La huella de lo nuevo

Como contempla el arte al desarrollo tecnológico

 

Berta Sichel

 

El desarrollo de las tecnologías de la información ha provocado también la respuesta de muchos artistas. Los cambios de contenidos, lenguajes y soportes parten también muchas veces de posi­ciones críticas hacia la tecnología.

 

«Nuestra era está en proceso de elaboración por la intromisión cada vez mayor de la máquina y de las nuevas tecnologías en todas nuestras activi­dades, un nuevo tipo de imaginación que he denominado tecnoimagina­ción.» (1).

«Pero el control, es decir, el dominio de los mensajes, no del medio, es otra cuestión.» (2).

 

Se están produciendo cam­bios. Todos ellos, desde la explosión de las supernovas, las mutaciones genéticas aleatorias, hasta la nueva ciencia de la guerra, están :S afectando no sólo al universo físico, sino también al universo simbólico. Bajo esta influencia, en la última década ha aparecido una innovadora tecnoimagina­ción. La tecnología espacial y de las teleco­municaciones, y su capacidad de socavar una serie de convenciones válidas (ya sea en relación con la noción de tiempo‑espacio o con la de tierra‑límites de la consciencia) y su asociación con el poder, el control y la vigilancia viene a simbolizar un nuevo cam­po de representaciones y aplicaciones tec­nológicas en el arte.

Durante la última década, las representa­ciones tecnológicas en el arte no han caído bajo el hechizo de la era de la máquina como pensaban constructivistas y futuristas, entregados a la glorificación de la máquina, o como pensaban Francis Picabia, Marcel Duchamp y Man Ray, quienes mostraron un particular interés por las máquinas. Utiliza­das por los artistas, de forma representacio­nal o no representacional, estas tecnologías, unidas todas por medio de relaciones sinér­gicas, están produciendo también un nuevo panorama en el arte y la tecnología, en resumen, una nueva estética de la máquina. Han creado símbolos y visiones donde la frontera de la consciencia disappearing throught the skylight (3) (desaparece por el tragaluz). Simple y llana, como el arte debe ser, esta estética de la máquina contiene una gran variedad de significados sociales, culturales y políticos. El tema central hoy se ha trasladado del conocimiento especializa­do del cómo al del para qué, basado en la imaginación, la filosofía, el contenido y las ideas. A su vez, la tecnología de las teleco­municaciones espaciales subraya las conje­turas sociales y políticas, que se han con­vertido en poderosos elementos de la cultu­ra popular.

En el posmodernismo, donde la tecnolo­gía es una parte inevitable de un mundo cambiante y el progreso es una desilusión, la actual tecnoimaginación no se concibe como la unión del arte y de la ciencia, de los sentimientos y de la razón, como ocurrió en los años 60, ni es prisionera de la revo­lución de las telecomunicaciones como ocu­rrió en la siguiente década. Al contrario de las usuales aproximaciones de la estética a la tecnología, en esta nueva era de la estéti­ca, la tecnología no se corresponde con el desarrollo y el avance. La representación de símbolos tecnológicos y la utilización de medios de comunicación, asimismo tecno­lógicos, desmitifica la idea de progreso y contradice los conceptos de cultura de ma­sas, de homogeneidad, los cuales están des­truyendo últimamente la capacidad adjudi­cada a las telecomunicaciones de destruir las barreras culturales.

 

LA TECNOLOGIA COMO CONCEPTO

 

La ciencia y la industria han influido cons­tantemente en la inventiva artística. Bajo el estandarte de la ciencia, el arte se ha con­vertido en un medio idóneo de propagar la opulencia de la industrialización y la rique­za de la nación. Las fábricas, los puentes de acero, las vías férreas, y más recientemente el automóvil, han reemplazado a la ilustra­ción del trabajo vivo, el término genérico (en la teoría marxista) que recoge todas las actividades humanas, profusamente ejerci­das en la antigüedad.

En el contexto de la tecnoimaginación, la crítica francesa y el autor Rene Berger con­ciben la representación como el lugar des­de el cual surgen la imaginación y la reali­dad. Esta localidad ficticia es un lugar de producción de nuevos símbolos. En un mundo transformado constantemente por las innovaciones, en especial por las tecno­lógicas, la naturaleza de los símbolos está en continuo cambio. El nuevo tipo de imagi­nación se ha convertido en un concepto tec­nológico.

