Recuperar el estudio del
receptor
Dialéctica subjetivo‑social en los medios masivos
Enrique Guinsberg
Los años 80 han permitido comprender la importancia
del receptor como sujeto del proceso comunicativo. Pero su estudio exige una dialéctica
entre lo histórico‑social y lo subjetivo, sin las perspectivas
unilaterales dominantes.
Ya se está convirtiendo en un lugar común decir que
la década recientemente terminada pasará a la historia por la crisis y
cambios producidos en prácticamente todos los mi( terrenos, que van desde los
políticos, inesperados y espectaculares, en los países del campo llamado
socialista, hasta los teóricos en todos los campos de las ciencias sociales
(«crisis de los paradigmas», auge de un «post‑modernismo» tan difícil de
conceptualizar, etc). ¿Puede sorprender entonces el cambio notorio que también
comenzó en el estudio de los medios masivos de difusión? (1).
Existe amplia coincidencia en que en las
décadas de los 60 y los 70 su centro preponderante estuvo en la denuncia de la
manipulación de las masas y en el análisis ideológico de los mensajes, para
pasarse luego a una etapa cientificista (donde se destacaba el estudio del
discurso, el surgimiento de nuevos medios tecnológicos, etc., con una importante
negación o desvalorización de lo histórico‑social) (2). Es a fines de los
80 que comienza a re‑comprenderse la importancia del receptor o de los
receptores como sujetos activo/s y no pasivo/s del proceso‑comunicativo,
forma de estudio recién comenzada y que exige su desarrollo para incluir aspectos
hasta ahora no considerados, o mínimamente incorporados, para que se pueda llegar
a una dialéctica que tenga en cuenta tanto lo histórico‑social como lo
subjetivo, sin las percepciones unilaterales hasta ahora dominantes.
Esta inclusión del receptor está siendo considerada
desde dos perspectivas distintas aunque no incompatibles: 1) desde lo que podría
entenderse como visión colectiva, es decir al sujeto como parte de un contexto
social específico o, más claramente, como parte interesante de una cultura
popular concreta; 2) teniendo más en cuenta las características psíquicas del
sujeto receptor, o sea sus necesidades subjetivas, aunque es de reconocer que
esta perspectiva plantea la necesidad de un estudio semejante más que lo realiza
(o aporta mínimos datos al respecto).
Lo primero, por el contrario, se encuentra en un
proceso de investigación más consciente, siendo conocidos los trabajos de
Jesús Martín‑Barbero. Al no ser ellos el centro del presente ensayo basta
recordar que destaca «el redescubrimiento de lo popular efectuado en los
últimos años», que es asumido «como parte de la memoria constituyente del
proceso histórico, presencia de un sujeto‑otro hasta hace poco negado por
una historia para la que el pueblo sólo podía ser pensado “bajo el epígrafe
del número y el anonimato”». Con tal premisa «la comunicación se nos tornó
cuestión de mediaciones más que de medios, cuestión de cultura y, por tanto, no
sólo de conocimientos sino de reconocimiento» (3).
En cuanto a la segunda perspectiva, aunque, como ya
fuera dicho, destaca la necesidad de su incorporación más que lo realizado,
porque la comprensión de tal necesidad implica de por sí un cambio sustancial
para el estudio de los medios, al punto que M. y A. Mattelart no dudan en
señalar que «la conciencia que cobra la importancia del momento‑receptor
puede considerarse con toda razón una ruptura fundamental» (4).
Son precisamente estos autores quienes más enfatizan
la necesidad de esta comprensión de los procesos subjetivos de los receptores,
hecho importante y revelador de los cambios antes apuntados en el estudio de
los medios, ya que en sus conocimientos e importantes trabajos anteriores nq
consideraron esta problemática (5), lo que los impulsa a plantear el problema e
interrogarse sobre la negación anterior: «Las nociones de placer y de deseo son
puntos centrales en las estrategias de quienes hoy todavía piensan en términos
de conquista de audiencia de masa y de industrialización de los contenidos, y
que mañana pensarán más en términos de placer individualizado. La ambigüedad
del retorno del placer recorre, de una forma o de otra, las numerosas
corrientes de investigación en busca de una reconciliación con el deseo, con lo
afectivo, con lo subjetivo, con todas esas zonas de sombra de las teorías
críticas de la cultura. Se ignora cuál pueda ser la salida, y su definición
epistemológica también es un reto. Pero una cosa sí es cierta: al descubrir el
placer ordinario, es, por último, la verdadera naturaleza del entorno cultural
de la masa mediación la que la teoría crítica puede comenzar a explorar. Esta
ocultación del placer encierra algo aberrante. ¿Cómo ha podido ignorarse tan
masivamente este aspecto esencial de la realidad» (6).
Ahora, asumiendo y reconociendo la carencia,
mencionan en un subtítulo La rehabilitación
del sujeto como consecuencia de los cambios presentes: ¿«Favorecen los
períodos de crecimiento, y las ideologías que los acompaña, el olvido del
receptor, del consumidor y del ciudadano? ¿Contribuyen a mantener la ilusión de
que se puede prescindir de ellos y planificar sus demandas a merced de los
beneficios y de la redistribución? A la vista de lo que ocurre hoy, podría
creerse que ,sí. Hubo que esperar a entrar en la crisis para asistir, por fin,
a la legitimación de la idea, bastante elemental, según la cual el proceso de
comunicación se construye gracias a la intervención activa de actores sociales
muy diversos. La necesidad de identificar al otro tiende a ser reconocida como
un problema decisivo» [...] «Si hubo una zona de sombra en el saber crítico,
ésa fue la de los procedimientos de consumo y de recepción de los medios.
Estos dos últimos términos, consumo y recepción, son igual de insatisfactorios,
debido, quizá, a que están construidos sobre el postulado de una censura
decisiva entre el polo emisor y el polo receptor. Esta censura induce la idea
de una actitud pasiva de los receptores, incluso de una actitud de fusión con
el receptáculo; también induce la idea de que la instancia del consumo puede
reducirse a un fenómeno, mejor que extenderse a un proceso» (7).
Hay entonces claridad sobre lo que falta y debe
investigarse, señalando también estos autores algunas temáticas precisas que requieren
desarrollarse, entre ellas al reconocer que la publicidad es caja de
resonancia de los imaginarios sociales (8), que en las telenovelas se perfila
el universo de los deseos amorosos y de las pasiones, reconociendo cómo
«aparece la dificultad de plantear lo imaginario como dimensión activa y
esencial de toda práctica social, lo cual da la impresión de que los análisis
se detienen en el punto en que se plantean los nuevos interrogantes» (9).
Insisten, por tanto, en que, «actualmente, lo que contribuye a hacer posible
una nueva lectura de los géneros populares, es el final de una idea sobre lo
político gestionado por completo dentro del mundo de la producción y al margen
de la subjetividad, de las relaciones intersubjetivas y de la cotidianeidad»
(10).
Otro investigador que comprende la importancia de
esta incorporación al estudio de los medios es Manuel Martín Serrano, también
con énfasis más en tal necesidad que en la formulación de propuestas
específicas. Este autor entiende que «para comprender el control social que se
canaliza por la información se necesita aclarar qué aportan los productos
comunicativos y qué ocurre en las conciencias de las personas para que acepten
como suyas unas interpretaciones del mundo que son contrarias tanto a la
objetividad como a sus intereses», remarcando cómo «Marx insiste varias veces
en que la conciencia históricamente falsa penetra sus raíces en necesidades
afectivas que ni deben ser infravaloradas ni pueden ser arrancadas como la
mala hierba, eliminando del escenario político a los aparatos ideológicos», y
destacando que «para que se produzca esta interiorización, la teoría
ideológica tiene que satisfacer necesidades esenciales de la personalidad»
[...] «Por eso las representaciones ideológicas de la realidad pueden ser
falsas, pero nunca banales» (11).
