Formas diversas de
telerrealidad en el Reino Unido
Hacia una teoría de la audiencia activa
PeterLunt/Sonia
Livingstone
Los cambios en los medios de comunicación
corren paralelos a la segmentación de las esferas pública y política. Las
formas de aparición de la audiencia en la pantalla traducen esas
transformaciones en un sistema de transición.
DESARROLLO DE FORMAS DE
PARTICIPACIÓN EN LOS MEDIOS
Al igual que en otros
muchos lugares del mundo, los medios de comunicación social del Reino Unido
se encuentran en una fase de transición. En las últimas décadas se ha producido un cambio, desde una
situación dominada por una única emisora, de propiedad estatal, a la situación
actual, en la que hay toda una serie de emisoras terrestres, públicas y
comerciales, y varios canales de emisión por cable y por satélite, a lo que
hay que añadir el uso generalizado de los aparatos de vídeo y la aparición de
nuevos medios electrónicos interactivos. La posición institucional de las
principales organizaciones de radio y televisión ha variado también en este
periodo; por ejemplo, de una función de difusores de información y de
entretenimiento para un público general, se ha pasado a nuevas formas y espacios
de comunicación y entretenimiento público destinadas a consumidores diversos.
Este sutil cambio en la posición institucional es en parte una respuesta a los
cambios ocurridos en el contexto económico y jurídico de los medios de
radiodifusión, y es también el reflejo de una mayor fragmentación de las
esferas pública y política, tanto en el Reino Unido como en otros países. La
idea de una voz de la nación (blanca,
masculina y de clase media) en la BBC ya no resulta creíble, a la vista de la
fragmentación y la diversificación de las identidades contemporáneas, del desarrollo
de la política en directo (a través de la televisión) y del crecimiento de la
economía global. Algunos de estos cambios generales se reflejan a su vez en
los cambios ocurridos en las formas y géneros de los programas de televisión.
En nuestra
investigación, nos ha interesado especialmente comprobar las diversas formas
de aparición de la audiencia ‑como público, consumidor o ciudadano‑
en la pantalla, y no simplemente frente a ella (Carpignano, Andersen,
Aronowitz y Difazio, 1990). A medida que surgen nuevas formas y géneros de
programas de televisión basados en situaciones reales (o en personas reales),
los rostros y las voces de la gente corriente impregnan la pequeña pantalla. Ya
no se trata sólo del público masivo de los acontecimientos deportivos, la
risa enlatada de la comedia de situación o las individualidades insulsas de
los juegos de televisión; ahora, la audiencia de la televisión habla,
argumenta, cuestiona e incluso se apodera de la cámara. ¿Qué puede decirse de
la invasión de la televisión por
parte de los no profesionales? ¿Qué tipo de participación o de acción es la
tertulia en un estudio de televisión? En este artículo abordamos la
participación del público en la televisión como parte de las nuevas formas de televisión de la realidad, y más en general, como un indicador
de los cambios que se están produciendo en las relaciones culturales entre
autoridad, ciudadanía e identidad.
En nuestro
trabajo Talk on television: Audience participation and public debate (Livingstone y Lunt, 1994a; Livingstone
y Lunt, 1994b), presentamos un análisis detallado de una forma concreta y muy
popular de televisión participativa, los programas de debates con
participación del público o tertulias participativas. Este género fue
desarrollado en Estados Unidos por Phil Donahue (Carbaugh, 1988), y en la
actualidad hay en la televisión americana un gran número de presentadores de talk
shows en cuyos programas se cuenta con la participación activa de los
espectadores presentes en el estudio (por ejemplo, Donahue, Ophra y Sally jessy Raphael). Desde un principio, estos
espacios fueron formas populistas de programación participativa, donde los
televidentes eran tratados como participantes, ya que suelen ser programas
emitidos en directo o casi en directo. Son programas innovadores, en la medida
en que cuestionan las distinciones tradicionales entre productor y audiencia,
o texto y lector, y reducen la distancia entre la entidad emisora y el público.
Los
programas desarrollados en Estados Unidos suelen dar lugar a imitaciones y
variaciones en otros países. El talk show no es una excepción, y en los
años 80 tanto la BBC como las emisoras comerciales comenzaron a emitir los talk shows americanos y a desarrollar sus propias versiones de estos programas.
