Psicología cognitiva y publicidad Nuevas orientaciones

 

José Luis León

 

La psicología ha proporcionado importantes aportaciones al estudio de la recepción de la publicidad. Sin embargo, la investigación y la acción comercial suelen ignorar estas lecciones, actuando de forma autónoma.

 

Al profesor Francisco Carrera Villar. In Memoriam,

 

La psicología de la publicidad tiene una larga historia (1) a sus espaldas que ha seguido en lo fundamental las corrien­tes psicológicas dominantes en cada época (Carrera, 16 1987). Estas corrientes cuan­do se han aplicado al estudio de la publicidad lo han sido desde dos perspectivas diversas: como investigación teórica básica, realizada esencialmente por docentes universitarios, o como investigación aplicada a problemas comerciales concretos.

Un examen de las relaciones entre ambas líneas de trabajo, revela que existe cuando menos un desfase, primero por razones teóri­cas (mientras la primera línea está guiada por criterios científicos, la segunda lo está sobre todo por criterios de economía y utilidad, a menudo incompatibles con las exigencias del método científico) y segundo, por razones de inercia temporal, ya que lleva tiempo el rea­juste de la investigación aplicada a los parámetros marcados por la investigación acadé­mica de vanguardia. A ello hay que añadir que la psicología de la publicidad se ha visto tan conectada históricamente con el psicoanálisis, a través de la llamada investigación motiva­cional, que hoy instintivamente se piensa en que lo freudiano agota el todo de lo psicológi­co en los estudios comunicacionales.

Se hace necesario, por consiguiente, trazar el mapa de la actual investigación académico­científica en psicología de la publicidad. Esta tarea resulta muy oportuna, en primer lugar porque no es sino recientemente cuando se inicia el estudio teórico directo de las varia­bles psicológicas publicitarias ‑prácticamen­te tras la aparición de las revistas temáticas fundamentales como el Journal of Advertising Research (1961), Journal of Marketing Rese­arch (1964), Journal of Advertising (1972), Journal of Consumer Research (1974), Advan­ces in Consumer Research (1974), Current Issues and Research in Advertising (1979), Psychology and Marketing (1984)‑ y en segundo lugar, porque las actuales corrientes en psicología de la publicidad están pasando desapercibidas dentro de la cultura comuni­cológica hispana, dominada claramente por los estudios descriptivos ateóricos en los seminarios profesionales, y por una epistemo­logía de base lingüístico‑semiológica, cuando se trata de trabajos académicos.

 

1. LA PRIMERA GENERACIÓN DE LOS ESTUDIOS SISTEMÁTICOS EN PERSUASION

 

No se puede detallar la actual sistemática en psicología de la publicidad si no es mencio­nando que ella, en buena medida, supone una reacción contra las insuficiencias de esque­mas previos. Por eso conviene que situemos, en primer lugar, las características de los esfuerzos iniciales realizados en el estudio de la persuasión con pretensiones científicas.

Será la escuela de Yale, en los últimos años cuarenta, la que dé inicio a una comprensión de los procesos persuasivos, considerándolos a partir de una base psicológica. En aquel planteamiento, la noción fundamental reside en la actitud y, más en concreto para esta escuela, en cuanto pretendía estudiar la persuasión, el objetivo de análisis no podía ser otro sino la persuasión entendida como cambio de actitu­des, como el fruto de la interacción entre el individuo y los mensajes de masas, extensión directa de la noción conductista de aprendiza­je experiencial a partir de las relaciones indivi­duo‑entorno. La pregunta que presidió el vasto programa de investigación, de cuyas principa­les conclusiones informaron Hovland, Janis y Kelley (1953), fue la siguiente: ¿qué factores mediatizan los efectos persuasivos de las comunicaciones públicas?. Esos factores fue­ron agrupados en cuatro grandes categorías, a saber, factores de la fuente (por ejemplo, la credibilidad), del mensaje (por ejemplo, los mensajes de temor), del canal (por ejemplo, radio versus prensa), y de la audiencia (por ejemplo, rasgos de personalidad), conforme a los elementos de la cadena de la comunicación tan popularizada desde Laswell (1948). Como se sabe, éstas y otras investigaciones sobre los efectos persuasivos dieron lugar a que cristali­zase la llamada teoría de los efectos limitados, sostenida especialmente por Mapper (1960), que venía a postular, primero, la escasa influencia de los medios para conseguir el cambio de actitudes en el público, y segundo, una imagen de las audiencias como activas procesadoras de información.

La escuela de Yale aplicó su paradigma del aprendizaje al estudio de las variables típicas de los procesos persuasivos pero en temáticas no comerciales (por ejemplo cuestiones relati­vas a la guerra fría). Por el hecho de no haber­se conformado aún en los años cincuenta y primeros sesenta una comunidad de investigado­res centrados expresamente en la persuasión comercial, se hizo un traslado a ésta y sin mati­zaciones de las conclusiones principales fija­das para otras temáticas, si bien no dejaron de surgir algunas voces críticas hacia esas con­clusiones desde los foros de marketing. A pesar de ello, todavía hacia los años setenta pueden encontrarse algunos textos de marke­ting en los que se trasladan indiscriminada­mente los hallazgos de Yale al terreno de la persuasión comercial (De Lozier,1976).

El último gran nombre en la estela de Yale es William J. Mc Guire, autor del fundamental trabajo Nature of attitude and attitude change. Este trabajo sistematiza las principales varia­bles mediadoras de la persuasión objeto de estudio empírico durante tres décadas. El posterior reconocimiento por Mc Guire de que los mensajes persuasivos pueden tener una diversidad de objetivos comunicativo/psi­cológicos le ha llevado a conectar los dos ámbitos, creando así una estructura dinámica y sistemática para el estudio y comprensión de los efectos persuasivos, de las variables mediadoras, y de su aplicación a estrategias concretas: la matriz de comunicación/persua­sion (Mc Guire, 1978) que contiene a la vez el último gran modelo de jerarquía de los efec­tos publicitarios, importante noción que pasa­mos a discutir en el apartado siguiente.