PSICOLOGISMO Y SOCIOLOGISMO
Con base en lo señalado no puede concluirse que la
comprensión del nivel de lo subjetivo estuvo siempre ausente en el estudio de
la difusión de masas, pero sí que las escasas aportaciones realizadas fueron
poco relevantes, incorrectamente formuladas o encaradas desde deformaciones
psicologistas. Pese a que la psicología está presente desde sus mismos
títulos, ejemplos de los dos primeros vicios se encuentran en las obras de Gerhard
Maletzke ‑un libro de alguna manera ya clásico‑, como en la
compilación realizada por U. Jürgen Kagelmann y Gerd Wenninger (12), que poco
aportan a un proceso de las características que luego serán expuestas, y donde
lo psicológico está considerado de manera superficial y/o poco visible.
Si por psicologismo se entiende la reducción del
proceso social a la conducta del individuo, así como la comprensión del
psiquismo con prescindencia de fuerzas ajenas al mismo (13), resulta evidente
cómo en esta deformación caen infinidad de materiales que pretenden «bucear»
en las significaciones psicológicas y/o psicoanalíticas consideradas
«profundas» de contenidos de libros, películas, telenovelas, historietas,
etc., pero con prescindencia del contexto histórico‑social de producción
tanto de los materiales analizados como de su recepción. Y si bien algunos de
esos trabajos pueden ser ‑parcial o totalmente‑ válidos e incluso
meritorios, algo muy distinto ocurre cuando no se trata de un análisis singular
sino del proceso general de la difusión de masas, que de por sí implica una
fundamental presencia social (14).
Hay que reconocer que las deformaciones
psicologistas de manera alguna son exclusivas en el estudio de los medios
masivos de difusión, sino que abarcan múltiples campos del conocimiento ‑¿acaso
no se llegó a decir, entre tantos otros ejemplos posibles, que el capitalismo
es la etapa anal de la sociedad, o que la II Guerra Mundial fue causada por la
locura de Hitler?‑, lo que no incluye la necesidad de su crítica sino
apunta a dejar marcadamente en claro que, cuando se propone comprender a los
medios con un conocimiento también
psicológico, no se concibe a éste con tal deformación sino con notoria intervención
y presencia de consideraciones históricas y sociales. Y si es válido decir que
esto no es nada simple de realizar y se trata de una propuesta a construir (y
no sólo para la comprensión de los medios masivos), también puede señalarse
que no se trata de algo no iniciado sino que, por el contrario, tiene
importantes desarrollos: no es una ilusión destacar como la relación hombre‑sociedad
o, en sus términos, hombre‑cultura ha sido central en la elaboración
freudiana, con presencia tanto en sus trabajos iniciales como en otros muy
específicos de su etapa madura (15). Pero es justo reconocer que mucho, muchísimo,
falta aún en esta perspectiva ‑producto en importante medida de las
limitaciones de Freud respecto al conocimiento social y político pero, mucho
más, de la institucionalización y aburguesamiento posterior del campo
psicoanalítico‑, por lo que también es válido preguntarse si una
recuperación de tal conocimiento no implica retornar, para un desarrollo más
amplio, a las preocupaciones presentes en las obras mencionadas (16).
Pero, si necesariamente debe criticarse y rechazarse
tal psicologismo, ¿no ocurre lo mismo con su inversa, el sociologismo, o sea,
el intento de comprender todo desde una perspectiva social, con negación,
desvalorización o reducción de categorías inconducentes del ámbito
psicológico? Su incidencia en el estudio de los medios de difusión es ya
conocida (y mucho más importante, cuantitativa y cualitativamente, que la del
psicologismo), producto del cual han sido y son las carencias señaladas
precedentemente (aunque, claro, no sólo de esto sino, y sobre todo, de los
propios errores de la comprensión de lo social e histórico).
Pero entonces psicoanálisis y marxismo ‑bajo
cuyos marcos teóricos se han cobijado la mayor parte de los estudios de los medios
antes indicados‑ ¿deben ser desechados por los peligros señalados? Este
riesgo se corre, sobre todo respecto al segundo ‑y no sólo por la
mencionada «crisis de los paradigmas» sino sobre todo por la más concreta
crisis del marxismo y de los países del socialismo real, que fomenta una moda
en tal sentido como, en décadas anteriores y en algunos casos, también lo fue
su (aparente) aceptación‑, pero es justo reconocer que sus aportes al
estudio de la difusión de masas ha sido escasa e incluso marcada por los mecanicismos
y esclerosis en que cayó su versión dogmatizada y cerrada a lo nuevo (sobre todo
la de las academias de los países del campo socialista. Un claro ejemplo ‑prototípico
al respecto‑ es el libro de Y. A. Sherkovin, donde el análisis se limita
casi a señalar la maldad de la CIA en la manipulación a través de los medios,
con el agravante de que son conocidas las limitaciones del conocimiento
psicológico del «marxismo» oficial (17).
Por supuesto que esta crítica no es nueva, y los
autores citados en este ensayo han destacado este problema respecto al «marxismo».
Martín Serrano escribe que esto ha sido producto «en quienes perdieron el enfoque
dialéctico del marxismo y lo sustituyeron por otro determinista» (18), y los
Mattelart, refiriéndose a Adorno y a Horkheimer, destacan cómo éstos supieron
«estigmatizar la incapacidad del marxismo ortodoxo por superar la cultura
afirmativa, en cuanto aquél reduce la idea de felicidad a la de satisfacción
material» (19). Son también conocidas las críticas de Martín‑Barbero a
la incapacidad de tal «marxismo» (aunque aquí se extiende la crítica, para este
caso, a los autores clásicos de este campo) para comprender la significación e
importancia de las culturas populares (20). Pero todo esto, justo y correcto,
no significa «tirar al bebé junto con el agua sucia de la bañera» como decía
precisamente Marx respecto a quienes intentaron hacerlo con Hegel, el
socialismo utópico, Adam Smith y Ricardo, etc., sino recuperarlo y recrearlo
en lo valioso, criticándolo en lo incorrecto o ya no válido.
Lo mismo vale respecto a los estudios sobre medios ‑o
mediaciones en el sentido de Martín‑Barbero‑ de décadas anteriores,
pues si bien hoy se reconocen sus limitaciones y parcialidad, ello de manera alguna
implica negar gran parte de lo visto acerca de los principios ideológicos de
sus contenidos y de sus intenciones manipuladas. Los mismos autores que ahora
propugnan importantes aperturas así como la ruptura con explicaciones
unilaterales y cerradas del pasado, siguen también destacando la importancia
hegemónica de los medios en la construcción de la cultura presente, entendiendo por ésta «el lugar en que se articula el sentido que los procesos económicos y
políticos tienen para una sociedad», «espacio estratégico de la contradicción,
lugar donde el déficit de racionalidad económica y el exceso de legitimación
política se transforman en crisis de
motivación o de sentido». Por ello considera Martín Barbero que «las
relaciones de poder tal y como se configuran en cada formación social no son
mera expresión de atributos, sino producto de conflictos concretos y de
batallas que se libran en el campo económico y en el terreno de lo simbólico.
Porque es en este terreno donde se articulan las interpelaciones desde la que
se constituyen los sujetos, las identidades colectivas» (21). Asume también lo
ya conocido acerca de que siempre es preferible la aceptación frente a la
represión, buscándose por tanto «el paso de los dispositivos de sumisión a los
del consenso» (22). Los medios son tan importantes en tal proceso que, «en
cuanto a consenso, la televisión produce tanto que se ha vuelto ya el lugar
principal donde se administra la coexistencia social», convirtiéndose en los
nuevos «intelectuales orgánicos» en los que «se construye, dentro del juego de
las contradicciones y negociaciones sociales, la hegemonía cultural» (23).