En su paso al otro lado del océano, el género sufrió una sutil transformación
al integrarse con el concepto ético británico de servicio público, de modo que,
en programas como Kilroy y
The time, the place se planteaba una forma de programación más seria, que
no sólo se ocupaba de los problemas personales, sino también de los problemas
políticos y sociales más relevantes. Así, a menudo los debates que se
desarrollaban en el estudio de televisión solían incluir a políticos, profesionales,
grupos de presión y representantes de entidades no gubernamentales, conjuntamente
con gente de la calle.
En nuestra
investigación, hemos realizado un estudio en profundidad de los programas
británicos (en particular de Kilroy), un estudio sobre la acogida de estos
programas en la audiencia nacional, y entrevistas con los participantes en los
programas, expertos o no profesionales. Situamos nuestro análisis textual,
nuestro estudio de audiencia y las entrevistas en el contexto del debate
teórico actual sobre el papel de los medios de comunicación como factores
favorables o perjudiciales para la esfera pública (Curran, 1991; Garnham,
1990; Habermas, 1989; Livingstone y Lunt, 1992).
A lo largo
de muchos años, y en diversos libros, Habermas se ha preocupado de elaborar las
condiciones necesarias para situar el debate crítico racional en el centro de
la vida pública. Ha ofrecido una concepción ideal de una comunidad oral en la
que la gente puede plantear abiertamente su discurso a través de divisiones
políticas y sociales, con la posibilidad de crear un consenso basado en la
superposición de distintos puntos de vista. En sus primeras obras, Habermas
hacía hincapié en las condiciones sociológicas necesarias para la producción
de una esfera pública crítica y racional. Entre esas condiciones figuraba la
apertura de acceso y la igualdad de derechos para hacer aportaciones, lo que
de hecho supone la eliminación de las habituales restricciones institucionales
sobre la comunicación, incluidas las restricciones que regulan la aparición en
televisión. Sólo en el marco de una esfera pública de esas características
sería posible comprometerse en un debate crítico racional y desinteresado.
Desde la
publicación en inglés de la obra de Habermas, relativamente reciente (1989), se
ha discutido sobre si su concepto de esfera pública es razonable. Las nociones
de representación y acceso, así como el ideal de un debate crítico racional y
desinteresado, han sido cuestionados como condiciones necesarias de una esfera
pública (Calhoun, 1992; Fraser, 1990; Negt y Muge, 1990). Otras teorías
alternativas plantean que la posibilidad de una representación justa y de un
acceso igualitario es obstaculizada por los requisitos lógico‑discursivos
de la concepción burguesa de Habermas sobre la esfera pública. Estos críticos
tratan de especificar unas concepciones alternativas de las posibilidades de
un debate público, que no requieran (o no acepten) el ideal de Habermas de un
consenso resultante de un debate crítico racional y desinteresado. Por el contrario,
la esfera pública oposicional se
centra en la expresión del interés y en la búsqueda de un compromiso entre
distintos grupos y personas. Estos puntos de vista sugieren que, en la era de
la política en directo, las cuestiones de la participación y la representación
se han alejado de los conceptos relacionados con la creación de formas
institucionales de participación en la vida pública, para plantearse la
necesidad de dar voz y expresión a la diferencia.
Estos dos
enfoques sugieren unas reflexiones muy distintas sobre la posible contribución
de los medios de comunicación con respecto a la esfera pública. Habermas
critica a los medios de comunicación de masas como la entidad que se apropia
del debate público y lo institucionaliza, refeudalizando así la esfera
pública. Por el contrario, los defensores de la esfera pública oposicional se
plantean, como cuestiones esenciales, si se da expresión a los distintos
intereses, si se permite el acceso de grupos tradicionalmente marginados, y si
se llega a un compromiso (más que a un consenso).
AUDIENCIA ACTIVA Y ESFERA PÚBLICA MEDIATIZADA
Paralelamente
al desarrollo de estas teorías sociales, se plantean dos líneas de argumentación
sobre la naturaleza cambiante de las emisoras y de la audiencia televisiva. En
primer lugar, por una serie de razones económicas e institucionales, se
produce un cambio en los medios a escala mundial, que en el Reino Unido se
manifiesta en el desplazamiento del modelo de servicio público a un modelo
basado en el mercado. En segundo lugar, el fracaso de la tradición del estudio
de los efectos en la investigación de audiencias, y el desarrollo de los
estudios culturales, suponen la aparición de nuevas concepciones sobre el papel
de la audiencia televisiva. Sumados, ambos fenómenos plantean la posibilidad de
nuevas formas de programación participativa que podrían permitir un control más
flexible de la representación por parte de los medios, de modo que la
participación podría adquirir el carácter de esfera pública.
