LA SAGA DEL FATALISMO
PETROLERO:
Todavía el Primer Reto
Es casi de ficción el grado en que la querella
internacional por el petróleo dominó la vida venezolana durante el siglo que
acaba de transcurrir. Desde la implantación violenta por parte de las potencias
anglosajonas de un régimen abiertamente transnacional, a través de la guerra,
la invasión, el bloqueo y la diplomacia armada que signan el primer decenio,
hasta las intrigas y diatribas corporativas o constituyentes en plena tragedia
ecológica con que cierra el siglo, todas son secuelas del mismo
sempiterno drama: petróleo nacional/transnacional que nos persigue. Pero ésta
es una saga ladina, de corte jesuítico o británico, que se cuida de las
apariencias, lo cual le ha permitido tender un velo que la oculta a la
conciencia de la mayoría de las víctimas, evadiendo la culpabilidad de sus
agentes, duchos en los artilugios del engaño como garantía de su permanencia en
el poder. Por eso usted no encontrará en la cronología petrolera -la de Aníbal
Martínez1, por ejemplo- ni la «revolución libertadora» de la New York and
Bermúdez Company, ni los barcos hundidos, ni los puertos tomados por flotas
europeas coaligadas para forzarnos a pagar, con «ayuda» de Washington, las
deudas externas amplificadas, ni la ruptura de relaciones con Castro y su
humillación mediática por parte de las potencias civilizadas, ni la presencia
de buques de USA en La Guaira y en las islas francesas del Caribe para instalar
a Gómez y para expulsar a Castro allende el Atlántico. En suma, la década más
violenta del siglo causada por las compañías y potencias petroleras ha sido
escamoteada deliberadamente por la «historia oficial» 2.
La bilbiografía oficial se ha encargado de hacer «pasar a la historia» por
debajo de la mesa todos estos detalles desagradables, para destacar el lado
bueno de la génesis del Estado Petrolero; la derrota de todos los caudillos
sanguinarios del pasado siglo y el establecimiento definitivo de la paz
nacional a todo lo largo de la nueva centuria, gracias a Gómez. La
glorificación de la paz petrolera, impuesta por la dictadura del «gendarme
necesario» para hacernos entrar en la modernidad, por el impulso y la
protección de la «paz americana», fue la primera proeza, un tanto vergonzante,
de la ideología venezolana realista que ha alimentado y protegido a nuestras
oligarquías, a los viejos y nuevos amos del valle, y a sus voceros
intelectuales, sus universidades, su Iglesias, sus medios de información. Aún
hoy, Ceballero y Sosa proponen casi una estatua para el «padre de la paz
petrolera». A tal realismo lo bautizó Betancourt, para convertirlo en primer
mandamiento de su credo político, «fatalismo geopolítico»: Venezuela es país
petrolero americano y por ende está sometido a la tutela norteamericana, al
capital americano, al mercado americano, a la tecnología americana, a las
exigencias americanas. Los cambios debemos hacerlos con ellos y no contra
ellos. Podemos autogestionarnos en todo... lo que no moleste a los americanos
diría otro escritor. Estamos obligados a ser socios, nunca adversarios. Por eso
siempre se convino, aún con la llegada de la «democracia representativa», en
«sacar el petróleo del debate electoral» y dejarlo para las cúpulas de uno y
otro país. A este secreto estricto, a este ocultamiento de lo petrolero para el
gran público, lo llamó la Revista SIC «el misterio petrolero». Por eso nunca
hubo la «gran novela petrolera» venezolana que todo el mundo esperaba. Nuestros
grandes escritores o sabían muy poco o en ciertos aspectos «sabían demasiado»
de cosas que no podían divulgar. No se olvide que nuestros primeros editores e
historiadores de este siglo (Vallenilla Lanz, Gil Fortoul, J. A. Cova, etc.)
fueron ministros de Gómez. Otros, más recientes, fueron coautores de, por
ejemplo, nuestras «leyes-convenios» petroleras (la de 1943, la de
nacionalización), con un lado brillante, público, y otro lado oculto, secreto,
fruto de la negociación con Washington y con las compañías. Esa denominación
afortunada es de J. P. Pérez Alfonso, uno de los pocos testigos que se negó a
callar. Esto explica, entre otras cosas, la gran ignorancia de los venezolanos
sobre petróleo que tanto «deploraba» dientes afuera el ex ministro de Caldera,
Edwin Arrieta, y de la que tanto se aprovechaba.