 

2. LAS PRIMERAS APLICACIONES EN PUBLICIDAD

 

Aunque Carrera (1987) haya tipificado per­fectamente las etapas seguidas por la psicolo­gía durante el siglo XX y sus derivadas aplica­das sobre la publicidad, puede decirse que sólo a partir de los años 60 se ha originado una sistemática de estudios psicológicos sobre publicidad con verdadera altura académica, si bien, en la historia de las relaciones psicolo­gía‑publicidad se han dado hechos tan rele­vantes como el paso de la más notoria figura del conductismo, John B. Watson, a la activi­dad publicitaria directa.

Los primeros ajustes del paradigma del aprendizaje al terreno de la publicidad se hacen a través de los llamados modelos de jerarquía de los efectos, cuyos primeros ante­cedentes pueden situarse en el archiconocido modelo AIDA (Strong, 1925). En síntesis, los llamados modelos de jerarquía de los efectos vienen a postular que la acción de la publici­dad tiene un carácter secuencial, actuando por etapas sucesivas. Es el caso del modelo de Lavidge y Steiner (1961) para el cual la compra del producto (efecto final de la publi­cidad) se producirá sólo después de que el mensaje publicitario haya afectado los niveles 1) cognitivos, 2) afectivos y 3) conativos o intencionales, lo que en definitiva son los tres componentes del concepto clásico de actitud. Este modelo sienta las bases teóricas para el pluralismo evaluativo en publicidad, dirigido a la medición de diferentes efectos como el conocimiento (recuerdo) o como la persua­sión (actitud). Este modelo inaugural, pronto seguido por otros en una pretensión de per­feccionamiento, tuvo la fortuna de nacer el mismo año que otro notorio modelo: Dagmar (Colley, 1961), con el que tenía en común el de haber descubierto ‑por vías diversas‑ que los efectos de la publicidad a considerar debí­an tener un rango más cualitativo‑psicológico de lo que permite el volumen de ventas, califi­cado como un criterio demasiado simplista de evaluación.

Los modelos de jerarquía de los efectos, tie­nen la virtud de empezar a cuestionar los estu­dios clásicos sobre persuasión. En efecto, si bien éstos habían producido interesantes con­clusiones, dejaban en pie la pregunta de si eran literalmente trasladables al campo publi­citario, es decir, si el tipo de mensajes, de temáticas y de situaciones expositivas, mane­jados hasta entonces por la investigación estandarizada de laboratorio, eran prototípi­cos de los que habitualmente se encuentran en los procesos publicitarios. Como han seña­lado Batra y Ray (1983) la persuasión publici­taria tiene lugar bajo condiciones bien dife­rentes de las habituales en la mayoría de labo­ratorios de psicología cognitiva: 1) No se da apenas implicación‑interés con los anuncios, 2) La atención a un anuncio es normalmente muy limitada, cuestión de segundos, 3) Cada mensaje publicitario actúa dentro de un marco competitivo, 4) Existe una dilación tem­poral entre presencia del mensaje y utiliza­ción de la información que ofrece. Por el con­trario, los estudios clásicos se han caracteriza­do habitualmente por unas condiciones opuestas a las mencionadas: gran interés ‑natural o provocado‑ de la audiencia en los mensajes, prolongado tiempo de exposición con cada mensaje, mensajes aislados de entornos distractores y medición de efectos subsiguiente a la exposición.

Hay un hombre responsable de esta revolu­ción que supone la advertencia de la disimili­tud de condiciones en la operatividad per­suasiva que se da entre la publicidad y los estudios clásicos en persuasión de masas: Herbert Krugman. En su artículo de 1965, El impacto de la publicidad televisiva: Aprendiza­je sin implicación, va a romper con una premi­sa hasta entonces no formulada pero muy arraigada en las teorías sobre la acción per­suasiva, tanto en publicidad como en otros ámbitos, a saber, que la persuasión exige complejas operaciones mentales en los receptores o como él lo define, condiciones implicatorias elevadas con los mensajes, tanto a nivel cognitivo respecto de los mensa­jes, como a nivel motivacional respecto de los objetos referentes de los mensajes. Sin ser una autoridad en el campo de la psicología académica, pero desde un profundo interés por la percepción en publicidad, Krugman (a la sazón investigador en comunicación social para la General Electric) va a obligar al esta­do mayor de la psicología cognitiva a revisar sus presupuestos sobre la persuasión publi­citaria.

 

3. GRANDES EFECTOS, ESCASAS COGNICIONES

 

En síntesis, Krugman (1965) expone los siguientes postulados: 1) la teoría de los efec­tos limitados descansa en la premisa de la alta implicación audiencia‑mensaje, 2) tal premi­sa no es de aplicación a la mayoría de los mensajes publicitarios caracterizados por su trivialidad y la ausencia de pensamiento con­sistente hacia ellos por parte de la audiencia, 3) la persuasión entendida como cambio o superación de actitudes previas de la audien­cia no es de aplicación en publicidad comer­cial, cuyos efectos persuasivos se explican mejor mediante la noción de relevancia psi­cológica inducida y de familiaridad vía expo­sición repetitiva. En suma, Krugman viene a desafiar el sancto concepto de la actitud, pie­dra miliar de la psicología social desde sus orígenes.

Ahora bien, este primer análisis de Krug­man coincide con el inicio de lo que probablemente es el principal esfuerzo por funda­mentar una teoría de la persuasión sobre la base de los viejos principios, es decir, de la actitud como noción cuantitativa y de la alta implicación (Fishbein, 1966). Esta teoría, luego desarrollada y conocida como modelo de Fishbein y Ajzen (1975), viene a postular que el comportamiento, por ejemplo la com­pra de una marca, puede ser predecible mediante la medición de la actitud del indivi­duo hacia la acción conductual (Aact) y las normas sociales (SN) que influencian la pro­babilidad de llevar a cabo la conducta. Este modelo, en realidad ubicable en la tradición de modelos expectativa (por) valor creados a partir de la psicología motivacional ‑como bien ha destacado Carrera (1979)‑ ha orien­tado numerosas investigaciones académicas no sólo sobre temáticas de persuasión social, sino también comercial. Igualmente, aunque sin un seguimiento riguroso del modelo, tam­bién la investigación comercial aplicada sigue, aún hoy, mayoritariamente este para­digma de la combinatoria cognitiva cuando quiere establecer el posicionamiento y la imagen pública de marcas e instituciones. Como su nombre indica, la teoría asume que la conducta será el resultado de una combi­natoria cognitiva que “presenta la selección como resultado de una evaluación de marcas (o candidatos a una elección) a partir de un cierto número de atributos. Atributos que son variables en número, dependiendo de los mercados”. (Kapferer, 1990).

