El periodismo hispano en los Estados Unidos Apuntes para la historia

 

Nicolás Kanellos

 

La historia del periodismo hispano en los EE.UU. muestra la lucha por la defensa de la lengua, la cultura y la identidad, pero también la pugna contra la discriminación racial.

 

En 1808 comienza a editarse en Nueva Orleans El Misisipi, el primer diario en los Estados Unidos que se redacta en español. Desde esa fecha hasta el presente el periodismo hispano en los Estados Unidos ha asumido funciones y responsabilidades jamás ejercidas por los periódicos y revistas en España e Iberoamérica. Las publicaciones periodísticas hispanas de los Estados Unidos han tenido desde su primera historia hasta nuestros días que ofrecer informes alternativos, y muchas veces contrarios a los informes brindados por la prensa angloparlante. Además, han tenido que proveer material cultural para nutrir los esfuerzos de resistencia a la amenaza cultural anglosajona. Las publicaciones periodísticas en los países de habla hispana jamás han tenido que batallar de tal grado la influencia anglosajona ni proteger los intereses políticos y económicos de su comunidad como minoría étnico‑racial o como colonia política en el interior de otra nación consistentemente antagonista a la hispanidad.

No hay duda de que las principales responsabilidades de la prensa hispana de los Estados Unidos siempre han sido divulgar noticias locales y mundiales, sobre todo las del mundo de habla hispana, y anunciar productos y servicios comerciales. No obstante, los periódicos hispanos también han llevado a cabo otras funciones, como las siguientes: activismo social y político, promoción del civismo, defensa de la comunidad hispana contra los abusos de las autoridades, patrocinio de celebraciones patrióticas y culturales, provisión de un foro para la expresión de ideas del público por medio de cartas, la publicación de poesías, cuentos, ensayos, novelas y hasta obras teatrales para el entretenimiento y la elevación cultural del público (1). Como extensión de la última función, algunos periódicos fundaron casas editoriales para distribuir en mayor escala el producto intelectual y artístico de los hispanos.

 

También sería interesante dejar constancia de que desde antes de 1848, cuando tuvo lugar la cesión mexicana de los actuales estados del suroeste, los periódicos hispanos habían ejercido funciones políticas, como en los casos enumerados por Luis Leal (2). Cita Leal a El Crepús­culo de la Libertad de Santa Fe, Nuevo México, que en 1834 emprendió una campaña para la elección de diputados al Congreso Mexicano y que sirvió de foro para Antonio Martínez en su defensa de los derechos civiles y las tierras de los indios de Taos. Como señala Leal, después de la Guerra México‑Americana, los periódicos del Sudoeste defendieron los derechos de los habitantes mexicanos del nuevo territorio esta­dounidense cuando éstos parecían estar amena­zados.

Sobre las bases establecidas por periódicos como El Crepúsculo, La Gaceta de Texas (1813) y El Mexicano (Texas 1813) durante el período mexicano, el Período de Transición (3) (1848­1910), en que el norte de México se convierte en el sudoeste de los Estados Unidos, ocasiona la fundación de muchos periódicos editados en español que sirven de alternativa al flujo infor­mativo y cultural angloamericano. Los importan­tes centros comerciales de Los Ángeles y San Francisco apoyan durante este período a mu­chos periódicos, entre ellos, La Estrella de Los Angeles (1851‑1855) (4), El Clamor Público (1855­-1857) y La Crónica (1872‑1892) de Los Ángeles; La Voz del Nuevo Mundo (1871‑1885), La Voz de México (1862‑1895), La Cronista (1884‑1885) y La República (1879‑1897), todos de San Francis­co. Pero es de notar que el periodismo hispano no se limitaba a los puertos comerciales, sino que también florecía en los pueblos y las villas de Nuevo México, como Bernalillo, Las Cruces, Mora, Santa Fe, Socorro y Las Vegas.

Una de las piezas literarias más interesantes que aparece en un periódico de la época es la narración ficticia y anónima acerca del legenda­rio bandido social, Joaquín Murieta, publicada en serie en La Gaceta de Santa Bárbara (del 4 de junio al 23 de julio de 1881) (5). Los motivos de venganza de Murieta por los abusos de los fo­rasteros angloamericanos que fueron a California en busca de oro seguramente coincidieron con los sentimientos de los californianos nativos que estaban en plena lucha tratando de evitar el des­tino arrollador de la dominación foránea y éste era el de perder sus tierras.