Su última Memoria, entregada en 1999,
es un prodigio de embaucamiento, fullería y doblez, coronación de una gestión
pletórica de trucos, trampas, andróminas, contrabandos y crímenes contra los
intereses de la Nación, en complicidad con las criaturas del capital foráneo
que seguían al frente de PDVSA y con sus colegas del gabinete, incluido su
economista estrella, y la gran mayoría de congresantes que aprobaron y
defendieron la «apertura petrolera», la transnacionalización y el hostigamiento
a la OPEP, todo dirigido a la reprivatización del petróleo venezolano. El
último acto del Estado petrolizado a favor de la línea antinacional lo cumplió
la extinta Corte Suprema de Justicia al rechazar las demandas de universitarios
de la UCV y de FUNDAPATRIA contra la entrega del «jugo de la tierra» al capital
foráneo. Esta obscena unanimidad del Petroestado es una demostración terminante
de la alienación en que estaba inmersa toda la clase política dominante y la
oligarquía económica, pero también de cómo este morbo allenante ha penetrado la
conducta habitual -para no llamarlo conciencia- de la «sociedad civil»,
alimentado cotidianamente como ha sido, a la manera de Goebbels, por el
martilleo incesante de los medios de masa comerciales, partidistas y oficiales,
en un coro regido por la batuta del capital, personificada en la «meritocracia»
dueña de los petrodólares, exaltada por la publicidad al sitial de la «máxima
gerencia mundial». Justo antes de salir de PDVSA, Giusti fue laureado como el
«ejecutivo petrolero global», mientras Arrieta fue celebrado como «ingeniero
del año». Esto da idea de cómo se había consolidado el estamento transnacional
como capo de la maña política y social que en los últimos años ha
dirigido nuestra «democracia», la que logró cooptar hasta los conversos,
ex insurrectos y guerrilleros de los sesenta.
Este largo exordio es para explicar cómo puede ser tan gigantesca y penetrante
la ideología fundada en la falsedad y en la ignorancia u ocultamiento de los
hechos, formalizada incluso en la educación oficial a través de la distorsión
de la verdad histórica, y en la explotación de los reflejos condicionados y las
creencias en lugar del razonamiento y el examen de las evidencias en los
grandes medios de comunicación de masas (fenómenos análogos deformatorios de la
opinión pública ocurrieron en Europa con el nazi-fascismo de Hitler y
Mussolini, y en el cono sur de América con los gorilas argentinos y Pinochet,
en lapsos más cortos).
En el caso nuestro, un régimen proclamado democrático y su sistema educativo
han sido cómplices de la desinformación. La «enciclopedia petrolera» publicada
el 12-9-97 por PDVSA, plagada de errores, medias verdades, mentiras y
omisiones, destinada a «educar» al estudiante de primaria y secundaria, sigue
hoy vigente como base de concursos y exámenes. La «información» más palangrosa
y deformada sigue saliendo de «la fuente» petrolera, para anunciar «grandes
negocios» como el repriso del proyecto «Cristóbal Colón», la apertura gasífera
a empresas extranjeras y la venta de gasductos y de compresores al capital
privado. Otras «magníficas oportunidades» se proclaman en petroquímica, carbón
y orimulsión en los «planes de PDVSA» que ni siquiera han sido revisados por el
MEM. Todo esto después de los supuestos «enormes logros» alcanzados por Giusti
y Arrieta en internacionalización y apertura petrolera, preludios del «supremo
objetivo» la privatización de PDVSA, coronación gloriosa de la misión. Es
increíble que esto siga estando en la cabeza de los «clientes negros» y sus acólitos
en la empresa 3, así como en Agropet, en gremios y en los medios, en la Cámara
Petrolera y en Fedecámaras. Es penoso, pero es un hecho, así «piensan». La
Supresión de cátedras de derecho y de economía petrolera y hasta de cursos
enteros en la UCV y en LUZ, amén de la investigación petrolera, aún dura. Es
nuestro reto.
