La era americana del
realíty show Un territorio intermedio entre información y entretenimiento
Rosa Alvarez Bercíano
La notoriedad y el protagonismo en prime
time de la televisión de la realidad forma
parte en los Estados Unidos de una corriente más poderosa de televisión
instalada entre la información y el entretenimiento.
En los
últimos diez años la televisión norteamericana ha experimentado más cambios
que en el resto de su historia. Aunque probablemente menos de los que la aparición
de nuevas técnicas de comunicación con las que establece una sintonía creciente
hacen prever en un futuro inmediato. El caso es que, por esta progresión
exponencial de los cambios y porque son numerosos los factores que entran en
juego, no es fácil encontrarle un sentido unívoco a fenómenos que han marcado
la última década. Uno de ellos es la notoriedad, que no la invención, de lo
que ha dado en llamarse reality
programming, o televisión de la
realidad.
La historia
reciente del reality show en Estados
Unidos, y lo que tal vez sea más significativo, su protagonismo en el prime time de las grandes cadenas es
inseparable, como veremos, de una corriente más poderosa y de alcance más
vasto en la que participan distintas formas televisivas que tienen en común su
instalación en un territorio intermedio entre información y entretenimiento.
Nos referimos al reality show como
una manifestación de un fenómeno en el que también participan formatos y
géneros de gran popularidad como el talk
show o debate televisivo, la nueva hornada de los magazines informativos, en su versión convencional o tabloide, y
las dramatizaciones y recreaciones que aparecen bien como programas aislados
(el docudrama) o incluidas en los anteriores formatos.
Más que
analizar los programas como especies aisladas ‑si es que tal operación
es verdaderamente posible‑, nos interesa saber qué nos dicen de la
televisión que hoy se hace en Estados Unidos, observada desde el lado de la
industria, como productora y difusora de estos programas, y desde el de la recepción
y consumo por parte de los telespectadores. Desde esta perspectiva, el auge
del reality programming, en un país
que parece haber cambiado el culebrón de J.R, por el de O.J. Simpson (1),
sería el resultado de un proceso al que contribuyen, por un lado, las
necesidades de una industria televisiva redefinida por cambios estructurales,
tecnológicos y económicos que la colocan en un medio ferozmente competitivo; y
por otro, la nueva demanda de una audiencia (o audiencias) para la que ha
cambiado tanto aquello que le pide a la televisión como su posicionamiento
frente a ella.
¿Por qué, si
este tipo de programa ya existía en la televisión norteamericana desde sus comienzos,
es en los últimos diez años cuando alcanza un protagonismo inédito en épocas precedentes?
¿Cuáles son las condiciones de su redescubrimiento? ¿Qué prepara su llegada?
El trasfondo de este fenómeno es importante. El protagonismo de los programas
de realidad, que por su comercio con la información se hacen acreedores de la
credibilidad de ésta, mientras recurre a la ficción para recrear esa
información, ha corrido paralelo en Estados Unidos al de un debate que, si bien
pertenece a la historia entera de la televisión, y antes aun al de la radio y
la prensa escrita, toma en los últimos tiempos una importancia y un sentido
específicos del contexto actual. Nos referimos a la distinción, artificial
pero no por eso menos asumida, de dos territorios tradicional y netamente
acotados: la información, como real news, y la información como
entretenimiento, como show biz.
LA INFORMACIÓN BAJO LAS
LEYES DEL ESPECTÁCULO
El término, de tono
peyorativo, se populariza en la segunda mitad de los años 80. Infotainment describe, y juzga, el
acoplamiento "antinatural" entre información y entretenimiento,
entre real news y espectáculo. La
noticia de que un noticiario ha incluido una recreación, o de que un
reportaje incluye dramatizaciones suscita una respuesta inmediata. Se critica
a la información televisiva por ponerse "bajo las leyes del espectáculo"
y, en su búsqueda del impacto, por no distinguir lo importante de lo marginal.
