Una
mirada transversal para pensar las relaciones entre lenguaje y escuela
Por Dr. Gustavo Bombini
Me interesa dar cuenta en este artículo de cierta
perspectiva ampliada y transversal de lo que el lenguaje supone como
preocupación dentro de la vida cotidiana de la escuela. Estas reflexiones
surgen de observaciones a cargo de distintos colegas realizadas en distintas
experiencias de formación de docentes (residencia y prácticas) y de acciones de
capacitación en servicio en escuelas del nivel primario y secundario de la
Ciudad de Buenos Aires y en la EGB y en el polimodal de localidades de la
provincia de Buenos Aires. Digo “ampliada” en tanto traeré a la discusión
ciertos tópicos del campo lingüístico-pedagógico seguramente conocidos por el
lector especialista pero que, a la vez –según sostengo aquí- son poco
transitados en las reflexiones sobre el micro-universo de la cotidianeidad
escolar. Se trata de ampliar la mirada hacia zonas poco visibles pero no poco
relevantes de la relación entre lenguaje y escuela en la hipótesis de que es en
esas zonas donde se pueden focalizar aspectos problemáticos y complejos de la
vida escolar actual. Digo “transversal” porque -según intento sostener aquí- la
consideración de la relación del lenguaje con la escuela excede el hecho de que
el lenguaje se presente como un contenido curricular a ser enseñado en el aula,
cualquiera sea la tendencia teórico-lingüística y didáctica dominante. El
lenguaje en la escuela excede a la clase de lengua y en la contundencia de su obviedad
esta frase nos dice todavía poco sobre aquellos aspectos de la cultura escolar,
de las tradiciones curriculares y de los habitus concretos sobre los que
cabe una mirada crítica y de revisión.
Si nos propusiéramos historizar brevemente estas
relaciones entre escuela y lenguaje podríamos decir que la escuela siempre ha
demandado al lenguaje que sea algo así como la cara visible o más precisamente
“la voz audible” y la “letra legible” de un determinado uso prestigioso de la
lengua que habría de distinguir a partir de su apropiación a aquellos que han
pasado por la escuela de aquellos que no lo han hecho (Bourdieu, 1986). De este
modo el paso por la escuela dejaría en el sujeto como huella y marca el dominio
de la “lengua culta” (antagónica a la lengua vulgar) o de manera más moderna y
explícita, el dominio de la “lengua escolarizada” como superadora de la llamada
“lengua no escolarizada” (Bratosevich, Rodríguez, 1975). Para que este rito de
pasaje (muy connotado socialmente) de una lengua a la otra se produzca la
escuela ha ido recurriendo a determinadas teorías sobre el lenguaje, ha echado
mano a diferentes tipos de textos y ha desplegando sofisticados dispositivos
didácticos que se van reajustando periódicamente, según las teorías
lingüísticas y las didácticas especiales de turno, para ganar en eficacia en la
inculcación. De este modo, por ejemplo, los textos literarios de tradición
española han ido ofreciendo a la escuela secundaria argentina desde fines del
siglo XIX ciertos modelos de escritura, cierta concepción estética de las
“bellas letras” asociada al “buen decir”, en un sostenido debate en torno al
hispanismo durante el siglo XX (Bombini, 2003), e inculcada a partir de ciertas
bases retóricas y gramaticales eficazmente trasmitidas mediante diversas
recetas didácticas para la lectura y la composición. Las mismas bases a las que
ha recurrido la escuela primaria para demostrar su eficacia homogeneizadora y
modélica a la hora de formar niños escritores se observan en los cuidadosos
ejercicios de composición que se incorporan en las prácticas de enseñanza de la
escuela primaria (y en menor medida en la secundaria) hasta los años ’60.
(Alvarado, 2001).
En el mismo sentido es posible interpretar la impronta
normalizadora del estructuralismo que mientras mantiene sus intereses en los
aspectos normativos de mayor arraigo como la ortografía, postula a la sintaxis,
entendida como la sintaxis correcta, como una herramienta propiciatoria del
pensamiento y normalizadora de los usos “de la lengua de la disertación”, lo
que hoy llamaríamos texto explicativo. (Rosetti, 1961)
En torno a esta evolución, uno podría preguntarse si
los enfoques posteriores al estructuralismo, que se introducen en la escuela a
partir de la apertura democrática de 1983 y se ratifican oficialmente a partir
de los Contenidos Básicos Comunes en 1995, constituyen el horizonte teórico
propicio en el cual se recortarán las nuevas preguntas, se le pondrá nombre a
los nuevos problemas que plantea la enseñanza y el aprendizaje y se encontrarán
las respuestas y las orientaciones esperadas y urgentes.