Partiendo del modelo de Fishbein y Ajzen, Lutz (1975) ha señalado que la persuasión publicitaria tendría una de estas tres posibili­dades de acción: a) cambiar una o más cre­encias relativas a la marca, b) cambiar la importancia asignada a uno de los atributos del producto, y c) introducir nuevos atributos. En cualquier caso, las propuestas para los mensajes publicitarios que salen de aquí que­dan confinadas a una representación de atri­butos de producto y a un trabajo para afianzar la credibilidad de las afirmaciones.

En una obra posterior, Fishbein y Ajzen (1980) rebautizaron su modelo como teoría de la acción razonada concediendo que sus plan­teamientos probablemente eran válidos sólo en una categoría de situaciones, precisamen­te aquellas que Krugman calificara como de alta implicación. Sin esperar a aquella matiza­ción, se pone en marcha en los primeros años setenta el segundo programa de investigacio­nes en persuasión más vasto después del de Yale ‑aunque con menor resonancia‑ esta vez en la universidad de Stanford y teniendo como principal exponente a Michael L. Ray, progra­ma que será presidido por un convencimien­to en la existencia de grandes efectos persua­sivos sin necesidad de grandes cogniciones. Estas investigaciones detalladas en Ray (1973,1976), apoyándose aún en el concepto de jerarquía de los efectos ponen de relieve la existencia de tres jerarquías de efectos publi­citarios:

 

a)          Secuencia de efectos en condiciones de alta implicación. Jerarquía tradicional, en la que primero se da el aprendizaje de información, luego se construye la acti­tud favorable‑desfavorable, y posterior­mente tiene lugar la compra. Se daría en situaciones de escasa experiencia pre­via, de dominio de fuentes de informa­ción impresas y de claras diferencias entre productos.

b) Secuencia de efectos en condiciones de baja implicación (a la Krugman). Una jerarquía en la que tiene lugar primera­mente la cognición o conocimiento a la que sigue la acción o compra, sólo des­pués de lo cual se acaban conformando actitudes en sentido clásico. Esta secuen­cia se daría en mercados con gran pare­cido entre marcas, en los que domina como factor persuasivo el medio televi­sión y en los que la conducta de compra de productos tiene carácter habitual o periódico.

c) Y por último, secuencia de efectos regida por el principio de la disonancia y la atri­bución, en la que se da en primer lugar una conducta (por ejemplo, una acción comercial tipo foot in‑the door), a lo cual sigue un cambio de actitud, y finalmente cambios de ajuste cognitivo (racionaliza­ción) para apoyar el cambio de actitud precedente. Esta jerarquía por su propia naturaleza tiene más que ver con la per­suasión interpersonal (la que ejerce por ejemplo el personal de ventas) y así queda al margen de la acción publicitaria.

 

Aunque el concepto de jerarquía de los efectos, desde los trabajos de Ray, ha sido prácticamente abandonado en la producción teórica, lo que subsiste es el postulado de que existen diferentes rutas persuasivas, diferentes caminos por los que tiene lugar la persuasión, y que una primera e importante distinción entre caminos le debe mucho al concepto de implicación. Pero en la actuali­dad el concepto de implicación ha sido rea­sumido por la psicología cognitiva, que ya se había ocupado de él ciertamente, si bien bajo otras denominaciones como luego veremos. Esta asunción se ha efectuado integrando el concepto en modelos amplios de procesa­miento informativo, conforme al paradigma dominante de la information processing. Será a partir de las elaboraciones teóricas de la psicología cognitiva desde donde la noción de implicación resurgirá de nuevo al campo de los estudios académicos en publicidad, con nuevas consecuencias, no la menor de las cuales será que las teorías psicológicas al uso se están desmarcando del viejo motivacionismo, tan caro en la historia de la publici­dad, para poner de relieve las condiciones relacionales (procesamiento) entre el sujeto y el mensaje, que se consideran ahora princi­palmente responsables de la persuasión final junto con el contenido de facto (motivación) inserto en los mensajes. Será necesario, por tanto, seguir ahora con una revisión de este paradigma del procesamiento de la informa­ción que domina la actual escena de la inves­tigación psicológica académica en publici­dad.

 

4. PROCESAMIENTO DE LA INFORMACIÓN

 

La inicial investigación en psicología per­suasiva, ya mencionada a propósito de Yale, tenía un enfoque simplista de la relación entre receptores y mensajes. En síntesis, pre­tendía establecer los efectos de diferentes alternativas de mensaje (por ejemplo, efectos de mensajes incluyendo elementos refutato­rios de contra argumentos posibles versus efectos de mensajes sin refutación). El pro­blema básico con tal enfoque ha estado en que diferentes estudios sobre la misma cues­tión han llegado frecuentemente a conclusio­nes contradictorias.

Era evidente la necesidad de comprender lo que ocurría entre el momento de la expo­sición al mensaje y el momento de la medición de su efecto. Una primera solución con­sistió en estudiar las llamadas respuestas cog­nitivas o pensamientos evaluativos sobre los argumentos ofrecidos en el mensaje (Green­wald,1968), fórmula que Wright (1973) apli­cará por primera vez al estudio expreso de la publicidad. Sin embargo, pronto se vio que esto no era suficiente, aun cuando las res­puestas cognitivas, como ocurriera con otras productivas nociones, pasaran de protago­nistas al papel de meros coadyuvadores en la explicación teórica dada por los paradigmas subsiguientes. Se hacía preciso un examen mucho más amplio de los procesos cogniti­vo‑afectivos que mediatizan las relaciones entre los individuos y los mensajes persuasi­vos. Tales procesos venían siendo el objeto desde los años cincuenta por la psicología cognitiva que apoyada en la analogía mente­-computadores se ha propuesto como meta el estudio de la mente desde el punto de vista del procesamiento de la información, enten­diendo por información cuantos estímulos ayuden al individuo a construir significados y guiar sus actuaciones. Será a finales de los años setenta cuando ese paradigma entre en el campo de la investigación del consumidor de una forma sistemática, con la obra de Bett­man (1979), quien desde la primera página marca el programa de este paradigma califi­cado caracterizada por las siglas CIP (Con­sumer Information Processing): “El consumi­dor está siendo continuamente bombardea­do con información que es potencialmente importante para decidir entre alternativas. Las reacciones del consumidor a esa infor­mación, cómo esa información es interpreta­da, y cómo se combina o integra con otra información, puede tener un impacto crucial en la elección. De aquí que las decisiones sobre qué información ofrecer a los consumi­dores, en qué medida ofrecerla, y cómo ofre­cerla, requieran de un conocimiento sobre cómo el consumidor procesa, interpreta e integra toda esa información para hacer sus elecciones”.