Los elementos conceptuales implicados están muy relacionados con la representa­ción tecnológica en el arte contemporáneo, así como con la comprensión actual de la tecnología. Más que ser sólo una máquina «de difícil comprensión para nosotros» (4), esta perspectiva conceptual da a la tecnolo­gía una dimensión sistemática, un sistema potente que interfiere con el individuo y con el movimiento planetario (5). Cuando hacemos una confrontación con la realidad tec­nológica, la imaginación tecnológica, a tono con lo que ya se ha llamado transformacio­nes posmodernistas, fomenta la desmitifica­ción y la redefinición de la comprensión del papel de la tecnología en la sociedad con­temporánea. La machine in‑the‑garden no nos llevará al paraíso.

Los primeros satélites comerciales, los Pájaros (máquinas de potencia limitada), fueron colocados en órbita en 1965, des­pués de la explosión pop en los circuitos de exposiciones neoyorquinas durante el oto­ño de 1962 y, una década más tarde, la po­sición posmodemista había sido ya seria­mente desafiada por el trabajo de Robert Rauschenberg y Jasper Johns, y expandida por los acontecimientos musicales y teatra­les de John Cage, Claes Oldenburg, Jim Dine y Red Grooms (6).

En menos de 20 años los satélites han pa­sado por seis generaciones tecnológicas y han creado una red de señales que durante el proceso han sido proyectadas constante­mente hacia el cielo. Esta red refleja la com­plejidad de la sociedad engarzando econo­mía, política y tecnología. En el Golfo Pérsi­co, el crecimiento armamentístico depende en gran medida de estructuras concebidas miles de kilómetros por encima del Ecua­dor, las cuales, últimamente, se traducen en un movimiento hacia lo desconocido.

Este movimiento hacia lo desconocido, al­gunas veces aterrador y a menudo descon­certante, pero también una experiencia de­safiante, se articula en las pinturas y los di­bujos de Ellen Levy. Incluso cuando aparecen las intuiciones utópicas, la utopía no significa simplemente ningún lugar sino que son modelos simulados de lo que de hecho podría suceder.

Un simulacro de una situación, represen­tado en alguno de los trabajos de Levi, pre­senta los modelos futuristas propuestos por la NASA para controlar las inundaciones provocadas por los terremotos. Al igual que en la nueva ciencia de la guerra, donde los modelos estaban controlados por superor­denadores y donde se empleaban los saté­lites para reproducir artificialmente todos los daños posibles, los modelos de Levi re­presentan una situación en la que un dique se rompe durante un cataclismo imaginario. Los modelos pueden hacer pensar en una actitud irresponsable y, en caso de error, se puede argumentar que el objetivo no con­sistía en describir la realidad, sino en ob­servar qué es lo que podría ocurrir (7). A pesar de esto, la ciencia actual cree firme­mente en la precisión de las predicciones sobre el futuro, generadas a partir de distin­tos escenarios de un prototipo.

Los modelos de la NASA, algunas veces dirigidos por receptores de satélites que pueden recibir y enviar rayos láser y crear un estrecho e intenso haz de luz fluorescen­te, pueden verse en las páginas a todo color de las revistas científicas. Usando medios convencionales, tales como la pintura y el dibujo para conseguir resultados poco con­vencionales, las imágenes resultantes son imágenes de segunda generación. Son mo­delos de modelos; son ya paradigmas que anulan totalmente la verosimilitud de la cir­cunstancia potencial, ya que sólo existen en un entorno artificial. Para Levi, sus modelos son la personificación de un «mundo cons­truido totalmente por el hombre, en donde la naturaleza ocupa una pequeña parte». Como en muchos de los fotogramas de Ma­rey, Levi no está componiendo un panora­ma abrupto de la sociedad tecnológica, sino que está creando «un vector circular que si­gue la línea de la fuerza» (8). Sólo tres dé­cadas después de que Oldenburg expresa­ra su deseo de «eliminar las complejidades de la tecnología... y convertirla en algo muy simple, en su línea de fuerza» (9), ha cam­biado ya la idea de representación y traspa­sa la fantasía de la tecnología de control.

Las ideas de control y vigilancia también aparecen en los montajes fotográficos de Daniel Faust. Al igual que Levi, Faust no está fascinado con el diseño, la forma y las capacidades técnicas de los satélites. Contraria­mente a lo que sucedió durante la época del arte moderno, la expresión de lo mecá­nico actualmente no conlleva una venera­ción de la tecnología y la industria. Faust va más allá de la recontextualización, un con­cepto que se ha vuelto muy popular en el arte posmodernista, especialmente en foto­grafía, donde se descodifica el imaginario de la cultura popular y de masas, para ex­plicar las implicaciones de los signos y de las actitudes. Sacadas de su contexto inicial, las imágenes supuestamente se convierten en alegorías que originan comparaciones expresivas entre los emblemas tecnológi­cos contemporáneos.

