El audiovisual entre el Estado y el mercado

Los ejemplos italiano y francés

 

Pierre Musso /Guy Pineau

 

Diversas investigaciones recientes de los autores sobre el audiovisual en Francia e Italia(*) fundamentan un análisis comparativo y conclusiones básicas que afectan a todo el audiovisual europeo.

 

Durante los años 80 el fe­nómeno de la desregula­ción en el audiovisual se ha desarrollado fuerte­mente en Europa, hasta tal punto que se está ini­ciando una re‑reglamen­tación. Francia e Italia muestran por diferen­tes caminos que la modificación de la regu­lación de audiovisual lleva a nuevas divisiones de las zonas de influencia. No se trata únicamente de un reparto de sectores de mercado, sino de una importante redis­tribución de los mapas, de naturaleza políti­co‑económica. Por ello se puede hablar de una economía política del audiovisual, que ha sido dirigida hasta ahora por el Estado a través del sector público, y a partir de aquí, por el mercado a través de los grupos de comunicación. La televisión se encuentra en la transición de una regulación de dominio estatal a otra de liderazgo empresarial. Del Estado a la empresa.

 

NUEVAS PARTICIONES Y ZONAS DE INFLUENCIA

 

Desde comienzos de los años 70 Italia jugó un papel dominante en la desregula­ción audiovisual, pero en los años 80 Fran­cia ha tomado el relevo. Precisamente en estos dos países se produjo el control políti­co (gaullista y democristiano) más fuerte so­bre el monopolio público. Su crisis y su crí­tica (en mayo del 68 en Francia y en el oto­ño caliente de 1969 en Italia) han sido diferentes. En Italia se ha producido la des­regulación por ausencia de leyes, que ha provocado una a ‑reglamentación que ha du­rado 15 años; y en Francia, por una suce­sión de leyes, especialmente las de 1974, 1982, 1986 y 1989, es decir, con cada cam­bio de mayoría política en la cúpula del Es­tado. Dos caminos de desregulación, pero de lógicas y tendencias comparables, como se aprecia en el cuadro siguiente:

 

 

 

Desde 1975 en que Italia inventara la práctica de la lottizzazione (es decir, el re­parto del control político) en el interior de la RAI, el fenómeno se ha extendido al conjun­to del espacio audiovisual italiano, y parece expandirse como una mancha de aceite en Francia y en otros países europeos. Ha sido claramente una respuesta a la exigencia del pluralismo aportado por el movimiento so­cial, pero ha tomado formas diferentes se­gún los países.

En Italia ha habido reparto de influencias, por una parte, en el interior de la RAI con dominio de la democracia cristiana en la primera cadena y, por otra, entre el polo privado de Berlusconi cercano al PSI (Parti­do Socialista Italiano) y el polo público, glo­balmente más cerca de la Democracia Cris­tiana. El conjunto del espacio televisivo ita­liano ha sido objeto de reparto entre la RAI y Berlusconi, que agrega televisiones loca­les y pequeñas redes independientes.

En Francia, en cambio, el reparto parece producirse más bien en la distribución del accionariado de los grupos privados. El pri­mer ejemplo ha sido el capital de La 5, re­partido primero entre Berlusconi y Hersant y después entre Hachette y Berlusconi, que mantienen un equilibrio político. Otro ejem­plo es la sutil dosificación producida en el capital de Havas (1).

Es posible pensar que estos repartos na­cionales prefiguran una partición de influen­cias en Europa, como si el sur estuviese do­minado por los grupos Berlusconi y Canal Plus, de sensibilidad socialdemócrata, y Eu­ropa del norte dominada por la CLT y el grupo Leo Kirsch, de sensibilidad demo­cristiana. Estos grupos multimedia europeos anticipan lo que serán los grandes operado­res del Mercado Único de 1993.

En la guerra de la comunicación que se desarrolla a escala internacional, el interés nacional cambia de significado. Originaria­mente encarnado en el servicio público, en­cuentra desde ahora sus campeones en los grupos privados multimedia, capaces de exportar un savoir faire nacional, como Ca­nal Plus con la pay‑TV en Alemania, España y Bélgica.

De este modo se produce un reparto en­tre el sector público y el privado, que pone en evidencia la doble involución del sector público de televisión sobre su actividad de base (difusor y productor de audiovisuales) y sobre el espacio nacional; caso contrario al de la empresa privada ‑como Canal Plus o Berlusconi‑, que se diversifica y se internacionaliza fuertemente. La esfera de desarrollo del sector público permanece esencialmente nacional: la transnacionaliza­ción es en primer lugar el hecho de grupos privados.