Talk on television contribuye
así a una fusión de temas propios de la investigación de audiencias
televisivas y de la sociología. El desarrollo de los estudios de audiencia,
centrados no en el estudio tradicional de los efectos sino en nuevas
cuestiones de recepción e interpretación, ha sido una característica importante
de la teoría sobre los medios de comunicación en los últimos años, porque ha
hecho visible la relación implícita entre texto y audiencia de un programa.
(Ciertamente, se produce un paralelismo interesante entre la mayor visibilidad
de la audiencia, tradicionalmente devaluada y marginada en la teoría de la
comunicación de masas, y un similar aumento de visibilidad en los programas de
televisión). En la investigación sobre los medios, actualmente, se acepta que
los programas de televisión son textos complejos que se estructuran, en
parte, en torno a un lector implícito o modelo (Eco, 1979; Iser, 1980),
y con los que se intenta establecer relaciones específicas entre los
espectadores reales y el mensaje. Los recientes estudios de recepción de
audiencia muestran que las respuestas de las audiencias ante ese
posicionamiento no siempre son las que los analistas habían previsto. Las
audiencias no son ni mucho menos homogéneas en sus respuestas a los textos,
y la consiguiente diversidad de lecturas depende a su vez de factores sociales,
psicológicos y culturales en las vidas de los espectadores (Livingstone, 1990).
Se sigue
discutiendo hasta qué punto las audiencias son activas en sus interpretaciones,
ya que, si bien los estudios muestran que las audiencias pueden ser contrarias,
críticas y hasta subversivas en su interpretación de los textos, a menudo sus
interpretaciones son diversas pero coherentes con el enfoque predominante en
el texto, y es aún más frecuente que los espectadores coincidan en su lectura
con la interpretación normativa o dominante de los textos. No obstante, en
cuanto textos, los programas varían en numerosos aspectos, y un aspecto de
interés fundamental para los investigadores de audiencias ha sido el concepto
de Eco de texto abierto o cerrado, en la medida en que dicho aspecto parece
estructurar en el texto distintos grados y tipos de actividad de
decodificación por parte de la audiencia. La teoría de los géneros desarrollaría
este aspecto, al sugerir que distintos géneros ofrecen distintos tipos de
relación texto‑lector, y que la participación, la actividad y el
posicionamiento sociopolítico de la audiencia dependen, entre otros factores,
del género (Correr, 1991; Eco, 1979).
En parte por
esas razones, el programa de debate con público tenía especial interés para
nosotros, dado que la audiencia de este tipo de programas puede considerarse
tan activa y participativa que constituye el elemento principal del propio
programa, al aparecer en el estudio: en estos programas, las interpretaciones
del público sobre el tema objeto de debate, expresadas a través de conversaciones
en el estudio de televisión, no sólo se reflejan en la respuesta de la
audiencia, sino que constituye el propio texto del programa. Aquí, más que en
muchos otros textos, podemos tomar en serio la observación de los teóricos de
la respuesta del lector, que sugieren que texto y lector son responsables,
conjuntamente, de la construcción de significado que constituye la lectura
o el sentido de un texto, pues en estos programas los emisores y las audiencias
se reúnen en el estudio para crear juntos el programa. Si las audiencias hacen
programas, especialmente cuando esos programas tienen una vocación de servicio
público que da lugar a conversaciones serias sobre temas generales, sociales y
políticos, y si los otros participantes en estos programas son expertos de organizaciones representativas o democráticas, en tal caso se
plantea, realmente, la cuestión de la relación entre la audiencia y los
ciudadanos. ¿En qué momento dejamos de preocuparnos de la audiencia masiva y
pasamos a interesarnos por el público? Aunque estas cuestiones parecen totalmente
pertinentes en los programas serios en los que gente corriente discute
cuestiones políticas con políticos y representantes de grupos de presión,
muchos de los programas más banales de este género se refieren a la política
basada en la identidad o en el sexo (y en esa medida afecta a la esfera pública
oposicional, en lo relativo a la expresión de otras voces e intereses y en lo
relativo a las posibilidades de acceso). Por extensión, sugerimos que estos
programas pueden ser entendidos en parte en relación con temas objeto de
debate público, y en relación con la participación de los ciudadanos en la
esfera pública.