Las imágenes que él manipula, armamen­to militar o satélites, se presentan sobre un modelo de líneas verticales y horizontales, formando una especie de cuadrado similar a un plano. En este formato las imágenes adquieren una forma de sistemas conecta­dos entre sí; se convierten en un marco de barras entrelazadas que representan paisa­jes artificiales e información estratificada, y en relación con símbolos tecnoculturales. En Untitled (1991), así como en trabajos an­teriores, las imágenes de los satélites, que cuelgan de los museos de ciencias, y cen­tros tecnológicos echan por tierra las ex­pectativas tecnológicas de la audiencia al llamar la atención sobre el sospechoso po­der de los satélites y las telecomunicacio­nes. En tales instituciones, entre las que se encuentran las más concurridas de los Esta­dos Unidos, la tecnología está envuelta en una atmósfera de patriotismo. A Faust le gustaría crear una audiencia más crítica, más consciente del contenido político de estas tecnologías. Él dice que «las imágenes fotografiadas desde satélites no deberían contemplarse de forma tan inocente e inge­nua».

Antes de que el arte adquiriera connota­ciones políticas, Peter Fend tenía ya en perspectiva realizar, como periodista, un trabajo riguroso en relación con el arte. La primera vez que utilizó en su trabajo imáge­nes tomadas desde satélites fue en 1978, durante la exposición en grupo de Earth Net: An Economic System, en el Caltech’s Baxter Art Museum. Al principio de los años 80 fundó, en colaboración con artistas y crí­ticos, la Ocean Earth Construction and Development Corporation (OECD). Como subproducto de la Offices, una antigua orga­nización extraoficial de Fend, la OECD es una empresa con grandes ambiciones eco­lógicas y políticas. Esta corporación reconfi­gura el entorno urbano (aunque muchos de sus proyectos nunca llegaron a construirse) y revende a los medios de comunicación imágenes inusuales de la Tierra, tomadas desde satélites. Estas imágenes son propie­dad de la NASA, Intelsat, la Agencia Espa­cial Europea y otras industrias espaciales privadas o públicas. Fend también utiliza las imágenes de la OECD en muchos de sus proyectos artísticos. Debido a su poca reso­lución y, como consecuencia, inservibles para fines militares, no se les confiere nin­guna importancia; aparentemente no tienen ningún valor.

Los medios de comunicación británicos recientemente llamaron a Fend «un experto americano en imágenes fotografiadas des­de satélites»; también fue denunciado por el Gobierno alemán. Uno de sus trabajos más polémicos, el proyecto Chernobyl Cover Up Scandal de 1989, demostró la capacidad de los satélites de crear un nuevo tipo de infor­mación. Fend manifestó en el London Times que un factor importante en la explosión de Chernobyl fue un corrimiento de tierras, y afirmó que las autoridades alemanas habían confiscado fotografías realizadas desde sa­télites que demostraban definitivamente la inexactitud de la versión oficial de los he­chos. La prueba de las afirmaciones de Fend, según el London Times, se fundamen­ta en una serie de fotografías tomadas des­de satélite antes, durante y después del de­sastre de Chernobyl en abril de 1986. Las fotos muestran una línea oscura a través del reactor que las instituciones oficiales, inclui­do el americano Geological Survey Depart­ment, interpretaron como una sombra de humo alrededor de la zona. Según Fend, en otra lectura de las zonas de cobertura del satélite, éstas prueban que la raya oscura es una falla en el suelo que cedió bajo el peso de la planta de Chernobyl causando la explosión del reactor. Fend no se ve a sí mismo como un político de ideología iz­quierdista, sino más bien se alegra de que su conducta rebelde se produjera al lado de colegas prestigiosos, de la comunidad científica y del gobierno, a los cuales quiere dar a conocer el arte, «una entidad no rela­cionada con el poder de decisión». Como un satélite con varias antenas pequeñas, Fend está por todo el mundo, esforzándose siempre por traspasar el gueto de las gale­rías y los museos. Identificándose con Ro­bert Smithson, Dennis Oppenheim, y otros artistas, él quiere eliminar de su arte cual­quier elemento de oclusión, desde la dia­cronía del modernismo hasta la sincronía del momento actual. En su opinión, hoy en día, lo mejor que puede hacer el artista es «intentar modificar la dirección en la que el planeta está siendo administrador, y no lla­mar la atención de directores de museos y coleccionistas de arte. Sus proyectos, así como sus estudios (que incluyen Física, His­toria y Arquitectura), son polifacéticos. Indi­ferente a las vías de distribución ‑salas de conferencias, instituciones gubernamenta­les, periódicos, museos y galerías de arte‑, lo que es recurrente en su trabajo es la intersección del arte con otras áreas de la arquitectura social, política y cultural.