Aunque la lógica económica y financiera es el aspecto visible del funcionamiento de la televisión privada (lucha por la audiencia y los anuncios publicitarios), la tutela políti­co‑cultural es la que permanece como la fa­ceta aparente de la televisión pública (de­signación de los altos cargos de cadenas, lottizzazione, etc.). Sin embargo en el inte­rior de la televisión pública el control políti­co se hace menos visible. Por una parte, gracias a la creación de las autoridades de regulación, en Italia con el garante instituido por la Ley de 6 de agosto de 1990, y en Francia con el Consejo Superior del Audio­visual, sucesor de autoridades creadas des­de 1982: (supuestos mediadores entre la te­levisión y el poder) y, por otra parte, por los efectos de la batalla comercial que ocupan el primer plano de la escena (audiencia, contraprogramación, divismo de los pre­sentadores, ...).

Hasta mediados de los años 70 los siste­mas audiovisuales francés e italiano han vi­vido bajo la tutela político‑estatal. Después, la dinámica económica y financiera ha inva­dido el audiovisual hasta tal punto que la política parece haber sido desplazada. En realidad, economía y política van a la par. La economía del audiovisual es ya siempre una economía política. La crítica de un mo­delo político, a saber, la organización de la televisión centralizada y controlada por el Gobierno, no puede ser identificada con la supresión de la intervención de lo político en el audiovisual. La presencia de lo político se ha transformado: se trata de analizar es­tas transformaciones.

La instancia política vuelve a aparecer bajo una nueva forma: en el interior de los propios grupos multimedia (lo político en lo económico) y, simultáneamente, por un re­parto del espacio audiovisual entre fuerzas políticas dominantes (los políticos en la polí­tica audiovisual). No se trata aquí de rehabi­litar la teoría de los efectos políticos de la te­levisión, cuyos límites manifiestos se cono­cen, ni la ilusión que ésta alimenta entre los responsables políticos de una posibilidad de manipulación y de control del público (siempre en referencia al período de utiliza­ción de la radio por los totalitarismos). Por el contrario, sin demonizar lo político como instancia manipuladora de lo social, convie­ne rehabilitar su papel estratégico, justa­mente porque se ha modificado.

El hecho de que grupos económicos, fi­nancieros y publicitarios se conviertan en actores importantes del audiovisual, hace ver y creer que la política se ha retirado del audiovisual. Igual que se ha podido sobre­estimar la intervención de lo político en la comunicación a través del control de los años 60, se pecaría por exceso inverso de tipo economicista al pensar que los grupos económicos son los únicos actores (o los únicos decisivos) del campo audiovisual, como si lo político hubiese cedido el pues­to. Hay una economía política cuya crítica está por hacerse. De hecho, lo político jue­ga siempre un papel en la estrategia de los grupos de comunicación: una explicación ‑trivial‑ de este fenómeno es constatar que todas las empresas multinacionales dis­ponen de redes de influencia para la con­quista y el mantenimiento de su cuota de mercado. La política se reduce entonces, en esta interpretación, a una herramienta de la geoestrategia de cualquier firma transna­cional. Aunque es probable que la clase po­lítica continúe funcionando con una visión instrumentalista de los efectos de los me­dios (2), esto no explica el nuevo vínculo que se está estableciendo entre política y audiovisual. No porque la televisión produz­ca efectos de contenidos sobre los mensa­jes políticos ‑confrontar las prácticas do­minantes en los años 60 en el sur de Europa del control del contenido de la informa­ción‑, sino porque se ha convertido en uno de los lugares privilegiados donde circulan las imágenes y los signos de nuestras socie­dades.

La televisión se ha convertido, por enci­ma de sus aspectos económicos y técnicos, en el instrumento de enlace social en el mundo moderno (3).

Para lo político, son retos más impor­tantes los signos que el sentido que los pro­gramas comportan. A este respecto, la puesta en escena televisiva tiende cada vez más a dominar sobre el contenido del men­saje (4).