EL PROGRAMA DE DEBATE CON
PARTICIPACIÓN DEL PÚBLICO COMO INTERGÉNERO
En lo
esencial, por tanto, hay una serie de temas que afectan al crecimiento y la
naturaleza de los programas de debate con participación del público, que
requieren un análisis basado en la relación con los debates sociológicos sobre
la naturaleza de la esfera pública y el papel de los medios de comunicación de
masas en el debate público. Nuestro punto de partida, al tomar el programa de
debate con participación del público como tema de estudio, es que sirve como
ejemplo del reciente crecimiento de la programación participativa o televisión
basada en la realidad (reality television), y especialmente en el
contexto británico marca un alejamiento con respecto al modelo tradicional de
servicio público, hacia nuevas formas de participación y representación
pública. Parte de este cambio se refleja en el fracaso de las tradiciones
genéricas de televisión como servicio público, por ejemplo en la distinción
entre programas de información y de entretenimiento (Comer, 1991). Los
programas de debate con participación del público son ejemplos de infoentretenimiento:
informan y entretienen a la vez. También ponen en cuestión la hipótesis de la
audiencia como masa de receptores. Bajo la ética tradicional del servicio
público, la oposición entre programa y audiencia quedaba claramente
establecida, entre unos emisores poderosos, expertos e informativos, y su
débil, inexperta e ignorante audiencia. Ya no son sólo los casos relacionados
con las masas o con la vox populi de los géneros tradicionales (Carpignano
y otros autores, 1990); en los programas de debate con participación del
público, las personas normales presentes en el estudio actúan en calidad
de coproductor y copresentador del programa: como participantes, como expertos
con su propia experiencia, con información sobre sus propias vidas e intereses,
y con el apoyo institucional necesario para preguntar y responder, para
criticar y aplaudir, para pedir cuentas a las elites dirigentes o para ser
condescendientes con ellas.
Si los
programas de debate con participación del público deconstruyen las oposiciones
que se planteaban en las formas tradicionales de programación, ¿cómo se puede
caracterizar el género que les es propio? Nuestro análisis textual de los
programas sugiere que son complejos en su forma genérica, una mezcla de géneros
o un intergénero, una obra a partir de las formas existentes. Tres formas de
género, en concreto, pueden identificarse en las versiones británicas de estos
programas: terapia, debate y romance. Los presentadores del programa
persuaden y alivian a los colaboradores no profesionales del programa con toda
la gama de posibilidades del discurso terapéutico (Labov y Fanshel, 1977). El
presentador se acercará a determinadas personas, a menudo ofreciéndoles apoyo
físico, hablándoles con voz suave y animándoles. Así, mediante la
construcción terapéutica del programa, a los participantes no profesionales se
les ofrece un espacio donde contar sus historias. No obstante, al mismo tiempo,
los expertos participantes en los programas son invitados a debatir y comentar
las historias contadas por los invitados no profesionales. No reciben el
apoyo terapéutico que se ofrece a la gente corriente, sino que son interrogados
por un presentador que actúa como una especie de cruce entre el director de una
investigación y el presidente de un debate. Finalmente, podemos decir también
que los presentadores construyen su propio papel a través del género del
romance. El presentador es el héroe que pone en evidencia los abusos a los que
es sometida la gente corriente por parte de un perverso y corrupto poder
establecido; mediante el poder de su micrófono (que aquí sustituye a la
espada), el presentador obligará al poder establecido a rendir cuentas a la
ciudadanía.
En resumen,
el género proporciona un marco de comunicación (Goffman, 1974) con tres voces;
los ciudadanos que expresan su experiencia, los expertos que debaten los
temas, y los emisores que actúan como mediadores y árbitros. De ese modo, las
múltiples convenciones de género que se emplean en los programas constituyen
un espacio que permite una variedad de posiciones para los participantes y
para los televidentes, y en su conjunto constituye una epistemología
particular para la expresión de experiencias corrientes y para obligar a los
expertos a rendir cuentas bajo la dirección de los representantes de las emisoras.
En cierto sentido, el presentador es la personificación de la nueva posición
institucional de los medios como moderadores en la esfera pública.
