Revista Candidus No.15 - Mayo/Junio
2001
César Coll
ALGUNOS
DESAFIOS DE LA EDUCACION BASICA EN EL UMBRAL DEL NUEVO MILENIO
I PARTE
Este trabajo cuestiona la visión
restringida de la educación, visión que contempla los diversos problemas
sociales como responsabilidad directa y exclusiva del sistema educativo formal.
En contraposición, el autor plantea que la educación, en sentido amplio, es una
responsabilidad compartida por el conjunto de agentes que ejercen una
influencia educativa, por lo que son necesarias: 1) la apertura de un proceso
de reflexión y debate público y colectivo que conduzca a un nuevo contrato
social por la educación, y 2) la definición de políticas y planes que hagan
posible dicho contrato y lo concreten en líneas de acción en el entorno
comunitario inmediato. Finalmente, se ofrece una propuesta para la definición
de políticas y planes educativos integrales sujetos al ambiente educativo en el
que viven y se desarrollan sus destinatarios.
UN NUEVO ESCENARIO PARA LA
EDUCACIÓN
La educación ha sido en el transcurso de este siglo - y todo hace pensar que lo
seguirá siendo en el futuro- uno de los instrumentos más importantes con los
que han contado las sociedades modernas para luchar contra las desigualdades;
enfrentar los fenómenos y procesos de segregación y exclusión social;
establecer, ampliar y profundizar los valores cívicos y democráticos; impulsar
el desarrollo económico y cultural, y para promover el desarrollo personal y la
mejora de la calidad de vida, de todos sus miembros. Sin embargo, hay pocas
dudas de que, al igual que sucede con otros aspectos o ámbitos de la vida y de
la actividad de las personas considerados no menos importantes y cruciales en
las sociedades democráticas modernas - sanidad, vivienda, ocupación, bienestar
social, etc, - la manera como están organizados actualmente los sistemas
educativos, las soluciones adoptadas para garantizar la prestación de los
servicios educativos al conjunto de la población, e incluso la concepción misma
de la educación que sustenta esta organización y estas soluciones, tendrán que
experimentar cambios profundos para hacer frente a los desafíos del nuevo
escenario económico, social, político y cultural que ha empezado a perfilarse
en el transcurso de las últimas décadas y que avizora ya con claridad en el
horizonte.
En realidad, ninguno de los elementos que conforman este escenario - los
cambios en los sistemas de valores, en la estructura del mercado laboral y en
la organización familiar; el “déficit de socialización” (Tedesco, 1995, pp.35 y
ss.) producido por el debilitamiento de las instituciones de socialización
primaria y secundaria, en especial del núcleo familiar y de la escuela; la
introducción progresiva de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación,
y sus repercusiones sobre los modos y las relaciones de producción; la
globalización económica y la mundialización de los mercados; la creciente
homogeneización cultural, etc. - es nuevo en sentido estricto. Todos ellos han
ido instalándose de forma paulatina en el transcurso de las últimas décadas. Lo
que es nuevo es la conciencia de que, al confluir y generalizarse, acaban por
configurar una nueva forma de organización social, política y económica que,
más allá de las denominaciones diversas utilizadas para designarla - la
sociedad de la información, la sociedad del conocimiento (Comisión Europea,
1995), la sociedad digitalizada (Majó, 1997), la sociedad teledirigida
(Sartori, 1998), la aldea planetaria (UNESCO, 1996), la sociedad red (Castells,
1997), etc. Supone un cambio radical respecto a la situación anterior.
No es mi intención hacer aquí una disertación general sobre la naturaleza y
alcance de este nuevo escenario ni sobre los elementos que lo conforman. Sería
no sólo arriesgado de mi parte, sino también temerario. Me limitaré a destacar
que la mayoría, por no decir la totalidad, de los analistas que han acometido
esta tarea coinciden en señalar, desde perspectivas y preocupaciones muy
dispares, tres puntos: en primer lugar, que el escenario que se dibuja en el
horizonte próximo, y que tiende a consolidarse con una rapidez mucho mayor de
lo que se esperaba hasta hace muy poco, conlleva el riesgo potencial de nuevas
y poderosas formas y procesos de segregación y exclusión social; en segundo
lugar, que la educación será un vez más, como lo ha sido en el pasado y lo es
en la actualidad, el instrumento clave para neutralizar este riesgo y, en
tercer lugar, que para poder seguir jugando este papel en el futuro, la
educación deberá enfrentar desafíos hasta ahora inéditos.