Aunque sea posible hablar, de acuerdo con Holde Lhoest a propósito de la CLT (Compañía de televisión de Luxemburgo), de «sutiles equilibrios político‑financieros» (S), esta integración de intereses es de una naturaleza diferente de la del enlace político tradicional, hecho de vigilancia y de relevo, entre la clase política y los grupos económi­cos importantes. Se puede decir que en los años 60, tanto en Francia como en Italia, el monopolio público de radio‑televisión ha funcionado sobre un compromiso entre los poderes políticos respectivos (gaullista y democratacristiano), que se preocupaban prioritariamente del control de información y los profesionales (creadores, autores, rea­lizadores, ...) a los que anima una visión pe­dagógico‑cultural de los programas y de la programación. Dicho de otro modo, la alianza en que se basaba el funcionamiento de la radio‑televisión se apoyaba en un re­parto de influencia; de una parte, la informa­ción al poder político y, de otra, la cultura y la diversión a los profesionales.

Este compromiso era el resultado de una visión común de la televisión como herra­mienta de control y de formación de la opi­nión pública: educación de masas a través de los programas en referencia a la filosofia clásica de la Ilustración, incluida la diver­sión.

Esta concepción del monopolio público fue atacada frontalmente por el movimiento social de finales de los años 60 y comienzos de los 70, tanto en Francia como en Italia.

Los temas centrales de estos ataques se referían a la exigencia del pluralismo en el tratamiento de la información: pluralismo de las opiniones, pero también pluralismo re­gional. El movimiento social dirigía su críti­ca menos contra los programas que contra la información, esto es, sobre la tutela de la información por parte del poder político y su casi‑visibilidad en la pantalla (6).

La focalización de esta crítica sobre el vínculo existente entre la información y el poder político, tanto en Francia como en Ita­lia, ha restado relativamente importancia a la cuestión de los programas.

Por esto, los publicitarios, que desde hace tiempo buscaban el desarrollo de sus inversiones sobre el medio televisivo, han encontrado una entrada en este espacio poco contemplado por la crítica y abando­nado por el movimiento social: el de los programas y la programación.

Así pues, tanto en Italia como en Francia, el sistema de monopolio público había blo­queado las inversiones publicitarias sobre los medios de comunicación por un pre re­parto entre televisión y prensa escrita im­puesto por los poderes públicos (7). La mercantilización del audiovisual se hizo por la introducción progresiva, y después por la explosión de la financiación publicitaria (8). Ha sido preciso, por parte de los publicita­rios, dominar el sector de los programas y de la programación. Este dominio no podía extenderse y desarrollarse plenamente más que en el marco de las cadenas comercia­les de televisión.

Por esto, en Italia y Francia los publicita­rios han desempeñado un papel motor en el proceso de privatización y concentración de la televisión. Su presión ha sido constan­te desde el comienzo de los años 60, pero la filosofía de los gobiernos y la presión del movimiento social han contenido el desplie­gue de una organización a la americana hasta mediados de los años 70 en Italia y hasta el comienzo de los 80 en Francia. En Italia, en los años 1975‑78, las agencias pu­blicitarias ofrecían paquetes de programas con publicidad preinsertada a las televisio­nes locales y han constituido verdaderos circuitos de distribución, prefigurando las redes de televisión de los años 80. En Fran­cia los anunciantes invadieron el espacio publicitario a partir de 1985, en primer lu­gar con la financiación publicitaria de las ra­dios locales privadas, y después, con la teo­ría del yacimiento publicitario no explotado por la televisión pública.

A comienzos de los años 90 la televisión italiana consiguió estabilizar su organiza­ción con un equilibrio privado/público, (RAI/Berlusconi), que ha fijado fotográfica­mente la Ley Mammi; en cambio, la televi­sión francesa presenta menor capacidad de resistencia a la invasión norteamericana, con la consiguiente marginalización de su sector público (9).

 

UNA ECONOMÍA POLITICA EMPRESARIAL

 

En cada uno de estos dos países el espa­cio de regulación de la televisión es un jue­go con cuatro actores: el Estado, las empre­sas, las familias o telespectadores y el siste­ma de televisión.

Si se considera al telespectador desde el ángulo de su relación con el Estado como ciudadano, se subraya un modo de regula­ción político‑cultural que privilegia en los programas el papel de la información, de lo cultural y de lo pedagógico; es decir, la for­ma adoptada por el monopolio público en los años 60 en Francia y en Italia.

Si, por el contrario, se considera al teles­pectador como consumidor y productor, es decir, en su relación con la empresa, esta­mos subrayando un modo de regulación que privilegia el programa como medio de promoción de mercancías. Se observa en Francia y en Italia, a mediados de los años 70, un desplazamiento del dominio del pri­mer sistema al del segundo. Sin embargo, no se sustituyen, sino más bien se superpo­nen y se combinan. Para calificar esta imbri­cación, se propone el concepto de espacio político‑mercantil (EPM), lo que implica la hipótesis de un desplazamiento en la pro­ducción de la hegemonía ‑en el sentido gramsciano‑ del Estado a la empresa (10). Concretamente esto tiende a hacer coexis­tir al telespectador/ciudadano y al telespec­tador/consumidor: el telespectador con dos caras.