Durante la primera historia de la televisión, la información ha sido un coto
cerrado, la reserva aristocrática de las grandes cadenas. Los periodistas de
CBS News, ABC News y NBC News se sienten más próximos de sus colegas de The New York Temes, y de su lenguaje ‑objetividad,
rigor, neutralidad‑ que de Hollywood. Un periodismo que habla de los
hechos y de las fuentes, pero no de la puesta en escena de sus noticias, de su
manufactura y de su lenguaje. Mientras que el entretenimiento se bate por el
mercado, las news viven de su
prestigio. Se le atribuye al fundador de la CBS, el mítico William S. Paley,
una‑ sentencia como la que sigue: "Los informativos tendrán problemas
el día que queramos sacar dinero de ellos".
Por eso el
asalto a esta ciudadela elitista de money
losers cuando la televisión norteamericana entra en una etapa de
competencia feroz es algo más que pura anécdota en su historia, y con toda
seguridad es uno de los cambios que marca la entrada en escena de esta nueva
televisión del show de la realidad. El cambio, que recogen películas como Al filo de la noticia (Broadcast News, James L. Brooks, 1987) y series televisivas como Murphy Brown (1988), se viene cociendo desde la década de los 70,
pero es en la segunda mitad de los 80, en el momento en que la televisión por
cable ya es algo que toman en consideración los anunciantes, cuando se
comienzan a recibir señales imperiosas de que los programas de noticias han
de entrar en la lógica inflexible del mercado. La CNN (Cable News Network no se ha convertido aún en
protagonista de la guerra del Golfo, pero con su pantalla abierta las 24 horas
y su oferta de ubicuidad e inmediatez pone en cuestión el ritual de las citas
fijas de los informativos tradicionales. El mismo concepto de network, o de, distribución simultánea
de los programas, sufre un cambio radical con la aparición del cable y del
vídeo.
Los
directivos de las cadenas comienzan a temer no sólo al cable, sino a las
cadenas locales, afiliadas o independientes, que gracias a la moderna
tecnología ‑el satélite y el vídeo‑ han ganado en autonomía y en
número. En 1984, un informe de Radio‑Television News Directors prevé un
declive en los informativos de las grandes cadenas y un incremento en el de
las emisoras locales. Más importante aún: estas pequeñas emisoras inician una
política más agresiva de captación del espectador, dedicándole más tiempo a lo
que se llama las noticias de "interés humano" y el suceso.
Es sintomático que en
1986 la cadena CBS financie una película para televisión que es toda una
proclama del estado de la cuestión. Noticias
a las once (News at eleven)
plantea la historia de un periodista al frente de un noticiario de una cadena
local que se enfrenta al dilema moral de elegir entre ética periodística y
popularidad a costa de la explotación de un desgraciado suceso local. En un
momento del telefilme, el protagonista (Martín Sheen) recuerda los "viejos
tiempos" del periodismo, cuando Walter Cronkite "era el personaje con
más credibilidad del país". Es lógico el nerviosismo. El hogar medio
norteamericano, que contaba con siete cadenas entre las que elegir en 1976,
diez años después tiene acceso a cincuenta, sin contar la alternativa del
vídeo. Los beneficios acumulados por las tres grandes emisoras hercianas se
han reducido a la mitad. Y los recortes de presupuesto para las noticias, el
cierre de corresponsalías y los despidos comienzan a ser la noticia del día en
las "increíbles cadenas menguantes" (2).