LA RESPUESTA DE LA
AUDIENCIA
Las
recientes investigaciones sobre la audiencia sugieren que la audiencia
televisiva, lejos de ser pasiva o inconsciente, se caracteriza por ser una
audiencia activa, incluso crítica (Livingstone, 1990). Influida por la teoría
de la recepción literaria, esas investigaciones se toman en serio la idea de
que el televidente comparte algunas de las competencias del crítico, siendo
capaz de comprender las convenciones genéricas y los procesos constructivos
de los medios. En nuestro estudio empírico sobre la audiencia, llevamos a cabo
una serie de debates en grupos específicos (Lunt y Livingstone, en imprenta),
con personas que acababan de presenciar un programa de debate con
participación del público. Dichos debates revelaron que podían ser a la vez
críticos y partícipes del programa, en lugar de tratarse de dimensiones
opuestas de respuesta. Al igual que había sucedido con otros estudios, estos
espectadores resultaron ser diversos y plurales en su recepción del género.
Concretamente,
hubo espectadores críticos en el sentido negativo de desaprobación de los
programas. El rasgo más característico de las interpretaciones de estos
espectadores era que sus críticas se basaban en un análisis del género que lo
comparaba desfavorablemente con las condiciones necesarias para la esfera
pública burguesa planteada por Habermas. Así pues, estos espectadores
consideraban que los programas eran pobres en su desarrollo de argumentos,
parciales en sus presentaciones de un determinado tema, y perdían tiempo en
escuchar a gente desinformada. No obstante, entre estos espectadores, algunos
podían encontrar placer en los programas, en contraste con su propia visión
del género, disfrutando con los comentarios de los expertos y ridiculizando las
aportaciones del presentador y de los invitados no profesionales. Otros no se
sentían partícipes y, por tanto, rechazaban los programas como banales y como
algo que no merecía la pena ver.
Sin embargo,
otra decisión muy diferente, sobre el género como tal, fue la adoptada por
espectadores igualmente activos en su actitud crítica, pero con un grado mucho
mayor de participación en los programas. Para estos otros espectadores, los
programas se aproximaban a las condiciones necesarias para una concepción
alternativa u oposicional de la esfera pública. En este sentido, aun
reconociendo algunos de los problemas antes mencionados con respecto al
género, estos espectadores valoraban la diversidad de las opiniones expresadas
por los miembros de la audiencia presentes en el estudio de televisión, consideraban
que el presentador cumplía correctamente con su función de alentar la
participación de voces marginales o poco escuchadas, y pensaban que ya era hora
de que la gente corriente fuese valorada por sus opiniones y por su capacidad
para desafiar o criticar a los representantes de las elites dirigentes.
Una última
categoría de espectadores mantenía una postura totalmente favorable y
acrítica, disfrutaban oyendo hablar a gente corriente, pensaban que habían
aprendido algo sobre la opinión pública, sin tener ninguna teoría particular
sobre la importancia política y social de su actitud. Para ellos, los programas
eran, sin más complicaciones, una ventana abierta a una parte interesante de la
experiencia pública.
Por
consiguiente, concluimos que las dimensiones de la experiencia del espectador ‑crítica,
participativa, activa, etc.‑ no guardan una relación sencilla unas con
otras, pues las respuestas de los espectadores ante el género eran complejas.
El factor que daba sentido a las diversas posiciones de los espectadores era un
diverso grado de resolución de la ambigüedad de las convenciones del género. Un
aspecto clave del género es el mecanismo por el que se establece un contrato,
un conjunto de expectativas mutuas por parte de texto y lector, sobre la
naturaleza de la comunicación que se produce. Como se reveló en nuestro
análisis de los programas de debate con participación del público, el género es
precisamente ambiguo sobre los factores que diferencian las teorías burguesas
de la esfera pública con respecto de las oposicionales, capitalizando las
incertidumbres teóricas y políticas existentes en torno al concepto de esfera
pública. Dado que una ambigüedad genérica da lugar a una relación ambigua entre
texto y audiencia, la resolución de esta ambigüedad por parte de los miembros
individuales de la audiencia tiene importantes consecuencias sobre sus
experiencias con respecto a los programas.