Durante estos dos períodos la comunidad his­pana de Nueva Cork ‑compuesta principalmen­te de españoles, cubanos y mexicanos‑también produjo varios periódicos, entre ellos El Mensa­jero Semanal (1828‑1831) (6) y El Mercurio de Nueva York (1828‑1833), La Crónica (1850) y La Voz de América durante los años 1860 (7). Igual que sus equivalentes en el sudoeste, estos pe­riódicos publicaron noticias de la patria, comen­tarios políticos, noticias sociales y obras litera­rias. No es, sin embargo, hasta finales del siglo XIX que la publicación periodística crece en Nueva York, indudablemente respondiendo a la creciente inmigración hispana y al fervor cultu­ral y político ocasionados por las guerras caribeñas de independencia y la Guerra Hispa­no‑Americana. Con respecto a ésta, el periódico más notable en cuanto a alentar la causa cubana fue La Patria, del que se han conservado ejem­plares de 1892‑ a 1898. También de gran im­portancia por su extensa circulación fue el sema­nario Las Novedades (1893‑1918), en que cola­boraba la famosa figura literaria dominicana Pe­dro Henríquez Ureña. Una temprana publicación puertorriqueña fue La Gaceta Ilustrada, editada en 1850 por Francisco Amy (8). Otras publica­ciones del momento fueron El Porvenir y Revista Popular (9).

 

EL MÉXICO DE AFUERA

 

El principio del siglo XX trae consigo una inmi­gración grandísima de México al sur y medio­oeste de los Estados Unidos debido a la Revolu­ción Mexicana de 1910. Luis Leal denomina este periodo, de 1910 a la Segunda Guerra Mundial, como Periodo de Interacción. Es durante esta época que los obreros inmigrantes y las elites refugiadas de la revolución se entremezclan con los residentes de ascendencia mexicana del su­doeste (10) . Es un período también durante el cual las elites de todo el mundo hispanohablante se entremezclan, particularmente en Los Ánge­les y Nueva York. Es el periodo de apogeo de la actividad periodística y publicitaria en el sudoes­te, Nueva York y Tampa. Nueva York, San Anto­nio y Los Ángeles respaldaron periódicos hispánicos competitivos que se dirigían a un público lector heterogéneo, compuesto de grupos re­gionales del sudoeste, obreros inmigrantes y refugiados políticos. Los refugiados de la Revo­lución Mexicana en el sudoeste desempeñaron un papel principalísimo en la promoción publici­taria y en otros negocios y, desde una perspecti­va de clase elite, fomentaron una ideología de la comunidad mexicana en el exilio conocida como el México de afuera.

En las oficinas de La Prensa de San Antonio, La Opinión y El Heraldo de México de Los Ángeles, algunos de los escritores de más talento de Méxi­co, España y Latinoamérica se ganaron la vida como reporteros, columnistas (11) y críticos. Desde los rangos de periodistas, además, se reclutaron los dramaturgos que suplieron los escenarios de Los Ángeles con el más grande y consistente número de obras de teatro y de vaudeville basados en la vida mexicana de am­bos lados de la frontera; jamás se había registra­do tanta producción artística hispana en la histo­ria de los Estados Unidos (12). Esos mismos periodistas también escribieron cientos de li­bros de poesía, ensayos y novelas, muchos de los cuales se publicaron en forma de libros y se difundieron por los mismos periódicos o por pequeñas compañías como Laredo Publishing House, Spanish American Printing de Los Ánge­les, Imprenta Bolaños Chaco Hmos. de San Diego, y muchas otras.