Es difícil ofrecer una síntesis breve de la lógica CIP, pero sus preocupaciones versan sobre los siguientes conceptos: atención, intensidad de procesamiento, retención y evocación memorística, evaluación de la información, y su utilización con destino a las decisiones de consumo. Veamos a continua­ción las aportaciones más significativas.

 

Motivación del consumo de productos y motivación procesual de la publicidad

 

Un primer efecto de la bibliografía CIP ha sido el de permitirnos distinguir entre moti­vación del consumo y motivación para pro­cesar la información pertinente a ese consu­mo. En efecto este segundo tipo de motiva­ción se daba por hecho en los viejos mode­los sobre persuasión encuadrados en torno a la llamada motivation research (Dichter, 1964). Sin embargo, es preciso separar entre ambos tipos de motivación. El hecho es que los individuos tienen dos roles: como consumidores de productos y como consu­midores de información. Ambos roles se guían por motivaciones diferentes, el prime­ro supone al menos dos tipos de motivacio­nes: utilitario‑funcionales y de expresión social (simbólicas), sin embargo el hecho de que estén representadas en el mensaje publicitario no asegura directamente el con­sumo del anuncio, incluso existiendo un inte­rés objetivo por el producto (evidente cuan­do se compra de forma habitual). La investi­gación sobre los usos y gratificaciones en el consumo de los medios (Blumler y Katz, 1974) ha puesto adecuadamente de relieve que el principal motivo de la gente para exponerse a los medios es el de la diversión y el pasatiempo, teniendo las finalidades fun­cionales (por ejemplo, adquirir información) un carácter marginal. Y más aún, el ejercicio de la gratificación de la audiencia, que en tiempos parecía una técnica exclusivamente televisiva, se ha trasladado a medios tradi­cionalmente serios como la prensa diaria (Postman, 1991)

 

Mediadores del procesamiento informativo

 

Los modelos CIP actuales en persuasión integran los dos niveles motivacionales para predecir la probabilidad de procesamiento de la información publicitaria (Petty y Cacioppo, 1986) ; (Mc Innis y Jaworski, 1989). Pero junto a ello incluyen un reperto­rio de otras condiciones mediadoras del procesamiento como son la oportunidad de procesar y la capacidad del individuo. Inclu­so si el mensaje se construye en clave utilitaría o gratificadora, es posible que no sea procesado o que lo sea de forma limitada, por su fugacidad, por su complejidad ver­bal/visual o por una baja intensidad atencio­nal (Kahneman, 1973): la simple ausencia, el zapping y el mero procesamiento on line o intermitente serán algunas de las conse­cuencias.

 

Profundidad de procesamiento

 

El concepto de niveles de procesamiento merece atención especial porque se refiere a un fenómeno real que, sin embargo, las metodologías de copy-testing reproducen mal, con la consiguiente amenaza para su validez externa. Este fenómeno es el del parcial procesamiento a que puede ser sometido un anuncio que es visto en condi­ciones naturales (frente al procesamiento intenso que provocan esas metodologías). Probablemente, cuando está frente a la publicidad, el cerebro de un adulto ha de parangonarse al de un niño en el sentido de que aun siendo los anuncios fáciles de com­prender, la atención parcial que se les dedi­ca, los vuelve a menudo mensajes subjetiva­mente complejos y, por tanto, problemáticos en el orden de la comprensión.

Schneider y Shiffrin (1977) han diferencia­do entre procesos atencionales automáticos y procesos controlados, dependiendo de que tenga lugar una atención bajo conscien­cia del sujeto o no. Es probable que durante la exposición publicitaria operen en buena medida esos procesos automáticos. Por el contrario, se darán procesos atencionales controlados cuando se atiende a la informa­ción buscada en una revista comparativa de productos, como ciudadano. Es obvio que en condiciones de automatismo será débil la implantación en la conciencia de los elemen­tos del mensaje más elevadamente semánti­cos e igualmente será débil su memoriza­ción (Craik y Lockhart, 1972). Estas conclu­siones procedentes de la psicología cogniti­va han llevado a Greenwald y Leavitt(1984) a postular cuatro niveles de profundidad de procesamiento o percepción de la publici­dad, desde el máximo de elementalidad y mínimas consecuencias semánticas hasta el máximo de complejidad y de elaboración cognitiva.

 

La memorización

 

Si hay una línea de investigación CIP carac­terística es aquélla que tiene que ver con la memorización, de entre todos los estímulos del consumo el más investigado desde el punto de vista de la memoria es precisamente la publicidad (Alba, Hutchinson y Lynch, 1991). Sin embargo, mientras al mundo profe­sional le ha preocupado la relación entre recuerdo publicitario y conducta de consumo (Haley y Baldinger,1991; Jones, 1986) en psi­cología cognitiva, bien por falta de datos de consumo relacionados con datos de procesa­miento informativo, bien por un enfoque ultra­cognitivista, lo habitual es examinar las rela­ciones entre elementos de la cadena proce­sual al margen del comportamiento (por ejemplo, Keller 1987)

A partir de la lógica CIP muchos conceptos naifs sobre la memorización deben ser sin embargo reformulados: a) la memoria ha de ser considerada no como un depósito pasivo de la información recibida del exterior, sino como un espacio constructivo en el sentido de que se almacena una mixtura entre lo exterior y lo interpretado por el individuo (de donde surgen importantes consecuencias sobre la comprensión de los mensajes), b) probable­mente se graban más profunda y duradera­mente los impactos emocionales correspon­dientes a una información que los detalles concretos de la información, c) es preciso dis­tinguir entre memoria a largo plazo y memo­ria a corto plazo, lo que supone introducir dudas sobre si las respuestas cognitivas en el momento de la exposición publicitaria se gra­barán durante el tiempo suficiente (paso a la memoria a largo plazo) como para influenciar el comportamiento, y d) debe destacarse que la formación de imágenes de marca, bien podría depender más de principios asociati­vos que de elaboraciones cognitivas autóno­mas del propio individuo.