EL NUEVO
PERIODISMO TELEVISIVO
Un hecho
incontestable es que a mediados de los 80, las tres grandes cadenas ya no son
los primeros proveedores de información. La televisión vive una explosión de la
información y una explosión del apetito por el news product, algo que tiene que ver con la información pero no
con los informativos. Por otro lado, para los nuevos propietarios de estos
gigantes, que ya no pertenecen a la raza de los primeros broadcasters, las noticias son un producto más, y como tal,
sometido a la única ley del mercado que marca el éxito o el fracaso: la
audiencia. Y la audiencia responde magníficamente ante un reportaje que se
emite ese mismo año, 48 Horas en Crack
Street (lo emitió TVE en 1987), una incursión en el mundo de la droga que
incluye situaciones "imprevistas" como la que sorprende a uno de los
reporteros, testigo del fallecimiento de un consumidor de crack, una droga dura y barata que acaba de hacerse popular en
Estados Unidos. El programa, que dará más tarde lugar a una serie estrenada en
1988, y extraordinariamente popular, lo presenta Dan Rather, el sucesor desde
1981 del legendario Walter Cronkite al frente del prestigioso informativo Eveníng‑News (CBS). Rather ha
trabajo antes para el programa de reportajes 60 Minutes, que compite holgadamente con los programas de ficción
más populares desde su nacimiento en 1968.
La fórmula de 60 Minutes (3) cambia el rostro de la
televisión, y es en este programa donde hay que buscar al mentor de esa corriente
que lleva al realjty programming. El
periodismo que hace 60 Minutes es
ruptura edípica y desclasamiento, un intento de desmarcarse definitivamente
del estilo preconizado por la prensa (seria)
y del complejo de inseguridad de no ser tan sustantivos. También se
distancia del convencional programa de reportajes de investigación que hacen entonces
las grandes cadenas. Por primera vez es la información que no desdeña la seducción.
Su objetivo de salida es provocador entonces; empaquetar la realidad como hace
Hollywood con la ficción. Se inspira en el tipo de reportajes de revistas como Time, que entre los años 20 y 30
preconiza, con la radio, un tipo de periodismo más interpretativo y más
personal (4). En lugar de tratar temas, Don Hewitt, el creador de 60Minutes, propone contar historias.
Historias contadas por reporteros que en lugar de quedar reducidos a voz en
offpara mantener la ficción de neutralidad y objetividad, se convierten en
personajes centrales del programa. Don Hewitt es el primero que pide para la
televisión popular y los índices de audiencia el mismo reconocimiento que
disfrutan los datos de tirada de un diario. ¿Por qué ratings tiene que ser una palabra sucia, y tirada, una palabra
limpia? Un star system de la
información, basado en contratos millonarios, comienza a hacerse visible. En
1976, Barbara Walters, una de las figuras más representativas del nuevo
periodismo televisivo, firma un contrato de 1 millón de dólares al año con la
cadena ABC. La respuesta de la prensa es airada: esto es periodismo, no show bussiness. Lo que sea marcará el
futuro de la televisión.. Una nueva generación de magazines, con los rostros más populares de las noticias, hará su
aparición y se adueñará de la escena disputándole el prime time a las series de ficción.
LA PLAZA PúBLICA Y EL
PERIODISTA DEL PUEBLO
El
espectador de los años 80 ya no es el pasivo consumidor de intrigas fascinado
por la pantalla. El couch potatoe de
los tebeos, que vegeta ante el televisor, quiere participar en la intriga,
aunque sea por procuración. El vídeo y el telecomando lo convierten en su
propio programador. Es desde hace años consumidor de un tipo de programas, los
talk shows, que desde su modesta
plataforma de las cadenas locales y la programación de mañana o tarde, están
abriendo el camino a un tipo de televisión que sustituye la emoción de la
ficción por la de la implicación de su público, y la tribuna televisiva,
paternal y profesoral, por un foro de discusión, caótico y superficial, si se
quiere, en el que toman prioridad esos temas que suelen quedar marginados a
ciertas páginas vergonzantes de los diarios. El periodismo oficial critica y
desprecia esta televisión popular, y amarilla muchas veces, que por otro lado
exhibe sin pudor su objetivo de ganar la audiencia a toda costa.
