El “mercado” al que se refiere Braudel sólo representa la parte
visible y pre-visible de la economía, la que en definitiva es más fácil de
investigar, de controlar por oficinas recaudadoras y de cuantificar por el
volumen y los niveles de ganancias de las transacciones reflejadas en bolsas o
expresadas en tonelajes transportados o en depósito, las estadísticas sobre
empleo “en blanco” e infinidad de datos contables. A pesar de la generosidad empírica
y documental que exhibe, privilegiada por esa razón por la mayoría de los
investigadores, esa publicitada franja es también la que menos muestra lo que ocurre en la totalidad de situaciones y condiciones involucradas en la actividad
económica.
La palabra
“eco-nomía” (oiko-nomos) en sí tiene,
como se la usa hoy, una connotación especulativa tanto por la de saturación de
datos, con lo que se transforma en un aburrido y (políticamente) inaccesible
campo para “expertos”, como por todo lo que queda afuera del recorte
costo-beneficio, incluyendo dimensiones espaciales y temporales
(intergeneracionales, por ejemplo). Hablar de regularidades y “leyes” (el nomos) en la actualidad, como si el
sistema mundial fuera una aldea comparable al oikos, el espacio doméstico de
Es en
parte por eso, aunque sin tomar en consideración explícitamente la deuda
ecológica y el sufrimiento humano de varios siglos, que Braudel identificaba, debajo
de esta franja visible del mercado, la de la vida material como base principal de la producción para el
autoconsumo, los intercambios cercanos y las (hoy desesperadas) estrategias de
sobrevivencia, un espacio en que se desarrolla la vida cotidiana de más de la
mitad de la humanidad. En Braudel los términos “economía”, y especialmente
“vida material”, abarcan tantos fenómenos que a lo largo de sus escritos tienen
más de una compatibilidad con las definiciones antropológicas y sociológicas que
otros autores (por ejemplo Karl Polanyi, Pierre Bourdieu, Raymod Williams)
tienen de “cultura”. Los intercambios cercanos, trueques, regalos y rituales
como el Potlash (M-M, mercancía por
mercancía, como valor de uso en su aceptación más amplia) y
los del mercado en su forma M-D-M’ (mercancía-dinero-mercancía incrementada) no
se diluyen en el pasado con el desarrollo de fuerzas productivas, de la misma
manera que no desaparece la tradición oral con la aparición de la informática,
como prefieren ver los deterministas tecnológicos, sino que se localizan en
otros niveles y espacios con respecto al poder dominante. La vida material y el
mercado, como la tradición oral, no son condiciones “pre-modernas” destinadas a
desaparecer sino que constituyen la base material y cultural “explotable” sobre
la que se montó el capitalismo (el contra-mercado) en todas las culturas. Pero la inconmensurabilidad de fenómenos, de intercambios
y de situaciones involucradas en esa extendida base material y cultural resultaba
al mismo tiempo inabarcable y por lo tanto “opaca” para la investigación. Es
que Braudel, como buena parte de la primera generación de la escuela de los Annales, rechazaba las versiones y
visiones cotidianas de corta duración (la historia evenementielle), pero no por no asignarle importancia sino porque en
su perspectiva (revisada en etapas posteriores) resultaba inconsistente
asegurar que las fuentes ocasionales investigadas en esa multiplicidad, por
muchas y cualitativas que fueran, sirvieran para interpretar la totalidad de la
vida social, lo oral, las redes informales, y en definitiva las
transformaciones históricas.
Por encima
del mercado, Braudel identifica otro nivel que también es “opaco” pero por
otras razones, pues incluyen los actos deliberados de una minoría poderosa
constituída por negociantes, banqueros, grandes familias propietarias,
conglomerados industriales-militares y asociaciones empresarias, un nivel que
siempre intenta hincar sus raíces explotadoras en los dos niveles inferiores
pero que nunca lo logra totalmente (caso contrario hablaríamos sólo de
dominación física, o tiranía, y no de estructuras hegemónicas o de luchas
sociales, como reconoce Arrighi). El anti-mercado,
que aprovecha la herencia cálida, colorida y familiar del término “mercado” y
“economía de mercado” por sus connotaciones de encuentro de intercambios cara a
cara y atmósfera aldeana, es el lugar en donde “deambulan los grandes
depredadores” y se realizan las grandes ganancias. Arrighi explica respecto a
la “opacidad” en esta franja, inspirado en Marx cuando advierte que el acceso a
estos niveles está prohibido salvo que uno ingrese para hacer negocios (“except on business”), que para el
capitalismo -y los capitalistas- es tan estratégico ocultar (y no solo entre
competidores sino frente a y en el seno mismo de la sociedad en su conjunto)
sus estrategias, los caminos sinuosos del dinero (Arrighi, 2000:25) o cómo
transfieren, exportan o externalizan consecuencias humanas y ambientales, lo
que a su vez requiere una activa red de complicidades, extorsiones y silencios
comprados u obtenidos por la fuerza[6].
