Enseñar lengua y literatura hoy
Luis González Nieto
Profesor del IES Tirso de
Molina de Madrid
Profesor Asociado
Didáctica de la Lengua y la Literatura
de la U. Complutense
Dos son
los problemas centrales de la actividad docente del profesorado de lengua y
literatura, que se han presentado con distintas inflexiones en diversos momentos.
Se trata de una cuestión interna, la concreción de los contenidos de la propia
materia, y de otra externa, la actitud del alumnado de secundaria ante el
aprendizaje.
La
cuestión de los contenidos tiene, a su vez, dos dimensiones problemáticas: la
relación entre enseñanza de la lengua y enseñanza gramatical y entre enseñanza
de la lengua y enseñanza de la literatura. Pero, antes de profundizar en estas
cuestiones, conviene detenerse en las actitudes del alumnado de secundaria,
pues ofrecen unas constantes que condicionan cualquier reflexión sobre los
contenidos.
1. Heterogeneidad
del alumnado
Las
actitudes del alumnado de secundaria guardan relación con el papel que la sociedad
concede a cada etapa y con su edad. Socialmente, nadie pone en cuestión la
necesidad de una enseñanza primaria universal en la que se deben adquirir unos
conocimientos imprescindibles, unas primeras letras; además, el alumnado de
primaria adora a su maestro y acata su autoridad casi sin discusión. En el otro
extremo, los jóvenes que acceden a la enseñanza superior pueden o no guardar
admiración y respeto a sus profesores, pero han elegido unos estudios y tienen
más o menos claro lo que quieren hacer. En medio, la denominada enseñanza media
o secundaria, si por algo se ha caracterizado a lo largo de su historia, es por
la indeterminación de sus fines, que incluso resultan contradictorios.
Concebida en sus inicios como una etapa relativamente elitista, destinada a las
capas intermedias de la población, desde mediados del siglo XX se persigue su
universalización, pero sin renunciar al objetivo de preparar al alumnado para
estudios superiores, lo que implica cierta especialización y un rigor académico
que a menudo chocan con esa universalización. De ahí que su carácter
comprensivo o selectivo haya sido objeto de discusión permanente a lo largo de
toda la segunda mitad del siglo XX. A esto se unen los profundos cambios
psicosociales de la adolescencia, que se producen durante los años de esta etapa.
Estas circunstancias generan una conflictividad
específica de la etapa y un malestar entre el profesorado muy superior al de
otros niveles, como indican diversos estudios. Si esto ha sido siempre así, el
problema hoy es especialmente grave, pues a los problemas sobrevenidos del
propio sistema se suman los que proceden de una sociedad que propone como
modelos de comportamiento lingüístico los gritos, las estupideces y las
procacidades de ciertos personajes a los que el comercio de los medios de
comunicación ha convertido en famosos oficiales. Frente a ello, apenas se
concede valor a un buen conversador que sabe argumentar sus opiniones o a un
escritor que expone con elegancia y claridad sus ideas o nos subyuga con los
frutos de su imaginación.
Estamos ante una total ruptura con los valores
culturales y morales que, por encima de ideologías concretas, se han
considerado básicos en nuestra sociedad, como el esfuerzo o la cortesía. Es lo
que tan bien refleja aquella película de Tavernier, Hoy empieza todo, en
las palabras de una maestra con más de treinta años de experiencia, que evoca
sus comienzos, cuando los niños eran más pobres, pero valoraban –ellos y lo que
es más importante, sus padres-, el estudio y el trabajo. Hoy parece que
adquirir conocimientos y cultura es una estúpida pérdida de tiempo; es mejor
defenderse a voces y a golpes, aunque no se tenga razón, o poseer un teléfono
móvil, aunque sólo sea para presumir ante los amigos.
Sin la
pretensión de desarrollar un análisis sistemático de la situación, era necesario
dejar constancia de ella, para concluir que el empobrecimiento cultural de hoy
no es algo casual, sino que está potenciado por la industria del ocio y las ideologías
imperantes, lo que hace que los alumnos que generan conflictos son, sin saberlo,
las primeras víctimas de una situación que el profesorado no puede cambiar.
También porque no se puede reflexionar sobre aspectos inherentes a la enseñanza
y aprendizaje de la lengua y la literatura sin tener en cuenta este contexto.