Desde 1967, Phil Donahue,
el padre de la fórmula (The Phil Donahue
Show, Donahue), experimenta con un nuevo concepto: en lugar del debate de
especialistas, la audiencia en el plató toma la palabra y entrevista y polemiza
con políticos y personajes célebres. El concepto es democrático además por la
mezcla de tópicos, desde la proliferación nuclear al aborto, la retransmisión
en directo de una operación de cirugía estética o un acto de striptease; y por la categoría de los
invitados, donde un Nelson Mandela puede preceder a un especialista en lucha
libre. A comienzos de los 80, Donahue, titulado en alguna ocasión el periodista
del pueblo, es un fenómeno nacional ampliamente imitado, y superado en su
faceta más sensacionalista por talk shows
que llevan los nombres de algunos de los personajes más representativos de la
televisión de la última década, desde Oprah Winfrey y Geraldo Rivera, a Sally
Jessy Raphael, Jerry Springer, Montel Williams, Ricki Lake, Jenny Jonnes o
Richard Bey. La competencia es feroz. Geraldo Rivera, uno de los más controvertidos
personajes de la charla televisiva, acaba en la portada de Newsweek con la nariz rota: en su plató se han enfrentado a
tortazos un grupo de neo‑nazis y de activistas negros. Por los talk shows desfilan ahora brujas,
violadores, ninfómanas, polígamos y cualquiera que tenga algo con que chocar a
una audiencia que puede encontrar a esas alturas en la televisión lo que
encontraba en la prensa de supermercado.
MURDOCHY LA
PRENSA SENSACIONALISTA
La incorporación
a la televisión del periodismo de las publicaciones tabloides comienza a
notarse de forma contundente a partir de mediados de los años 80. Su entrada en
escena introduce nuevos términos en el debate sobre las fronteras entre
información y entretenimiento. Porque si la prensa será es el punto de
referencia con el que rompen programas como 60Minutes y sus imitadores,
los nuevos programas de la televisión tabloide, incluido el reality show, van a
ser los que impondrán su ley al entero territorio de la información televisiva,
desde la CNN a los magazines de las grandes cadenas.
Cuando
Rupert Murdoch desembarca en Estados Unidos, ya ha pasado el tiempo en el que
los gigantes de la prensa deciden lo que tiene que salir o no a la luz. Nadie
publica en su momento la vida privada de John F. Kennedy, pero la de Bill
Clinton es voceada por todos los medios (5). Con Murdoch, un hombre cuyo
imperio se extiende en la actualidad a cuatro continentes, entra en escena un
nuevo tipo de empresario, sin contradicciones para llegar a su mercado. Su
nombre aparece vinculado al de la prensa sensacionalista. Cuando en 1969 se
hace cargo del diario británico The Sun
y lo convierte en el tabloide que alcanzará una tirada de 4 millones de
ejemplares, a partir de cotilleos sobre las vidas privadas de los políticos,
las estrellas de las soaps operas y
la familia real, sus detractores son calificados por él de "snobs que
creen que tienen el derecho de imponerle su gusto a todo el mundo". En
1986 entra en el negocio de la televisión y lanza la cuarta cadena, la Fox.
Antes había comprado los estudios de la 20Th Century Fox. Para entonces
Murdoch ya conoce bien el sistema en el que se mueve y en el que indudablemente
va a influir. Los datos sobre el uso del telecomando son alarmantes a partir de
la mitad de los 80 (6). Las grandes cadenas se enfrentan a las cifras de la
compañía Nielsen, que notifican un continuo goteo de audiencia. El espectador
es a esas alturas un ente diferente, más competente como espectador‑decodificador
de los mensajes televisivos. La fascinación ante el televisor ha dado paso a
cierta inquietud que se refleja dramáticamente en una política de estrenos y
cancelaciones cada vez más rápida. Canción triste de Hill Street, una de las
series más populares de todas las épocas (1981), no hubiera sobrevivido hoy
teniendo en cuenta que la primera fue una mala temporada. Por otro lado, la
ficción se ha ido encareciendo. El riesgo de equivocarse es mayor. Los
contratos con productores‑creadores se disparan. Una televisión de bajos
costes y garantía de inmediato impacto parece la alternativa.