Hay por lo menos dos necesarias dimensiones más –íntimamente
ligadas entre sí- que deberían ser integradas para avanzar en esta tarea
interpretativa acerca de las ramificaciones digamos “social-ecológicas” de la
privatización del conocimiento y la cultura o, para decirlo de otro modo, la nueva
división de tareas [7] entre centros y periferias
del sistema-mundo: la primera es
la de la estructura institucionalizada a través de leyes, normas y marcos
regulatorios, que hasta hace dos décadas todavía eran llamados - dada la tensa inclusividad
que admitía la competencia entre bloques, las tibias vibraciones hacia la
periferia de estados de bienestar europeos (el willybrandismo de la “ayuda” keynesiana
Norte-Sur, sustituído en Cancún en 1982 por la ortodoxia neo-liberal) y la
policromía de reclamos de países del Tercer Mundo- políticas culturales y de comunicación, es decir formas que
suponían algún –ecléctico o no- tipo de debate internacional[8]. Pero
a partir de la era thatcher/reaganita la palabra política fue desapareciendo de los textos internacionales y la
participación fue entendida o bien como aquello que deciden–en circuitos cada
vez más herméticos y en condiciones que se prestaron y prestan a insondables
abusos y consecuencias- los “delegados” de los países o, en la sociedad civil, lo
que es permitido en espacios convenientemente cercados (valga el paralelismo a
nuevas formas de cercamientos, enclosures)
y el intento masivo de privatizar y fragmentar la política y toda causa social,
como por ejemplo el “tercer sector” e innumerables ONGs (Petras, 1997 y
Piqueras, 2001). Policy, como término
cercano pero al fin totalmente diferente a “política”, comenzó a ser sinónimo
de decisiones basadas en consideraciones técnicas, de inversiones protegidas, de
extensión de infraestructura en telecomunicaciones, siempre acompañada por el
“libre flujo a la información” y de la capacidad de obtener retornos por
derechos de autor. Esa estructura tecnocrática y cerrada, que otorga a un
puñado de funcionarios (no pocas veces ubicados en la puerta giratoria que les
permite estar un día en los directorios empresariales y al siguiente en puestos
clave de gobierno) el poder discrecional de obrar en el nombre de todos los
habitantes de un país. Esa característica del sistema representativo, con cerca
de 200 años de experiencia lobbista[9], es
la que permitió “aprobar” la mayoría de los mega-“acuerdos” que pasan
estratosféricamente por encima de las respectivas sociedades.
La segunda
se refiere a las ramificaciones que exceden y trascienden los recortes que no
solo caracterizan al estado moderno (con una división de tareas que los hace fácilmente
controlables por el poder económico en los países centrales y, con más motivo, en
los periféricos) sino también a las del saber institucionalizado (fragmentado
en disciplinas) y al trabajo de los intelectuales, especialmente cuando son
renuentes (y en la mayoría de los casos lo son, estadística y concretamente
hablando) a indagar críticamente las conexiones entre la vida urbana, la
política, las prácticas espaciales, simbólicas y materiales de dominación,
especialmente las que parecen “lejanas” porque ocurren en algún lado “allá”, en
la otredad cultural, espacial, ecológica (¡plantas, animales, tierras, cuencas
y vientos del mundo: uníos!), aparte de las que pudieran estar ocurriendo
frente a sus respectivas narices. La especialización de los intelectuales
cumple el doble rol de asignar tareas limitadas que no interfieran con el curso
“natural” y “universal” de la carrera del capital (investigando cómo ir de “A”
a “B”)[10] y
de segregar o despreciar tradiciones, características nacionales y otros
sistemas y formas de conocimiento (Smith, 2003). Estas ramificaciones se
extienden hacia y penetran las dos “zonas de opacidad” mencionadas en el
sentido Braudeliano, pero son relevantes recién cuando son relacionadas o confrontadas para su interpretación profunda:
la de la vida material, en donde se desarrolla la vida cotidiana “en si” y donde
eventualmente se construyen lealtades, identidades y estados de conciencia
“para si” y, por el otro, la del contra- (o anti) mercado y el poder instituído.
El trabajo intelectual en sí, las agendas, la financiación, selección y
evaluación de proyectos de investigación y las condiciones, métodos y objetivos
de trabajo de los investigadores y educadores en general, constituye de tal
manera un entramado que no es apreciable en términos estadísticos, financieros
o académicos únicamente. Por su posición estratégica - ideológica, comercial,
industrial- la educación, la investigación y los trabajadores que prestan un
“servicio” intelectual, y con más razón en América Latina, son empujados hacia
un Modo de Producción Intelectual (MPI) que está siendo regulado y disciplinado,
en su parte “visible” (el “mercado”), de acuerdo a las reglas comerciales
arriba mencionadas, en la dimensión “opaca” superior (el “contra-mercado”), por
los nodos de poder y sus propios tanques de pensamiento y en la parte inferior
(la “vida material”) por medio de una implacable precarización laboral de
docentes e investigadores, de nuevas pobrezas y exclusiones.
Conocimiento, poder y saberes contextuales
La
existencia material cotidiana en las ciudades puede ser bastante tolerable y
hasta confortable porque requiere desastres ecológicos de largo plazo para sostener su superficialidad y reproducción
institucional de corto plazo.
Herbert Marcuse, en Luke, 1997: 142,
trad. propia,
énfasis agregado.
La distancia
social (alienación) del intelectual y sus lealtades con el poder será el resultado
combinado de condiciones estructurales, posiciones teóricas e ideológicas y la “indolencia”
de urbanitas acelerados a los que se refería Simmel (1986), o de la comodidad
de verse rodeado, como observaba Marcuse, de mercancías y eficacia tecnológica sin
tener la necesidad inmediata de preguntarse por el origen social y ecológico de
las mismas (la trayectoria laboral, subjetiva, material de la mercancía)[11]. Esto
es cierto sólo en parte. Una temprana crítica latinoamericana y del Tercer
Mundo en general al cientificismo y razón instrumental como dispositivos
mentales y organizativos de dominación colonial - crítica paralela a la que
surgía después de los horrores de las guerras en Europa- tiene una historia que
todavía debe ser apreciada en toda su magnitud. Por oleadas, estas “rupturas
epistemológicas” vienen ocurriendo más claramente –sin olvidar a figuras previas
como Martí, o a Mariátegui, entre otros- a partir de los 60 con el humanismo
revolucionario, la “ciencia comprometida”, la teología de la liberación, la
pedagogía del oprimido de Freire, los diferentes nacionalismos sociales, la
incorporación gradual de los textos de Gramsci y los de Frankfurt. Varios autores
que, a pesar de la presión editorial por “lo nuevo” o como resultado de
desplazamientos deliberados al olvido, vuelven a tener, releídos, otros
sentidos y ganar una relevancia que les había sido negada por mucho tiempo. La
recuperación de esa memoria anticolonial y anticapitalista – por momentos eurocéntrica
y universalista- está en pleno desarrollo, pudiendo mencionarse, entre los
intentos de recuperación, las contribuciones teóricas y documentales de lo que
promete ser un desprendimiento sólido y crítico de tibios estudios
postcoloniales[12], como es el caso de Ahmad
(1992) y más tarde Lander (2000), Mignolo (1998), Quijano (1999), Castro-Gómez
(2004).