San Antonio vino a ser uno de los paraderos predilectos de los refugiados políticos y religio­sos, muchos de los cuales se involucraron en la vida cultural de la ciudad y promovieron la ideo­logía del México de afuera, o sea, la idea de colonia mexicana en el exilio (13). Desde el contexto de su visión conservadora del mundo, había que proteger el idioma español y la inte­gridad de la identidad mexicana en el medio ambiente amenazantemente anglosajón. Así lo explica directa y elocuentemente un editorial de N. Idar en La Crónica de Laredo, el 26 de no­viembre de 1910:

 

“Nosotros no predicamos el antagonismo de razas, sólo nos interesamos por la conserva­ción y la ilustración de la nuestra para que ésta deje de ser mal vista mientras no ensanche sus facultades físicas e intelectuales. En los Esta­dos Unidos de Norteamérica, el problema de razas es cuestión de color, y nosotros que pertenecemos a una raza latinizada multicolor, al inmigrar a este país con toda nuestra ignorancia, nos colocamos en una atmósfera decidida y tradicionalmente hostil”.

 

Una década más tarde todavía se elaboraba el mismo tema en un editorial publicado en El He­raldo de México de Los Ángeles, el 27 de febre­ro de 1921:

 

“¿Por qué? Porque en esta tierra, bien lo sabéis y algunos quizás lo resentís, por infunda­dos prejuicios de raza fue no es del caso comentar‑ no el público culto, que ése a todos hace justicia; pero sí el que sólo nos conoce por falsas informaciones periodísticas y a tra­vés de calumniosas y ofensivas cintas cinema­tográficas cree que todos los mexicanos so­mos de la hez que ha removido la funesta revolución”.

 

Entre todos los políticos, empresarios e inte­lectuales que se refugiaron en el sudoeste, Igna­cio E. Lozano llegó a ser probablemente el más poderoso en la expresión de la ideología de México de afuera, precisamente porque fundó y operó los dos diarios más importantes en la historia del periodismo hispano hasta aquel en­tonces: La Prensa de San Antonio y La Opinión de Los Ángeles.

El futuro magnate Lozano vino a San Antonio de Nuevo León en 1908 y fundó La Prensa en 1913 (14). Nada menos que Teodoro Torres, “el padre del periodismo mexicano” (15), le sirvió de director de La Prensa. En La Prensa se edita­ron ensayos políticos por figuras en el destierro como Nemesio García Naranjo, previamente Ministro de Educación bajo Victoriano Huerta.

Estos y otros intelectuales y empresarios se apo­deraron del liderazgo cultural de la comunidad, dominando tales medios de información como los periódicos, las revistas y las casas editoria­les; fundando sociedades mutualistas, hospita­les y escuelas y, en general, beneficiándose eco­nómicamente del creciente aislamiento cultural de la colonia mexicana. Por otra parte, propor­cionaban a la comunidad hispana información y servicios que se les negaban en la sociedad mayoritaria.

El papel del periodista como líder de la comu­nidad mexicana se destaca en un artículo edito­rial de Daniel Venegas en su semanario El Mal­criado, el 17 de abril de 1927:

 

“Los periodistas deben ponerse, con su agru­pación (la nueva Asociación Mexicana de Pren­sa), al frente de las demás sociedades mexicanas, como guiadores hacia un porvenir de afectiva solidaridad y verdadero patriotis­mo para todos los exiliados.

Es decir, para realizar la dignificación no sola­mente de los trabajadores mexicanos ‑tam­bién los periodistas son trabajadores‑ resi­dentes en una tierra extraña, sino de manera muy especial la de la Patria”.

 

Esta industria periodística mexicana en el su­doeste de los Estados Unidos fue interrumpida abruptamente por la Gran Depresión y la Re­patriación a México, forzada o voluntaria, de un extenso segmento de la población mexicana. No es hasta el período de posguerra y del movi­miento chicano que de nuevo proliferan los pe­riódicos.

 

EL PERIODISMO HISPANO EN NUEVA YORK

 

La historia del periodismo hispano en Nueva York y Tampa es algo distinto. A principios del siglo XX, las empresas periodísticas de origen español y cubano dominaban el ambiente cultu­ral. En Nueva York, la primera década del siglo evidenció la fundación de La Prensa, que ha continuado hasta hoy con el nombre de El Dia­rio‑La Prensa, nacido de la fusión en 1963 con El Diario de Nueva York. Durante la primera déca­da también se publicaban Sangre Latina, de la Universidad de Columbia, Revista Pan America­na y La Paz y el Trabajo‑Revista Mensual de Co­mercio, Literatura, Ciencias yArles (16). Inclusive, ciudades tan apartadas como Buffalo, empe­zaron a auspiciar sus propias publicaciones, como La Hacienda de 1906 (17).