Sin embargo, es cada vez más evidente que no va a ser posible enfrentar estos
desafíos sólo con ajustes más o menos puntuales de los actuales sistemas
educativos. Algunos indicadores hacen pensar que no estamos simplemente ante
una nueva edición o manifestación de la crisis casi permanente que caracteriza
los sistemas educativos desde, por lo menos, finales de los años cincuenta
(Ghilardi, 1993), es decir, desde prácticamente el momento en que se establecen
los objetivos de generalización y universalización de la educación básica y
obligatoria. Lo que ahora parece estar en cuestión no es tal o cual aspecto de
la organización y el funcionamiento de los sistemas educativos, tal o cual
aspecto del currículum o de la metodología de la enseñanza. Lo que parece estar
en cuestión es la propia estructura del sistema educativo en su conjunto, sus
finalidades y objetivos, en suma, su capacidad para ajustarse a los modos y
formas de vida y para satisfacer las necesidades educativas - o lo que es lo
mismo, las necesidades básicas de aprendizaje - de las personas en este nuevo
escenario.
Resulta por ello altamente cuestionable la pretensión de
abordar esta nueva situación armados exclusivamente con el “tradicional”
discurso educativo renovador, la pretensión de afrontar desafíos inéditos con
propuestas a menudo se trata de propuestas que nunca han llegado a ser puestas
en práctica o lo han sido sólo de forma parcial e insatisfactoria. Para decirlo
en términos radicales, el reto que enfrentamos ya no es el de mejorar los
actuales sistemas educativos, sino más bien el de revisarlos en profundidad y
reconstruirlos en función de las características y de las exigencias que
plantea la nueva situación. Y para acometer este reto hace falta un discurso
educativo, planteamientos, categorías de análisis y estrategias de acción y de
política educativa que difícilmente pueden ser los mismos que hemos utilizado y
practicado hasta ahora.
Quizás convenga señalar, a este respecto, que las reformas educativas en curso,
iniciadas en la década de los ochenta y principios de los noventa en numerosos
países del mundo, están todavía pensadas, en mayor o menor medida según los
casos, de acuerdo con el escenario anterior. De hecho, algunos de los problemas
que encuentran para su implantación efectiva tienen su origen, a mi juicio, en
este desfase. Son intentos de responder a problemas identificados y analizados
de acuerdo con parámetros que, en ocasiones, empiezan a no ser vigentes y que,
muy probablemente, dejarán de serlo por completo en un futuro inmediato. Son
reformas pensadas en función de una realidad social, política, económica y
cultural cada vez con menos probabilidades de permanencia y de proyección hacia
el futuro.
La reforma educativa española no constituye, en este sentido, una excepción.
Los avances legislativos que se han producido en España en los últimos 15 años,
así como los cambios y transformaciones que ha posibilitado y está
posibilitando este nuevo marco legal, han venido a compensar un retraso
histórico mediante la puesta en marcha de un proceso de modernización y
homologación del sistema educativo español con los sistemas educativos de otros
países europeos. La reforma educativa representa, a mi juicio, un intento de
puesta al día del sistema educativo español, intento que, de no frustrarse,
puede situarnos en una posición similar a la de otros países - e incluso tal
vez mejor, en algunos aspectos - para enfrentar los desafíos del nuevo
escenario social, político, económico y cultural emergente en este final de
siglo. Pero no va a permitirnos eludir, en ningún caso, el mencionado proceso
de revisión y de reconstrucción.
Desde el telón de fono que proporcionan las consideraciones anteriores, mi
propósito en este trabajo es centrarse en dos aspectos que estarán
previsiblemente en el centro del proceso de revisión profunda de los sistemas
educativos que se anuncia como insoslayable. Son dos aspectos que remiten a
otras tantas tendencias, hasta cierto punto convergentes, que empiezan a
manifestarse con fuerza en el plano de las ideas y de las propuestas y que, si
bien por el momento sólo han producido experiencias puntuales y todavía
enormemente limitadas, están llamadas a tener, considero, una incidencia
decisiva en un futuro no lejano sobre la organización y la prestación de los
servicios educativos. Se trata, en primer lugar, del reconocimiento, cada vez
más generalizado, de que es necesario revisar y ampliar el concepto de
educación que subyace a la organización y el funcionamiento de la mayoría - por
no decir la totalidad - de los sistemas educativos actuales, concepto que ha
ido restringiéndose, sobre todo a partir de los años cincuenta, hasta
identificarse de forma totalmente injustificada con la educación escolar y el
proceso de escolarización. Y en segundo lugar, se trata de la convicción,
también cada vez más extendida, de que es necesario y urgente revisar y
reforzar las relaciones entre prácticas educativas y actividades ciudadanas, entre
educación y ciudad.