Se trata entonces, como ya fuera planteado al
comienzo, de apuntar a la construcción de una doble dialéctica: la recuperación
crítica y superación de lo hasta ahora estudiado por un lado y, para
colaborar a ello, entre la comprensión de los medios en su sentido social y
político con las implicaciones subjetivas, superando tanto las construcciones
exclusivamente sociológicas y psicológicas en la búsqueda de una articulación entre lo social y lo
psicológico (en este caso en el estudio de la complejidad actual de los medios
masivos de difusión).
Porque lo psicológico no puede separarse de lo
social ‑¿es necesario recordar la conocida cita de Freud al respecto,
aunque no siempre fuera consecuente con eso, y mucho menos la mayoría de sus
continuadores? (24)‑, por lo que resulta imprescindible «intentar salir
de los funcionalismos de derecha y de izquierda que han separado antagonismos
sociales y subjetividad» (25), sin caer en los peligros, muy presentes, de
negación o desvalorización de alguno de ellos (26).
Nuevamente son A. y M. Mattelart los que
recalcan esta necesidad: «Las preguntas que la sociedad se hace acerca de los
medios se han modificado radicalmente en los años 80. Igual que se ha
modificado la configuración de los actores que se interesan por los medios.
Nuevas preguntas, pero también nuevas formulaciones de antiguas preguntas. La
investigación da fe de esta evolución. Aquí y allá se avanzan nuevas hipótesis
y se proponen nuevos campos de reflexión. El estudio de la economía de las
industrias culturales ha dejado de ser una veleidad. El interés por las
prácticas de los usuarios ha traído nuevos interrogantes sobre los procesos
intersubjetivos de comunicación y sobre la participación de los diferentes
actores sociales en las ocasiones que ofrecen las nuevas redes. La
reconsideración de los procedimientos de consumo ha permitido profundizar en la
idea de que el momento de la recepción es indisociable del momento de la
producción y de que ambos se desarrollan en el mismo espacio‑tiempo
social» (27).
Apuntando a tal tarea de avanzar en nuevas
hipótesis y proponer nuevos campos de reflexión, es útil reiterar dos acercamientos
donde el conocimiento psicológico puede ayudar a comprender más la incidencia
actual de los medios masivos y su proceso en la relación con el receptor. El
primero en torno a cómo éstos contribuyen a uno de los objetivos centrales (o
el central) de toda formación social: el de construir el modelo de Hombre
Necesario o Sujeto Social requerido para su mantenimiento y reproducción; y el
segundo en relación a algunas características psíquicas que posibilitan la
aceptación y éxito de los mensajes de los medios por los receptores, y que
permiten el cumplimiento de lo primero. Aspectos ambos que, aunque resulta
extraño, prácticamente no han sido estudiados hasta el presente (o vistos de
manera apocalíptica o superficial,
por lo que las formulaciones siguientes sólo pretenden ser un embrión de mayores y necesarios
desarrollos posteriores (28).
DE LO SOCIAL A LO PSÍQUICO
Ya es suficientemente conocido y estudiado que cada
marco social necesita construir el tipo de hombre adecuado para su mantenimiento
y reproducción ‑sin lo cual perece con su modelo dominante‑, para
lo cual apela a todos sus aparatos e instituciones socializadoras (familia,
iglesias, escuela, etc.), las que, de manera conjunta y combinada, se abocan a
tal construcción desde el mismo nacimiento del no casualmente considerado sujeto (con todo lo que esto tiene que ver
con sujetación), y lo continúan a lo
largo de toda la vida de los hombres en un permanente reforzamiento y, de
manera no contradictoria, promoviendo los cambios (generalmente no
estructurales) que cada sistema requiere en su proceso de evolución. Como se
verá más adelante, las características sociales del ser humano posibilitan esta
construcción, en un proceso complejo e incluso no exento de contradicciones.
Es también conocido que en cada momento histórico
concreto una de tales instituciones tiene un rol hegemónico, aunque no exclusivo
‑las iglesias lo fueron en la época feudal y de transición al capitalismo
(29), y actualmente lo sería la escuela (el aparato educativo) en la conocida
tesis de Althusser‑, pero no pocos
analistas hoy otorgan tal primacía a los medios masivos de difusión (sin negación del fundamental
papel familiar sino junto a éste), tanto por su llegada al niño desde su más
temprana infancia y mucho antes que la escuela, el tiempo que se encuentra ante
los medios (sobre todo en contacto con la TV), el encuentro de mayor placer en
éstos, etc., a lo que debe agregarse el conocido desarrollo presente de los
medios electrónicos y, en algunos casos (que no son pocos), el bajo nivel de
acceso a la educación formal.
Pero, hegemónicos o no ‑no es posible discutir
este problema en este momento‑, nadie niega la importancia actual de los
medios, por lo que es importante estudiar
de qué manera inciden en tal formación del modelo de Sujeto Social u Hombre
Necesario. En esta perspectiva es necesario reiterar la ausencia de
investigaciones semejantes, no dejando de llamar la atención no sólo tal
carencia sino la falta de visualización de tal incidencia en la multitud de
estudios realizados sobre los «efectos» de los medios ‑sobre todo por parte
de la escuela funcionalista‑, centrados fundamentalmente en intereses
puntuales (sobre el consumo, la violencia, los comportamientos sexuales, el
voto, etc.) pero no uno global, y mucho más importante, como el indicado.
Se puede encarar el análisis a partir del marco
teórico psicoanalítico, pero dejando claramente establecido que: 1) por lo anteriormente
expuesto un estudio semejante no puede ser sólo disciplinario sino transdisciplinario,
entendiendo por esto «la posibilidad de formular una investigación no como coordinación
de trabajos parciales que partan de las disciplinas particulares, sino
formulado desde el inicio como un
estudio integral de problemas de la realidad no encasillables dentro de los
límites de tales disciplinas» (30); 2) el psicoanálisis debe ser utilizado de
manera abierta y no dogmática, y básicamente considerando las problemáticas de
Freud sobre la relación hombre‑cultura.
Obviamente, en su obra no aparece nada respecto a
unos medios de difusión que en su época aún no tenían el relieve actual, pero
con base en su teoría del aparato psíquico, punto medular y síntesis de la
teoría psicoanalítica, pueden obtenerse importantes resultados para el objetivo
aquí propuesto. La misma señala, como es sabido, que el niño nace puro Ello,
es decir puro impulso biológico, instancia a partir de la cual surgirán el Yo
y el Superyo, diferenciaciones de aquél, producto del proceso de socialización.
El Yo, en amplia medida consciente aunque también con contenidos
inconscientes, surge tanto como una instancia de adaptación en virtud del
contacto con la realidad, como mediante
identificaciones con figuras con las que entra en contacto; el Superyo, a su
vez, aparece (aunque no exclusivamente) como conciencia moral, juez, censor,
etc. Producto según Freud del complejo de Edipo, implicando la internalización
de las normas morales imperantes.
Partiendo de «el Yo y el Ello» puede comenzar a
encaramarse el camino respecto al aporte de los medios al proceso de constitución
del Sujeto psíquico. Una primera idea es «la diferenciación de lo psíquico en
consciente e inconsciente», que si aparece como una de las premisas básicas
del psicoanálisis, también es un elemento fundamental para el estudio de los
medios, donde los contenidos reales no siempre coinciden con los manifiestos:
es decir que lo comprendido conscientemente por el receptor puede ser
diferente a su percepción o significación inconsciente, e incluso no ser
captado conscientemente. Sería muy extenso detallar este fundamental y
prioritario aspecto, lo mismo que lo referente a la importancia de las
representaciones verbales como enlace entre las ideas preconscientes e
inconscientes, la importancia del lenguaje para la estructuración del inconsciente
en la entrada al mundo simbólico, etc., pero en rápida síntesis puede afirmarse
que lo que interesa no es sólo la significación manifiesta de los mensajes de
los medios sino las profundas, y destacarse que la mayor parte de éstas pasan
por encima de los niveles de conciencia para penetrar al estrato inconsciente,
pero siendo en todos los casos propulsores de una toma de posición y de actividad (31).