Uno de
estos autores es el investigador argentino Osvaldo Varsavsky (1919-1976), uno
de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de
modelos matemáticos aplicados a las ciencias sociales. Las contribuciones de
Varsavsky trascendieron las cercas disiplinarias de manera poco convencional
pues, a pesar de sus lecturas filosóficas, expresaba sus críticas al
cientificismo con un lenguaje llano, por momentos hasta panfletario, que no
cumplía con los contratos textuales de la academia y proponía una ciencia politizada e investigadores rebeldes. Varsavsky anticipa escenarios
y continuidades de un sistema que no cambió motivaciones y procedimientos sino
que en todo caso se hizo, como resultado de innumerables crisis, luchas
sociales y reestructuraciones, más complicado,
veloz y extendido globalmente, sin cambiar en su esencia (ver cuadro
comparativo de Proyectos Nacionales en el anexo). Sus escritos fueron
prohibidos durante el ciclo dictatorial que se iniciaba en el año de su
fallecimiento, 1976. En una charla titulada “Facultad de Ciencias en un país sudamericano”, dictada en
En
referencia a proyecto universitarios en la Argentina en los años 50 no dejaba
de lamentar el curso de los acontecimientos:
Lo que conseguimos fue estimular el cientificismo,
lanzar a los jóvenes a esa olimpíada que es la ciencia según los criterios del
Hemisferio Norte, donde hay que estar compitiendo constantemente contra los
demás científicos, que más que colegas son rivales. Y como esa competencia
continua no es el estado ideal para poder pensar con tranquilidad, con
profundidad, no es extraño que ninguno de los muchos papers publicados por
nuestros investigadores desde 1955 haya hecho adelantar notablemente ninguna
rama de la ciencia. Si no se hubieran escrito, la diferencia no se notaría.
También resaltaba
la aparente ambiguedad de las ayudas internacionales y las opciones de los
intelectuales:
Empezamos a obtener apoyos inesperados e
indeseados. Al comienzo, en el año 55, éramos todos considerados comunistas por
la embajada norteamericana, pero esa actitud fue cambiando y nos encontramos
recibiendo apoyo de las fundaciones –Ford, Rockefeller, Carnegie, todas-
Adelantaba
muchas de las preguntas acerca de las consecuencias de los intercambios
académicos comercializados:
No quiero dejar pasar esta oportunidad sin
recordarles que no es sólo en
Y
anticipaba los probables escenarios que hoy se vislumbran con el avance de
mecanismos como el AGCS:
Esa cultura se forma en gran parte a través de la
educación, y por eso la educación es lo último que puede entregarse a otro
país, cualquiera que sea. Si en nuestra vida cotidiana, en nuestra ciencia y
nuestro arte imitamos a los EE.UU., es inútil que tengamos un ejército propio y
elecciones presidenciales: seremos igual una colonia, y con menos
probabilidades de liberarnos que hace 150 años, porque estaremos satisfechos
con nuestra manera de vivir. El colonialismo cultural es como un lavado de
cerebro: más limpio y más eficaz que la violencia física (...)
Los asesores vienen muchas veces con la intención
de salvarnos del subdesarrollo, y esa intención se la agradecemos, pero los
rechazamos porque para ellos desarrollarse es ser igual a ellos, sobre todo
culturalmente. Por eso en especial propugnan y financian métodos de educación
masiva, televisión educativa, enseñanza a computadoras, todos esos métodos que
les permiten enlatar clases y conferencias en los EE.UU. y mandarlos aquí para
que todos aprendamos las mismas cosas, de la misma manera, con el mismo énfasis
(...) En resumen, la independencia cultural debe ser nuestro objetivo
permanente, en todos los campos de la cultura, desde las series de TV hasta la
ciencia pura.
Como
desafío intelectual, el cientificismo –la médula espinal de este tipo de
proyectos- era para Varsavsky mero reduccionismo:
En realidad, uno de los motivos que hace tan
atrayente el cientificismo es que es muy fácil: no hay que pensar en cuestiones
realmente difíciles por sus muchas implicaciones.
Como postura y
responsabilidad individual y colectiva, defendía una autonomía activa:
Independencia cultural significa dos cosas:
obligación de crear, y derecho a elegir. De lo que se hace en el Norte vamos a
elegir lo que nos parezca conveniente; vamos a tomarnos esa gran
responsabilidad. Y vamos a tratar de crear lo que falta (Varsavsky, 1968).
Es aquí que se vuelve relevante el
concepto de praxis o, más específicamente, el de compromiso intelectual cuando va unido a la capacidad de criticar
la dominación desde un contexto de enunciacióny lucha específico.
Economía, cultura y política: la educación como
negocio estratégico
¿Cuales
son las condiciones laborales, los roles asignados en las nuevas divisiones de
tareas y las expectativas que rodean y condicionan al trabajo intelectual? ¿Cuales
son las características de lo que más arriba era categorizado como una
“batalla” mundial por el control sobre diferentes nudos de poder, especialmente
el de las industrias culturales?.
Empecemos
por lo externo.
Para tener
una idea aproximada del volumen visible del “sector” vale tener en cuenta que el
presupuesto mundial en educación pública en todos los niveles supera los tres billones (trillones en inglés) de dólares
anuales, con unos 50 millones de maestros, mil millones de estudiantes y
cientos de miles de establecimientos educativos. Solamente el comercio de
educación superior a distancia era, en 1995, de unos 27 millones de U$S, con
cerca de 1,5 millones de estudiantes universitarios siguiendo cursos ubicados
fuera de sus respectivos países. Según
El AGCS y
los otros pactos mencionados tienen por finalidad derribar barreras
contextuales y marcos regulatorios o costumbres y tradiciones locales y cubre
prácticamente todas las politicas gubernamentales imaginables, incluyendo
subsidios, estandares para obtener licencias y concesiones, condiciones
laborales o contenidos culturales, en favor de empresas que necesitan ampliar
la base juridicamente vinculante de sus actividades. Es “un acuerdo
extremadamente ambicioso y complejo...que involucra diferentes niveles de
obligaciones por parte de sus signatarios”, como por ejemplo el compromiso a
agregar nuevas rondas para expandir el sistema, a a seguir el principio de
“nación mas favorecida”, y garantizar máxima transparencia, como dicho anteriormente, a todos los negocios
públicos o privados disponibles (Sinclair, 2000). Ninguna medida que de alguna
manera afecte el comercio de servicios puede ser aplicada por un gobierno
signatario. Incluye toda prestación y oferta de servicios. Está en contra de la
“discriminacion” (es decir que un país proteja sus empresas) y desagrega
servicios según su rentabilidad (esto significa, por ejemplo, que haya
telefonía en ciertas zonas pobladas pero que falte en zonas rurales, o que se
separe correos de telecomunicaciones). Las disposiciones del AGCS pasan por
encima de acuerdos regionales (Pacto Andino, Mercosur, ALCA, TLCAN, etc).
