La persistencia de los condicionamientos de la comunicación dentro del espacio europeo

 

JAN KIENIEWICZ

 

El espacio europeo, es decir, la extensión de una comunidad percep­tible y definible, siempre ha sido, y sigue siendo, la consecuencia del diá­logo entre las culturas. Al repetir la evidencia es, al mismo tiempo, un fac­tor que posibilita el diálogo. Es un espacio histórico en el sentido de la continuidad de experiencias. El hecho de crear la comunidad civilizadora las formas originales de la Europa econó­mica y política es secundario. La nueva realidad espacial de la civiliza­ción europea sigue organizándose en lo que Edgar Morín llamó la dialógica, en la confrontación y en la unión de las culturas capaces del diálogo gracias a su común sistema de valores. Los ele­mentos constantes en este nuevo espacio seguirán siendo la proximi­dad y la originalidad. Dentro del nuevo espacio europeo la comunica­ción va a ser condicionada por los ele­mentos nacionales y los propios de la comunidad. La confrontación y la ten­sión entre las culturas siguen siendo factores imprescindibles para que se conserve el espacio para el diálogo. En consecuencia, son condiciones de la existencia de la civilización.

El nuevo espacio europeo es, ante todo, la conciencia de una transformación más a la cual está sometida nues­tra civilización. Se está agotando la forma de Europa procedente de la Revolución Francesa y consolidada por las decisiones políticas a partir del Congreso de Viena hasta la Conferen­cia de Yalta. Este nuevo espacio es el renacimiento paralelo del factor nacional y del sentimiento del vínculo nacional, de la aspiración a la comuni­dad. Al mismo tiempo, lo nuevo del momento actual es relativo en el senti­do del sentimiento de una ampliación imprevista, creadora de nuevas opor­tunidades. Esta Europa que desde hace siglos vive el proceso de limitar­la hacia su primitiva cuna corolingia, demostró su capacidad de reaccionar de un modo expansivo, cuyo manifies­to fue la creación de las comunidades europeas y la superación de la ame­naza totalitaria. El derrumbamiento del muro de Berlín fue sólo un símbo­lo vistoso del profundo proceso de vencer la situación totalitaria y de reconstruir la europeidad. El espacio europeo es nuevo a medida de corresponder a una fase nueva de la civilización europea. Este espacio sigue siendo marcado por la capaci­dad del diálogo. En este sentido los condicionamientos de la comunicación demuestran una persistencia sor­prendente.

En esta forma nueva del siempre igual espacio civilizador es la comuni­cación la que sigue siendo el factor de importancia primordial. Nos encontra­mos en la fase incipiente de la forma­ción de las civilizaciones, en la cual serán las nuevas oportunidades comunicativas las que van a desempe­ñar el papel decisivo. Parece que hoy las posibilidades de comunicarse pre­ceden los contenidos a comunicar.

Si la época anterior fue dominada por las ideas, la presente tendrá que dar la cara al desafío creado por los medios de comunicación completa­mente nuevos. No obstante, los condi­cionamientos serán siempre constan­tes, de aquí que haya que remitirse a la cultura, es decir, a las bases, las fuentes de lo específico de Europa. Al enfocar el problema dentro de la ópti­ca Este‑Oeste deseamos que se pres­te atención a un sólo aspecto del nuevo espacio, o sea, al resultado de la transformación. No debemos per­der de vista que éste es uno de los numerosos ejes del diálogo europeo, eje de la proximidad y discrepancia, que están componiendo nuestra iden­tidad.