Por eso cuando sale de su cargo Ramón
Espinoza, el planificador mayor del «megadisparate» de PDVSA que la puso en
picada y provocó un megasacrificio fiscal, hundiendo los precios y los ingresos,
y osa lanzar sobre la nueva gerencia una rencorosa diatriba absurda, se le suma
Alberto Quirós Corradi, el hombre Shell por excelencia, y se apresura a
orquestar un coro de alertas sobre el desastre en puertas. De inmediato,
columnistas y editores aplauden el académico de la UCAB, que ahora va al BID a
«ayudar» a América Latina desde Washington, en la (noble) tarea de privatizar
su energía.
Y cuando Alí Rodríguez y Víctor Poleo se deciden por fin a publicar desde el
MEM la verdad sobre las «maravillas legadas por los gerentes emigrantes, les
llueve ipso facto una tempestad de denuestos e imprecaciones, culpándolos de
espantar a nuestros únicos salvadores posibles; los inversionistas extranjeros.
Lo mismo le cae al nuevo jefe del Banco Central, cuando se atreve a decir que
«dolarizar» es una mala palabra y que no acogeremos incondicionalmente los
«capitales golondrinas» -ni a los vampiros, añado yo. Fedecámaras y
petrolizados recalcan su única opción: abrirse el cinturón y bajarse los pantalones.
Sin percatarse de que en eso hemos estado todo un siglo con los resultados
lamentables que están a la vista, para el 80% de la población.
Lo más preocupante es que hasta dirigentes del Polo gobernante hayan contraído
este morbo multinacional, mostrando estar bautizados en ese credo. Cuando el
ministro de producción, es decir, de industria, encargado de superar la
maldición de «economía petrolera» que tenemos opina que eso es sólo «un
remoquete» infamante que nos han endilgado, y que basta regar por ahí unas
cuantas inversiones en el campo, en la infraestructura y en el turismo,
exoneradas de impuestos (y hasta de «vender una isla» ha hablado el
Presidente) para tener una economía satisfactoria y equilibrada, está revelando
crudamente cómo se le ha perdido el mingo. El mingo industrial, el innombrable.
Aún no se ha enterado de cuán difícil y cuán imprescindible es sembrar el
petróleo en la industrialización para superar la saga fatídica que nos
persigue. ¡Ni siquiera se ha planteado el problema!. Y lo más ominoso es que el
Ministro es un educador, un docente universitario!. Cuán grave es que alguien
con esa responsabilidad se deje seducir por cualquier añagaza, palangre o
incentivo de algún pedeveso a querer «sembrar el petróleo en el petróleo», o
«modernizar el campo» (a punta de petróleo). etc. O la satanización del
«rentismo» para evitar que se duplique la regalla, que es el primer mandamiento
hoy por hoy contra la saga multinacional petrolera.
Que todas estas cosas nos puedan parecer tan lejanas, ajenas o enredadas nos
indica, por eso mismo, qué mal andan nuestra educación y nuestra universidad,
cuán petrolizadas están y cuán lejos de los requerimientos urgentes del país. Y
cuán urgente es revisar y erradicar tales deformaciones.
1 «Cronología del petróleo
venezolano», Ediciones Foninves, Caracas, 1978".
2 (Véase Cuadernos Nuevo Sur Nº 13: «De
la República Petrolera a la Sociedad Sustentable»)
3 Véase J.E. Arrioja, «Los clientes
negros, - La generación Shell en PDVSA», Edit. El Nacional, 1997.
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