2. Lengua y
gramática
Acerca de los contenidos, en la literatura
didáctica existente en nuestra tradición se produce un notable acuerdo sobre la
subordinación de la enseñanza gramatical al desarrollo de las capacidades
verbales de comprensión y la expresión, cuando no se niega su utilidad, como en
el caso de Américo Castro. Algunos como Lázaro Carreter insisten en su carácter
normativo; otros, como Salvador Fernández Ramírez, en una clara separación
entre “enseñanza de la lengua” y “enseñanza de la gramática”, como actividades
distintas con objetivos distintos. Estas posturas se justifican precisamente en
el carácter de la etapa secundaria.
Pero ese consenso es más teórico que real; de hecho
la enseñanza gramatical sigue ocupando, por sí misma y desde muy pronto,
bastante espacio. Es fácil comprobar
cómo los alumnos de 2º ó 3º de ESO, a los que les cuesta bastante
centrarse en actividades de lectura, comentario o composición escrita, se encuentran
más seguros haciendo un análisis morfológico, aunque no tengan mucha idea, lo
cual quiere decir que es una tarea que les resulta más familiar y organizada.
Una
introducción temprana de la enseñanza gramatical tiene que ver con una
gramática concebida como descripción formal del sistema, sin tener en cuenta
que describir cómo es una lengua es una tarea de gran dificultad por su
abstracción y guarda poca relación con el uso, como coinciden en reconocer
lingüistas y pedagogos de las más variadas tendencias. Otra cosa es que el
trabajo sobre el uso nos haga acudir a explicaciones normativas y que, a largo
de la enseñanza, sea necesario ir adquiriendo un metalenguaje para hablar de lo
que hacemos en clase. Es decir, el problema no está en la alternativa
“gramática sí, gramática no”, sino en partir de una cierta concepción de la
lengua y en una utilización pedagógica de la gramática o mejor de una actividad
metalingüística, de control. La gramática explícita apenas debería estar presente
en el aula antes de empezar la secundaria, salvo para ir adquiriendo una
terminología básica, es decir, un lenguaje para hablar de las actividades en
clase. Solamente a lo largo del segundo ciclo, y en muchos casos en bachillerato,
tiene sentido una cierta explicación más o menos sistematizada de cuestiones gramaticales.
Dell
Hymes, uno de los padres del concepto de competencia comunicativa, se
refería al concepto de competencia lingüística de Chomsky -los conocimientos
que le permiten a un oyente-hablante ideal producir y comprender un número
infinito de enunciados- y a su carácter innato en la especie humana, indicando
su gran valor como reconocimiento de la igualdad esencial de todos los seres
humanos; pero, a renglón seguido, añadía que, desgraciadamente, esa igualdad no
coincidía con lo que se podía observar en los niños de nuestras escuelas, donde
lo que prima es la desigualdad.
Viene esto a cuento de
que la concepción de la lengua y de su enseñanza están inevitablemente
condicionadas por la teoría lingüística de la que se parte. Frente a una
concepción formal, como la que suponían los diversos estructuralismos, que
lleva a la concepción, consciente o inconsciente, de que la lengua es primero
un sistema y después el habla o la actuación, una concepción
sociofuncional o pragmática parte de la idea de que una lengua es, como
coincidían en decir Hallyday y Hymes “lo que los hablantes son capaces de hacer
con ella” en un momento determinado. Y los hablantes desarrollan sus
capacidades utilizándolas en distintos ámbitos de interacción social, lo que
acaba produciendo unos esquemas o sistemas de actuación verbal acomodados a
cada situación.
Si esto
es así, hay que esforzarse en subordinar toda la enseñanza teórico-gramatical,
sobre todo en primeros niveles, incluido el primer ciclo de ESO, a la lectura,
el comentario y la expresión oral y escrita, que es lo que enriquece y amplía
el horizonte comunicativo de los adolescentes. Si se quiere motivar a los alumnos
y colaborar al desarrollo de sus capacidades verbales, es decir, si se trata de
ampliar sus posibilidades “de hacer”, la principal tarea debe consistir,
etiquetas aparte, en que el alumno se enfrente con problemas comunicativos en
situaciones concretas y variadas, planificando la enseñanza por ámbitos y
contextos de uso. En nuestros planes, esto se inició ya hace tiempo de forma
intuitiva en el antiguo programa de COU, que además concebía la asignatura como
un seminario.
A lo
largo de la enseñanza secundaria los alumnos deben familiarizarse con los
distintos ámbitos y géneros del discurso y concretamente con los discursos académicos
–denominación que engloba entre los científicos y humanísticos cuya frontera no
es tan clara-, los jurídico-administrativos, los mediáticos y los literarios.