Siguiendo una serie de opciones de evaluación similares a las de los analistas, optimistas o pesimistas, en su valoración de las posibilidades de una esfera pública apoyada por los medios de comunicación, los espectadores establecen su relación con el debate televisivo desde la perspectiva de la esfera pública burguesa u oposicional, con consecuencias negativas o positivas, respectivamente, en sus valoraciones sobre el género. Esto tiene a su vez consecuencias sobre la naturaleza de su implicación y de su actividad participativa en relación con su posicionamiento como miembros de la audiencia. La resolución de esta ambigüedad genérica por parte de los espectadores tiene consecuencias en sus impresiones sobre los expertos (cuyos comentarios pueden ser pobres o irrelevantes), la gente corriente (cuyas observaciones pueden ser divagatorias e irrelevantes, o bien interesantes e importantes); por sus impresiones sobre el argumento (que puede estar mal estructurado hasta el punto de resultar irritante, o bien admirablemente organizado para abarcar múltiples temas); por sus impresiones sobre la audiencia presente en el estudio de televisión (planteándose hasta qué punto son representativos, normativos o marginales); y por su autoevaluación de su propia participación (si han aprendido algo, si su conocimiento de la opinión pública ha aumentado).
LA NATURALEZA DEL
ARGUMENTO
Las
distintas teorías sobre la esfera pública se basan en concepciones diferentes
de la racionalidad del diálogo. Dado que los programas de debate con
participación del público son formas de debate público que funcionan en parte
como argumentos, las formas de argumentación empleadas son cruciales para la
naturaleza de la esfera pública que se establece en los programas. En concreto,
las distintas teorías sobre la esfera pública proponen un debate racional
conducente a un consenso, o bien una investigación con el propósito de llegar
a un compromiso basado en su consideración como modelos de argumentación para
la esfera pública. El diálogo de los programas de debate con participación del
público es rico en argumentaciones y aparato retórico (Leith y Myerson, 1989;
Walton, 1989). La estructuración de un debate tan vibrante y fluido, aun conteniendo
elementos de lógica informal, no es fácil de describir con los esquemas de la
argumentación y de la lógica informal (Toulmin, 1991; Walton, 1989), y muchas
formas diferentes de discurso adquieren preponderancia en distintos momentos
del debate.
En el
terreno de la retórica, no obstante, es posible distinguir el intento de
organizar el género según unas relaciones retóricamente ordenadas, entre la
narración de historias, la expresión de emociones y el análisis conceptual. Un
patrón general consistía en invitar a los participantes no profesionales a
jugar el papel de narradores de historias, con el fin de proporcionar los datos
‑y el marco del problema‑, sobre los que seguidamente se pide
opinión tanto a los expertos como a los no profesionales, y a menudo las
conclusiones de estos últimos son las preferidas. En este patrón no son
favorecidos directamente ni el modelo del consenso ni el modelo del diálogo.
No obstante, se diría que, en cuanto que los debates no se limitan a presentar
una lista de pequeñas narraciones débilmente relacionadas entre sí, este
patrón da prioridad al discurso de los no profesionales sobre el de los
expertos, y en consecuencia, facilita la expresión de voces y experiencias
marginales o devaluadas. Así, se da prioridad a las cuestiones del acceso, en
detrimento del desarrollo del argumento, y en esa medida cabe esperar, como
consecuencia, un compromiso de comprensión mutua, aunque probablemente no un
consenso.
Nos hemos
centrado en las normas discursivas y en los patrones de argumentación, no
tanto por esperar que ese tipo de tertulias puedan dar lugar, una vez terminado
el programa, a determinados tipos de acción, de naturaleza política o
personal, sino más bien porque esa conversación es en sí misma una forma de acción
significativa.
Los debates
rara vez desembocan en un tipo de toma de decisión que pueda hacer más
probables determinadas acciones como consecuencia de la participación. Más
bien, especialmente, por afectar a la contestación pública, sirven para construir
ciertas realidades, en el sentido de identidades ( y relaciones entre
distintas identidades) de los grupos o personas que participan o a quienes se
hace referencia. En este sentido, lo personal es político, y los dramas
sociales que se escenifican entre los participantes tienen una dimensión ritual
que (re)produce las identidades ‑y la percepción de la legitimidad y del
poder‑ de los participantes y de los grupos a los que representan. La
identidad de la gente corriente, el
público, los expertos y la autoridad son de especial importancia en
los debates sobre la esfera pública; a continuación se aborda en profundidad el
papel que desempeñan los debates televisivos en el establecimiento de dichas
identidades.