En este contexto, la Fox
de Murdoch lanza en 1986 A Current Affair,
uno de los programas que tendrá mayor influencia en el desarrollo y evolución
del realíty programming. Con él
entran en la televisión las tabloid news,
por la puerta trasera de las cadenas locales. Y un nuevo tipo de periodista que
llega directamente del otro lado del Atlántico. Los grandes tiradores son
todos importados: británicos o australianos. Ellos se han traído el oficio desde
Fleet Street. Y América los ha metido en la televisión. La televisión
sensacionalista y sus excesos irá, si no marcando la pauta, sí debilitando las
resistencias frente al sensacionalismo más audaz no sólo de las bajas camas de
los talk shows, sino de las altas
cunas de la información de las cadenas. Hard
Copy(1989) e Inside Edition
(1989) copian e incluso superan la fórmula. Pero también tontean con ella los
magazines de las grandes cadenas que hacen periodismo de talonario y se
disputan las exclusivas con los espacios sensacionalistas. No hay escándalo,
crimen o catástrofe que en la primera mitad no sea aprovechado simultáneamente
por magazines informativos, espacios tabloides, talk shows y productores de
docudramas.
En 1984 sólo
había en el prime time dos newsmagazines y un precursor de reality show. Diez años después, los especiales informativos
han desplazado a las series, entre ellos 60
Minutes, 48Hours, 20/20, Prime Time Live, Day One y Dateline; y varias
horas de reality show.America's Most
Wanted, Cops, Unsolved Mysteries, Rescue 911, America's Funniest Home Videos..
HORA PUNTA
PARA EL REALITY SHOW
America's
Most Wanted es estrenada en la franja de más audiencia por la Fox
en 1988. La fórmula se mostrará extraordinariamente adictiva: los espectadores
participan con el FBI en la búsqueda de delincuentes desaparecidos. La serie de
Murdoch no sólo recupera el reality show para la hora punta de una gran cadena
(aunque sea la cuarta entonces), sino que gracias a este programa la
televisión de Murdoch consigue su espacio en un mercado ya bastante saturado y
en el que nadie le daba la bienvenida. La NBC, que en 1979 había conocido la
popularidad de Real People, un programa
que después imitó That's Increíble,
en 1980, emite desde finales de 1987 una serie de especiales titulados Unsolved Mysteríes, que presentan
antiguos héroes de la serie policiaca como Raymon Burr, Karl Malden y Robert
Stack. Un año después, en 1988, se produce una huelga de guionistas que dura 22
semanas y que paraliza la producción de ficción. La huelga, que termina en
agosto, obliga a retrasar el comienzo de la nueva temporada. Es el momento en
el que aparece un título emblemático del género, internacionalmente conocido,
Cops. Será otro de los prototipos de la nueva carrera video voyeurista del realíty show el drama de la delincuencia en las calles llega a los hogares de
los norteamericanos sin más intermediario que las cámaras que graban las
operaciones policiales. Las series de ficción policiaca ya no serán nunca como antes. Un año después, en
1989, se convierte en el gran éxito de la temporada Ameríca's Funniest Home Video(1990), un programa que explota el
lado divertido del nuevo fenómeno de escopofilia que se apodera de un país con millones
de propietarios de camcorder(7).