Entre los varios rotativos especializados en la ciudad de Nueva York, inclusive durante la De­presión y la Segunda Guerra, uno de los más interesantes, el semanario Greco, fue dirigido por un grupo de escritores y artistas, algunos ligados al auge del teatro hispano en Manhattan y Broolklyn. Editado por Alberto O’Farrill, escri­tor e importante actor cómico del teatro bufo cubano, Gráfico empezó a publicarse en 1927 como un periódico teatral y de entretenimiento. Además de informar noticias generales y de la comunidad, Gráfico era en realidad una revista de variedades que anunciaba y comentaba la zarzuela española, el drama, el teatro frívolo cubano y también editaba cuentos, editoriales culturales y poesías. Entre las narraciones y los comentarios más impresionantes se encuentran las del mismo O’Farrill. Después de varios años, Gráfico se convirtió en un periódico más con­vencional, dedicado más a las noticias locales y del mundo hispano que al arte y al entreteni­miento.

No obstante su inicial dedicación al mundo literario y artístico, en las páginas del Gráfico de los primeros años se hace sentir el intenso nacio­nalismo hispano y la necesidad de defender al hispano en el medio ambiente anglo‑neoyorqui­no. En un artículo editorial publicado en español e inglés, el 31 de julio de 1927, se leía lo siguien­te:

 

“Trabajadores sin descanso, y por todos los medios razonables y honrados, hemos de tra­tar que sea el semanario Gráfico el baluarte de defensa de los intereses de todos los hispanos que vivimos en la barriada de Harlem (...). Es preciso que comprendamos que algún día de­bemos imponernos por nuestro número, por nuestro prestigio, por nuestra unidad de aspi­raciones, y por nuestro esfuerzo para vivir mejor en este país, ya que estamos condena­dos a prolongar nuestra residencia aquí”.

 

Y en otro editorial en español e inglés el 7 de agosto de 1927 se publicó un elocuente ataque en contra del prejuicio anti‑hispano:

 

“La gran mayoría de nuestros detractores olvi­dan que los ciudadanos residentes en la vecin­dad de Harlem gozan de las prerrogativas y privilegios que lleva consigo la ciudadanía americana. Somos casi en nuestra totalidad naturales de Puerto Rico, y otros, ciudadanos por naturalización. Cualquiera que esté identi­ficado con la historia de este país sabe que cuando hablamos de elementos extranjeros hablamos de nosotros mismos, pues no son otra cosa los habitantes de esta joven nación. Son los Estados Unidos una nación joven y creemos que la obra del acrisolamiento de las razas que la integran indica claramente que sus componentes pertenecen a todas las razas y a todas las naciones. De manera que nos hacemos tontos y ridículos al querer tildar a cualquier persona que con nosotros convive de extranjero.

Muchos de los individuos que tratan de atro­pellar a nuestros conciudadanos en esta locali­dad, no fueron mejores que ellos antes de aprender aquí las costumbres y maneras del país. Se necesita ser ciego para no ver en cualquier individuo de los que ya se llaman ciudadanos completos, los ribetes de su anti­gua patria y de sus antiguas costumbres. Indi­ca un grado muy pobre de inteligencia que se haga caballo de batalla el grito estúpido de unos cuantos intolerantes para combatir a ciu­dadanos dignos, especialmente cuando éstos respetan los derechos y prerrogativas de sus semejantes.

Nosotros, por supuesto, no participamos de este odio intransigente y no vamos a hacer bandera de combate de las animosidades y de los prejuicios que pudieran levantarse ali­mentando odios que a nada pueden conducir. Sin embargo, nos parece juicioso y muy pru­dente llamar la atención a todos los que están en el presente sembrando vientos que muy pronto pueden redundar en tempestades.