Las clásulas
y normativas del AGCS incluyen prácticamente toda actividad humana desglosada y redefinida, con ayuda de
semiólogos del sistema de mercado sin barreras, en una serie de “prestaciones
de servicios” sujeta a las condiciones dominantes de oferta y demanda. Es inmensamente
amplio e involucra todos los niveles (nacional, provincia, municipal) y penetra
políticas domésticas ambientales, culturales, económicas y salud. Las
definiciones de estos manuales incluyen y pretenden ejercer control legal por
encima de las fronteras sobre lo que uno pueda imaginar, desde el cuidado de
ancianos a las agendas de investigación de cada país, pasando por el turismo,
el diseño de programas de computación, de automóviles o de ciudades (hasta el
70% de la actividad económica actual expresada en dinero). Ni siquiera los ahora
“redescubiertos” pueblos originarios -transformados en “propietarios” para que
puedan “beneficiarse” con el desarrollo sustentable ofreciendo servicios
turísticos o vendiendo tierras, conocimientos, fauna, flora o sangre propia a
cazadores comerciales de genes- escapan a la voraz grilla de estos intrincados
marcos regulatorios (Shiva, 1993). Como prejuicio extendido, la palabra
“subsidio” es entendida en general como sinónimo de crédito financiero,
beneficios fiscales o tarifas obtenidas para sevicios. Pero el acceso y uso de
espacios comunes, especialmente los tangibles como cuencas hídricas, tierras,
biodiversidad o aire, hasta los intangibles como el espectro radioeléctrico, también
constituyen esa base material[17]. Uno
de los objetivos estratégicos es el control directo e indirecto de la
estructura tradicional del estado (la escolaridad, los estudios secundarios y
terciarios, la universidad, los centros de investigación), pero entendida como
plataforma -necesaria y a la vez rechazada por “ineficiente”- para captar y
canalizar toda fuente imaginable de financiación, buscando establecer agendas y
prioridades en una amplia gama de actividades asociadas.
Esa
hiperactividad tecnocrática no es casual sino que tiene la múltiple finalidad
ideológica de obstruir la participación y de establecer mapas mentales de lo
que es posible y deseable, recurriendo más a lo implícito que a lo explícito.
La economía (capitalista, universalizada y naturalizada) consta de reglas de un
juego (competencia, individualismo, interés, crecimiento lineal e ilimitado) en
la que intervienen ya no ciudadanos, o consumidores confrontados a la libertad
de elegir entre las opciones ofrecidas, sino “actores”. En los documentos en
inglés de las agencias internacionales, y a partir del año de la creación del AGCS
en 1994, los términos ciudadanos (que casi no aparecen), consumidores y “actores”
sociales (subjetcs) empiezan a ser
sustituídos en inglés por “stakeholder”,
entendiendo “stake” menos como una acción
(la de un accionista en la bolsa de valores, por ejemplo) sino como una apuesta, giro discursivo que no solo
remite a un juego de azar (¿el capitalismo?) y a los que ganan en ese juego sino
que implica, y a veces asoma sin mencionarla, una nueva categoría de seres
humanos: los perdedores.
El anuncio
gubernamental mencionado al principio, por lo tanto, tiene más consecuencias
declamativas que reales, pues hay por lo menos dos enormes barreras
institucionales que se interponen a los limitados deseos de los ministros de
Argentina y Brasil. La primera es que ese mismo mega-“acuerdo” preve, como
indicado más arriba, mecanismos reiterativos de re-negociación en el futuro, es
decir que obliga a los estados signatarios y a los gobiernos de turno en el futuro a revisar cíclicamente sus
posturas, comprometiéndolos, a la larga, a sincronizar las políticas culturales
domésticas con las agendas de una gaseosa “comunidad internacional” regenteada
por
Las
condiciones actuales parecen indicar un tipo de “transformación estructural” (en
el sentido de Habermas cuando usa el término “Strukturwandel”) de la opinión pública, obviamente más compleja y
mundial, en el que se mezcla la necesidad de controlar tanto la producción
cultural tanto como eje central de la acumulación de capital como por su
potencial crítico, con el ingrediente adicional de proyectarse temporalmente. La
proyección temporal no entendida como una planificación pública sino como
delimitación de espacios geográficos tranformados en objetos de estrategias
privadas y competencia en la que se definen currículas educativas, de programas
formativos, industriales, de desarrollo o de creación de mercados locales y, en
la que los conflictos son controlados en el momento y anticipados por medio de extendidos mecanismos de cooptación.
En su
versión conductista, incorporada como marco referencial por varios movimientos
“antiglobalización”, este proceso es conocido como la “corporatización” de la
educación, es decir el resultado de lo que hacen algunas empresas porque son
grandes o porque van por mal camino (lo que implica que hay otras, suficientes
como para sostener al sistema, que van por buen camino o podrían regresar como
ovejas descarriadas al redil de los arrepentidos). Otra capa, más “externa”, alberga
una multiplicidad de tareas “formativas” que provienen de nuevas
interrelaciones del trabajo con el la producción material e inmaterial
industrial(izada), el consumo, los servicios y las extensiones a la vida
cotidiana asociadas a tales transformaciones. Estos grandes movimientos e
inquietudes del capital, nucleado en el tipo de “acuerdos” mencionado e incluídos
por ejemplo en el recientemente golpeado proyecto de reforma constitucional en
Europa, exceden las sub-divisiones del estado características de la modernidad
(los ministerios, las secretarías, las direcciones nacionales, la separación de
tareas por “sector”, etc), y de la academia en disciplinas.