Aquí debe acotarse que el sentido de inconsciente
de que se habla encara los diferentes niveles que señala Freud, sin entrar a
una discusión sobre su estructura, etc., bastando por ahora destacar la
penetración de los mensajes, sonidos, imágenes, etc., a niveles profundos y no
conscientes, o bien con significaciones particulares por el o los receptores.
A1 mismo tiempo se destaca la necesidad de incorporar nuevos conceptos al
respecto, no considerados por Freud, entre ellos el formulado por Guattari: una
especie de «máquina abstracta» multiintegrada, relacionada no sólo con lo
individual sino también con la estructura social, lugar donde se produciría «un
modelo de autosubjetividades colectivas» y donde los medios ‑destaca el
autor‑ producirían con su lógica propia un conjunto de representaciones que
servirían de normas masivas (32).
Esta situación ha sido vista incontables veces, al
punto que un conocido teórico de la industria cultural lo recalca: «Si se
objetara que el fenómeno etéreo difícilmente llega a producir todos aquellos
efectos que el análisis determina como potencialidad del guión, habría que
responder que, puesto que aquellas implicaciones están destinadas en gran
medida al inconsciente, su poder sobre el espectador crece presumiblemente en
una modalidad de percepción cuyo control se sustrae rápidamente al yo
consciente. Por lo demás, los rasgos analizados no pertenecen jamás al caso
particular que se discute sino a un esquema. Se repiten incontables veces.
Mientras tanto, los efectos planteados se han sedimentado» (33).
En lo concreto de las instancias del aparato
psíquico, mediante el Yo se reemplaza el principio del placer del Ello por el
principio de realidad, y se controla la motilidad, por lo que escribe Freud:
«Así, con relación al Ello, se parece al jinete que debe enfrentar la fuerza
superior del caballo» (34). Y esto es precisamente lo buscado: la creación de
una estructura interna que posibilite
la acción de los habitantes tal como el marco imperante lo requiere, ya que
toda sociedad necesita del control de sus miembros, apelando de ser posible lo
mínimo a las coerciones externas y manifiestas.
Debe recordarse cómo la construcción del Yo se
realiza por el contacto con la realidad y mediante el proceso de
identificaciones, aspectos ambos que permiten comprender la incidencia de los
medios al respecto. Es casi innecesario destacar cómo éstos actualmente son
los principales y dominantes presentadores de la «realidad» ‑el
entrecomillado se pone para resaltar cómo la mostrada puede o no coincidir con la realidad objetiva,
más allá de la discusión sobre los límites de esta objetividad‑, además
de que es obviamente imposible una constatación directa de la misma en todos
los casos. Tampoco es necesario reseñar la ya casi infinita denuncia sobre
las tergiversaciones de los medios al respecto y su manipulación parcial o
incluso total, bastando para ambos casos recordar la categórica afirmación de
E. Verón de que «los medios informativos son el lugar en donde las sociedades
industriales producen nuestra realidad» (35).
Realidad que está presente en todo momento, aunque
no aparezca manifiestamente como tal ‑puede simplemente ser el contexto
de una telenovela o de una serie infantil de dibujos animados‑, por lo
que resulta adecuada la formulación de que puede haber tanta realidad en un
programa de ficción como ficción en un noticiero.
La importancia de este control y/o manipulación en
la presentación de la realidad a través de la información o de la ficción ha
sido analizada múltiples veces desde la perspectiva política, pero no desde la
psicológica (con todo lo político que también aquí existe). Si se acepta que,
en muy importante medida, los hombres actuarán y pensarán en función de la idea
de realidad que tengan ‑de aquí se controla también la motilidad, al
menos la consciente (que es la que interesa en este caso)‑, se comprende
la necesidad que tienen los sectores dominantes de ofrecer su visión de la
misma o bien de enmascarar o negar aquello que no se quiere que se conozca (en
este sentido ya han sido estudiadas las formas de lograr estos objetivos): un Yo desconocedor o confundido respecto al
adecuado sentido de realidad actuará de manera poco eficiente, si es que
llega a actuar, para modificar lo que se pretende que no cambie.
SALUD MENTA E IDENTIFICACIONES
No debe olvidarse que los medios muchas veces ‑de
manera implícita en general pero la veces explícitamente‑ destacan la
necesidad de adecuación a la realidad presentada como paradigma de salud mental, remarcando o denotando el
carácter de locura (o la cercanía a
la misma) de lo contrario. Pero sobre esta problemática se volverá luego, aunque
es importante señalar ahora cómo la relación entre la adaptación a la realidad mostrada como tal y los
criterios de salud/normalidad son
parte esencial de las formas de control social de las sociedades de todos los
tiempos, con la diferencia de las actuales respecto a la cientificidad de las definiciones utilizadas y el analizado uso de
los medios de difusión (36).
Entre los tantos aspectos atinentes a esta presentación
de la realidad por los medios vale destacar, sobre todo en los contenidos de
información, la fragmentación con que
ésta es ofrecida, con la consecuencia de que los receptores perciben como
independientes y sin relación aspectos vinculados, estando por tanto
imposibilitados de establecer relaciones causales y de armar la totalidad.
Además de las consecuencias que esto ocasiona en la conformación de un ser
humano con tendencias esquizoides ‑para no pocos una de las
características salientes del hombre actual, aunque hay suficientes razones
para pensar que es la sociedad moderna en su conjunto la que los provoca,
siendo los medios una expresión más de la misma (37)‑, no debe olvidarse
cómo esto también ayuda a imposibilitar la toma de conciencia de relaciones
causales y, en consecuencia, la acción concreta y eficiente para su modificación.
El otro aspecto de la formación yoica tiene que ver
con las identificaciones, «proceso psicológico
mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de
otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste: la
personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de
identificaciones» (38). La importancia de este proceso es tan grande que
Laplanche y Pontalis señalan, luego de dar la definición anterior, que el
mismo «ha adquirido progresivamente en la obra de Freud el valor central que
más que un mecanismo psicológico entre otros, hace de él la operación en
virtud de la cual se constituye el sujeto humano», destacando cómo la
investigación sobre el mismo debe continuar y que «el propio Freud se declara
insatisfecho de sus formulaciones al respecto».
Ya fue mencionado que la obra freudiana no hace referencia
a los medios de difusión, por lo que ese proceso lo visualiza en la relación
del niño en desarrollo con sus padres, familia, personajes cercanos, maestros,
etc. Pero, más allá de que sin ninguna exageración se puede decir que
actualmente los medios cumplen una función educativa y sus figuras estelares
son una especie de maestros (39), resulta evidente cómo esta búsqueda de
identificaciones aparece de manera constante en los contenidos estelares y
prototípicas, y no con base en admiraciones racionales por la calidad del
modelo o sus ideas, sino a través de una integración psíquica de admiración y
adoración: o sea mediante una carga afectivo‑emocional que posibilite la
introyección del mismo y, consecuentemente, con todo lo que le es particular
(gestos, actitudes, conductas y, en el fondo, su marco ideológico). No debe
olvidarse que cuando un niño se disfraza o juega como su héroe ‑lo mismo
ocurre con una mujer que imita a una actriz, o un hombre que quiere ser como
su ídolo deportivo‑, se encuentran introyectando un modelo, con todas
sus significaciones, buscando ser como él. La importancia de internalización
de los valores que los ídolos representan puede verse en dos hechos importantes:
1) la mayoría de los héroes infantiles cambian frecuentemente de forma pero no
de significaciones profundas: entre Batman, Superman, el Hombre Nuclear, etc.,
no hay diferencias sustanciales de contenido, y lo mismo puede decirse entre
diferentes actrices de una misma época (sin negarse los cambios formales
apuntados); 2) asimismo es impensable la búsqueda de una identificación con
líderes contestatarios o rebeldes, salvo a través de tomarlos como modelos negativos.