Estos desarrollos apoyados en diversos aportes
teóricos (principalmente de la gramática y la lingüística textual, de la teoría
de la enunciación francesa, de la pragmática anglosajona) plantean la presencia
de nuevos saberes acerca de la lengua que vendrían a intervenir de manera
específica en los procesos de lectura y escritura en la escuela.
Sin embargo, y como ya lo han señalado algunos
especialistas, la incorporación de estos aportes teóricos no termina de
precisar los contornos del nuevo objeto de enseñanza. En primer término por la
complejidad que supone resolver las articulaciones entre lo viejo y lo nuevo en
el plano teórico. En este sentido las críticas apuntan a señalar una amalgama
dificultosa entre gramática estructural y nuevos saberes lingüísticos
incorporados donde, o se plantea una seudopolémica enunciada mediante la
disyuntiva “¿enseñar o no enseñar gramática?”, o se presenta una intrincada
superposición de paradigmas que se van presentando a la manera de eras
geológicas en tanto saberes históricamente acumulados que no encuentran un
sentido teórico y/o didáctico en su puesta en relación. Precisamente es la
falta de resolución de la dimensión didáctica o el hecho de entender la
práctica de enseñanza como mero aplicacionismo lo que da como resultado una
propuesta cuestionable en la formulación de contenidos. (Krickeberg-Bombini,
1992).
Por otra parte, y como un aporte a una crítica del
enfoque comunicativo, podemos preguntarnos si esta diversidad de teorías
incorporadas estaría dando cuenta o no del marco general y de la
direccionalidad que se enuncian como objetivos de la enseñanza. En este sentido
cabría una revisión de las decisiones curriculares que han venido a innovar en
el campo de la enseñanza a partir de la década del ’90 (Ministerio de Educación
de la Nación, 1996). En términos generales podríamos afirmar, coincidiendo con
otros investigadores, que la posición teórica sustentada desde los CBC estaría suponiendo
cierta transparencia en los usos e intenciones que los hablantes tienen cuando
hacen uso del lenguaje; al referirse a la línea anglosajona del estudio de los
actos de habla dice Beatriz Bixio: “descreo de que esta línea de análisis y
reflexión sobre el lenguaje –sobre el uso, como se dice- pueda ser fructífera
para el análisis de las emisiones efectivamente producidas” (...) “En general,
y a pesar de la insistencia en tener en cuenta el contexto en la interpretación
del acto de habla, desde sus orígenes la teoría ha trabajado con oraciones
propuestas por el lingüista, con oraciones fuera de contexto o en aberrantes
contextos” (Bixio, 2000). Asimismo en los usos de estas teorías que tratan de
dar cuenta del lenguaje en uso se observa, a la manera de una direccionalidad
residual, la posición normativista con la que se leen las llamadas “máximas de
Grice” que se presentan en enunciados curriculares y en libros de texto
convertidas en explícitas reglas capaces de regular las conversaciones y no en
una teoría que permite comprender los complejos procesos de producción de
implicaturas conversacionales (Bombini, Krickeberg, cit.).
Avanzando un poco pero sin agotar el problema,
podríamos decir que la tendencia a decidir por perspectivas textualistas más
que discursivas en relación con el trabajo con la lengua en el aula, se explica
en la función normativa que viene a cumplir la descripción inmanente y
universal de los distintos formatos textuales que se presentan a la manera de
“esquemas a aplicar” para escribir “correctamente” variedad de textos en la
escuela.
Sabemos que existen trayectos de la escolarización
particularmente sensibles a la producción de situaciones de fracaso. Una
primera observación diría que son los momentos de pasaje de un nivel a otro (de
inicial a primaria / de primaria a media), las zonas críticas en las que la
escuela puede o no construir y favorecer el fracaso en la escolarización. Sin
duda, el lenguaje como práctica social en el interior de la escuela y como
disciplina escolar específica (aspectos que deben estar en todos los casos
relacionados) cumple un rol determinante en estos procesos. La pregunta sería:
¿en qué sentido los saberes y los usos de la lengua en la escuela (especialmente
en los trayectos más conflictivos de la escolarización) favorecen o evitan la
construcción del fracaso escolar?