Una línea de trabajo que convendría desa­rrollar es la relación entre alternativas de mensaje publicitario y memorización. Los intentos CIP en este orden son francamente recientes (Mc Innis et al, 1991), por lo cual habrá que esperar un tiempo hasta ver apor­taciones relevantes. Mientras, se ha recono­cido que las formas expresivas en publicidad son mucho más determinantes de lo que se había concedido hasta ahora para la persuasión ‑Petty y Cacioppo (1986) han mostrado la existencia de dos rutas persuasivas (cen­tral y periférica) la primera de las cuales depende de la información estricta sobre atributos, mientras la segunda dependerá más bien de las formas retóricas‑ no se ha llevado a cabo un trabajo teórico profundo en el estudio de la relación memorización­ formas del mensaje, si bien existen ya sufi­cientes indicaciones para construir tipologías pertinentes.

 

5. ESTRATEGIAS DE PROCESAMIENTO Y ACTITUDES RESULTANTES

 

Hemos señalado ya que Krugman (1965) hace descansar las preferencias en la notorie­dad de marca, y por tanto ve a la repetición como instrumento clave para producir las preferencias. Su intuición configura un nuevo modo de enfocar las relaciones individuo-­mensaje publicitario, caracterizado como de baja implicación. En realidad, tal posición resta importancia a los procesos cognitivos complejos en la explicación de los efectos de la publicidad y con ello se está implícitamente defendiendo la entrada en el análisis de varia­bles metatextuales, como es la notoriedad, o cuando menos se apunta a la necesidad de una simplificación teorética de los procesos cognitivos mediadores de la persuasión.

Una primera simplificación que debemos introducir es la relativa a la adquisición infor­mativa. El trabajo sobre procesos decisorios del consumo revela sistemáticamente que muchos productos, incluso de precio relativa­mente alto, como electrodomésticos, se com­pran sin que el consumidor disponga de una gran información sobre los atributos de pro­ducto (Olshavsky y Granbois, 1979). Sin embargo, los consumidores no se sienten menos convencidos de la calidad de sus com­pras por el hecho de disponer y utilizar poca información. A partir de esta evidencia, los siguientes pasos de la teorización se han encaminado a examinar las estrategias de procesamiento informativo que utiliza el con­sumidor, buscando ampliar una tipología de estrategias que fuera más allá de la cognición compleja sugerida a través de determinadas teorías de procesamiento sistemático como la teoría de la acción razonada, conforme a las cuales el papel de la publicidad es sobre todo en cuanto vehículo de información.

En teoría, de la decisión en general y del consumo en particular se han destacado una amplia diversidad de estrategias posibles (Bettman et al., 1991) que no tenemos espa­cio para discutir aquí. Lo importante es que esa teoría o teorías destacan al consumidor como un ente con una limitada capacidad de procesamiento de información. Por esta razón y también debido a la gran cantidad de información y de decisiones con las que tiene que vérselas el consumidor, es obvio que éste utilizará habitualmente estrategias simplificadoras de procesamiento informati­vo.

Frente a modelos decisorios que sostie­nen procesamientos extensivos es claro que muchas decisiones y por tanto la percep­ción de la publicidad serán guiados por estrategias simplificadoras, en el sentido de que no existirá una evaluación extensa de atributos ni de marcas como condición pre­via para llegara una decisión Gacoby et al 1977). Este tipo de estrategia ha sido deno­minada como estrategia heurística, y puede contemplarse tanto en el área de las deci­siones (Wright, 1975) como en el de los mensajes persuasivos (Petty y Cacioppo, 1981). La idea dominante aquí es que el consumidor‑receptor se atendrá a un ele­mento informativo simple del conjunto de estímulos disponibles, y con él desarrollará una completa estructura afectiva hacia el objeto. En el caso de la publicidad se han destacado los siguientes elementos de acce­so a la actitud:

 

  Los atributos de la fuente del mensaje como la experiencia, la credibilidad y el atractivo (Petty, Cacioppo y Schu­man, 1983), autores que utilizan el tér­mino de procesamiento periférico en lugar de heurístico, y de procesamiento central en lugar de sistemático, no habiéndose la bibliografía decidido aún en favor de una u otra terminología. La vivacidad‑relieve de los elementos constructores del anuncio (Taylor y Wood, 1983)

  La novedad del contenido/forma del mensaje, relativa tanto a la experiencia perceptiva de los receptores, como a la tradición representacional dentro de

 

una categoría de producto, que desde la psicología cognitiva ha sido valorada sólo como importante en relación al recuerdo (Burnkrant y Unnava, 1987) mientras que la investigación profesio­nalista ‑no académica‑ está mostrando a través de métodos decisivos (como el single source) la trascendencia de la novedad publicitaria también en rela­ción a la influencia directa sobre el con­sumo (Lodish y Lubetkin, 1992)

 

Dentro de la mecánica heurística y en rela­ción a la influencia decisoria de la publici­dad, la teorización se ha movido en direc­ciones diversas que pasamos a delinear brevemente:

 

1) Mientras la psicología cognitiva actual tiene como superados los planteamien­tos conductistas, los estudiosos de la psicología de la publicidad están expe­rimentando un renovado interés por esa vieja escuela psicológica del condicio­namiento clásico (classical conditio­ning), una vez readaptados sus concep­tos a la comunicación publicitaria. Como lo ha expuesto un importante estudioso: “El aprendizaje (en el senti­do del condicionamiento) y el refuerzo es todo lo que puede ser necesario para que se produzca la compra y la repeti­ción de compra” (Kassarjian, 1979). A partir de los años ochenta se ha sucedi­do una pequeña tradición investigadora sobre los efectos actitudinales de la mera contigüidad entre un estímulo atractivo y el producto, sirviendo el anuncio como vínculo de conexión. El primer estudio sobre publicidad, utili­zando a la música como estímulo condi­cionante ha sido el de Gorn (1982), seguido por estudios tan sofisticados como el de Stuart et al. (1987).