De acuerdo con este propósito, organizaré el resto del
trabajo en dos grandes apartados dedicados, respectivamente, a presentar ambas
tendencias y a mostrar, por una parte, los desafíos que plantean a la educación
básica y, por otra, las coordenadas que establecen para la revisión de los
sistemas educativos actuales.
Vamos ahora a ocuparnos de la primera tendencia, que cuestiona la
identificación entre educación y educación escolar, y postula, en
contrapartida, la urgencia y la necesidad de ampliar el concepto de educación
recuperando su sentido original.
HACIA UNA VISIÓN AMPLIA DE LA
EDUCACIÓN
La educación es un concepto amplio que, en su sentido original, designa un
conjunto de actividades y prácticas sociales mediante las cuales, y gracias a
las cuales, los grupos humanos promueven el desarrollo personal y la
socialización de sus miembros, y garantizan el funcionamiento de uno de los
mecanismos esenciales de la evolución de la especie: la herencia cultural. Desde
siempre, los grupos humanos han utilizado simultáneamente diversos tipos de
prácticas y actividades sociales, con el fin de facilitar a las nuevas
generaciones el acceso a las formas y saberes culturales - conocimientos y
creencias sobre el mundo, lenguaje e instrumentos para conocer la realidad y
actuar sobre ella, tecnologías y técnicas, tradiciones, sistemas de valores,
etc.- considerados fundamentales para la supervivencia colectiva y cuya
apropiación individual se juzga necesaria, en consecuencia, para llegar a
formar parte de ellos como miembros con pleno derecho.
Desde siempre, además, y en todo tipo de sociedades, la responsabilidad en la
organización y conducción de dichas prácticas y actividades sociales ha estado
a cargo de diferentes actores, y a menudo también de diferentes instancias que,
desde su papel específico y su ubicación en la organización social, cultural y
económica establecida, contribuyen conjuntamente al desarrollo personal y a la
socialización de las nuevas generaciones, así como - en el caso de las
sociedades abiertas - de las personas recién llegadas que se incorporan a
ellas.
Desde siempre, pues, la educación en sentido amplio ha sido una responsabilidad
compartida, en el seno de los grupos humanos, por diferentes actores que, en el
marco de sus actividades habituales y de los escenarios en los que estas
actividades se desarrollan, asumen conjuntamente el compromiso de satisfacer
las necesidades educativas de todos sus miembros, y en especial de los miembros
más jóvenes y de los recién llegados, ofreciéndoles la oportunidad de
participar - u obligándoles a hacerlo, según los casos - en dichas actividades
y en dichos escenarios. Sólo en muy contadas ocasiones, y nunca o casi nunca de
forma generalizada y permanente, las actividades, los escenarios y los actores
han sido única y exclusivamente actividades, escenarios y agentes educativos
especializados. Por lo general, la influencia y la función educativa son
valores añadidos a los motivos principales de las actividades que se llevan a
cabo - cuidado familiar, producción económica, esparcimiento o diversión, culto
religioso, etc. - y a los escenarios institucionales en los que éstas se
desarrollan - familia, empresa o taller, iglesia, etc. - Asimismo, los actores
que asumen la responsabilidad de educar no son, en primera instancia,
educadores especializados, sino padres y madres que, además de ejercer como
tales, simultáneamente educan a sus hijos; maestros artesanos que, en tanto
ejercen como tales, enseñan un oficio a los aprendices que se mueven a su
alrededor; pastores religiosos que, mientras que cumplen con sus ritos,
transmiten a sus feligreses una visión del mundo y un sistema de valores,
etcétera.