Los modelos positivos ‑de los medios masivos, ya que es distinto en
expresiones literarias o artísticas‑ parecerían querer mostrar que «si
eres como ellos alcanzarás el triunfo y la felicidad, pero si buscas otro camino
la derrota y el fracaso son inevitables», mensajes que indican que mediante la
red de identificaciones se busca preservar el mantenimiento de la realidad
vigente a través de la internacionalización de modelos en los hombres.
¿Hace falta mostrar cómo este proceso
identificatorio implica un mecanismo psicológico relacionado y vinculado con
lo conocido como alienación o enajenación,
es decir una ligazón donde la introyección de contenidos de figuras
admiradas o roles‑modelos significa colocar la (parte o toda) propia identidad
en tales figuras, pero dentro de uno mismo, es decir mediante la presencia de
otros internalizada? Recuérdese cómo Bertolt Brecht formula su extrañamiento
teatral precisamente como una actitud tendente a evitar las consecuencias de
la identificación del público con el o los actores, relación emocional que, a
su juicio, impediría la captación de los contenidos racionales de su mensaje y,
por tanto, el entendimiento de la crítica ideológico‑política que
presentaba (sin negar la importancia de lo afectivo en el hombre).
Respecto al Superyo, de hecho ya bastante está dicho
en todo lo precedente. Si bien Freud considera que el mismo es producto de las
identificaciones en que culmina el proceso edípico, otros analistas consideran
que su aparición es cronológicamente anterior, así como que en su génesis
participan también autoridades, maestros, etc., no pudiendo por lo tanto, por
lo señalado, prescindirse de los medios ‑especialmente la TV‑ por
su muy temprana llegada a los niños.
Es incuestionable cómo esta noción de Superyo es
fundamental para la conformación del Sujeto psíquico, y resulta evidente cómo,
casi indefectiblemente, los medios transmiten mensajes que algunos catalogan
como «positivo», queriendo con esto decir que corroboran los valores
predominantes así como combaten los inadecuados (más aún, es conocido que
muchas naciones tienen códigos más o menos precisos en torno a qué puede o no
difundirse por los medios masivos, con prohibición a veces expresa de
contenidos considerados no‑éticos o no‑morales; incluso en Estados
Unidos por largas décadas dominó el código Hays en la industria cinematográfica).
Es por otra parte muy evidente cómo casi nunca ‑por no decir nunca, lo
que sería más verídico‑ se observa que en telenovelas, historietas,
dibujos animados infantiles, etc., triunfen los «malos» sobre los «buenos», con
la consiguiente moraleja «positiva»: los caminos hacia ese triunfo pueden ser
diversos y accidentados, pero el final es inevitable. «Así aprenderá» y
«cumpliste con tu deber» fueron las frases finales de una serie televisiva
para niños, señalamiento categórico y explícito de un rol que los medios
asumen cotidianamente en nombre del implícito objetivo del mantenimiento del
statu‑quo desde una perspectiva social, y de reforzamiento y consolidación
del Superyo como su correlato psíquico.
En definitiva, si cada sociedad requiere, para su
mantenimiento y reproducción, de hombres con determinado tipo de Yo y de Superyo, ambos como parte de determinado tipo de estructura psíquica,
resulta absurdo creer que los medios no tengan un papel en tal formación,
máxime ante su hegemonía o fuerte peso en las sociedades contemporáneas, y con
un desarrollo aún más creciente.
Por supuesto que el impacto de los medios sobre el
psiquismo no se limita a lo indicado, pudiendo agregarse muchos otros aspectos
aún no estudiados teórica o prácticamente. Entre ellos la influencia en la
promoción de fantasías sustitutivas para deseos no realizables o no permitidos
dentro de una moral determinada (aquí no pueden olvidarse los contenidos
claros de muchos anuncios publicitarios), similar promoción de técnicas
defensivas (en el sentido de los mecanismos defensivos psicoanalíticos), el
papel que cumplen en los contenidos y formas de los sueños, sin hablar ya de la
importancia que tienen en la difusión de juegos y juguetes, con lo que ambos
significan para el proceso psicológico de los niños.
Una cuestión vinculada y diferente a lo expuesto
tampoco tiene desarrollos investigativos, y es ver si los medios tienen alguna
importancia (o no la tienen) en la producción de un alto malestar psíquico en la
población, más concretamente en la producción de locura (entendida no tanto en
sentido individual sino como forma de carácter social de una población, y no
vista desde la perspectiva psiquiátrica tradicional) (40).
Ante la imposibilidad de la necesariamente larga
exposición al respecto, baste indicar que tal problemática puede encararse al
menos desde tres perspectivas distintas y no incompatibles entre sí: a) desde
las nociones de alienación y enajenación,
pero en vinculación con las también muy poco estudiadas relaciones con lo
psicológico; b) a partir de la teoría del doble
vínculo de la Escuela de Palo Alto californiana, pudiendo observarse cómo
lo que ésta percibe a un nivel exclusivamente familiar es también válido para
ámbitos sociales más amplios, entre ellos los mensajes de los medios: por
ejemplo, el antagonismo de los mensajes, en diferentes niveles de
emisión/recepción, de tipo sexual, sobre la violencia, etc.; c) desde el psicoanálisis, a partir de la
diferencia que propone entre las neurosis y las psicosis: si esta última
implica ruptura del sujeto con la realidad y el reemplazo de ésta por una
propia, es para pensar qué ocurre cuando su idea de realidad está falseada
(total o parcialmente) en virtud de que los medios ‑su principal fuente
al respecto‑ le ofrecen una que provoca esa situación; claro que, al
tratarse de una visión socialmente compartida de tal realidad, no puede
hablarse de un sujeto psicótico, pero tal hecho ofrece importantes elementos
para el análisis del estado psíquico de los grupos colectivos.
En lo anterior queda claro cómo el título de un
trabajo anterior sobre el tema ‑Control de los medios, control del hombre‑ es indicativo de un
sentido que apunta al viejo propósito, ahora con instrumentos más modernos,
del mantenimiento de las formas de dominación. El conocimiento de los
mecanismos psicológicos puestos en juego (y su vinculación con las bases
sociales que determinan tal objetivo) es imprescindible para la clara comprensión
de su funcionamiento.
LA OTRA PARTE DEL PROBLEMA: LAS NECESIDADES DE LOS
RECEPTORES
Ahora se trata de ver la otra parte de la relación
dialéctica, o sea qué es lo que posibilita
que los propósitos anteriores puedan cumplirse, es decir qué es lo que permite
la aceptación de los mensajes por los receptores, incluso cuando los mismos
pueden ser opuestos o incluso antagónicos a sus intereses sociales.
Una forma de comienzo es una afirmación de Freud que
resulta muy clara, así como reveladora de que el centro de la problemática se
encuentra en la ya mencionada relación hombre‑cultura: «(El
psicoanálisis) parte de la representación básica de que la principal función
del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las tensiones que le
producen sus necesidades. Un tramo de esta tarea es solucionable por vía de la
satisfacción, que uno le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere
el gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas necesidades ‑entre
ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones
afectivas‑, la realidad les deniega la satisfacción. De aquí se sigue un
segundo tramo de aquella tarea: procurar una tramitación de otra índole a las
aspiraciones insatisfechas. Toda la historia de la cultura no hace sino mostrar
los caminos que los seres humanos han
emprendido para esta ligazón de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el
progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad (41)» .