Potenciar el trabajo con textos, facilita, por otra parte, el adaptarnos a la
heterogeneidad social del actual alumnado. El discurso literario, además, tiene
la peculiaridad de ofrecernos todo tipo de textos de otros ámbitos y todos los
registros sociales.
En esto
se ha avanzado algo en los últimos años, seguramente ante la evidencia de la
imposibilidad de trabajar mínimamente conceptos gramaticales con la mayor parte
del actual alumnado de secundaria, es decir, haciendo de la necesidad virtud;
pero también ante la progresiva incorporación de una perspectiva funcional y discursiva
(análisis del discurso, gramática del texto...), aunque a veces esa incorporación
se haya entendido como incorporación de nuevos conceptos que el alumno debe
aprender, más que como pautas para dirigir la actividad docente, que es como, a
mi modo de ver, deben ser utilizadas. No deja de ser curioso que en un reciente
informe sobre la enseñanza de la lengua, se decía que los alumnos españoles
eran más capaces en el reconocimiento del tipo de texto que en su comprensión.
Las
actividades de comentario y análisis deben hacerse en la medida de lo posible
sobre enunciados en contexto, combinando sintaxis, semántica y estilística,
haciendo ver que las cosas se pueden decir de distintas formas en función de la
intención y la situación. Hasta un resumen siempre se hace en un contexto determinado,
lo que puede condicionar la consideración de lo que es o no importante.
Pero una
concepción funcional de la lengua obliga también a revisar críticamente los
conocimientos teóricos y su presentación escolar. Muchos conocimientos más que
para ser transmitidos a los alumnos son para que el profesor oriente su
actividad. Un ejemplo; la gramática del texto ha ayudado a trabajar mejor los
procesos de comprensión y producción, como nos muestran los trabajos de muchos
psicolingüistas. Es necesario, además, un filtro para pasar de la “gramática
científica” a una gramática “pedagógica”, terreno en el que queda mucho por
hacer.
3. Lengua y
Literatura
De lo dicho se desprende
que la enseñanza de la literatura es, ante todo, la adquisición de una
competencia literaria, es decir unas capacidades para enfrentarse con un tipo
de textos de especial relevancia e identificación cultural. Para muchos alumnos
de ESO, el mundo de lo literario sólo merece ignorancia o rechazo, a pesar de los
esfuerzos realizados en el campo de la literatura infantil. Las aportaciones de
ésta son fundamentales en los primeros niveles. En ellos, también existe el
peligro de que un exceso de formalismo refuerce el rechazo hacia lo literario
y, como decía alguien, el principal objetivo debería ser que no odien la
literatura.
El mejor antídoto está en
que los chicos más jóvenes se interesen en los contenidos de una narración o se
entretengan con los juegos de ritmo y de sentido de un poema. Alguien tan poco
sospechoso en nuestro campo como Francisco Rico se expresaba acerca de los
críticos con unas palabras que valen también para los profesores:
" La crítica
literaria no sólo tiende a buscar unos factores específicos, exclusivos de la
literatura -objeto que me parece legítimo, pero desesperado-, sino además a
suponer que los textos se escriben y se leen para producir y percibir esos
factores: estructuras, series de imágenes, recurrencias formales... Evidentemente
no es así. La literatura es una experiencia y una realidad harto más compleja,
no limitada a sus componentes literarios, por importantes que en principio
sean. La literatura es diversión, es sentido, es conocimiento, historia,
esperanza, qué se yo.".
En Primaria y en ESO es
bueno que no haya distintas materias, que Lengua y Literatura formen una
unidad. En estos niveles de enseñanza obligatoria, como se ha dicho, la literatura
también cumple la función de desarrollar las capacidades lingüísticas en otros
ámbitos, ya que los textos literarios muestran todos los tipos de textos
posibles. En Bachillerato, en cambio, debería darse una opción especializada a
los que deseen desarrollar conocimientos específicos en el campo de la
literatura.
Algunas
referencias bibliográficas básicas:
González Nieto, L. (2001): Teoría
lingüística y enseñanza de la lengua. Lingüística para profesores. Madrid,
Cátedra
Lomas, C. (1999): Cómo
enseñar a hacer cosas con las palabras (2 vol.) Barcelona, Piados
Sánchez
Miguel, E. (1993): Los textos
expositivos. Estrategias para mejorar su comprensión. Madrid, Santillana.
---- (1998): Comprensión y redacción de textos. Barcelona, Edebé.