Esta situación sufre un vuelco con el surgimiento de la
educación escolar que supone, por primera vez, la puesta en marcha de ciertos
escenarios institucionales - los centros educativos - y de ciertas actividades
-las de enseñanza y aprendizaje-, cuyas funciones y finalidades única y
exclusivamente educativas están orientadas al conjunto de la población y, lo
que no es menos importante, supone la aparición de actores sociales
especializados en la actividad de educar: el profesorado. Contrariamente a lo
que sucede con otros agentes educativos, el ejercicio de la influencia
educativa sobre sus alumnos no es un valor añadido a las actividades habitual
del profesor, sino su motivo principal. Con la educación escolar surge la
figura del profesional de la educación, sobre el que va a recaer, como luego
veremos, buena parte de la responsabilidad ejercida hasta ese momento por otros
agentes educativos.
Conviene recordar que la educación escolar, y más concretamente la educación
escolar básica y obligatoria, es en realidad sólo una, entre otras muchas, de las
prácticas sociales que han utilizado los grupos humanos a lo largo de la
historia para llevar a cabo esta tarea de socialización del desarrollo personal
de sus miembros. Y es, además, una práctica social relativamente reciente que
aparece en el siglo XIX vinculada a la transición de las sociedades señoriales
y estamentales a la sociedad industrial. En su origen convergen dos
planteamientos, netamente distintos entre sí, que no han dejado de confrontarse
a lo largo de los años y cuyo predominio relativo da cuenta de la organización
y funcionamiento de los sistemas educativos y de las funciones que éstos
cumplen ulteriormente en la práctica.
Por una parte, encontramos la idea de que es necesario, en una sociedad
industrial, contar con mano de obra cualificada capaz de enfrentar las
exigencias de los nuevos modos de producción, de tal manera que es
responsabilidad del Estado proporcionar esta cualificación a las clases
populares desprovistas de los recursos necesarios para sufragársela. Por otra parte,
está la idea de que el conocimiento es un patrimonio universal que, en una
sociedad auténticamente democrática, debe ser accesible a todos los seres
humanos sin exclusión alguna, siendo por lo tanto, también en este caso,
responsabilidad del Estado garantizar la igualdad de oportunidades ante la
educación. Mientras la primera idea es la aportación del Estado liberal y de la
burguesía emergente del siglo XIX, la segunda hunde sus raíces en el
pensamiento ilustrado y se desarrolla en el marco del Estado social y de las
luchas sociales que inauguran el siglo XX. Los sistemas nacionales de
educación, nacidos en la mayoría de los países en el siglo XIX al amparo del
primer planteamiento, han ido incorporando a lo largo del siglo XX, y en mayor
o menor medida según los casos, elementos del segundo. La universalización de
la educación básica y obligatoria, su ampliación progresiva y los esfuerzos por
incrementar y mejorar la capacidad de los sistemas educativos con el fin de
ofrecer una educación para todos sin exclusiones, son algunos de los hitos que
marcan esta evolución.
UNIVERSALIZACIÓN EDUCATIVA BÁSICA Y
OBLIGATORIA, Y DES-RESPONSABILIZACIÓN SOCIAL ANTE LA EDUCACIÓN
Con la implantación de la educación básica y obligatoria, su generalización a toda
la población en edad escolar y su ampliación progresiva hasta alcanzar los
ocho, diez e incluso once o más años en algunos países, la educación escolar ha
ido adquiriendo en las sociedades contemporáneas, sobre todo a partir de los
años cincuenta, una importancia y un protagonismo que no tienen equivalente con
otro tipo de práctica educativa en la historia de la humanidad. Es cierto que
nunca ha llegado a anular o a eclipsar por completo otras prácticas educativas
como, por ejemplo, las que tienen lugar en el seno de la familia, en las
relaciones de trabajo, en las actividades de ocio y tiempo libre o en las
actividades sociales y comunitarias; pero también lo es, a mi juicio, que en
ningún otro período histórico los grupos sociales han depositado tantas
expectativas en un solo tipo de práctica educativa y le han exigido tanto, como
en el caso de la educación escolar.
La educación escolar ha llegado a adquirir, en el imaginario colectivo, el
estatus de instrumento por excelencia, no sólo para luchar contra las
desigualdades y promover el desarrollo y la socialización de todas las personas
sin exclusión, sino también para hacerlo en las más diversas facetas y aspectos
de la personalidad y del comportamiento humano. La educación en sentido amplio
- es decir, la educación entendida como el abanico de prácticas sociales
gracias a las cuales los grupos humanos promueven el desarrollo y la
socialización de las personas ha ido así restringiéndose hasta identificarse
con una de sus modalidades o formas, la educación escolar, y ésta, a su vez,
con la educación escolar básica y obligatoria, y con lo que se hace y sucede en
las escuelas y en las aulas”.