Tanto en Italia como en Francia se ha constatado que los gastos de comunicación de las empresas han crecido espectacular­mente en los últimos diez años, y que son superiores a los de los hogares.

Este crecimiento es el indicio de la im­portancia estratégica de la producción de signos y de imágenes por la empresa (1 l), tanto internamente, con los desarrollos de las culturas de empresa, como externamen­te, frente a su entorno y, principalmente, a sus clientes. Los gastos publicitarios juegan un papel decisivo; la explosión de la televi­sión comercial está íntimamente ligada al esfuerzo de inversiones inmateriales de las empresas.

El grupo de S. Berlusconi ha puesto en práctica este enlace directo entre la televi­sión y la empresa desde finales de los años 70 con el sistema de royalties (12). Se trata­ba de un acuerdo realizado con el anun­ciante (empresa) en el que el precio de venta de la publicidad en la televisión era indexado en función del diferencial de la ci­fra de negocios obtenido por la campaña de promoción del producto. En este meca­nismo la agencia publicitaria era con fre­cuencia marginada en provecho de una re­lación directa entre la empresa y el medio televisivo. La telecompra nació en Francia en 1987, como resultado de la combinación entre la televisión y la distribución, en TF1 y sobre Canal Plus.

Este nuevo modo de comercialización, aunque esté económicamente limitado, hace de la televisión una casi‑red de distri­bución: una especie de hipermercado a distancia. Es la representación más visible de mercantilización de la televisión. Del mismo modo, los concursos como La Ruleta de la Fortuna y El precio justo, importados de Estados Unidos, ponen en escena las propias mercancías y el acto del consumo.

 

DEL CONTROL DEL ESTADO A LA HEGEMONÍA DE LA EMPRESA: LA TRANSREGULACIÓN

 

El desplazamiento de un sistema de regu­lación ‑por el monopolio público‑ de la televisión a otro sistema (EPM) lo habíamos denominado con el neologismo transregula­ción (13), con objeto de expresar un desplazamiento más fundamental (que no es propio del sistema televisivo) del Estado en provecho de la hegemonía de la empresa.

Esta transición expresa menos un reparto institucional que una transformación más vasta y más radical del modo de hegemonía en el seno del sistema audiovisual.

En efecto, no hay supresión de reglas, que acarrearía un vacío jurídico. Hay más bien una re‑reglamentación según otras mo­dalidades y, en algunos casos, hiper‑‑regla­mentación. La desreglamentación no condu­ce tampoco a un desorden puro y simple, del que algunos se sirven como pretexto al hablar de desregulación salvaje (a lo That­cher) para conformar la ida de una desre­glamentación controlada (a la francesa). No sólo el prefijo des sobrevalora el momento negativo del proceso de desreglamenta­ción, sino que sugiere una ruptura con el modo de regulación existente: en realidad, se trata de un proceso lento que es conse­cuencia de muchos ajustes y compromisos entre los diferentes actores presentes en el proceso. No se trata de una ruptura, sino de una transición provocada por una nueva disposición de los actores y de las estrate­gias. Sin embargo, no hay una transición li­neal, que podría sustituir una regulación co­herente por otra, sino una construcción a saltos de otro tipo de regulación que, des­pués de la crisis de los grandes proyectos políticos nacionales, moviliza a todos los ac­tores en políticas más pragmáticas.

Por esta transición, lo político no aparece ya con un proyecto global unificador en el sector de la comunicación. Su presencia se hace más discreta, dejando el primer plano de la escena a las fuerzas económicas, a los jueces o a una instancia de mediación. La noción de transregulación es interpretada como reorganización de la presencia de lo político, y redisposición de las fuerzas so­ciales y económicas. En un sentido más ge­neral, la transregulación permite sobrepa­sar los límites ya subrayados del vocablo desregulación para dar cuenta de los proce­sos reales observados en la comunicación.

Constatar la supresión o la desintegración de un monopolio es valorar el momento crí­tico de su desarrollo. Esto produce efectos de opinión importantes: los detractores su­brayan el carácter destructor y los partida­rios, el aspecto liberador del fenómeno. No se interrogan sobre el desarrollo del proce­so y su alcance real. La sustitución por el término transregulación del de desregla­mentación se acompaña con la siguiente definición del fenómeno: «Se trata de la transición, producida por sucesivos ajustes entre los actores, de un sistema regulado por un monopolio de derecho (suprimido o desbordado) a un nuevo modo de regula­ción en el que la empresa es hegemónica.»