2)         Una segunda dirección está represen­tada por los trabajos sobre los efectos actitudinales dependientes de la mere exposure (simple exposición) (Zajonc, 1968, 1986), según la cual la familiari­dad con un objeto constituye un factor de primer orden en el condicionamien­to de las preferencias. De hecho, la gran estabilidad observada en las res­pectivas cuotas de mercado que ostentan numerosas marcas, es decir, el carácter estacionario de las dinámicas de consumo (Ehrenberg, 1972), parece que debe ser atribuido a la profunda rutinización de los comportamientos decisorios.

La tesis de la mere exposure y de la familiaridad evidentemente vienen a reforzar el papel de la repetición publicitaria. Este ha sido y es un área muy enfatizada por la investigación, para cuyo examen pormenorizado remitimos a Pechman y Stewart (1989) y a León (1989). Aquí sólo queremos destacar que la psicología cognitiva, tanto en sus aplicaciones a la persua­sión en general como a la publicitaria en particular, no ha sido capaz de poner de relieve toda la importancia persuasiva que tiene la repetición, por el hecho de la metodología de labora­torio con medición inmediata a la exposición, en cuyas condiciones la repetición muestra una influencia sólo para la memorización y no para la per­suasión. Por el contrario, autores más cercanos al mundo profesional como el ya citado Krugman (1965) no dudan en situar a la repetición como un factor persuasivo de primer orden.

3) La tercera dirección que apuntaremos incide sobre el atractivo del anuncio. Sin duda que ella tiene serias concomi­tancias con los postulados teóricos procedentes del condicionamiento clá­sico ya expuesto, pero lo que en esta línea se destaca es un nuevo principio, el del reconocimiento de la actitud hacia el anuncio como nuevo factor mediador de la actitud hacia el pro­ducto (Mitchell y Olson,1981). Frente a los esquemas tradicionales que hacían descansar esa actitud sólo en los valo­res atributivos del producto, se reco­noce aquí que tal actitud no puede comprenderse sin comprender una de sus fuentes que será la actitud hacia el anuncio.

 

Los creadores de la publicidad parecen haber descubierto intuitivamente lo que la psicología académica llama procesamiento heurístico. De hecho, la principal fórmula persuasiva en que se basan los anuncios

 

consiste en la exageración (Olábarri, Sobe­ra y León, 1991), una exageración que lo es en cuanto pretende transmitir, y de hecho lo consigue, una confianza ilimitada en pro­ductos y servicios, lo cual se obtiene mediante afirmaciones e imágenes simples, globales y eufóricas, sin la utilización de argumentaciones extensivas y pormenori­zadas sobre atributos y cualidades.

 

6. EMOCIÓN Y PUBLICIDAD

 

Cuanto en psicología de la persuasión se ha planteado sobre la cuestión de los men­sajes emocionales ha sido de una forma dia­léctica frente a los mensajes racionales, en el deseo de ver la eficacia comparativa de ambos. Mucho se ha escrito sobre los valo­res persuasivos de lo emocional y de lo racional, una dicotomía que está presente como elemento fundamental nada menos que en la Retórica de Aristóteles, la primera teoría propuesta históricamente sobre retó­rica persuasiva. En la investigación empíri­ca sobre persuasión desarrollada en este siglo, no aparece una preocupación global sobre las emociones sino a partir de la últi­ma década, pues los esfuerzos investigado­res anteriores se habían dedicado al estudio de mensajes que utilizaban emociones aisla­das, como por ejemplo las relativas al temor (Ray y Wilkie, 1970), o al humor (Craig, 1973).

Naturalmente la emotividad nunca ha dejado de estar presente en la investigación persuasiva: probablemente la primera téc­nica desarrollada para medir el afecto sea el viejo diferencial semántico (Osgood et al., 1957), técnica ampliamente utilizada, y del mismo modo la cultura de la actitud en la investigación psicosociológica da relieve en sus mediciones al componente afectivo de la actitud. Sin embargo, la emoción, entendida no sólo de un modo instrumental, sino en cuanto mediador persuasivo, ha recibido sorprendentemente muy poca atención explícita (por ejemplo, en fecha tan cercana como 1981 el texto tan conocido de Reardon (1981) trata a la emoción como una variable persuasiva más, a la que dedica... dos pági­nas.

Como hemos apuntado, la psicología cog­nitiva descubre prácticamente a las emociones, como elementos procesuales, en los años ochenta. En la preocupación por com­prender el procesamiento de la información se advierte la importancia de los estados y cambios emocionales como condicionantes de primer orden (Zajonc, 1980) y Bower (1981). Tras esta constatación comienza el estudio sistemático de las emociones en general, y naturalmente la psicología cogni­tiva aplicada al consumo y a la publicidad refleja rápidamente esta nueva tendencia investigadora (Holbrook e Hirchsman, 1982); (Mitchell, 1988).

Realmente la aparición de la emocionati­dad en la escena de los estudios publicita­rios y del consumo ha permitido reconocer finalmente que el receptor puede no ser tanto un ente activo, en el sentido de alguien que dirige sus propios pensamientos, sen­saciones y conductas, como un ente reacti­vo, en el sentido de alguien que, sin mediar una volición e intencionalidad, puede verse impulsado, movido, por una fuerza externa. (Holbrook, et al., 1990).

En el estudio de la publicidad las temáti­cas investigadoras en torno a las emociones, propias de los trabajos de los últimos años han seguido una secuencia lógica: en pri­mer lugar, establecer tipologías plausibles de respuestas emocionales y en segundo lugar, relacionar esas tipologías con la efec­tividad publicitaria.