Leer en
detalle el Reporte Final de
La praxis en los tiempos de la cólera informática
El
concepto de praxis, así como tuvo aceptaciones diferentes en los clásicos
griegos, en Kant, Hegel o Marx, no se transforma solamente por lo que ocurra en
la cabeza de algunos pensadores sino que también, y justamente, remite a una
potencial construcción social compartida con múltiples actores, en condiciones históricas –heredadas-
que no son elegidas por éstos. La
dinámica de las interacciones de esa producción social, por otra parte, podrá
tener alguna que otra característica universal o persistente, pero en general
no hay razones para soñar con “leyes” y paradigmas que guíen (y menos que
garanticen) la intervención radical de
los intelectuales en la vida social. A pesar de que es la excepción lo que
confirma la regla, la praxis, como integración de teoría y acción con
potencialidades liberadoras, fue y sigue siendo motivo de vívidas discusiones.
Lo que sí hay, y cada vez más, son manuales prácticos y delimitaciones
administrativo-comerciales de la ciencia que tienden a crear espacios de
complicidad protegida, de participación vigilada, de fragmentación por especialidades
o, la que tiene más adherentes, de especulaciones con resonancias críticas pero
esencialmente desdentadas. Es un movimiento al revés, que implica el uso cada
vez más intensivo de recursos, laboriosidad intelectual, combinados no pocas
veces con presión directa, que intentan suprimir
la radicalidad en la medida en la que afloran los conflictos o las paranoias
acerca de éstos. Sin embargo, esa tarea de sostén del sistema, como analiza por
ejemplo David Noble en relación a las tempranas vinculaciones entre la
industria y el capital (Noble, 1979), no es linear y también está sujeta a
errores de cálculo, a avances y retrocesos y modificaciones que indican la
conexión con transformaciones estructurales y luchas sociales más amplias.
Comparemos
las diferencias de condiciones objetivas y subjetivas entre los primeros años
del neoliberalismo triunfalista Thatcher-Reaganita con lo que vino después de
la caída del muro de Berlin y con el mundo post 911. Las primeras campañas de
la post-(2a) guerra a favor de la privatización de la economía lograron
sustancial apoyo recién después del sacudón de
No es
casual, entonces, que ese punto de encuentro, que aquí llamamos una “franja de
choque”, aunque prefieran llamarlo de “encuentro entre actores sociales” (stakeholders, como se explicaba más
arriba), sea identificado como un territorio simbólico y material de
importancia estratégica. Es necesario aclarar que lo material se refiere aquí,
entre otras cosas, a los procesos de producción e intercambios de subsistencia,
también llamados “informales”, que ocupan en promedio el 35% de la fuerza
laboral de nuestros países, de usos intensivos de tierra erosionada, de
pequeñas y medianas empresas agrícolas, artesanales o industriales, de redes
comerciales alternativas. Donde más dinero se invierte es en “ONGs y líderes
razonables” que operan en esta franja, y comprenden desde planes de “desarrollo
sustentable” para ciudades hasta programas basados en el reparto de dinero para
extorsionar y hacer que compitan entre sí, entre otros, al 10% de las mujeres
desocupadas o madres solteras de cada ciudad políticamente relevante, en
“desarrollo para comunidades locales”, “empoderamiento [sic] de la mujer” y de
“comunidades indígenas”, en “resolución de conflictos ambientales”, en
micro-créditos, en clubes de trueque, en la búsqueda de micro soluciones que
ayuden a ocultar los mega desastres y en la “recuperación”, para el sistema
tributario y financiero, de todas esas actividades. Hacer visibles y analizar
en profundidad estos procesos, contribuyendo a la revisión crítica de estas
contradictorias relaciones sociedad-naturaleza-desarrollo, es probablemente una
de las tareas más desafiantes de los intelectuales hoy.
Aclarar
términos y describir la genealogía de las ideas o los contextos de enunciación
de los conceptos con los que trabajamos son procedimientos rutinarios en las
ciencias sociales. En el mejor de los casos, tales mapas intelectuales orientan
al lector, permitiéndole tomar distancia crítica del autor y adueñarse del
texto. En el otro extremo hay, hablando en general, otras dos posibilidades:
que las aclaraciones no resulten ser tales y sólo confundan más las cosas o,
peor aún, que, en términos de Voloshinov, terminen privilegiando los “acentos
valorativos” dominantes, sea por afinidad u omisión ideológica, a veces
mezcladas con inconsistentes recortes “disciplinarios”, sea por el peso de
condiciones estructurales y culturales más amplias. A esta observación acerca
de los criterios de coherencia interna se agrega la candente cuestión de la validez
y las articulaciones (si es que aceptamos la separación, en primer instancia)
entre los intelectuales y la sociedad o, sumando hebras a esta trama, del
reconocimiento de la dinámica que une y a la vez separa las condiciones
subjetivas y las condiciones materiales. De todas formas, estos niveles de
abstracción y reflexividad dan cuenta de una lucha más o menos encubierta de
posiciones en un espacio simbólico que atraviesa al tiempo que supera al mundo
académico por todos los costados. Nada asegura que un diamante conceptual,
aunque haya sido meticulosamente pulido por décadas y contribuído a la calvicie
de prominentes pensadores/as, circule socialmente, en primer lugar, y, si lo
hace, no adquiera un “meaning”
totalmente diferente al inicialmente esperado. La relevancia social de la
investigación se sostiene menos con la coherencia interna de los textos, la
aceptación inter pares y las
publicaciones con referato que con la
capacidad de acompañar espacios de validez socialmente legitimados. Son, recién
entonces, campos entrelazados, con mutuas influencias.