VISIÓN MEDIATIZADA DE LOS
EXPERTOS Y LOS NO PROFESIONALES
Tanto para
Habermas como para sus críticos, la importancia del concepto de esfera pública
reside en las posibilidades de crear un diálogo entre quienes tienen poder y
quienes no lo tienen. Para Habermas, el mejor modo de lograr este propósito es
mediante el debate crítico racional y desinteresado que lleva a un consenso;
para sus oponentes, el mejor modo de lograrlo es a través de la expresión de
los intereses particulares en un foro público, con el fin de llegar a un compromiso.
En cada caso, el éxito de una esfera pública depende de la medida en que pueda
reunir a representantes del poder establecido y quienes están sometidos a dicho
poder. En cada caso, por tanto, existe un interés esencial por averiguar de qué
modo las instituciones sociales construyen poder, y por las posibilidades de
un espacio de mediación que pueda asentarse fuera de la comunicación habitual
de los intereses de los poderosos.
El argumento
de Habermas es que los medios de comunicación de masas son una institución
elitista y como tal controlarán y crearán su propio equipo de expertos en
relación con las demás instituciones de poder de la sociedad, a través de sus
relaciones como expertos con el público. Para que los medios funcionen como
esfera pública tendrían que renunciar a esta posición institucional, en cierta
medida, y ofrecerse no tanto como un órgano de transmisión de la información
oficial sino más bien como un lugar donde los representantes de las
instituciones de poder y los ciudadanos pueden reunirse y comunicarse
abiertamente. No obstante, la cuestión se complica por las relaciones de
responsabilidad entre las distintas instituciones elitistas y la gente
corriente. Habermas plantea una distinción general entre las instituciones del
poder establecido, diferenciando entre las esferas estatal y privada o
comercial. Sigue siendo objeto de discusión el grado de libertad o de
interferencia que debe existir entre las instituciones estatales y privadas, y
el grado de aportación que debe existir en el sector privado con respecto al
sector estatal. Tanto el sector estatal como el comercial dan al público un
tratamiento que debe ser objeto de un examen crítico y que no está condicionado
necesariamente al interés. público. Así pues, el concepto de esfera pública
presiona para que las instituciones estatales y privadas tengan que responder
al público y abordar un debate sobre qué es lo que constituye el interés
público.
Por
consiguiente, en relación con los programas de debate con participación de la
audiencia, y en relación con la televisión participativa en general, es
esencial plantearse de qué modo se establecen, en los medios de comunicación,
las relaciones entre los expertos y los no profesionales. Los programas utilizan
una diversidad de técnicas que dan un valor a la experiencia de los invitados
no profesionales, y ejercen una considerable presión sobre los expertos
(Livingstone y Lunt, 1992; Livingstone y Lunt, 1994a; Livingstone y Lunt,
1994b) . En los géneros tradicionales, que incluyen comentarios de expertos
sobre la vida cotidiana (en los documentales, por ejemplo) se produce
implícitamente una exaltación de la labor de los expertos. El experto es
representado como objetivo, racional y neutral, mientras que la persona no
profesional es subjetiva, emocional y motivada. En el debate televisivo, la
posición epistemológica del experto y de los participantes no profesionales
suele invertirse, realzándose el papel de la persona corriente. En tales casos,
el experto es tratado como persona alienada, fría, irrelevante y carente de
base, mientras que el no profesional es auténtico, emocional, relevante y con
base en la experiencia.
Estas
oposiciones se reflejaron en los debates del grupo seleccionado: los
espectadores mantenían, en general, una actitud crítica hacia los expertos.
Los expertos que aparecen en estos programas se enfrentan a dos peligros
(Livingstone y Lunt, 1994b). Pueden verse atrapados en un debate emocional con
personas que expresan unos sentimientos muy profundos. Tanto en los programas
como en nuestras entrevistas con los expertos que habían aparecido en los
programas, observamos que estos podían verse enzarzados en discusiones con la
gente corriente en lenguaje vulgar, o verse empujados a expresarse en los
términos anecdóticos de la experiencia personal. Sin embargo, el intento de
evitar ese tipo de trampa, para mantenerse distanciado, neutral y analítico,
pueden llevarles a parecer fríos e irrelevantes.