Dos dedos de sentido común y un poco de genio investigador pueden darnos inmediato conocimiento acerca de la condición en que viven varias colonias en la localidad. Muchas de ellas están todavía a más bajo nivel que la nuestra. Tómense los récords de la criminali­dad y ofensas de la ley y ésto indicará que tenemos razón en nuestro argumento.

Los últimos choques ocurridos entre habitan­tes del barrio y entre algunas autoridades, que también han bajado a lo común e ignorante en su juicio acerca de nuestra Colonia, nos hacen salir a la palestra dispuestos a arrostrar las consecuencias que vayan envueltas por nuestra justa y razonable defensa”.

 

Con el advenimiento de la Depresión y la Gue­rra Civil Española, los obreros y las organizacio­nes liberales y socialistas de la Nueva York his­pana intensificaron su labor periodística. En 1930 aparece el periódico Vida Obrera (18). Des­pués, en 1943, aparecen Cultura Proletaria y Es­paña Libre. En esta coyuntura de la historia pe­riodística, los años 30 y 40, comienza a adquirir pujanza la contribución puertorriqueña dentro de un contexto político y decididamente nacio­nalista con la publicación de Alma Boricua (1934-­1935). Es también cuando el ensayista y editor puertorriqueño Jesús Colón comienza a publi­car sus crónicas en inglés en el periódico comu­nista The Worker, además de editar libros de escritores izquierdistas como José Luis González y libros políticos (19).

La historia del periodismo hispano de Tampa refleja una evolución comunitaria que se distin­guió de las otras poblaciones hispanas de los Estados Unidos. A fines del siglo XIX el área de Tampa experimenta el trasplante de toda una industria desde la isla de Cuba: la de la fabrica­ción de puros. Para evitar las hostilidades de la guerra de independencia cubana, acercarse más a sus mercados principales en los Estados Uni­dos y evitar tarifas de importación, y también para tratar de evitar problemas con los sindica­tos en Cuba, se establecieron varias fábricas de cigarros en los pantanos infestados de mosqui­tos al este de Tampa en 1886. No pudieron esca­par del todo los conflictos que atendían la guerra de independencia, y la comunidad se dividió más o menos entre los dueños y administrado­res españoles partidarios de España y los obre­ros, mayormente asturianos y cubanos, inde­pendentistas. Las divisiones étnico‑raciales se reflejaron en el establecimiento de distintas so­ciedades mutualistas, como el Centro Espa­ñol, el Centro Asturiano, el Círculo Cubano y la Sociedad Marti‑Maceo (de los afrocubanos).

También se reflejaron las divisiones en los periódicos, pero esta vez entre los periódicos que servían los intereses de los dueños de las fábricas, como La Revista, dirigida por Rafael M. Ybor, hijo del dueño de la fábrica más importan­te, y los periódicos que servían los intereses de los obreros, como los órganos de la Unión de Tabaqueros de Tampa: Federación, Federal, El Internacional y Boletín Obrero. También los pe­riódicos étnicos, como la revista quincenal El Cubano (fundada para la defensa del Círculo Cubano de Tampa) resaltaban las diferencias entre los distintos grupos hispanos. Como es­fuerzo unitario de los distintos sectores de la comunidad, el 14 de diciembre de 1918 se edita el primer número de La Raza. También Tampa Ilustrado y La Gaceta enfatizaban la solidaridad de la comunidad hispana en vez de las diferen­cias étnicas, clasistas o políticas.

 

CENTENARES DE SEMANARIOS

 

Podemos ya deducir ciertos patrones de lo ya observado. Antes de la Segunda Guerra Mun­dial había dos grandes clases de periódicos en las comunidades hispanas de los Estados Uni­dos: 1) los diarios y 2) los semanarios. Como es de suponer, los diarios eran empresas grandes que sólo existían en los grandes centros urba­nos: La Prensa de San Antonio, La Opinión y El Heraldo de México en Los Ángeles, La Prensa y El Diario de Nueva York en Nueva York. No sólo estaban capacitados para distribuir sus periódi­cos en otros pueblos, ciudades y estados, sino que también mantenían un cuerpo de corres­ponsales en las principales comunidades hispa­nas de la nación.