El debate
acerca de la multiplicidad de fuerzas que operan abiertamente o por debajo de
la producción intelectual, incluyendo formas inconscientes, no es nuevo, por
cierto. Thomas S. Kuhn comenta, en el prólogo a la edición inglesa del libro de
Ludwik Fleck “Genesis y desarrollo de un
hecho científico” (Fleck, 1978)[18],
por qué la versión original en alemán, que data de 1934 y describe el contexto
social de las investigaciones acerca de la sífilis, tardó años en ser aceptada
para su publicación. El motivo está lejos de ser puramente anecdótico. Los
editores rechazaban el manuscrito con el argumento de que “un hecho
[científico] es un hecho”, y que por esa misma razón no podía tener “génesis” o
“desarrollo”. Pero el rechazo no residía solamente en el título sino en las
observaciones y enunciados de Fleck acerca de las fuerzas y restricciones que
afectan a los “colectivos de pensamiento” de los científicos, sus creencias,
prejuicios, dependencia de la opinión pública, connivencia grupal,
pre-conceptos y una tenaz “armonía de ilusiones” compartida. “El estilo de
pensamiento –escribía Fleck- es un producto social: es formado dentro de un
colectivo [de pensamiento] como resultado de fuerzas sociales” (prefacio, pág. xviii).
Esas ideas no lo hicieron muy popular en la mayoría de los círculos académicos
establecidos, que prefirieron prestarle atención a “The Logic of Scientific Discovery” que para la misma época
publicaba Karl Popper, el mismo que en 1947 redactara, junto a von Hayek,
Salvador de Madariaga y Milton Friedman, entre otros, las bases doctrinarias de
aquella tendencia más descarnada del capitalismo que conocemos como
neo-liberalismo.
Reconocer
que es problemático sino imposible dibujar fronteras entre “adentro” (la vida
académica, el mundo científico, el arte, la tecnología) y “afuera” (la vida
social), pues son pasajeros del mismo barco, tampoco significa olvidar que hay
franjas más activas que otras, como mencionado más arriba, en la producción,
circulación e interpretación individual o colectivo de sentidos, o poder
definitorio. Lo que cambia es el valor
de esas franjas y la intensidad de la puja por lograr su control. Ese valor
puede ser tanto político como comercial, administrativo o de otro tipo, y está
sujeto a permanentes resignificaciones sociales. Por ejemplo, si el valor más
codiciado de una universidad es su credibilidad pública es poco probable que
los estrategas del AGCS, o del ALCA, o las fundaciones enviadas para anticipar
escenarios, propongan privatizar toda
esa universidad. Es bastante más probable y conveniente para sus intereses que
mantengan el paraguas general e intervengan en la agenda de investigación interior, en el diseño y financiación de
proyectos específicos, en criterios de contratación y evaluación de
investigadores o docentes. La mercancía en juego en este caso se llama
“legitimación” (de prácticas comerciales, procedimientos extractivos, carpetas
de impacto ambiental, informes para obtener autorizaciones y acceso a recursos,
etc). Lo mismo podría decirse con respecto a la creciente interés y
participación de las empresas petroleras o mineras en el mundo de los medios de
difusión y del espectáculo por medio de fusiones, compras directas,
contratación de espacios publicitarios o intervención en la formación de
productores, periodistas, diseñadores y artistas. Esto no ocurre porque sus
CEOs están ansiosos por darle la razón a Althusser o a Gramsci, a quienes
podrán usar como material de entrenamiento, sino porque matan varios pájaros más
tangibles de un tiro: el cuidado de la imagen corporativa, el control editorial
de mensajes opositores y la compensación de vaivenes del mercado por medio de
inversiones en sectores de mayor dinamismo financiero y ganancias a corto
plazo.
Pero no
todas las circunstancias determinantes tienen igual importancia, como tampoco
son estables, y es en esa dinámica y quiebres que se manifiestan nuevos
espacios políticos. Una característica común del lenguaje despolitizado actual
es que tiende a diluir las responsabilidades y los procesos subterráneos, como
cuando se aplica la expresión “la Argentina - o Brasil, o Chile- suscribió tal
o cual convenio”, que servirá como una generalización periodística pero
contiene todas las trampas juntas: reproduce el mito de dicotomías espaciales y
temporales tales como desarrollo/subdesarrollo, centro/periferia, país
confiable/riesgo-país, economía adelantada/atrasada, implica un “nosotros” que
pone en igualdad de condiciones a quienes justamente están separados por
inmensas brechas. Referirse a una política nacional, no obstante, y aunque sea
un terreno conceptualmente patinoso, permite identificar y luchar contra
limitadas pero concretas formas de manifestación de poder.
Desde el
punto de vista temporal, por ejemplo, hay una gran diferencia entre analizar
las consecuencias de la biotecnología antes de aceptar el régimen de
agri-business transnacional implícito
o hacerlo después de haber extendido un prematuro certificado de
defunción a una agri-cultura biodiversa
(aunque ésta pidiera a gritos una reforma agraria, y no una revolución
tecnológica), de haber permitido la ocupación de casi el 60% de la superficie
cultivable de la Argentina con soja transgénica, o de ver multiplicados los
casos de amnesia súbita cuando se menciona que ese oleaginoso “milagro” fue un
factor decisivo para la migración forzada –en el curso de dos décadas- de
300.000 agricultores y sus familias hacia las ciudades, donde eventualmente
serán recibidos por Blumberg & Asociados[19].
Es
complicado, por otra parte, hablar de un “antes” y un “después” de la
introducción de la soja si consideramos que el esquema de producción
agropecuaria subordinado al capitalismo en la Argentina no nació la semana
pasada ni a principios de la década del 70, cuando la soja empezaba a
promocionarse masivamente a través del INTA (Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria). El inicio de la campaña, vale recordar, coincidió con la visita
del Sr. Norman Borlaug, aquel gerente de la “revolución verde” que recibió un
premio Nobel porque sostenía que la siembra de ciertas variedades como el trigo
enano, acompañado por los objetivos, la organización, las maquinarias, los
agroquímicos, el orden comercial, las técnicas agrícolas y de extensión rural
norteamericanas, resolverían el hambre de mundo. De las transformaciones
prometidas, como en todo proyecto, solo se cumplió una parte: se subsidió la
compra de insumos, de paquetes tecnológicos cerrados y de agroquímicos, se
repartieron gran cantidad de fondos públicos para proyectos y consultores
internacionales, aumentó considerablemente la deuda externa de los países que
adoptaron este recetario, los EEUU y algunos países europeos ganaron supremacía
global en varios rubros, incluyendo un esquema legal que permite seguir
cobrando royalties y patentes sobre la producción, las semillas y la
biodiversidad, y el Sr. Borlaug, como es imaginable, cobró el dinero del Nobel.