Una de las características frecuentemente citadas del trabajo de Jessica Diamond es su actitud crítica y satírica hacia la simbolo­gía cultural popular. Hija de la revolución de las comunicaciones, en 1989 cubrió una pared entera del American Fine Arts, Co. de Nueva York, con una obra titulada Shark with Dish, en donde la cabeza de un tiburón servía de plataforma a una gran antena de satélite. Recordando lo poético de la sole­dad o evocando la importancia de perma­necer sintonizado, como describieron los medios de comunicación, la obra de la au­tora, la antena perdida sobre la cabeza de un tiburón, es el símbolo cultural de una so­ciedad donde las personas creen participar en una clase de comunión universal, a tra­vés de una estación de conmutación por mi­croondas. Pero, al contrario de lo que dice el eslogan de la New York Telephone, «no estamos todos conectados».

En esta época pluralista y enigmática en la sociedad y en su arte, mientras se busca la forma de expandir la línea que une el arte con su audiencia, la tecnoimaginación refle­ja la incredulidad. Representa el poder, el control y el azar, la revuelta; ridiculiza la imagen de una sociedad que, a pesar de poseer una tecnología de alto nivel, también es democrática.

 

LA FANTASÍA MOMENTÁNEA

 

A medida que la vida en el siglo xx se hizo más rápida, y se fragmentó cada vez más debido a la introducción de una serie de cambios tecnológicos profundos, el cu­bismo fue reflejando las nuevas experien­cias espacio‑temporales. Creando nuevos puntos de vista y revisando los conceptos espaciales tradicionales, los cubistas prepa­raron el terreno a nuevas percepciones y perspectivas posibles.

Los años 70 fueron testigos de una nueva ecología de la información. Una serie de in­novaciones tecnológicas trajeron al arte y a los artistas una variedad de nuevas expe­riencias sensibles y espacio‑temporales. Los artistas eran capaces por primera vez de comunicarse en tiempo real con otros artis­tas y con el público de todo el mundo. Aun­que algunos como Picasso negaron la in­fluencia directa de la tecnología en la expan­sión de su visión del mundo, no hay duda de que estas tecnologías ‑películas, fotografí­as y rayos X‑ influyeron, aunque fuera indi­rectamente, en la ruptura cubista de un es­pacio homogéneo tridimensional (10).

Además de ampliar el conocimiento so­bre el mundo y el universo, y de despertar un nuevo sentido del significado del tiempo, del espacio y de las distancias, la aparición de la tecnología de las telecomunicaciones presentó nuevos desafíos a los artistas. Esti­mulados por un soporte inusual, y obliga­dos a negociar con los sectores burocráti­cos públicos y privados que poseían o con­trolaban estos medios de comunicación, organizaron eventos nacionales e interna­cionales de telecomunicación, así como conferencias, seminarios y talleres de tra­bajo. Muchos de ellos estaban financiados por museos, centros de arte y cadenas de televisión, tales como el Center for Visual Studies en MIT (Boston), La Mamelle y el San Francisco Museum of Art (en San Fran­cisco), el Withney Museum, el Franklin Arts Center y la WNET‑TV/ 13 de Nueva York, Documenta (en Alemania) y el Centro Pom­pidou de París.

La época eufórica de los experimentos de los artistas con las telecomunicaciones, y su deseo de trabajar con esta tecnología, estaba ya documentada en el libro Art tele­communication de Heidi Grundmann, de 1984. Sin embargo, el libro se centra en las transmisiones que utilizan soportes de tele­comunicación simples y accesibles, y en sistemas tales como la televisión de baja definición, el telefacsímil (FAX), la radio y el teléfono. Este intercambio interactivo del arte, que utiliza tecnología barata y disponi­ble, sobrevive todavía en el Digital Art Ex­change (DAX) de Bruce Breland, en el Insti­tuto de Bellas Artes de Carnegie Mellon y en la red de arte electrónico del Massachu­setts College of Art.