Una de las consecuencias más negativas de esta identificación del todo - la
educación - con lo que en realidad es sólo una de sus partes - la educación
escolar y la enseñanza - ha sido la progresiva desresponsabilización social y
comunitaria ante los temas educativos. Como resultado de esta identificación,
la educación deja de ser percibida como una responsabilidad compartida, que
asume la sociedad entera mediante la influencia educativa, ejercida por un
conjunto de actores en un amplio abanico de prácticas y actividades sociales y,
en su lugar, se instala la idea de que la educación, entendida básicamente como
educación escolar, es responsabilidad del sistema educativo formal, que han de
asumir fundamentalmente los y las profesionales que trabajan en él - es decir,
el profesorado -, sus responsables políticas y sus gestores y técnicos.
En este contexto de creciente desresponsabilización social ante la educción, el
sistema educativo formal es visto al mismo tiempo como el responsable directo
de todos los problemas relacionados con el desarrollo y la socialización de las
nuevas generaciones, y como fuente y origen de las posibles soluciones a estos
problemas. No hay prácticamente ningún aspecto o cuestión que escape a esta
valoración: violencia juvenil; pérdida de valores cívicos y democráticos;
intolerancia; comportamientos racistas y xenófobos; consumo de drogas; hábitos
alimenticios y conductas poco saludables; consumismo; bajo nivel cultural;
descenso del interés por la lectura; escasos conocimientos científicos y
tecnológicos; formación poco ajustado a las exigencias laborales; paro juvenil;
etc. Sea cual sea el tema objeto de atención y de debate, las carencias e
insatisfacciones relativas al proceso formativo de los niños y jóvenes acaban
siendo invariablemente atribuidas, por acción u omisión, al sistema educativo y
a la educación escolar, a lo que se hace mal o no se hace en la escuela.
Asimismo, y sea cual sea la naturaleza y alcance de las carencias y de las
insatisfacciones detectadas, la clave para corregirlas y superarlas se busca
también invariablemente en el sistema educativo y en la educación escolar, en
lo que debería hacerse mejor o en lo que debería hacerse y no se hace en la
escuela.
EL CUESTIONAMIENTO DEL PROTAGONISMO EXCESIVO DE LA
EDUCACIÓN ESCOLAR
Sin negar en absoluto que son probablemente muchas las cosas que aún no se
hacen y que se podrían o deberían hacer en la escuela, y sin negar tampoco que
hay aún muchos aspectos manifiestamente mejorables en la educación escolar, lo
cierto es que las responsabilidades y expectativas que se proyectan a menudo
sobre ella como consecuencia de este proceso de desresposabilización social
ante la educación, parecen superar ampliamente su capacidad para asumirlas y
satisfacerlas. En efecto, cada vez es más evidente que los problemas antes
mencionados, u otros de similar tenor y alcance, ni tienen su origen en la
escuela ni pueden abordarse de forma plenamente satisfactoria únicamente desde
la escuela.
El tema de la educación en valores es, a este respecto, un ejemplo sumamente
ilustrativo. La escuela puede y debe educar a los niños y jóvenes en los
valores cívicos y democráticos, en el respeto a las diferencias, en la
solidaridad y en el compromiso con los débiles y los oprimidos, en el diálogo y
la negociación como forma de resolver los conflictos, en el rechazo a la
violencia y en el respeto a los derechos humanos fundamentales.
Sería ilusorio, sin embargo, esperar que la influencia
educativa de la escuela pueda ser suficiente para compensar y neutralizar las
influencias educativas adversas que se ejercen sobre los mismos niños y jóvenes
desde múltiples ámbitos de la vida social, en los que rigen a menudo valores
distintos, cuando no abiertamente opuestos, a los anteriormente mencionados.
Algo semejante sucede con la denuncia continua de las limitaciones y carencias
del sistema educativo para acompañar a los alumnos y alumnas en la transición
del mundo escolar al mundo del trabajo al término de la educación obligatoria,
y de su incapacidad para proporcionarles una formación adecuada que les permita
incorporarse con rapidez y solvencia a una actividad laboral remunerada.