Esta transformación se explica por la cri­sis de la legitimidad del Estado (y más con­cretamente la del monopolio político cultu­ral sobre la televisión) y por la necesidad de que el papel de lo político no salga a la luz. Simultáneamente, hay una introducción y extensión del ámbito mercantil en el espa­cio televisivo, que corresponde a otro as­pecto de la crisis de la planificación y de la financiación pública de las industrias nacio­nales.

Este desplazamiento de la hegemonía del Estado a la empresa se ha simbolizado por la transferencia del papel conductor de la televisión italiana de Roma a Milán. En otras palabras, del polo político‑ideológico roma­no, sede de la RAI, al polo industrial‑finan­ciero milanés, sede de la Fininvest de Ber­lusconi (14).

Es lo que llamamos la hegemonía de la empresa en la comunicación, apropiándo­nos del concepto de Gramsci. La economía política mercantil se ha construido sobre las insuficiencias y las deformaciones pernicio­sas del sector público de la radiotelevisión bajo la tutela estatal. Por este motivo, princi­palmente en el sur de Europa, la empresa hace alarde de los triunfos de la moderni­dad y devuelve una imagen arcaica del ser­vicio público. Este juego de espejos entre la empresa y el servicio público encierra al observador en el viejo dualismo arcaicos­/modernos (15).

Dicho de otro modo, la intervención de la empresa está legitimada en la crítica de una forma estatalizada del servicio público, impidiendo por eso mismo concebir un nuevo Servicio Público, según la propuesta de Yves Stourdzé (16). Por el contrario, el desarrollo de los gastos de la comunicación de las em­presas no sólo crea una unión mercantil con el entorno social, sino que difunde una ima­gen revalorizada de sus actividades a fin de conseguir una mayor fidelidad por parte de su clientela.

Hay que subrayar que las empresas son, en mayor grado que las agencias de publi­cidad, la causa del crecimiento de las inver­siones publicitarias en la televisión. No bas­ta, por tanto, constatar el crecimiento del papel de las agencias publicitarias en el de­sarrollo de las televisiones comerciales. Es el aumento de las inversiones de comunica­ción de las propias empresas la raíz del proceso de desreglamentación.

El desarrollo de la televisión comercial está, por tanto, íntimamente ligado al creci­miento de las inversiones inmateriales de las empresas y a la expansión de su pro­ducción cultural en el seno de la sociedad.

En este sentido, la televisión comercial ¿no es parte integrante del proceso de pro­ducción considerado en sentido amplio? Di­versión y publicidad mezclados estimulan el consumo fuera del trabajo, completando la actividad productiva de la empresa. El te­lespectador está incrustado, en este proce­so, en su doble calidad de consumidor y de productor.

Del mismo modo que la televisión pública formaba parte de la modalidad de produc­ción estatal, se podría decir que la televi­sión comercial forma parte de una modali­dad de producción empresarial. El despla­zamiento de la dirección de la televisión italiana del sur al norte a comienzos de los años 80 no era solamente simbólico: ha sido el inicio de una nueva economía política del audiovisual para Europa.

Esta evolución mercantil de la comunica­ción no es más que un indicio de un fenó­meno más global, calificado por Vincent Mosco de pay per Society (17). Otro tipo de economía política del audiovisual se apoya­ría sobre un espacio público internacional,mosaico de espacios públicos nacionales diversificados; construyendo colaboracio­nes y cambios, particularmente por los ser­vicios públicos del audiovisual.

La búsqueda de este espacio público asociaría a los creadores y a los telespecta­dores. La televisión, después de haber sido gestionada por los ingenieros, y más tarde, por los creadores y el poder político, en la actualidad lo está por los financieros y los publicitarios. Se ha desplazado desde un espacio técnico a un espacio cívico, desde la coherencia de lo nacional a su estallido entre lo local y lo internacional, para ocupar desde ahora un espacio en el ámbito mer­cantil.

 El espacio público de la crítica, de la dis­cusión, de la formación, es siempre un tema de interrogación para el medio audiovisual. ¿Es porque la televisión es un instrumento no concebido o no dominado socialmente, puesto que es la primera práctica cultural y de ocio, y la única en la que el usuario es autodidacta? La televisión mezcla una técni­ca de gestión de multitud de imágenes y una relación social (del telespectador al imaginario colectivo e individual). Objeto complejo cuya regulación no ha terminado de construirse. Mientras tanto, el mercado hace la ley...