Este entusiasmo extracorporal y extracog­noscitivo (11), avivado por la capacidad de interacción de la tecnología de las teleco­municaciones, ha permanecido bajo obser­vación durante los últimos años. Nuevas for­mas de observación, incluyendo la visión crítica hacia las promesas incumplidas de la tecnología, han inducido a los artistas a bus­car un contenido original, nuevos símbolos y nuevos lenguajes. Rechazando conceptos comunes como el principio de la cultura única y uniformada, y con posturas eclécti­cas, aleatorias, deslegitimadoras y multicul­turales, los artistas han buscado otro tipo de respuestas en la tecnología.

Incluso los pioneros como Liza Baer y Douglas Davis, cuando miran hacia atrás, creen que la idea global de arte a larga dis­tancia (el arte transmitido por satélite, como fue entendido en los años 70) era una para­doja conceptual o un concepto mal entendi­do. Baer, últimamente directora de cine, re­procha el clima romántico y el tecnicismo ingenuo que invade a los trabajos de tele­comunicaciones confrontados por artistas, incluida ella misma. Ella y otras artistas fan­tasearon con la idea de poder incluir en la satelización del mundo e hicieron creer a las instituciones reguladoras del acceso pú­blico, y al público en general, que una transmisión de microondas es, en sí misma, una forma de arte. En 1977 Baer y Keith Sonnier, en colaboración con numerosos artistas e instituciones, y con la financiación de la NASA y compañías privadas america­nas y canadienses, organizaron la primera transmisión bidireccional de vídeo vía saté­lite, Phase 11: Send Receive entre Nueva York y San Francisco. A pesar de mostrar una perspectiva totalmente idealizada y de la falta de conocimientos tecnológicos, el acontecimiento, que incluía actuaciones, baile y artes visuales, fue transmitido por satélite y por cable a 25.000 personas en ambas ciudades (12).

Al mismo tiempo, Douglas David, Nan June Paik y Joseph Beuys trabajaron juntos en un acontecimiento de telecomunicacio­nes elegido para inaugurar Documenta 6, en Alemania. La difusión en directo fue transmitida por satélite a más de 30 países. El evento finalizó con el programa de Davis, The Last Ten Minutes, con el que intentó abrirse camino a través de la pantalla para conseguir su objetivo: la audiencia pasiva. Desde entonces Davis ha participado en muchos programas internacionales vía saté­lite ‑Double Entendre (1981) o Menage a Trois (1986), entre otros‑, financiados por instituciones como la Whitney y el Guggen­heim Museums (Nueva York), el Stedelijk Museum (Amsterdam) o el Centro Pompi­dou (París).

Al contrario de Baer, Davis no cambió de táctica. La tecnología de los satélites todavía está presente en su obra. Sin embargo, tie­ne un punto de vista errático sobre las posi­bilidades de la tecnología de las telecomu­nicaciones y los medios de comunicación. Opuesto a la creencia de que estas tecnolo­gías pueden crear una verdadera cultura de masas donde cada uno piensa y actúa de la misma forma, según él, el destino de las telecomunicaciones es casi el opuesto. «Cuando se está en una posición en la que se puede recibir y transmitir fácilmente imágenes de vídeo, lo que está sucediendo, de hecho, es que la cultura se está fragmen­tando.» En su opinión, un país tras otro, una nación tras otra, se están apartando del mo­delo impuesto y están creando su propia cultura y sociedad.

En la era de les petites histoires, Davis no pretende «derribar las barreras culturales, sino realzar las diferencias». Actualmente trabaja en un proyecto de teledifusión en colaboración con artistas soviéticos, escrito­res y directores de cine («una situación donde puedo aprender algo»), interesándo­se por cosas que desconoce, por la aventu­ra. «No conozco a los rusos; no comprendo su comportamiento, su lengua, su comida, absolutamente nada. Y me gusta. Lo que la gente llama barreras culturales es de hecho una incitación a hacer cosas interesantes de forma anárquica y personal.» Para Davis, la idea de aldea global de los años 90 es sólo una «fantasía momentánea».

Nan June Paik, hijo de los años 60, inocu­lado de un espíritu dadaísta, pretende tam­bién introducir la anarquía en la nueva tec­nología, pero expresa su rebeldía de forma diferente a como lo hace Davis. Él quiere crear una televisión, «para gente que ve la televisión y no para intelectuales que tienen conocimiento de ella por medio de libros de semiótica» (13). «Terrorista de los me­dios de comunicación», como fue llamado por la crítica por transgredir las normas, violó reglas y estándares de la radiodifusión al coproducir y dirigir tres programas inte­ractivos en directo vía satélite. El uso inte­ractivo de Paik de los medios de comunica­ción y del ordenador dio a la televisión una imagen abstracta, que trajo consigo un nue­vo punto de vista acerca del color y la ani­mación.