Pero el hambre mundial no solo no disminuyó sino que se multiplicaron los
mecanismos que generan pobreza. Sin embargo, a pesar de las evidencias del
fracaso, la experiencia figura en muchos folletos publicitarios como un intento
genuino -pero mejorable- con sólo aplicar más tecnología, exigir más
sacrificios, ajustes estructurales, desregulación, apertura a inversiones
directas y pactos comerciales internacionales. Lo que es posible reconocer
entonces es que la base institucional de la Argentina “sojera”, teniendo en
cuenta las múltiples raíces históricas, no
surgió sino que se consolidó –sin rechazos significativos- en los 90. La
consecuente cadena de alianzas, complicidades, marcos regulatorios y mecanismos
justificatorios que sostienen, desde entonces, la felicidad bursátil de un
puñado de empresas y su control sobre aspectos estratégicos de la producción y
comercialización de alimentos (incluyendo ferias rurales, conferencias,
seminarios, financiación de programas acotados de I&D, campos
demostrativos, programas de TV rurales, formación de periodistas, expertos en
RRPP, etc) depende de muchos factores y es, como cualquier proceso hegemónico,
inestable. Sin embargo, antes de atribuirle características automáticas a esa
inestabilidad, “como si se cayera de madura”, valdría la pena observar si el
curso de los acontecimientos se ve más fácilmente influenciado por la caída de
los precios, la crisis asociada a una determinada commodity (como está ocurriendo con la soja) y la lucha social más
amplia y desde otros frentes, no necesariamente rurales, que por la certeza o
la oportunidad de las críticas al sistema. El trabajo de los intelectuales tiene
en este punto su mayor desafío, porque el análisis de las crisis del
capitalismo ya lleva más de siglo y medio de argumentación acumulada y, en el
caso de las biotecnologías y su relación con los agro-negocios, por lo menos
desde 1983[20]. En todo caso parece que
buena parte de las advertencias recién logran aceptación cuando se manifiestan
las consecuencias y/o cuando éstas son comprendidas en todas sus dimensiones y
complejidades por una base social más amplia. Es con las crisis de credibilidad
o con los desastres que se producen los mayores avances, porque es cuando el
análisis acumulado o actual se hace relevante y los esfuerzos dominantes por
cubrir (mistificar) los conflictos y contradicciones se ven desbordados, como
ocurrió con las catastróficas inundaciones en la provincia de Santa Fe,
atribuibles en parte a la compactación de suelos por la difusión de este tipo
de monocultivos.
La
Argentina “minera” –y todavía estamos en el “antes”- amenaza ser uno de los
casos más deplorables de explotación imperial en la historia del continente,
tanto por el descomunal volumen como por las múltiples y escalonadas
consecuencias asociadas. Las evidencias, comparativas a nivel mundial o de las
mismas regiones directamente afectadas, se acumulan y la incredulidad urbana
solo se afirma en la dificultad de comprender las dimensiones y los volumenes
en juego, típica consecuencia de la distancia material y mental a los procesos
productivos y extractivos. Y no subestimemos la comodidad o la complicidad. Una
intelectualidad radical, por empezar, no es aquella que prefiere confundir
economía con lo que queda luego del paso de la economía-rapiña, como tampoco es
la que vislumbra, con distancia indolente y cálculo efímero, un futuro
académico con toneladas de papers sin
consecuencias, como advertía Varsavsky (1968), o que describe pero no analiza
ni cuestiona una historia y una trayectoria económica, social y ambiental
previsiblemente catastrófica. Desconectar las formas actuales de apropiación de
renta y tierra de la pobreza, la contaminación, la explotación minera, la soja,
la pesca, los hidrocarburos...es un tipo de recorte que fragmenta y suprime la
totalidad de la praxis, separando nuevamente la teoría de la acción y éstas de
las condiciones materiales. Es otro el camino que proponemos. El “NO” a la
minería o, más claramente expresado, el NO a una economía parasitaria,
explotadora y meramente extractiva, es el resultado de una red colectiva de
personas, organizaciones y comunidades cordilleranas–de la que participan
varios investigadores y técnicos independientes[21]-
que está construyendo las condiciones subjetivas y objetivas para un nuevo
protagonismo social. No hay garantías de éxito, como tampoco justificativos
para no intentarlo.
-----------ooo0ooo-----------
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Anexo:
CUADRO COMPARATIVO DE
PROYECTOS NACIONALES (P.N.) EN VARSAVSKY
por José Luis Di Lorenzo,
http://www.losocial.com.ar/nota.asp?iddocs=273&secc=IMA
Fuente: Oscar Varsavsky,
Proyectos Nacionales. Ed.
Periferia, 1972
|
Estilo creativo |
Estilo consumista |
Estilo autoritario |
Fín Último |
Desarrollar creatividad |
Bienestar y satisfacción |
Cumplir deberes patrióticos |
Igualdad |
Mucha |
Poca pero con Movilidad |
Fuerte estratificación |
Propiedad |
Socialismo |
Neoliberalismo |
Capitalismo de estado |
Solidaridad |
Individual y social |
Competitiva beneficencia |
Dentro de cada estrato social |
Gobierno |
Democracia profunda P.N. |
Plutocracia y
democracia formal. Sin P.N. |
Feudalismo
burocrático. P.N. Formal |
Libertad Individual |
A través de participación |
Libertad de oferta |
Poca: autoritarismo |
Tradicionalismo |
Poco. Nacionalismo orientado por futuro |
Poco. Seguidismo a
potencias desarrolladas |
Verbal fuerte,
folklórico |
Religión |
No Organizada |
Superficial pero
organizada |
Organizada fuerte |
Patriotismo |
Autonomía cultural |
Deportivo |
Acatamiento a la
autoridad |
Papel de la Familia |
Débil. Núcleos
mayores |
En disolución |
Familia
tradicional |
Motor de la
producción |
Proyecto nacional |
Ventas, consumo |
Estado |
Grupos sociales
dominantes |
No hay |
Empresarios y
aliados |
Militares y
aliados |
Personalidad
individual |
Completa,
armónica. "Realizada" |
Unidimensional
esquizofrénica |
Sumisa, paranoica |
Tamaño óptimo |
País mediano |
Escala mundial |
País grande |
[2] Profesor titular e investigador,
Universidad Nacional del Comahue, Patagonia, Argentina. E-mail: amdimitriu@riseup.net
[3] Ver Clarin: “Argentina y Brasil
firmaron...” 10/11//04 http://old.clarin.com/diario/2004/11/10/sociedad/s-03201.htm y CNT: Agora vai?