Incluso, como muestra con claridad meridiana la experiencia actual de
implantación de la educación secundaria obligatoria en España, se tiene la
pretensión de que el sistema educativo - especialmente el sistema educativo
público - asuma un conjunto de problemáticas relacionadas con la atención a la
diversidad, que tienen a menudo un claro origen social y que sólo pueden ser
asumidas, debido a la multiplicidad de facetas que presentan, mediante una
intervención coordinada desde diferentes sectores e instancias, entre los
cuales ha de estar, por supuesto, la educación escolar, pero en ningún caso de
manera exclusiva.
En estos aspectos, como en otros muchos de la educación, la función de la
escuela es ciertamente importante, pero de ahí a responsabilizarla por entero
de la educación y del desarrollo moral de niños y jóvenes, a exigirles que
garantice el tránsito de los alumnos desde el mundo escolar al mundo del
trabajo, o a pretender que asuma, canalice y resuelva por sí misma
problemáticas graves de origen sociocultural y/o familiar, media un trecho que
no sólo no es razonable recorrer, sino que cada día resulta más errado
recorrer. Entre otras razones porque, al recorrerlo, se está atribuyendo a la
educación escolar responsabilidades y funciones que no le competen en
exclusiva, y que en ocasiones ni siquiera le competen en absoluto, condenándola
así a un callejón sin salida y a no poder cumplir lo que se le exige o se
espera de ella.
El argumento anterior cobra aún más fuerza, si cabe, con el auge de las nuevas
tecnologías de la información y de la comunicación, sin lugar a dudas uno de
los rasgos distintivos del nuevo escenario que está dibujándose en este final
de siglo. De la mano de estas tecnologías, a los agentes, escenarios y
prácticas educativas tradicionales - familia y escuela, fundamentalmente - han
venido a sumarse con fuerza otros agentes, escenarios y prácticas educativas
con influencia creciente sobre los procesos de desarrollo personal, de
socialización y de formación de las nuevas generaciones. Cada vez hay menos
dudas de que la participación de los niños y jóvenes en escenarios y
actividades relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación - televisión, redes telemáticas, materiales multimedia, etc.-
tienen incidencia decisiva sobre su desarrollo personal y social, y sobre su
proceso formativo. Aunque la educación escolar consiga incorporar con éxito a
sus objetivos la alfabetización en las nuevas tecnologías - es decir, el
conocimiento funcional de los lenguajes que utilizan - y sea capaz de llegar a
utilizarlas con provecho como recursos metodológicos para la enseñanza, la
ubicuidad y el uso creciente de estas tecnologías en los más diversos ámbitos
de la actividad humana, las convierte de hecho en vehículo e instrumentos
potenciales de prácticas educativas ajenas, en principio, a la escuela, y no
necesariamente coherentes con sus objetivos y finalidades.
Otro factor que está contribuyendo a minar fuertemente la centralidad y el
protagonismo casi exclusivo de la educación escolar es el relativo a la
importancia creciente de lo que ha dado en llamarse la formación o el
aprendizaje a lo largo de la vida. Los cambios que se están produciendo en la
estructura del mercado de trabajo y en las profesiones sugieren que la
formación inicial, con la que se identifica prácticamente la formación escolar,
dejará de ser en el futuro una garantía para el desarrollo personal y profesional
de las personas. Algunos analistas señalan que las generaciones que se forman
actualmente en las escuelas y en los institutos tal vez deban cambiar de
profesión - y no sólo de lugar de trabajo - varias veces en el transcurso de su
vida laboral; también prevén que los miembros de estas generaciones tendrán que
asistir, a lo largo de su vida, a nuevos e importantes avances del conocimiento
científico y tecnológico, lo que les exigirá, para adaptarse a ellos,
implicarse en nuevos procesos de formación. En suma, no podemos seguir
apostando única y exclusivamente por la formación escolar inicial como garantía
del desarrollo personal y profesional y como instrumento de cohesión social; el
acceso a los procesos de formación a lo largo de la vida será tan importante a
estos efectos en el futuro como lo ha sido hasta ahora la formación inicial. Y
estos procesos de formación comportan nuevas necesidades educativas, nuevas
necesidades de aprendizaje, que los sistemas educativos actuales, tal como
están organizados, no parecen estar en condiciones de satisfacer.
Una versión de este documento fue presentada en el II
Seminario para Altos Directores de las Administraciones Educativas de los
Países Iberoamericanos. La Habana, Cuba, junio de 1999.
César Coll.
Departamento de Psicología
Evolutiva y de la Educación. Facultad de Psicología, Universidad de Barcelona.
Continúa…
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