EL
DESVERGONZADO OJO DE DIOS
Ameríca's Funniest Home Videos recobra
para la hora punta la tradición del objetivo indiscreto, candid camera, un invento que salta a la televisión (desde la
radio, Candi Microphone) en 1948, y
que perdurará en ella. La aparición en 1991 de la cadena por cable Courtroom
Television Network (Court TV) y su oferta de procesos e información sobre el
mundo de la ley y la justicia ‑el espíritu de la CNN al servicio del
realityshow‑tiene lógica en este proceso evolutivo. "El verdadero poder
de Court Tv es algo más que buen periodismo, más que la pura interpretación o
el análisis. A uno le atrapa por la pureza del medio. La mala iluminación, el
defectuoso sonido, el enfoque de una sola cámara. Tienes que concentrarte,
mirar. Y cuanto más cerca está tu mirada, más matices se revelan. En la sala
del juicio, la cámara se convierte en el desvergonzado ojo de Dios" (8).
Desde 1982,
cuando la Corte Suprema declara que la prohibición de las cámaras en los
juzgados es indefendible, la televisión está en condiciones de descubrir el
espectáculo más fascinante de su historia. Las lágrimas de Marlon Brando en el
proceso por asesinato de su hijo; la sórdida historia en torno a la separación
de Woody Allen y Mia Farrow; el relato escalofriante del caníbal Jeffrey
Dahmer; el careo entre el juez Clarence Thomas, acusado de acoso sexual, y
Anita Hill; el proceso por violación de William Kennedy Smith; el juicio a
Lorena Bobbitt, son hitos sólo superados por el último gran telefilme de la
televisión norteamericana, el caso O.J. Simpson. La información, las hard news,
retrocede ante el gran espectáculo de la realidad. La cadena de información
CNN consigue la mayor audiencia de su historia desde la guerra del Golfo. Es La ley de Los Ángeles con
celebridades en el banquillo y sin las negociaciones con la censura por temor a
la retirada de anunciantes. Y las tramas más escabrosas de la ficción, los
seriales más rocambolescos palidecen ante la tragedia que se vive en directo en
un juzgado de Los Ángeles.
LOS HECHOS
DE LA FICCIÓN
Great drama. No scripts. El eslogan
de la Court TV. La realidad vista por televisión se consume como un telefilme
cuyo imprevisible final nos permite jugar con un cierto sentimiento de
participación. Y el genuino telefilme, el de ficción, lleva años queriendo
parecerse a la realidad. ¿No están todas las historias basadas en hechos
reales? Mucho antes de que las recreaciones ficcionales se conviertan en el
ingrediente imprescindible del reality show y sus correlatos, la película para
televisión que aparece a finales de los años 60 ‑porque la película
cinematográfica se ha hecho cara de pagar‑ toma sus credenciales de
"lo sucedido", en un movimiento que busca sin duda una mayor implicación
del espectador. Se ofrece a la discusión al plantear problemas que están en
las primeras páginas de los diarios: los abusos sexuales, la marginación de la
gente mayor, los malos tratos, el aborto, los conflictos raciales, la droga...
Es lo que se conoce en la profesión como un issued
oriented show Y no es raro que como ficción beligerante ‑el caso de Más allá de la justicia (Roe versus Wade,
TVE lo estrenó el 22 de mayo de 1992), que recreó el debate que hizo ley sobre
el aborto‑ se convierta ella misma en motivo de discusión. La televisión
comienza a ser consciente de su poder y del papel que puede jugar como mediador
entre la realidad y un ciudadano cada vez más distanciado de las grandes
instituciones. Y la ficción se hace noticiario de la realidad. Géneros ligeros
como la telecomedia descubren en los 70 un nuevo compromiso con lo social. Se
habla de la comedia adulta cuando en 1971 se estrena All in the Family. Es la primera serie que comparte popularidad y
controversia. Su protagonista, un maleducado, racista e intolerante, es un
personaje que permite tanto la identificación como el rechazo. La comedia
permite varias lecturas y la confrontación de opiniones se produce tanto en el
interior de la sitcom (el intolerante
y ultraconservador protagonista enfrentado a su vecina, una liberal radical) como en el exterior, donde la serie es
aplaudida o contestada visceralmente.