17/11/04 http://www.cnte.org.br/informa/cnteinforma286.htm#tarso
[4] Entre los trabajos que tratan el
tema en profundidad ver De Angelis (2000), Lewidow (2002) y Noble (1998).
[5] Dicho de otro modo: lo que
aparece ante la mirada social como evidencia tangible o imaginada de éxitos
materiales –y es publicitado como el éxito del capitalismo y sinónimo de
“desarrollo”- es nada más que un rutilante islote flotando en un sombrío océano
de consecuencias (externalidades) sociales y ambientales.
[6] Frente a esta deliberada
“opacidad” de los nodos de poder no deja de ser irónico –aunque si explicable-
que una de las organizaciones empresarias supranacionales dedicadas a
intervenir “desde abajo” en las políticas domésticas promocionando ordenanzas
municipales o leyes de libre acceso a la información pública y/o ambiental en
el estado (pero nunca a la información privada)
sea
[7] Incluyendo los intentos de una
división de trabajo en la política
(“a Uds. les toca el trabajo barrial, atender comedores de emergencia,
organizar clubes de trueque y centros de autoayuda, nosotros en cambio
dirigimos los destinos de la nave espacial Tierra”).
[8] A partir de los encuentros y
conferencias de los países NO Alineados a principio de los años 70, como el
Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) y el Nuevo Orden Mundial de
[9] En relación al origen y críticas
a la democracia representativa ver Fotopoulos (2001).
[10] Las raíces históricas de la
frenética adaptabilidad del capitalismo se fueron haciendo visibles a partir de
mediados del siglo pasado, principalmente a partir de la pulseada por ganar
adeptos durante la guerra fría por medio de las estrategias difusionistas,
herencia directa de la investigación sobre la propaganda y teorías de los
efectos.Para referencias y análisis en los EEUU ver Schiller, 1996 y Gary, 1996
y Durham Peters, 1996. Uno de los investigadores que recibió pautas implícitas acerca de qué y cómo
investigar fue Adorno, quien en 1971 escribía “Naturalmente, en el ámbito del
Princenton Project no parecía haber mucho espacio para una investigación social
de carácter crítico,
[11] No solo en
[12] Apropiada nos parece la
observación que hace Grüner, en coincidencia con Aijaz Ahmad, respecto a la
teoría poscolonial entendida “como el producto de una fracción de clase
privilegiada y desarraigada, aislada de las realidades materiales de las luchas
del Tercer Mundo, cuyas energías dinámicas son apropiadas y domesticadas por
una ‘mercancía intelectual’ sin duda muy ‘fina’, pero en última instancia
acomodaticia, que circula fundamentalmente en los claustros de la academia
occidental. En ese marco –continúa Grüner- la teoría poscolonial reproduce en
el interior de la esfera universitaria la división internacional del trabajo
actualmente ‘autorizada’ por el capitalismo global” (Grüner, 2002:179).
[13] En uno de sus libros, O.V. agrega
otra perspectiva: "La misión del científico rebelde es estudiar con toda
seriedad y usando todas las armas de la ciencia, los problemas del cambio de
sistema social, en todas sus etapas y en todos sus aspectos teóricos y
prácticos. Esto es, hacer 'ciencia politizada'" (Varsavsky, en Murillo, 1997:9)
[14] Los EEUU registran, según un
informe de la agencia Bloomberg, una balanza positiva de $6,9 mil millones de
dólares en educación en 1997, con $8,3 mil millones exportados frente a $1, 3
mil millones importados. Fuente; "Barshefsky
Pledges
[15] Public Services International: “The
WTO and the Millennium Round: What is at stake for Public Education? Common
concerns for workers in education and the public sector”, obtenido en http://www.world-psi.org
en marzo de 2005.
[16] Dos declaraciones dejan en claro
el panorama: ”El AGCS es, en primer lugar y principalmente, un instrumento para
el beneficio de las empresas”, de un documento oficial del mismo acuerdo, GATS
2000, de
[17] Con respecto a la apropiación de
bienes comunes ver AAVV “Whose Coomon
Future? A special issue”, The Ecologist, Vol. 22, Nº 4, julio/agosto de
1992, una recopilación ya clásica de textos sobre el particular.
[18] El subtítulo de la version
original agregaba “Introducción al estudio del estilo y de los colectivos de
pensamiento (Denkstil und Denkkollektive)”.
[19] J.C. Blumberg, padre de un joven
asesinado por una banda de secuestradores de Buenos Aires, presentó y logró –en
el curso de pocas semanas, entre marzo y mayo de 2004- la aprobación de una
serie de leyes que, entre otras medidas de control y vigilancia social,
endurecen las penas y las condiciones en las cárceles y prohibe la portación de
armas. Sus críticos afirman que recibió apoyo jurídico de sectores
conservadores, sus asociados tácticos, que le permitieron presentar en un corto
plazo ese paquete de leyes, que representa un avance hacia la derecha de la
sociedad argentina, y que tanto sus discursos como propuestas solo se ocupan de
la superficie de los problemas. La mención aquí responde principalmente a esa
última objeción.
[20] En Mooney, (1983) y
Fowler, C., Lachkovics, E., Mooney, P. y Shand, H. (1988). Especialmente ver “The Bogève Declaration”(en Fowler, 1988:289-291),
suscripta entre otros científicos por una Vandana Shiva todavía desconocida.
[21] Ver Declaración de