La ideología tecnológica
La
tecnología se está convirtiendo en nuestros días en una ilusión, y esta transformación se está produciendo en
dos diferentes niveles: por un lado, por su capacidad creadora de conceptos,
imágenes y representaciones sugeridas por la imaginación o por el engaño de
los sentidos, sin apoyatura en una auténtica realidad. En este sentido, la
virtualidad crea nuevos espacios conceptuales para los sentidos en los que
realidad e ilusión adquieren nuevos significados.
Pero la
tecnología es también generadora de otras ilusiones de carácter socioeconómico
o político, que desbordan las meras aplicaciones técnicas. Se trata en este
caso de ilusiones en su acepción de esperanzas o anhelos que, incluso aunque
carezcan de fundamento racional, son capaces de movilizar voluntades y de
desencadenar determinadas actuaciones para su consecución.
En este
segundo plano deberíamos situar la acción de los poderes públicos ‑desde
el Plan Gore, en Estados Unidos, hasta el Plan Delors o las recomendaciones
del Grupo Bangemann, en la Unión Europea, pasando por las políticas de
diversos gobiernos nacional es para desarrollar las llamadas autopistas de la
información, o infopistas, con la esperanza de que las nuevas tecnologías
actúen como estimuladoras de la actividad económica y de la creación de empleo.
Si echamos
un vistazo a la historia veremos cuánto han cambiado las cosas. Aunque la
tecnología es siempre deudora de los conocimientos acumulados por los hombres
y es producto social y cultural de una época, entendiendo cultura en un sentido
amplio como conjunto de conocimientos, artes, técnicas, valores y normas
vigentes en una sociedad, la aceptación de las sucesivas innovaciones nunca
ha sido pacífica y desde la más remota antigüedad se tienen noticias de grupos
que por razones religiosas, ideológicas o de intereses materiales las
consideraban como males que había que rechazar.
Hoy los
furibundos discursos antitecnológicos, frecuentes no hace muchos años, suenan
a terriblemente antiguos. La tecnología es plenamente aceptada y lo es por
sintonizar con las ideas y valores dominantes en la sociedad actual, que ha
cambiado su forma de percepción a medida que las aplicaciones de esas
tecnologías se hacían presentes en su vida laboral, familiar y social. La tecnología
es un importante elemento de cambio social que influye en los hábitos de
comportamiento y en la forma de pensar de los hombres, en un proceso
ininterrumpido de realimentación mutua.
Sin embargo,
la tecnología va perdiendo su carácter instrumental y empieza a configurarse
como un valor en sí misma; adquiere independencia y cobra un poder autónomo de
desarrollo. La tecnología empieza a transformarse en una ideología, en una
representación colectiva que se acepta sin reflexionar y que todo el mundo
admite como algo bueno, al tiempo que se convierte en un atributo valorizante.
En unos
momentos en los que son constantes las referencias a la crisis de las
ideologías; cuando las utopías han sido barridas y el pragmatismo se consolida
‑valga la redundancia‑ como práctica generalizada, el discurso tecnológico
emerge con extraordinario vigor y se expande para cubrir el vacío dejado por
otras ideas y doctrinas, erigiéndose en cierta forma como la ideología de
nuestro tiempo.
Y así sus
efectos sobre la realidad se multiplican. Las aplicaciones de la tecnología
repercuten sobre los comportamientos humanos y sobre la organización social y
contribuyen a la transformación de la propia realidad, pero, además como
ideología, condiciona la percepción y valoración de esa misma realidad.
Y esta
actitud entraña numerosos riesgos. Por un lado, no todo lo tecnológicamente
posible es necesariamente bueno y deseable socialmente ni la tecnología es un
valor absoluto en sí mismo. Por otro, para quienes estamos convencidos de las
bondades del desarrollo tecnológico, resulta inquietante convertir la
tecnología en la panacea de todos los males, generando unas esperanzas
excesivas y unas expectativas que pueden verse defraudadas.
Las modernas
redes de comunicaciones pueden hacer posible la corrección de desequilibrios y
facilitar el acceso de los ciudadanos a la información con independencia de
cuál sea su lugar de residencia; pueden favorecer la aparición de una sociedad
más descentralizada; pueden multiplicar los centros de difusión de
información, haciendo posible que personas y grupos alejados de los
tradicionales centros de poder se conviertan en emisores de sus propios
mensajes, etc.
Pero también pueden dar
lugar a una sociedad dual, donde las diferencias entre quienes tienen o no
acceso a los nuevos servicios se vean aumentadas. Y muchos ciudadanos pueden
quedar excluidos del disfrute de sus ventajas, por ejemplo, telemedicina,
teleasistencia, teleeducación, etc., y ser relegados en la adquisición de los
niveles de bienestar que se ofrecen a otros.
El que la
evolución y el resultado sea de una u otra forma no depende de la tecnología,
sino de las ideas que inspiren las políticas de desarrollo económico y social
de los Gobiernos, respecto de las cuales la tecnología tiene carácter meramente
instrumental, aunque se trate de un instrumento importante y decisivo.
Roberto Velázquez