El establecimiento de un repertorio de respuestas emocionales a la publicidad ha partido del examen de las aportaciones al respecto en psicología. Ésta ha establecido desde los clásicos trabajos de James (1890) que la emoción se constata en primer lugar cuando existe un cambio fisiológico en el individuo, lo cual ha dado impulso a las mediciones fisiológicas de las respuestas emocionales, como son los estudios electro­encefalográficos, los estudios sobre hemis­ferios cerebrales, sobre aceleración del pulso y sobre los cambios en el tono de voz (voice pitch analysis), aparentemente supe­riores frente a otros métodos por su gran objetividad. Sin embargo, la escasa validez de tales procedimientos en el sentido de la falta de evidencias sobre la relación entre las mediciones obtenidas y la emocionati­dad vinculada con los mensajes, ha hecho que el uso de los métodos de la medición psicofísica se haya ralentizado.

La ambigüedad de las mediciones psico­físicas ha provocado que la actual investi­gación sobre las respuestas emocionales a la publicidad descanse en técnicas conven­cionales apoyadas en la declaración verbal (self‑report). Pero el uso de esta metodolo­gía ha exigido la confección de tipologías de emociones suscitadas por la publicidad que pudieran pasar luego a la confección de los oportunos cuestionarios. Estas tipo­logías se han desarrollado bajo la premisa de que los enfoques emocionales propios de los diferenciales semánticos eran dema­siado simples por el carácter bipolar, dico­tómico, de las escalas utilizadas (agrado­-desagrado, bueno‑malo, etc.), que en nin­gún caso tenía en cuenta la teorización sobre las emociones construida desde la psicología cognitiva. El trabajo con una mejor base teórica resulta ser el de Holbro­ok y Westwood (1989), quienes han esta­blecido ocho emociones básicas: confiabili­dad, disgusto, ansiedad, irritación, alegría, tristeza, informatividad y sorpresa. En cual­quier caso existen otras tipologías, creadas ad‑hoc conforme al análisis factorial, sin base teórica, pero próximas a la ya men­cionada, como son la de Schlinger (1979), anterior al actual ímpetu investigador sobre las respuestas emocionales; y la de Aaker y Stayman (1990) trabajo que representa además el primer paso dado para una veri­ficación de la eficacia persuasiva de las diferentes emociones puestas en juego por la publicidad. Ahora bien, no creemos que pueda ser muy productiva la verificación de la eficacia de las respuestas emociona­les. La razón de esta duda estriba en que la eficacia publicitaria depende de factores no sólo textuales ‑ínsitos en el mensaje­ sino también de factores metatextuales, que la investigación de laboratorio normal­mente tiene dificultades para incorporar. Por otro lado, la investigación muestra que la informatividad de un anuncio, elemento a primera vista tan poco emocional, resulta ser uno de los principales factores para inducir valoraciones positivas en los recep­tores (Aaker y Stayman, 1990), de donde probablemente haya que considerar que la eficacia publicitaria depende más bien de una correcta dosificación de utilitarismo y emocionalidad en el mismo anuncio o cam­paña.

A pesar de lo intenso del estudio actual sobre las respuestas emocionales suscita­das por la exposición publicitaria, su impor­tancia ha sido relativizada por Moore y Hut­chinson (1985), quienes sostienen una lógi­ca tipo sleeper effect, según la cual lo que resulta decisivo para el efecto publicitario no es tanto la respuesta emocional instantá­nea que provoca un anuncio, como la memorización semantizada de la marca. Si aquélla pasa y ésta permanece, entonces se hace obvio que lo que importa no es tanto que el anuncio provoque agrado o irrita­ción, como que se grabe profundamente en la mente del público. La tesis de Moore y Hutchinson ofrece una buena explicación a ese fenómeno paradójico de una publicidad que es eficaz sin dejar de ser irritante.

La temática emocional en el estudio de la publicidad está centrando buena parte de los esfuerzos de los investigadores acadé­micos, de manera que podemos esperar grandes desarrollos en esta materia a lo largo de los años que vienen. Fruto de lo ya realizado es el reconocimiento de que la teorización sobre el procesamiento de la publicidad no podrá ya prescindir de las emociones, en cuanto factor mediador. Las más recientes aportaciones van en esta línea, con la creación de nuevos modelos sobre la acción de la publicidad (ver el modelo más profesionalista de Rossiter et al. (1991) y el más psicocognitivo de Cohen (1991).

 

El nuevo papel de las emociones y las técnicas de medición de la eficacia publicitaria

 

Los estudios empíricos en publicidad han descansado tradicionalmente en la medi­ción del impacto memorístico de los anun­cios, considerando globalmente ese impac­to y sin preocuparse de matizar cuáles eran sus causas: bien la información ofrecida o bien la emoción contenida en el anuncio. Cuando, posteriormente, se introdujo la persuasión como criterio de estudio, en la práctica tal medida era considerada depen­diente del grado de información, por lo que las escalas de valoración utilizadas por los investigadores no contemplan la medición de las llamadas respuestas emocionales.

 

Ciertamente, los pretest realizados median­te técnicas cualitativas dan cabida a una interpretación de la calidad de los anuncios apoyada en las respuestas emocionales de la audiencia, pero ello es sobre una base intuitiva. Por otro lado, se da una contradic­ción en el mundo profesional, puesto que mientras la creatividad publicitaria trabaja ampliamente con las emociones, el sector de la investigación no ha desarrollado una sistemática para valorar la eficacia de los componentes emocionales. Esperamos que las aportaciones de la investigación acadé­mica, delineadas anteriormente puedan ser pronto reconocidas e incorporadas en la práctica profesional.