Las cortapisas económicas fueron siempre el principal obstáculo para Paik. En Art transrnission’90 una conferencia en el Center for Advanced Visual Studies (CAVS/MIT), en Boston, durante el pasado octubre, Peak vol­vió a lamentarse de las dificultades de finan­ciación de estos grandes proyectos que po­dían producir, según él, innovaciones impor­tantes en el arte y en la televisión.

Consigan o no Davis, Piak y otros artistas convencer a las cadenas de televisión, a las empresas y al Gobierno para que financien sus proyectos o logren ampliar con su tra­bajo los puntos de vista de la audiencia mundial y de las dimensiones estéticas, el hecho es que el carácter innovador de tales trabajos está desafiando no sólo a los procesos artísticos, sino también a las posibili­dades perceptuales y estructurales de la te­levisión y de sus espectadores. Es cierto que todos estos proyectos mundiales de te­lecomunicación artística han añadido infor­mación a nuestros actuales archivos cultura­les y han producido nuevos vínculos entre las nuevas tecnologías y las nuevas formas de ver televisión.

 

UN ESPACIO EN MOVIMIENTO

 

Rechazando antiguos dogmas, los artistas recientemente han hecho uso de una com­binación sinergética de las telecomunica­ciones y la tecnología informática para transgredir cánones establecidos. En este contexto, las redes son agentes de cambio; son interactivas y proporcionan medios para diseminar instantáneamente la infor­mación.

Descritas últimamente como «un espacio en movimiento/en transmisión» (14), las re­des informáticas, como la televisión, forman un espacio electrónico. A diferencia de la televisión, esta nueva forma de transmitir in­formación «se caracteriza por ser un medio participativo de comunicación en el que los receptores son también emisores y contro­ladores» (15). La naturaleza de las redes materializa un tipo de banco del conoci­miento que permite comunicarse a los indi­viduos, independientemente de dónde se encuentren. Las redes también generan un nuevo paradigma de creación artística al ofrecer la posibilidad de inventar «comuni­dades virtuales, y ofrecer una gama de po­sibilidades a los artistas, a los profesores de arte y a otras personas que trabajan con la cultura» (16) .

Un buen ejemplo es la americana Art Com Electronic Network (ACEN) de San Francisco. ACEN es, de hecho, la puesta en práctica de la idea de Keith Sonnier cuando, en los años 70, concibió la Send Receiver Network. Dirigida por Carl Loeffler, quien participó en la primera transmisión vía saté­lite SonnierBaer, ACEN es un proyecto de la Manelle, Inc., una organización no lucrati­va fundada en San Francisco en 1975. ACEN utiliza un conjunto de tecnologías in­formáticas y de telecomunicaciones ‑tele­visión de radiodifusión, satélites interactivos y ordenadores‑ para crear lo que Loeffler define como un lugar electrónico de reu­nión para la creación y la puesta en circula­ción de proyectos artísticos de individuos particulares y organizaciones. ACEN publi­ca su propia revista, ArtCom, y distribuye electrónicamente otras publicaciones rela­cionadas con el arte, la literatura experi­mental, la música, el teatro, la tecnología.

Alarmado por el uso de los artistas de las telecomunicaciones, con el fin de producir un arte tecnológico del espectáculo, Loef­ier se debate entre el entusiasmo y la críti­ca. «Soy muy crítico con el acercamiento del arte a la tecnología, y creo que la próxi­ma generación de artistas que trabajen con la tecnología estarán en contra de esta acti­tud.» En la última década muchos artistas y escritores asociados con ACEN, como Stephen More, Judi Malloy y Gil MinaMora, contribuyeron a la creación de una estética de la red electrónica. Esta estética realza el procedimiento «de creación colectiva y de ofrecimiento al espectador de una versión moderna del juego surrealista de controlar el subconsciente», como lo describió Anna Couey en New Observation, revista de tele­mática. Para Couey, Loeffler, el grupo DAX o para el grupo alemán ArtCom (indepen­diente de Loeffler y su grupo), las redes y las tecnologías de la telecomunicación sitú­an el valor del arte fuera del mero culto al objeto, y en lugar de ello subrayan la im­portancia del arte en la búsqueda de nue­vas formas artísticas.