 

Traducción: José Antonio Puerta

 

 

(*) Televisions déchainées. Ch. de Gourmay, P. Musso y G. Pineau. La Documentation FranQaise. Paris, 1985.

L’Italie et sa télévision. P. Musso y G. Pineau. Iwa‑Champ Vallon. París, 1990.

(1) Entre el grupo Canal Plus próximo al Eliseo, la Lyonnaise des Eaux más cerca del RPR, dirigida por Jacques Chirac y la Caisse de Dépots controlada por el Estado. Después del acuerdo de septiembre de 1988, Canal Plus, dirigida por A. Rousselet, controla su casa matriz (Havas) con la misma intensidad (24 por ciento) que la Lyonnaise des Eaux Q. Monod), junto a la Caisse de Dépots (15 por ciento), que hace de árbitro. Este reparto ha sido paradójicamente presentado por P. Dauzier como una < despolitización de la agencia» (Le Monde, 15‑9‑88).

(2) Cfr., por ejemplo, los trabajos de J. C. Blumber The political. Effects of Mass Communication, Milton Keynes, The Open University, 1971.

(3) Tesis sostenida por Yves de la Haye, «Contribution á l’analyse matérialiste des médias», en Dissonances La Pensée Sauvage, 1983, recogida más recientemente por D. Wolton en Eloge du gran public, Flammarion. París, 1990.

(4)Cfr., Quaderni, núm., 4 Les mises en scéne télévisuelles,

CREDAP. Université de París IX. Dauphine, París, 1988.

(5) Cfr., Les multinationales de l”audiovisuel en Europe. PUF,

París, 1986.

(6) Así, Alain Peyrefitte, ministro francés de Información, apareció en televisión en 1963 para anunciar la nueva fórmula del Telediario.

(7) Este reparto, que garantizaba la supervivencia de la prensa, no impedía la constitución de una lista de espera de anunciantes que representaba 1.500 millones de francos en 1982.

(8) La introducción de la publicidad en la RAI se remonta a 1957, con la emisión Carosello, primer producto de publicidad con puesta en escena de esta cita cotidiana (personajes, narración, ...). En Francia la publicidad se introdujo en octubre en 1968.

(9) Cuota de mercado del sector público en 1990: 33 por ciento, frente al 98 por ciento en 1984.

(10) Ver Buci‑Glucksmann: Gramsci et l’Etat. Fayard, 1974. Para Gramsci, la hegemonía significa la dirección política e intelectual de la sociedad: la hegemonía se distingue del dominio ejercido principalmente por la coerción.

(11) Como ha demostrado Jean Beaudrillard en Pour une

critique de lӎconomie du signe. Les essais. Gallimard,1973.

(12) En una entrevista al diario Le Monde del 7 de agosto de 1985, Berlusconi declaraba: «Vender a los anunciantes el aumento de sus ventas...»

(13) En el neologismo de transregulación, el prefijo trans significa más allá, y señala el paso o el cambio (transición, transformación). En cuanto a la palabra regulación, el diccionario Robert dice que define el hecho de mantener en equilibrio, de asegurar el funcionamiento correcto de un sistema complejo. Tratándose de redes de comunicación (telecomunicaciones o televisión), el término regulación es mucho más adecuado que el de reglamentación. El término transregulación expresa a la vez el carácter transitorio del fenómeno y de su globalidad, puesto que afecta al equilibrio de un sistema. Ver nuestro artículo aparecido en Médiaspouvoir, núm., 2 de marzo de 1986, págs, 101‑109: «Audiovisuel, le laboratoire italien».

(14) Ver Chantal de Gournay, Pierre Musso y Guy Pineau, Télévisions déchainées, París, La Documentation Francaise 1985 y, más recientemente, L”Italie et sa télévision. (P. M. y G. P. INA/Champ. Vallon, París, 1990.

(15) Como lo habían mantenido como eje explicativo, en 1985, Dominique Wolton y Jean Louis Missika. La Folle de Logis. Ed. Gallimard. París, 1983.

(16) Yves Stourdzé, Pour une poignée d”électrons. Fayard. París, 1987.

(17) Ver Vincent Mosco, The political economy ofinformation, editado por Vincent Mosco y Janet Wasko. The University oí Wisconsin Press. Madison. Wisconsin. EE.UU., 1988.