 

7. LIMITES DE LA PSICOLOGIA APLICADA AL ESTUDIO DE LA PUBLICIDAD

 

Un artículo panorámico sobre la psicolo­gía cognitiva aplicada al estudio de la publicidad no podía finalizar sin una eva­luación crítica de la misma. Realmente esta crítica daría base para un nuevo artículo, pero puesto que probablemente el presen­te ya se ha prolongado demasiado, ofrece­remos sintéticamente algunos puntos sobre las sombras de la lógica CIP en el estudio de la publicidad. Vayamos pues a las críti­cas con las que daremos por concluido este artículo:

 

1. La investigación psicológica, cualquiera que sea su orientación (motivacionismo, conductismo, cognitivismo, etc.), por basarse estrechamente en una filosofía verificacionista de la ciencia, comparte las virtudes y los defectos de tal pers­pectiva: sus virtudes son la preocupa­ción por la certeza, el rigor metodológi­co y la sofisticación en los medios de prueba utilizados. Sus defectos: muchos de los experimentos en psicología tie­nen una perspectiva a corto plazo, dis­curren en entornos muy artificiales y trabajan, normalmente, con grupos de personas muy reducidos. Mientras se analizan sofisticadas variables y con­ceptos, los experimentos sufren a menudo de una gran pobreza en el tipo de estímulos confeccionados para el estudio, normalmente debido a limita­ciones económicas. Por consiguiente, existe habitualmente una enorme des­proporción entre la complejidad de las teorías a verificar y los medios de prue­ba disponibles.

2.   Existe una limitación en la dimensión tiempo. Esto es grave, pues los efectos persuasivos requieren en el mundo real de tiempo para cristalizar (por ejemplo, no es extraño que las estrategias en el marketing de nuevos productos se den un plazo de dos años antes de tomar una decisión sobre la rentabilidad de un proyecto), y por el contrario el típico experimento sobre publicidad en labo­ratorio psicológico, pretende constatar efectos de un estímulo nada más finali­zada la exposición al mismo. La grave­dad de este hecho se pone de manifies­to cuando se observan algunas eviden­cias producidas por numerosos experi­mentos, como por ejemplo que los men­sajes publicitarios tienen escasa influen­cia persuasiva afectando sólo a la memorización.

3.   Se da una focalización hacia los efectos persuasivos del mensaje publicitario, mientras se dejan de lado los efectos de factores metatextuales, que tienen tanta o más importancia que los textuales. Entre aquellos factores se cuenta por ejemplo el peso publicitario, la multiu­bicuidad publicitaria, la historia pasada de las marcas, y desde luego, las dimensiones del marketing, mix y la competitividad entre marcas. Este cons­tituye un defecto importante que com­parten en general todas las técnicas de análisis del mensaje publicitario, que no pueden hacerse cargo de esos factores metatextuales, bien por su complejidad, bien porque se trabaja con modelos de análisis muy limitados, bien porque los analistas no son sensibles a ellos.

4.   El papel básico dado a la experimenta­ción obliga al trabajo con un número reducido de variables por experimen­to. Tal limitación aleja las posibilidades de una teorización amplia, que es la que se requiere para comprender toda la riqueza de los fenómenos en estudio. Este modo autolimitativo se aprecia especialmente en numerosos textos que revisan los hallazgos científicos hasta la fecha y cuya estructura redac­cional es simplemente la de yuxtaponer epígrafes sobre las diferentes varia­bles, a menudo dispuestas al azar, y que descansan totalmente en una mención de las diversas investigaciones al res­pecto, igualmente yuxtapuestas. Tales textos son una miscelánea tan erudita como desarticulada, y sin embargo, sin esa estructura no obtendrían una apro­bación oficial. Falta siempre una visión de conjunto, propiciada por el especia­lismo a que obliga la sistemática experi­mental.

5.   Cuando se hace balance de las numero­sas investigaciones en laboratorio experimental se tiene la inevitable sen­sación de que el auténtico valor de las mismas reside en las hipótesis, fruto de la intuición del investigador, y que éste pretende investigar. Tal sensación se debe al hecho de ser tantas las limita­ciones en el procedimiento verificatorio y de ser tan habituales las contradiccio­nes entre estudios.

6.   Mientras idealmente la teoría precede a la praxis, o en otros términos, la ciencia básica precede a las aplicaciones, en el campo del estudio psicológico de la publicidad puede apreciarse una des­conexión prácticamente completa entre el universo teórico y el universo de la acción. Este se caracteriza por unas coordenadas muy específicas (un pro­ducto, un mercado, unas dimensiones económicas) que son las que condicio­nan a los estrategas de marketing y publicidad, quienes además no tienen generalmente la sensación de que le falte algo a su Know-how; de esta mane­ra puede esperarse una escasa recepti­vidad hacia los frutos de la investigación en ciencia psicológica básica, que resul­tan ser muy generales y de gran com­plejidad. Por otro lado, la psicología cognitiva está mal posicionada en el campo de la publicidad, pues en éste se da mayor preferencia hacia metodolo­gías de survey y a los estudios de carác­ter agregado que informan sobre varia­bles muy relevantes como son las ven­tas o las inversiones económicas.

 

En resumen, y aunque probablemente sea demasiado sumaria la conclusión, ha de decirse que: El afincamiento en el método de laboratorio orienta totalmente no sólo los resultados a obtener sino los conceptos y variables que serán elegidos. Esto conlleva una constatación: la investigación académi­ca actual en psicología publicitaria es con frecuencia irrelevante desde el punto de vista de la acción comercial y atomística desde el punto de vista de las necesidades de la propia teorización.

Puesto que las últimas palabras de un artí­culo suelen condicionar el valor que el lec­tor dará a la materia tratada, no queremos que la última palabra la tenga la visión crítica de las líneas anteriores, que en justicia debíamos dar. Frente a esas sombras late en nosotros un reconocimiento a los méritos de la psicología cognitiva y sus aportaciones al estudio del procesamiento informativo de la publicidad. Creemos que ella puede inscri­birse con pleno honor en el panteón de lo que podríamos denominar como ciencia básica, tan necesaria para una comprensión global de los fenómenos del consumo y de la publicidad. En cualquier caso esperamos que los próximos años traigan un mayor interés sobre un campo de análisis tan pro­ductivo, como hemos intentado demostrar, y hasta ahora virgen en la comunicología his­pana.

 

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NOTAS

 

(1) Habida cuenta de la escasa atención que están recibien­do entre nosotros los actuales estudios sobre psicología de la publicidad, el objetivo del presente articulo es levantar un mapa tipográfico que indique las principales corrientes de estudio, los conceptos que están recibiendo mayor énfasis investigador en una perspectiva académica y una reseña de las aportaciones bibliográficas más relevantes al respecto.