Más allá de la oportunidad de los aportes de la
lingüística y en escasa proporción de la teoría literaria, que vinieron a
renovar la agenda teórica de la disciplina escolar “lengua”, quedan pendientes
algunas discusiones y algunas respuestas en torno a la dimensión didáctica, a
las estrategias y prácticas posibles que estas teorías alientan y al impacto
que tienen en el desarrollo de las competencias específicas como de las
experiencias culturales de niños y jóvenes. Y son precisamente las discusiones
en torno al fracaso escolar las que actualizan el debate en relación con los
contenidos y enfoques en lengua y literatura, las que de alguna manera tensan
ese debate en torno al conocimiento escolar y nos obligan a revisar decisiones,
recortes y prácticas posibles.
Es en este sentido, que una nueva agenda de la
didáctica de la lengua y la literatura, que atraviese prácticas tanto de
enseñanza como de formación y capacitación deberá proponer como prioritarias
las siguientes líneas de reflexión teórica y de implementación práctica:
-Una nueva discusión acerca de los aportes teóricos
que las disciplinas lingüísticas y literarias llamando la atención sobre la
ausencia de marcos que den cuenta de la lectura y la escritura como prácticas
sociales compartidas que, por adentro y por afuera de la escuela atraviesan el
conjunto de la enseñanza. De esta forma conviene subrayar la necesidad de
enriquecer las consideraciones sobre los objetos lengua y literatura (y sus
relaciones) y volver a discutir su construcción como objetos de enseñanza
considerando diversos aportes.
-Entre ellos, interesan los desarrollos de la
sociolingúística como marco de referencia que permitirá poner en discusión
aspectos centrales de una pedagogía de la lengua: las nociones de lengua
estandar, de diversidad lingüística, de cambio, de norma lingüística, de
interacción, de registro, entre otras. Estas nociones ofrecen un marco apropiado
para la reflexión del docente acerca de las prácticas lingüísticas a la vez que
deben convertirse en conceptos productivos para el desarrollo de prácticas de
enseñanza concretas. Otro ejemplo posible es el de las teorías sociológicas de
la literatura, de los estudios culturales, de la etnografía como referencias
teóricas ricas a la hora de dar cuenta de procesos sociales de lectura
entendidos no como meras “competencias”, “habilidades”, o “procedimientos”
concebidos desde cierta representación homogeneizante de raíz cognitivista de
lo que son las tareas del lector y del escritor, sino como marcos que expliquen
los complejos procesos de apropiación que distintos sujetos y grupos sociales
desarrollan en instituciones determinadas y en sociedades históricamente
configuradas (Rockwell, 2000).
-En relación con lo anterior se tratará de evitar
cierto formalismo o retoricismo imperante tanto en las propuestas meramente
descriptivas (por ej. la superestructura narrativa como saber que daría cuenta
de los textos narrativos concretos y de los procesos de su lectura) como en
aquellos desarrollos de base cognitiva que intentan formalizar y dar cuenta de
los procesos de lectura y escritura (Por ej. la secuencia
“Prelectura/Lectura/poslectura) desatendiendo las particularidades que asumen
estas prácticas en la diversidad de escenarios escolares donde maestros y
profesores dan clases de lengua y literatura (Solé, 1992).
-Interesa también recuperar para la reflexión y la
toma de decisiones cierta discusión reconocible en el interior de la escuela en
relación con la diversidad de espacios y escenas en los que se producen
prácticas de lectura y escritura. Leer en la escuela no es sólo leer en la
clase de lengua; no es solo leer literatura, y no es solo leer libros de texto en
el aula. Supone una diversificación de tareas que desde el aula se eyectan
hacia un afuera que puede ser la biblioteca escolar, la biblioteca pública o
barrial y otros espacios de insumos significativos. El clásico pedido de “Hagan
una investigación” supone una complejidad didáctica y metodológica que debe
reconocerse y trabajarse en consecuencia. A la consigna amplia y ambigua se
debe contestar con estrategias específicas que, más allá de las llamadas
“técnicas de estudio”, interpelan al conjunto de las competencias lingüísticas,
cognitivas y culturales. Estudiar es leer y es escribir y en este sentido estas
prácticas exceden las fronteras del campo disciplinario específico interrogando
acerca de las prácticas de lectura y escritura en todas las disciplinas
escolares (Prediseño, Ciudad de Buenos Aires, 1999).