Las dificultades que este género crea a los expertos no cuestionan las bases de sus conocimientos, sino que afectan más bien a la creación de una representación de la relación social entre el poder establecido y la ciudadanía, potencialmente mediatizada, de manera decisiva y discursiva, por la esfera pública televisiva. Existen, realmente, oportunidades y peligros tanto para los expertos como para los ciudadanos corrientes. El ciudadano normal gana la posibilidad de expresarse en un espacio público, pero se ve limitado a la evidencia, aquí y ahora, de sus propios sentimientos y de los relatos de su experiencia particular. El experto tiene la oportunidad de hacer relaciones públicas y mostrar su apertura y su sensibilidad hacia la experiencia de la gente corriente. Sin embargo, los peligros están en que el experto puede perder su voz institucional y verse arrastrado por el idioma vulgar, la narración anecdótica y la naturaleza reivindicativa de la argumentación característica del discurso de estos programas.
Es probable
que los expertos que aparecen en los programas de debate con participación del
público proporcionen relaciones públicas a las instituciones a las que
representan. Un peligro, para la esfera pública, es que los expertos puedan
desarrollar una nueva forma de ejercer su labor, aparentemente basada en el
interés y en la sensibilidad hacia las experiencias de la gente corriente, pero
que en realidad sea un ejercicio de relaciones públicas (ver, por ejemplo, las
preocupaciones de Habermas sobre la publicidad). Aunque lo mismo puede ocurrir
con los participantes no profesionales, se sigue planteando la posibilidad de
que los sentimientos de la gente corriente sobre el relato de sus propias experiencias
pueda ser explotado mediante un espectáculo bien organizado de apertura y exigencia
de responsabilidad.
CONCLUSIONES
Los debates
celebrados en los espacios públicos del estudio de televisión pueden verse
como torneos carnavalescos en torno al valor (Bajtin, 1981), en los que se
invierten las relaciones tradicionales de poder, en una celebración pública
de la gente corriente y sin poder. Cada vez más, esas ocasiones no constituyen
ya espacios conscientes, sino un elemento corriente de la experiencia
mediatizada.
Estos espacios se caracterizan por la interacción
entre el cara a cara y la comunicación mediatizada, y por la estructuración
retórica del desvelamiento, la responsabilidad y la argumentación. A través de
estos espacios, la actividad principal de los medios de comunicación de masas,
que antes consistía en facilitar la difusión de información de la elite cultural
a las masas, consiste cada vez más en proporcionar un foro potencialmente
neutral de reunión del público, real y virtualmente. La audiencia de los
programas de debate con participación del público, como el propio género, es
ambivalente: lamenta la pérdida de las formas tradicionales, más respetuosas
con la autoridad, pero a la vez acepta las nuevas formas, más participativas.
También en consonancia con las características del género, los propios
espectadores son diversos; de nuestro estudio de recepción de audiencia se
desprende un panorama complejo y variado de respuestas críticas a distintos
aspectos de los géneros.
Más en
general, Giddens (1991) se ha referido a la mezcla de oportunidades y peligros
que estos cambios de las formas institucionales conllevan para la experiencia
de la vida cotidiana. Estos cambios ‑en fragmentación del control
institucional y en desplazamiento de la responsabilidad a nivel individual‑
son una parte esencial de los cambios sociales más amplios, que son objeto de
debate en el campo de la sociología (por ejemplo, debates entre teóricos
críticos, feministas y posmodernistas y sus diversos oponentes). La rápida
extensión de formas ampliadas de responsabilidad y de participación en los
actuales sistemas de organización, hace que el concepto de un consenso
racional críticamente formado resulte idealista, más a la desesperada que con
esperanza. En la conceptualización de la esfera pública, el ideal de Habermas
está perdiendo su fuerza como crítica de las formas de representación en la
sociedad contemporánea. La promoción de unos sistemas de organización más
prácticos y más flexibles, que permitan diálogos y negociaciones de
responsabilidad múltiples y diversos, constituyen quizás un camino más apropiado
para la esfera pública. La aportación de los medios de comunicación de masas a
estos sistemas de organización y a estas formas de negociación está cambiando,
indudablemente, pero es difícil ser optimista con respecto al equilibrio de
oportunidades y peligros que surgiría como resultado de una mayor participación
futura de los medios de comunicación en la esfera pública.
Traducción:
Antonio Fernández Lera
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