Existieron literalmente centenares de semana­rios en todo el sudoeste desde mediados del siglo XIX y en el nordeste y la Florida desde fines del XIX. Representaban el tipo de periódico his­pano más frecuente porque su equipo y perso­nal modestos facilitaban la comunicación aun en los pueblos más pequeños. Suplían las noticias más importantes de la región, la nación y del mundo hispano, además de proveer literatura y diversión y comentarios político‑culturales. Des­pués de la Segunda Guerra algunos de los se­manarios comenzaron a editarse en forma bilin­güe, pero antes de la guerra estos semanarios representaban el eje de la resistencia lingüístico­cultural a la asimilación a la cultura anglosajona ‑aunque en Nuevo México a fines del siglo XIX se editaban varios periódicos en inglés y espa­ñol, tal vez por el desarrollo político‑demográfi­co distinto de ese territorio.

Había varios tipos especializados de semana­rios. Algunos, como El Mutualista (20) de Milwaukee y El Cubano del Círculo Cubano de Tampa, eran organismos publicados por los cen­tros mutualistas. Otros eran órganos de grupos laicos relacionados con las iglesias, como El Amigo del Hogar del Círculo de Obreros Católi­cos San José y El Bautista de Indiana Harbor, Indiana. Entre los más interesantes se contaban los semanarios satíricos como El Vacilón y El Fandango, editados por P. Viola en San Antonio y El Malcriado, editado por Daniel Venegas en Los Ángeles. En el semanario tipo revista, como Ecos de Nueva York, Tampa Ilustrado, Gráfico de Nue­va York, se enfatizaban la nota cultural y la cróni­ca de color local escrita por comentaristas satíri­cos como OFA (Alberto O’Farrill), Maquiavelo, Latiguillo, Samurai. Y hubo un sinnúmero de periódicos al servicio de los sindicatos de obre­ros: Huelga General en Los Ángeles (1911‑1914), La Unión Industrial en Phoenix (1912‑1915), El Obrero de San Antonio, El Obrero Mexicano de El Paso, Vida Obrera de Nueva York, además de los ya mencionados de Tampa. Varios semana­rios políticos de gran importancia histórica se editaron en los Estados Unidos: Regeneración de los hermanos Flores Magón en Los Ángeles, San Antonio y Kansas City; La Patria (1892‑1898), España Libre (1943) y Cuba y América en Nueva York; El Porvenir (1898) de Brownsville.

Quizás convenga concluir con algunos comen­tarios que nos ayuden a marcar ciertas tenden­cias. Desde principios del siglo XIX comenzaron a editarse periódicos hispanos en los Estados Unidos, pero no es hasta los años 1920 y 1930 que florecieron, sobre todo en California, Texas, Tampa y Nueva York. Durante estos años de florecirniento parece haber existido una con­ciencia hispana en la nación, a la vez que existía un sentido de resistencia a la aculturación. En el sector elevado de la publicación parece haber existido también una integración de escritores y editores de muchos países de habla hispana. Desde luego, en el sudoeste y el medio oeste predominaban el contexto y la cultura de Méxi­co, mientras que en Nueva York y Tampa preva­lecían la cultura y las referencias españolas y cubanas. En los años 1930 y 1940 se hacía sentir más en Nueva York la influencia puertorriqueña, pero siempre Nueva York se mantenía cosmo­polita e internacional, irrespetuosa del peso de uno u otro grupo nacional. Es evidente que mu­cha de la labor periodística fue influida por los grandes acontecimientos políticos de las distin­tas patrias hispanas e, inclusive, varios periódi­cos estimularon o fueron productos de estos acontecimientos: la Guerra Hispano‑Americana, la Revolución Mexicana, el Movimiento Naciona­lista Puertorriqueño, la Guerra Civil Española. Mientras que en el sudoeste la Depresión y la Repatriación de mexicanos fueron catastróficas para los periódicos, en Nueva York y Tampa la Depresión y la Segunda Guerra Mundial inte­rrumpieron y retrasaron, pero no provocaron la destrucción de los periódicos.