Esta búsqueda no es una exploración por el mero hecho de explorar, sino más bien una forma de denunciar una situación de coacción y conformismo ‑ésta es la idea que subyace en el Marianne Project‑. Idea­lizado por el artista escandinavo Erich An­dersen, Marianne significa un cambio. Transgrediendo convenciones sobre dis­tancia y movimiento, Andersen pretende dejar algo claro: a pesar de la visión de Einstein de un mundo inestable, él cree que el arte todavía tiene una naturaleza estática.


Equipados con paneles móviles autorre­flectantes de plástico de aluminio que per­miten observar la reflexión del Sol en la Tie­rra durante la noche, los satélites en su con­tinuo movimiento simulan ser figuras movibles en el espacio. Intercambiando po­siciones unos con otros, de forma gradual pero constante, los tres satélites de Marian­ne serán colocados en el Punto de Lagran­ge, aproximadamente a 1,42 millones de ki­lómetros de la Tierra. Cuando Andersen co­loca satélites reflectantes en órbitas tan alejadas, también está buscando un nuevo punto de equilibrio en nuestro universo, donde no podemos encontrar ni colonialis­mo ni conformismo. En este contexto, tam­bién está hablando en contra de la domina­ción.

Andersen presentó su proyecto a concur­so con motivo del primer centenario de la torre Eiffel. La avanzada tecnología emplea­da por Marianne se correlaciona con la tec­nología del ferrocarril de 1886, año en que se inauguró la torre Eiffel. Entonces el ferro­carril era importante para los políticos, los militares y los economistas. La novela de Emile Zola La bestia humana, publicada en 1890, describió la máquina de vapor como «un gigante que se deslizaba por la tierra, con su cabeza en París, con su columna vertebral sobre los raíles...» (17) Andersen describió la compleja estructura técnica del proyecto, concebida en colaboración con un astrofísico y un arquitecto, como una es­trella construida por el hombre, y a la vez la escultura más grande jamás creada. Actual­mente se discute en la Comunidad Econó­mica Europea la posibilidad de vender ac­ciones del proyecto a varios países eu­ropeos, y se pretende colocar a Marianne en órbita el 31 de diciembre de 1999 para celebrar el fin del milenio.

Cuando se acabe el milenio dentro de nueve años, ¿qué guardará el futuro para el arte en la sociedad tecnológica si ya ha de­jado de ser innovador? Stephen Soreff, cuyo trabajo conceptual apareció en el panorama artístico neoyorquino en 1960, ha estado in­vestigando durante mucho tiempo la rela­ción entre el arte y la tecnología. Editor de AGM Avant Gard Art Review, su forma de usar las telecomunicaciones y las tecnolo­gías de la comunicación nos hablan de su deseo (y el de tantos otros), de una forma artística que ignora el mercado y a pesar de ello, consigue llegar al público. Bajo la dic­tadura actual de las reglas de mercado, rei­tera que «los trabajos artísticos de teleco­municaciones no son prácticos. No somos capaces de venderlos. En este momento no es posible crear un trabajo artístico que pueda entrar en el mercado, que pueda mostrarse y venderse en una galería de arte, empleando alta tecnología».

Desde 1982 Soreff ha compaginado la producción de trabajos comerciales con la organización de acontecimientos relaciona­dos con las telecomunicaciones. A diferen­cia de firtCom, y otros proyectos similares, Soreff no está interesado en trabajar con otros artistas; de hecho, no está interesado en trabajar con nadie. Buscando un encuen­tro en la tercera fase, se pregunta: «¿Hay vida inteligente en el universo?, ¿quién está ahí fuera? Me gustaría creer que la gente es capaz de comprendernos de forma inteli­gente.» Financiado por un millonario de Te­xas, propietario de una cadena de televi­sión e interesado en el arte, Soreff fue capaz de enviar señales al espacio en 1987. El proyecto AI”ÍStar de Soref se propuso enviar un mensaje a las estrellas y a sus posibles habitantes. Este proyecto no sólo amplía el contexto físico de trabajo, sino que además enriquece el conocimiento del cosmos, ya que la viabilidad del proyecto depende de investigaciones científicas sobre la física del universo, y de los métodos de telecomuni­cación interestelar en Estados Unidos y en Europa.

Todos estos viajes, y muchos otros pro­yectos que no se mencionan por falta de es­pacio (como las numerosas transmisiones vía satélite de Tom Klinkowstein, o incluso la exhibición de imágenes de McDonald’s desde Australia a Filadelfia y San Francisco, o el proyecto Art Satellite del artista francés Pierre Comte), representan un deseo de nuevos contextos narrativos y simbólicos. También muestran el deseo de desmateria­lizar el arte y de cambiar la relación entre el espectador y la obra, entre el artista y el mercado del arte.