Perry Mason no plantea problemas. Canción triste de Hill Street, sí. La
resolución de la intriga ha pasado a un último plano. La verdadera intriga
está en los personajes, su ambigüedad moral, sus vidas personales, tan
idénticas a la de cualquier mortal. Su carácter semi‑serial, y la mezcla
de drama y comedia contribuye a erosionar los géneros establecidos. Estéticamente,
la serie de Steven Bochco es deudora del documental‑verité en el que
directamente se inspira Police Tapes,
de Susan y Allan Raymond. El gran presupuesto de la producción es utilizado
para remedar aquí los movimientos torpes de una cámara de vídeo en manos de un
aficionado, el montaje picado, la textura rugosa. El efecto resulta tan logrado
que los primeros reality shows imitan
a estas series en sus recreaciones. Y en una vuelta de tuerca, las series
policiacas post‑ Cops ‑Homicidio,
de Barry Levinson (1993)‑ ponen en escena un realismo autoconsciente que
habla del medio y de su artificio para parecer realista.
Ésta es tal vez la última
vuelta de tuerca en el camino de la ficción a la realidad: la televisión que
habla de la televisión. De Mary Tyler
Moore (La chica de la tele, 1970) se dijo que era realista porque abordaba
conflictos humanos reconocibles, y sólo secundariamente importaba que el
escenario fuera una emisora local de noticias. Murphy Brown (1988), ambientada en otra cadena de noticias, no habla de
otra cosa que de la propia televisión ‑el impacto sensacionalista en la
información, la popularidad, la manipulación de la información, los nuevos
controladores de las cadenas‑ y del papel de los medios en la sociedad.
Como ocurre con un número creciente de series de los últimos diez años. La
contienda entre Murphy Brown y Dan Quayle, a propósito de la decisión de la
protagonista de tener un hijo fuera del matrimonio, se produjo dentro y fuera
de la telecomedia. Comentado el asunto en las primeras páginas, durante varias
semanas la serie mantuvo un pulso con Quayle a través de su heroína, dando
cumplida respuesta a todas y cada una de las diatribas del entonces
vicepresidente. "Mientras que unos argumentarán que el hecho de atacar mi
condición de madre soltera es pura estrategia electoral, yo prefiero concederle
al vicepresidente el beneficio de la duda. Pero dudo que mi condición de madre
soltera haya contribuido tanto a la decadencia de la civilización
occidental". Lo dice Murphy hablando ante las cámaras del informativo para
el que trabaja en la ficción, que realmente se han convertido en las cámaras de
un informativo que nos está dando las últimas noticias. Alguien recordó a
Quayle que Murphy Brown era un personaje de ficción. ¿Lo era?
En un lugar
intermedio entre la información y el entretenimiento, la nueva televisión
"de realidad" no sólo ha pasado a ser un ingrediente consistente de
la programación, sino que ha tenido mayor poder de contaminación sobre el resto
de los géneros y los formatos que ningún otro fenómeno anterior. Esta es la
parte más significativa de su historia. Podrán desaparecer los reality shows
que hoy conocemos. Puede producirse el retorno con fuerza de la ficción y
algún indicio ha habido de ello. Las grandes cadenas podrían querer recuperar
su imagen diferenciadora como reserva de la producción de alto estándar y en
todo caso hoy continúan siendo la oferta más tentadora en un mercado en el que
sólo ellas llegan a todo el país. La información dura puede volver a ganar
adeptos, como lo prueba la existencia de la cadena por cable C‑SPAN
(Cable‑Satellite Public Affairs Network) y sus 60 millones de
suscriptores, movilizados por la información directamente servida desde la
Cámara de Representantes y las discusiones en profundidad de los grandes
problemas políticos del día. Hay quizás indicios de saturación frente a la
monocobertura de determinadas historias. Un diario de Oregon decide no
publicar ninguna noticia sobre el caso Simpson. La cadena por cable Central
Television pone en marcha la campaña "Digamos NO" por la misma razón.