En cuanto al nacionalismo hispano y la resisten­cia a la cultura anglosajona, un ejemplo de hoy nos servirá de muestra de la vigencia de estos sentimientos en las comunidades hispanas:

 

“El que tus padres o tus abuelos hayan nacido en México, debe ser un gran motivo de justo orgullo para ti, pues México con su historia antigua, que es heroica, con su antiquísima cultura aborigen y el mantenimiento de la paz por más de cincuenta años, es el país de ma­yor prestigio en América Latina.

Honra a tu país de origen, conservando sus costumbres, estudiando su historia y sintién­dote orgullosamente mexicano sobre todas las cosas.

Nadie puede ser lo que no ha nacido para ser. Si conoces la historia de la patria de tus ancestros, no tienes porqué sentirte inferior a nadie y por lo tanto no hay para qué quieras ser de la raza que no eres”. (Chicago, Tribuna de América, 5 de marzo de 1989).

 

 

NOTAS

 

(1) Luis Leal, “The Spanish Language Press: Function and Use”, The Americas Review 12/3‑4 (1989).

(2) Ibid.

(3) Ver Luis Leal, “Mexican American Literature. A Historical Perspective”, Revista Chicano‑Riqueña 1/1 (1973), pág. 35.

(4) Aquí, como en lo que resta de este texto, las fechas en paréntesis se refieren a los números de periódicos que se conser­van en colecciones como ésta de la Biblioteca Chicana de la Universidad de California‑Berkeley.

(5) Ver Francisco Lomelí, “Some Examples of Chicano Prose Fiction of the Nineteenth and Early Twentieth Centuries”, Revista Chicano Riqueña 9/1 (1981),págs.64‑66.

(6) El lugar de publicación de El Mensajero Semanal se cambió a Filadelfia entre el 26 de agosto de 1828 y marzo de 1829

(7) En la Universidad de California‑Berkeley, la Colección Bancroft.

(8) Ver La Patria, 3 de febrero de 1894.

(9) Ibid.

(10) Leal, Mexican American Literature, pág, 39.

(11) Entre los cronistas cuyos trabajos fueron más influyentes y potencialmente literarios se encuentran Benjamín Padilla, julio G. Arce y Daniel Venegas. Ver Crónicas diabólicas de Jorge Ulica de Arce, editado por Juan Rodríguez (San Diego, Maize Press, 1982); Clara Lomas, “Resistencia cultural o apropiación ideológica”. Re­vista Chicano‑Riqueña 6/4 (1978), págs.44‑49; Nicolás Kanellos, “Daniel Venegas”, Chicano Writers en Dictionary of Literary Biography, vol. 82 (1989), págs. 271‑274.

(12) Ver mi libro, The History of Hispanic Theatre in the United States: Origins to 1940, Austin, The University of Texas Press, 1990).

(13) Ver Richard A. García, “Class, Consciousness, and Ideology ‑ The Mexican Community of San Antonio, Texas: 1930‑1940” , Aztlán 9 (Fall), págs. 23‑69.

(14) Para la biografía de Lozano sus posturas editoriales y políticas, ver Francine Medeiros, “La Opinión, a Mexícan Exile Newspaper, a Content Analysis of its First Years, 1926‑1929”, Aztlán 11/1 (Primavera 1980), págs. 65‑87.

(15) Torres había trabajado en los principales periódicos de la capital de México y después de regresar a México fundó la primera escuela de periodismo en el país. Ver Aurora M. Ocampo de Gómez y Ernesto Prado Velásquez, Diccionario de escritores mexicanos, México, UNAM Centro de Estudios Literarios, 1967, pág. 379.

(16) Ver List of Printed Books in the Library of the Hispanic Society of America, Nueva York, Hispanic Society, 1910, pág. 7.174.

(17)Ibid.

(18) La Colección Bancroft posee copias de las tiradas de 1930 a l932.

(19) VerJesús Colón”, ABio‑Bibliographic Dictionary of Hispanic Literatura of the United States, editado por Nicolas Kanellos, Westport, CT; Greenwood Press, 1989.

(20) Ver “El Mutualista” (1947‑1950): A Facsimile Edition of a Milwaukee Hispanic Newspaper, editado por Rodolfo J. Cortina y Federico Herrera, Milwaukee, Spanish‑Speaking Outreach Institute, University of Wisconsin‑Milwaukee, 1983,