El uso por el arte actual de avanzadas tecnologías interactivas ya no es puramente experimental, como lo fue en 1960 y en 1970, sino una forma de pacto entre el pos­modernismo y su entorno. En su libro Post­modem current‑art and artists in the age of electronic media, la artista y escritora Mar­got Lovejoy afirma que ha sido la tecnología la que ha producido el posmodernismo. Además, la tecnología todavía está unida a la evolución histórica de la consciencia: «al­gunos artistas que siguen una corriente tec­nológica no se dan cuenta de las importan­tes consecuencias de las circunstancias ac­tuales» (18).

Después de todo, el papel que la tecnolo­gía representa en el arte, bajo esta nueva ecología de la información, es el de negar tradiciones y creencias obsoletas acerca del arte y la tecnología. La tecnología no re­presenta el progreso. Y aunque todavía es pronto para afirmar que estos cambios van a producir un nuevo comportamiento artísti­co, como Loeffler cree, es posible que el arte se haga más participativo y deje de ser patrimonio excluviso de unas pocas celebridades.

En el panorama artístico actual muchos artistas comparten un total rechazo a los métodos y prácticas artísticas tradicionales. Derrick de Kerckhove, director del McLuhan Program sobre cultura y tecnolo­gía de la Universidad de Toronto, cree en la existencia de un movimiento de coopera­ción tecnológica para recuperar el control, un movimiento que podría ampliar el cam­po de actuación, debilitar presupuestos ina­movibles y crear nuevos símbolos asumien­do la tecnoimaginación del posmodernismo.

 

Traducción: Olga Alejandro

 

 

(1) Berger, Rene, Lloyd Eby, ed. Art and technology. Nueva York. Icus Book) 1986, pág. 395.

(2) Clark Arthur, C., 1984: Spring‑A choice futures. Nueva York. Ballantine Books, 1984, pág. 21. Clark, científico y escritor de novelas de ciencia ficción, fue el primero en proponer el concepto de satélite geoestacionario en su artículo Wireless world en 1945.

(3) Disappearing through the skyhght es el título del libro de O. B. Hardison, Jr., en el que se discute sobre la cultura y la tecnología en el siglo XX.

(4) Tornatzky. Louis G., Fleischer Mitchell, ed. The process of technological innovation, Lexington Books, Massachusetts‑Toronto 1990 pág. 7.

(5) Véase el libro Technological system de Jacques Ellul, donde se estudia la tecnología como un concepto que no está relacionado sólo con las máquinas, sino con un aparato de organización, información, memorización y preparación de toma de decisiones, de sustitución del hombre en muchas tareas intelectuales, pág. 25.

(6) Paleotti, John T., Art. In the postmodern moment. A handbook of contemporary innovation in the arts. Stanley Trachtenberg, ed. Londres. Geenwood Press, 1985, pág. 60.

(7) Ellul, Jacques, The technological system, Nueva York, Contininuum, 1980.

(8) Vamedoe, Kirk, Fine Disregard. What makes modem art modem, Nueva York, Abrans Publisher, 1990, pág. 147.

(9) Oldenburg, citado en Susan Fillin‑Yeh, The Technological Muse: Affiliation and ambivalence in American machine imagery, 1840‑1990, Nueva York, The Katonah Museum of Art, 1990, pág. 20.

(10) Véanse las observaciones de Stephen Kern sobre la influencia del cubismo en The culture of space and time, un estudio sobre los cambios importantes de la tecnología y la cultura.

(11) Ray _ Scott Beyond time based art, New Observations

76, Nueva York, 1990, pág. 18. (12) Grundmann, Heidi, Art and telecommunication, Vancouver, Western Front Publication, 1984.

(13) Nan June Piak. Entrevista a Antonio Muntadas y a Berta Sichel, enero de 1984, en ocasión de la primera transmisión vía satélite, Good morning Mr. Orwe11, entre Nueva York y París.

(14) Couey, Anna, Constructing Electronic Space, Nueva York, New Observation 76, 1990, pág. 21.

(15) Ibídem.

(16) Small computers and big Windows: art Com and new electronic space in the arts, Tim Anderson, Carnegie Mellon University (sin publicar).

(17) Cita de Stephan Kern en su libro The Culture of space and time, Cambrigde, Mass. Harvard University Press, 1985, pág. 152.

(18) Lovejoy, Margot, Postmodem current‑art and artist in the age of electromc media, Ann Arbor/Londres, UMI Research Press, 1989, pág. 1‑18.