En las cadenas locales se ponen de moda las nice
news, como reacción a la televisión
del crimen y de las tragedias. Comienza a preocupar que en los talk shows
con mentalidad de Coliseo haya más lucha libre que conversación en honor del
espectáculo. Puede ser en definitiva que el fenómeno tenga fecha de caducidad.
Que "la realidad" deje de cebar la maquinaria del prime time. Pero no
así aquello que lo convirtió en protagonista y materia de controversia en un
momento en el que la televisión ha dejado de ser la sala de cine más grande
del mundo para convertirse en un medio en transición que espera la llegada en
tromba de la generación del videojuego.
Notas
(1) En junio de 1994, el que fuera ídolo del
fútbol americano, O J, Simpson fue detenido y acusado del asesinato de su exmujer
Nicole Brown y del de un amigo de ésta. Su proceso, que se inició en enero del
presente año, se ha convertido en el acontecimiento más mediatizado del siglo.
La detención de O J.Simpson, tras una espectacular huida y persecución por las
autopistas de Los Ángeles el 17 de junio, fue transmitido en directo por la
televisión y seguido por noventa y cinco millones de norteamericanos. La
cobertura del caso por la CNN ha conseguido la mayor audiencia de la cadena
después de la guerra del Golfo.
(2) Ken Auletta, Three
blind nices. How Me TV Networks Lost Their Way Edit. Randon House, Nueva York,
1991.
(3)
60Minutes llegó a tener audiencias semanales de 30 a 50 millones de
espectadores y unos beneficios de entre 60 y 70 millones de dólares al año. El
programa ha mantenido prácticamente sin alterar el formato durante todos estos
años: tres historias seguidas de un comentario. Don Hewitt se formó en la
escuela de Edward R. Murrow, una de las grandes y míticas figuras del
periodismo. Hasta 1990, el programa había proporcionado a la cadena 1.000
millones de dólares de beneficio.
(4) En 1931,
la revista Time patrocinó un programa de radio difícilmente catalogable, March
of Time. Era un informativo dramatizado en el que un grupo de actores
representaban a los protagonistas de las noticias más relevantes del día. El
auge de las dramatizaciones en la radio atraería al medio a un joven Orson
Welles y a su Mercury Theater on the Air. Una de esas dramatizaciones, La
guerra de los mundos, sembraría el terror en todo el país.
(5) En un
debate 'Are the Media Out of Control?"‑ sobre los nuevos rumbos de
la información que publicó Me New York Times Magazine el 26 de junio de 1994,
el asesor del entonces candidato presidencial Bill Clinton, George
Stephanopoulos, relata cómo saltó a la palestra nacional el aire de Jennifer
Flowers, que se declaró amante durante 12 años de Clinton. "Muy al comienzo
de la campaña, antes de que la historia de Jennifer Flowers saliera a la luz,
se había publicado un artículo en Me Star [un tabloide de supermercado] la
semana anterior. Volábamos a Boston cuando llegó por fax el artículo de Me
Star. La mayoría de los grandes medios se estaban portando; conocían la historia,
pero esperaban a tener más información. Entonces aterrizamos en Boston y
fuimos al hotel, y allí estaban las cámaras de la Fox News esperando en la
recepción. Fox, Rupert Murdoch ‑que está relacionado con todos los
tabloides‑ y The London Sunday Times estaban allí. Fox preguntó y el
Presidente [entonces Gobernador] se vio forzado a contestar, y de repente todo
empezó'.
(6) James R.
Walker y Robert V. Belamy (edits.), Me remote control an the new age of
televisión, Praeger, 1993.
(7) La
cadena MTV (Music Television) recibió en marzo pasado más de 12.000 llamadas
de espectadores en respuesta a la convocatoria de la cadena musical para
colaborar en el espacio Unfiltered, un programa informativo de media hora que
incluiría el material grabado por los espectadores.
(8) Jeff Goodell, "The
Supreme Court", en Wired, marzo de 1995