Asimismo, las prácticas culturales en la biblioteca,
las relaciones entre las prácticas de aula y las prácticas posibles en la
biblioteca se constituyen como un eje transversal a indagar en el resto de las
áreas curriculares de la escuela.
-Por fin, una mirada ampliada acerca de la relación
entre lenguaje y escuela necesitará complejizarse a partir de la introducción
de un tercer término para esta relación que es la categoría “sujeto”. Los
sujetos que son definidos como pedagógicos (Puiggrós, 1990) en tanto
constituidos históricamente a partir de las condiciones sociales de producción,
son a la vez sujetos de lenguaje en tanto a través de él nombran la experiencia
y actúan en consecuencia (Giroux y Mc Laren, 1998) y no solo eso sino que es en
el lenguaje donde esta experiencia cobra sentido y construye subjetividad.
Diferentes experiencias pedagógicas en torno a la lectura (Petit, 1999 y
Flecha, 1997) demuestran los modos particulares de crear significado de los
sujetos. En este sentido, una mirada cultural sobre las prácticas de lectura y
escritura nos orienta a descreer de las homogeneidades y reduccionismos
producidos por los paradigmas psicológicos evolutivos y cognitivos a la hora de
tratar de explicar esos quehaceres del lector y del escritor.
-De manera complementaria hay que enfatizar el hecho
de que interrogar las prácticas de lectura y escritura en la escuela supone
interrogar la relación de maestros y profesores con esas prácticas. En relación
con la propia práctica docente interesa recuperar las preguntas que realiza
Elise Rockwell en el excelente artículo “Los usos magisteriales de la lengua
escrita” (Rockwell, 1992) en el que se pregunta por el lugar de las prácticas
de lectura en el desempeño de la tarea docente. Por fuera de las urgencias de
la tarea cotidiana, es una línea de interesante desarrollo en la formación y
capacitación la interpelación hacia el docente en relación con sus propias
experiencias: ¿lee?, ¿escribe?, más allá de las necesidades profesionales,
¿cómo lo hace? y ¿cómo lo hace en relación con las prácticas de enseñanza? ¿qué
lee? ¿cómo lee?. Desde estas preguntas se impone una necesaria apertura del
horizonte de las experiencias culturales de los docentes que afecten el conjunto
de sus prácticas y experiencias. Se trata de interpelar a los docentes como
sujetos que participan de una cultura que va más allá de la cultura escolar.
-Relacionado con esta ampliación del horizonte de las
experiencias culturales de los docentes, es necesario priorizar una línea de
trabajo que jerarquice al discurso literario como un poderoso dispositivo para
el procesamiento de la experiencia humana a la vez que el lugar para nuevos
desafíos cognitivos. Leer un texto literario supone una experiencia relacionada
con la formación de subjetividades a la vez que un modo de comprensión textual
específico. Propiciar el desarrollo de una didáctica de la lectura supone
reconocer el carácter complejo de la lectura de textos literarios y en este
sentido el énfasis que la enseñanza de la lengua de fuerte matriz lingüística
puso en la lectura de otro tipo de discursos ha dejado un área vacante sobre la
que es necesario volver en la investigación didáctica y en la experiencias de
formación y capacitación. Asimismo los desarrollos de los campos de las
literaturas comparadas y de los estudios culturales nos advierten sobre viejas
deudas pedagógicas para la relación entre literatura y otras prácticas
estéticas y culturales (cine, música, plástica, teatro, danza, etc.). En el
mismo sentido merecen una consideración aparte los estudios en torno a las
llamadas “culturas juveniles” y especialmente aquellas consideraciones que
trabajan con objetos específicos como las diversas tendencias en el campo de la
música (rock, pop, punk, heavy, hip hop, tecno, cumbia villera), de la
experiencia visual (historietas, fanzines, videoclips), de las estéticas
personales (modas en la indumentaria, tatuajes, perforaciones en el cuerpo con
aros y otros objetos).
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