De aquí se pueden sacar muy ricas observaciones, la
primera de las cuales es la importancia que el marco social tiene para los
caminos que tomarán las necesidades humanas, sobre todo las afectivas; pero
también puede verse su conocida perspectiva pesimista frente a la realidad
social, donde ve más las limitaciones impuestas por ella que el hecho de que
llega a ser humano precisamente por vía de la socialización (al punto que las
satisfacciones le tienen que ser arrancadas). Claro que tal convivencia social
obliga a un conjunto de limitaciones y represiones, con su consecuencia de
insatisfacciones, desplazamientos de necesidades, conflictos psíquicos
inevitables, etc. ‑aquí debe recalcarse que siempre existirá un
conflicto, mayor o menor, ante la imposibilidad de satisfacción de todos los
deseos‑, por lo que Freud no casualmente titula a una de sus obras más
importantes El malestar en la cultura.
« Lo decisivo ‑también dice, y esto tiene
fundamental importancia para lo aquí estudiado‑ será que se logre (y la
medida en que se logre) aliviar la carga que el sacrificio de lo pulsional
impone a los hombres, reconciliarlos con lo que siga siendo necesario y
resarcirlos por ella (42).» El hombre busca entonces ilusiones ‑por sus
carencias y su indefensión frente a poderes, naturales o no, que no controla‑
de las cuales la religión sería la más importante pero en manera alguna la
única. Lamentablemente no es posible desarrollar aquí su concepción acerca de
tal necesidad religiosa, de fundamental importancia porque ‑aunque puede
parecer una extrapolación exagerada y antojadiza, y pudiera serlo de no
aceptarse las grandes diferencias existentes‑ los medios cumplen similares
funciones en nuestras actuales sociedades (más allá de que las religiosas
cubren también otras necesidades y los medios no provocan creencias tan
fuertes, definitivas y sistematizadas).
Incluso el mismo Freud entiende que no puede
limitarse a las religiones tal función: «Después de haber discernido las
doctrinas religiosas como ilusiones, se nos plantea otra pregunta: ¿no serán de
parecida naturaleza otros patrimonios culturales que tenemos en alta estima y
por los cuales regimos nuestras vidas » (43). Por supuesto no menciona a los
medios, por lo ya indicado, ejemplificando con algunas instituciones estatales.
Porque en definitiva el motivo que hace surgir tal necesidad es uno, que los
medios también cubren y que ayuda a explicar el éxito que tienen: «Estas que se
proclaman enseñanzas (se refiere a las religiosas pero se pueden extender a
otras formas) no son decantaciones de la experiencia ni resultados finales del
pensar: son ilusiones, cumplimientos de los deseos más antiguos, más intensos, más urgentes de la humanidad: el secreto de su fuerza es la
fuerza de estos deseos» (44).
Y si en la obra hasta ahora seguida, Freud hace
específico objeto de estudio a la génesis de las creencias religiosas, en otras
continúa con el análisis de las insatisfacciones y con la necesidad de escape
ante ellas. En un trabajo no muy posterior (de 1930) es tal vez aún más
categórico al respecto: «La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos
trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no
podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas
distracciones, que nos hagan valuar un poco nuestra miseria; satisfacciones
sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan
insensibles a ellas. Algo de este tipo es indispensable»
(45). Y aquí ya no es necesario aclarar que no se trata de ninguna
transpolación porque de esos tres «calmantes» los dos primeros se relacionan
de manera directa con los medios, e incluso el tercero puede ser válido,
aunque en este caso no como narcóticos productores de modificaciones químicas
sino de adicciones psíquicas (¿acaso no se habla de una «adicción» a la TV?).
Tampoco es necesario mostrar que esto se afirma porque, efectivamente, los
medios ofrecen tanto «poderosas distracciones» como «satisfacciones
sustitutivas» para hacer frente a «los deseos más antiguos, más intensos, más
urgentes de los hombres».
Claro que puede decirse que los medios han surgido y
se han desarrollado en este siglo, y los hombres siempre recurrieron a la búsqueda
de distracciones y satisfacciones sustitutivas; sin duda ello es cierto, pero
también lo es ‑y se repite una afirmación freudiana ya citada‑ que
«toda la historia de la cultura no hace sino mostrar los cambios que los seres
humanos han emprendido para esta ligazón de sus deseos insatisfechos, bajo las
condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico». Si Gillo Dorfles
considera que «un estudio socio‑antropológico sobre nuestra época no
podrá eximirse de considerar la publicidad televisada como la fuente más rica
en noticias en torno a la situación psicológica, estética y cultural de la
humanidad» (46), tal afirmación puede extenderse a ver a los medios masivos
como la fuente más rica en relación al conocimiento de las necesidades psicológicas
y sociales de los hombres, así como a las formas en que buscan su satisfacción.
Los medios funcionan como los «calmantes que
mencionaba Freud para prácticamente todos los aspectos de la vida actual, pero
es interesante remarcar como fundamentalmente lo hacen en relación a los dos
grandes aspectos de la vida pulsional. En lo referente a los deseos del
principio del placer sobre el amor, la sexualidad y la vida afectiva ‑todo
parte de lo mismo en la concepción psicoanalítica‑, ya se sabe que el
cumplimiento total es imposible. Por eso, ¿acaso no resulta entonces evidente
que los prodigiosos éxitos de los mensajes de los medios relacionados con esos
aspectos y sus conflictos ‑en los últimos tiempos también en torno a una
sexualidad más o menos abierta‑ se apoyan en las necesidades profundas (o
no tanto) de los receptores, es decir en sus propios conflictos y carencias?
En tanto que los requerimientos del principio del placer nunca alcanzan su
total realización ‑y en no pocos casos están lejos incluso de un mínimo‑,
siempre se mantiene un deseo que se compensa con formas sustitutivas que hoy
los medios ofrecen en variables de todo tipo. Por eso tienen éxito hasta
fantasías poco creíbles y hasta delirantes (¿debe recordarse que la lógica no
funciona en el nivel inconsciente?), por lo que los analistas de contenidos,
siempre intelectuales, buscan con la razón aquello que ‑sobre todo, pero
no exclusivamente, las mayorías populares‑ prefieren por necesidades
afectivas inconscientes.
El segundo aspecto a que Freud hace referencia
explícita es a las necesidades agresivas de los hombres (aunque su teorización
sobre la pulsión de muerte se encuentra en polémica incluso dentro del campo
psicoanalítico). Respecto a la misma Freud reconoce la dificultad de su
ejercicio, por lo que es válido (y analíticamente comprobado) señalar cómo
tales tendencias agresivas encuentran las más de las veces caminos
sublimatorios y catárticos, para lo cual los contenidos violentos de los
medios son claramente útiles y no casualmente tienen en el presente un auge que
motiva serias preocupaciones y estudios. Por supuesto que también aquí cada
marco social busca canalizar estas tendencias hacia posturas ideológicas
compatibles con los sistemas de dominación (ejemplo claro, las clásicas series
norteamericanas, de las cuales hoy Rambo sería
una expresión casi paradigmática).
Otra forma de evitación de sufrimientos es a través
de desplazamientos, pero la posibilidad de una sublimación en el arte es factible
para una minoría. La mayoría utiliza otro camino: «Se afloja aún más el nexo
con la realidad (y) la satisfacción se obtiene con ilusiones admitidas como
tales, pero sin que esta divergencia suya respecto de la realidad afectiva
arruine el goce. El ámbito de que provienen estas ilusiones es el de la vida de la fantasía» (47). De aquí
proviene otra parte del éxito de los mensajes de los medios, que ofrecen
material para todas las necesidades imaginables y posibles: desde expresiones
del más crudo sadismo hasta su complementariedad masoquista, desde el obvio
triunfo final de la mujer amorosa y sacrificada hasta las veleidades de su
contraparte galante y no pocas veces con características típicamente
histéricas, no faltando tampoco lo que canaliza potencialmente los
sentimientos de culpa. Existen posibilidades para identificaciones de todo
tipo.
Junto a lo visto precedentemente, es también interesante
comprender también a los medios con base en un estudio anterior de Freud, en el
que aborda el problema de las masas, tema nada casual en el momento en que fue
escrito (1921). Claro que existen diferencias entre su trabajo y el aquí
abordado, una de las cuales que su visión de las masas es como multitud y con
la presencia de un caudillo o jefe, mientras que en lo referente a los medios
ambas cosas cambian o tienen una característica cualitativa diferente; en
efecto, las masas receptoras de los medios no se vinculan física y
emocionalmente entre sí como las presentes en una playa, por ejemplo, y
tampoco tienen líderes al estilo de los grandes caudillos de la historia. Sin
embargo estas diferencias no quitan el sentido de masa a la audiencia de ,es medios ‑muy superior en número a
la que puede reunirse en una plaza o estadio‑ o de líder a muchos personajes
seguidos o respetados por la audiencia. En todo caso se trata de comprender
cómo en el presente debe realizarse una nueva lectura tanto de Freud como de
las formas actuales de las masas. En este sentido no debe olvidarse que muchos
estudiosos de los medios han señalado cómo éstos actualmente son el factor más
importante de cohesión colectiva, y más allá de la dispersión física existe una
vinculación psíquica y social.
En lo que corresponde a los líderes, Freud señala
que éstos deben reunir un conjunto de propiedades que le permitan tal rol,
entre ellas la de captar las necesidades de aquellos a quienes llegan y tener
capacidad de influir a través de saber cómo actuar ante ellas. Nuevamente
surge aquí la discusión de si corresponde este término para los medios, y al
respecto valen dos observaciones: 1) al aceptarse que los medios tienen un
importante carácter en el presente, tal vez hegemónico frente a otras
instituciones, hay que comprender que tal papel conductor es asumido de una
manera distinta a la clásica, incluso más allá de figuras concretas: lo son como institución en sí («lo dijo la
radio» es casi un lugar común como afirmación indudable); 2) lo primero no
excluye la existencia de conductores personalizados dentro de la totalidad institucional
‑todo lo contrario‑ que actúan de hecho como verdaderos líderes de
opinión, sobre los que se coloca una verdadera carga afectiva por parte del
público receptor: Freud habla en estos casos (en realidad sobre los caudillos
que estudiara) de la existencia de fenómenos de sugestión e incluso de enamoramientos, posibilitados por estados de
hipnotización. Claro que no una
hipnosis absoluta en el sentido literal del término, pero sí algo bastante
cercano. Sólo esta problemática daría pie para amplios estudios: el tipo de
relación que el público establece con los medios y, fundamentalmente, con la
televisión.
Para terminar una última aclaración: de acuerdo con
lo expuesto puede pensarse que si los contenidos de los medios tienen efectos
sobre los receptores por responder a sus necesidades más profundas, necesidades
básicas de los seres humanos y no de una época o de una sociedad (aunque difieran
en cada una de éstas), cumplen una función necesaria y deben seguir
haciéndolo. Esto es cierto, pero falta indicar al servicio de qué lo hacen;
la crítica que se les formula tiene en cuenta este aspecto, ya que su interés
dominante es canalizar esas necesidades para el mantenimiento del statu‑quo y así eliminar toda
propuesta subversiva del mismo que, al mismo tiempo, sirva para aumentar el
nivel de gratificación y desarrollo real del hombre. Los medios, entonces,
aprovechan esas necesidades como una forma más de control social y no para la
toma de conciencia de las mismas.
ESCUETO FINAL PARA UNA LARGA CONTINUACIÓN
Un final generalmente es el comienzo (o debería
serlo) de una nueva vuelta de espiral. Con esta base es preciso reiterar que todo
lo presentado es sólo una primera aproximación de una problemática muchísimo
más compleja que, además, tiene múltiples puntos aún no abordados, otros que
lo han sido de manera simplificada, etc. (48).
De cualquier manera es evidente que, en tanto una
forma de estudio semejante se encuentra en sus inicios, lo fundamental está
por hacerse y es el desafío a encarar. Lo único seguro es que debe hacerse.
NOTAS
(1) Se utiliza masivos de difusión y no de
comunicación como es habitual, por considerar que en su funcionamiento dominante
actual no se posibilita lo segundo: se reducen a difundir verticalmente los
mensajes emanados por las estructuras de dominación que los controlan. Si
bien, en la segunda parte de este trabajo aparece una forma de relación con los
receptores, ésta es mínima y muy relativa.
(2) Véase, entre otros a jesús Martín‑Barbero,
De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Ediciones
G. Gil¡, México, 1987, pp. 221 y ss.
(3) Ídem, pp. 72 y 10.
(4) Michele y Armand Mattelart, El carnaval de las
imágenes. La ficción brasileña. Akal/Comunicación, Madrid, 1987, p. 84.
(5) Una crítica al respecto ya la hacía al libro de
Armand Matterlart y Ariel Dorfman «Para leer al Pato Donald », en mi libro
Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación
psicosocial ed. Ediciones Nuevomar,
México, 1986; 21 ed. Pangea/Universidad Autónoma Metropolitana‑Xochimilco,
México, 1988, p. 23.
(6) A. y M. Mattelart, Pensar sobre los medios, Los
libros de Fundesco, Madrid, 1987, p. 128.
(7) Ídem, pp, 92 y 98 (Subrayados míos: EG).
(8) Ídem, p. 127.
(9) M. y A. Mattelart, El carnaval de las imágenes,
ob. cit. pp. 68.y 76.
(10) Idem, p. 97.
(11) Manuel Martín Serrano, La producción de
comunicación social, Cuadernos del CONEICC (Consejo Nacional para la Enseñanza
y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación), México, 1985, p. 22, 23
y 24 (este cuaderno es una parte del libro La producción social de la
comunicación, Alianza Universidad Textos, Madrid, 1986). Por lo que se verá más
adelante, esa importancia no puede limitarse al nivel consciente de las personas.
(12) Gerhard Maletzke. Sicología de la comunicación
social, Quinta Época, Quito, 41 ed., 1976; H. Jürgen Kagelmann‑Gerd
Wenninger, Psicología de los medios de comunicación,
Editorial Herder, Barcelona, 1986.
(13) Un análisis más completo puede verse en mi
libro Sociedad, salud y enfermedad mental, 1ª ed. Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 1973; 21 ed. Universidad Autónoma de Puebla, Puebla (México),
1976; 3.a ed. Universidad Autónoma metropolitana‑Xochimilco, México,
1981.
(14) Ejemplos de esto pueden ser los libros de Bruno
Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Editorial Crítica, Barcelona,
3~ ed. 1987; y de Raquel Soifer, El niño y la televisión, Editorial Kapeluz,
Buenos Aires, 1981. Si bien ambos aportan algunos elementos valiosos ‑sobre
todo el primero, aunque no hace referencia a los medios pero sus análisis
sirven para éstosdejan de lado toda perspectiva social de los medios.
(15) Según James Strachey, comentarista de sus
trabajos en la Standard Edition, fue en «La moral sexual “cultural” y la nerviosidad
moderna» (1908) donde Freud realiza el primer examen cabal «del antagonismo
entre la cultura y la vida pulsional», aunque señala antecedentes en otras
obras, entre ellas ‑Tres ensayos de teoría sexual». Pero los mayores
análisis se encuentran en sus obras a veces llamadas «sociológicas»: El
malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión, Psicología de las masas y análisis
del yo, etc. Un análisis mucho más definido entre lo psicológico y lo socio‑político
intentó W Reich, y si bien sus respuestas son muy discutibles, las preguntas
que formulara siguen siendo válidas y requieren volver a ellas.
(16) Un análisis mucho más completo sobre esta
problemática puede verse en mi libro Normalidad, conflicto psíquico, control
social, Plaza y Valdés/Universidad Autónoma MetropolitanaXochimilco, México,
1990.
(17) Y A. Sherkovin, Problemas psicológicos de los
procesos masivos de información, Editora Política, La Habana, 1982
(18) M. Martín Serrano, ob. cit., pp. 25.
(19) A. y M. Mattelart, Pensar sobre los medios, ob.
cit. p. 124. los mismos autores citan a Elíseo Verán, que dice: «Pese a que no
haya habido ninguna teoría tan decisiva en este terreno como la teoría
marxista, hay que reconocer que, en el presente, es la que más obstaculiza el
desarrollo de una reflexión sobre el funcionamiento de lo ideológico (o al
menos, cierta versión de esta teoría). Añadiré que la tendencia a cosificar los
conceptos se ha acentuado especialmente en la teoría marxista contemporánea,
en comparación con los textos “clásicos” »» (en El carnaval de las imágenes,
p. 75).
(20) J. Martín‑Barbero, ob. cit., pp. 21 a 30.
(21) Idem, pp. 178, 70 y 226.
(22) Ídem, pp. 110 y 133.
(23) M. y A. Mattelart, El carnaval de las imágenes,
ob. cit., p. 75 y 76.
(24) ««La oposición entre psicología individual y
psicología social o de las masas, que a primera vista quizá nos parezca muy
sustancial, pierde buena parte de su nitidez si se la considera
más a fondo. Es verdad que la psicología individual
se ciñe al ser humano singular y estudia los caminos por los cuales busca
alcanzar la satisfacción de sus mociones pulsionales. Pero sólo rara vez, bajo
determinadas condiciones de excepción, puede prescindir de los vínculos de este
individuo con otros. En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con
total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y
por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente
psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo.» S.
Freud, Psicología de las masas y análisis del Yo, en Obras completas, Amorrortu
editores, tomo XVIII, p. 67, Buenos Aires (todas las referencias de Freud son
de esta edición). No se entiende cuáles pueden ser las excepciones a que se
refiere.
(25) M. y A. Mattelart, El carnaval..., ob. cit., p.
48.
(26) Hoy es más común lo primero, es decir la
negación o desvalorización de lo social, sobre todo ante el auge de la moda lacanista
en psicología.
(27) A. y M. Mattelart, Pensar sobre los medios, ob,
cit., p. 221. (28) Todo lo que sigue está tomado y sintetizado de mi libro ya
citado (en nota 5), Control de los medios, control del hombre. Pese a que en
esa obra se hace un uso muy discutible y a la vez
un tanto esquemático de ciertas categorías
marxistas, sus planteos básicos siguen siendo utilizables.
(29) Véase sobre esto, Michael Schneider, Neurosis y
lucha de clases, Siglo XXI, México, 2.a ed., 1979(30) Rolando García,
Interdisciplinariedad, mimeo, Universidad Autónoma Metropolitana‑Xochimilco,
México, 1982.
(31) Esto mismo se ha señalado mucho respecto a la
llamada «publicidad subliminal», sin verse en muchos casos que ésta es mínima
en relación a una acción infinitamente mayor por parte de los medios en
general; a más de que si aquélla actúa a niveles perspectivos, éstos ‑y
la mayor parte de la publicidad‑ lo
hacen apelando a significaciones que buscan penetrar
a niveles inconvenientes. Véase sobre esto mi libro, Publicidad: manipulación
para la reproducción, 1ª ed., Taller de Investigación en Comunicación Masiva de
la Universidad Autónoma Metropolitana‑Xochimilco, México, 1985; 21 ed.,
Plaza y Valdés/UAM‑Xochimilco, México, 1987.
(32) Félix Guattari, intervención en el Segundo
Encuentro de Alternativas a la Psiquiatría en Cuernavaca, México, 1978. Una
investigación de la Universidad de Munster indica que los niños alemanes
aprenden a hablar más por la TV que por la familia y la escuela: de 4.770
palabras sólo 570 vendrían de la última (««Los niños rigen su comportamiento
según lo que ven habitualmente en la televisión», en diario El Día, México, 18
de julio de 1977). Esto daría tema para investigar a los analistas lacanianos
que consideran que el inconsciente se estructura en relación al lenguaje.
(33) Theodor W. Adorno, La televisión como
ideología, en revista Nueva Política, México, n° 3, 1976, p. 5.
(34) Freud, El Yo y el Ello, T. XIX, p. 27
(subrayado mío: EG).
(35) Elíseo Verón, Construir el acontecimiento,
Gedisa, Buenos Aires, 1983, p. Il. Habría que acotar que esto ocurre con todos
los medios y en todas las sociedades, no sólo con los informativos y en las
industrializadas. Sobre esta construcción de la realidad por los medios véase
también, entre otros, a Paul WatzIawick, ¿Es real la realidad?, Editorial
Herder, Barcelona, 1981.
(36) Como es sabido existe una amplia discusión en
torno a los criterios de «salud mental» donde, salvo sectores tradicionales, se
considera imposible tanto una definición al respecto como la llegada a una
absoluta salud mental, prefiriéndose ‑al menos dentro del campo
psicoanalítico‑ hablar de conflicto psíquico. En general, y desde una
perspectiva ideologizada y al servicio del control social, se tiende a
equiparar salud mental y normalidad. Sobre esto véase el libro de nota 16.
(37) Aunque, por sus características técnicas, a
veces contribuye a esta situación: un caso concreto es el de las transmisiones
de partidos de fútbol, donde el espectador siempre ve la parte en juego y nunca
la totalidad del mismo.
(38) Laplanche y Pontalis, Diccionario de
psicoanálisis, Labor, Barcelona, 1971, p. 191.
(39) No casualmente el primer trabajo que escribiera
sobre esta temática se tituló ««Los medios masivos de comunicación como
““escuela”“ de la personalidad. Una aproximación psicoanalítica», en Colección
Pedagógica Universitaria, Centro de Investigaciones Educativas de la
Universidad Veracruzana, Xalapa, n° 5, 1978.
(40) También sobre esto véase el libro de nota 16,
con referencia a las posturas del movimiento de alternativas a la psiquiatría
(mal conocido como “antipsiquiatría”) y a las de algunas corrientes
psicoanalíticas.
(41) Freud, El interés por el psicoanálisis, T.
XIII, p. 188, (subrayado mío: EG).
(42) Freud, El porvenir de una ilusión, T. XXI, p.
6, (subrayado mío: EG).
(43) ídem, p. 34, (subrayado mío: EG).
(44) Ídem, p. 30 (subrayado mío: EG).
(45) Freud, El malestar en la cultura, T. XXI, p. 75
(subrayado mío: EG).
(46) Gillo Dorfles, «Morfología y semántica de la
publicidad televisada», en Cuadernos de Comunicación, México, n° 40, 1978.
(47) Freud. El malestar en la cultura, p. 80
(subrayado mío: EG).
(48) Aunque en el libro de nota 5, Control de los medios...,
todo lo expuesto se encuentra más desarrollado y, en muchos casos, con base y
ejemplificado en casos concretos.