Industrias culturales y retos latinoamericanos El papel de la comunicación en la integración del subcontinente
José Marques de Melo
Termómetro en otra época del desarrollo, aparato indiferente
cuando no contrario al desarrollo después, las industrias culturales son hoy
más que nunca un instrumento capital para la democracia, la integración y el
bienestar latinoamericano.
1. EL DESARROLLO DE LAS COMUNICACIONES EN AMÉRICA LATINA
La década de los 60 significó para América Latina el
momento histórico en que las expectativas de superación del atraso, de la
miseria y del subdesarrollo alcanzaron sus niveles más elevados. Tanto la
acción de los organismos internacionales como la ONU, la UNESCO y la FAO,
cuanto los programas de cooperación norteamericana encabezados por la USAID,
crearon expectativas de que era viable conseguir estados de crecimiento
económico y el consiguiente mejoramiento en las condiciones de vida de las
poblaciones del continente.
Especial papel en ese programa corresponde a la
CEPAL ‑Comisión Económica para América Latina‑, órgano de las
Naciones Unidas con sede en Santiago de Chile, que realizó un conjunto de
estudios y proyectos destinados a sensibilizar los gobiernos latinoamericanos
para adoptar medidas concretas en el campo de la planificación económica.
Como señala Furtado (1985), la CEPAL, en poco tiempo, «se transformaba en
símbolo del esfuerzo de la unión de América Latina en su lucha por escapar de
las tenazas del subdesarrollo». Efectivamente, su presencia se hace constante
difundiendo la mística del desarrollo y contribuyendo en los esfuerzos nacionales
o regionales comprometidos con la adopción de programas de planificación de
inversiones, entrenamiento de recursos humanos y modernización de estructuras
administrativas.
En el campo específico de la comunicación, la UNESCO
fomentó iniciativas articuladoras y movilizadoras con la finalidad de estimular
el crecimiento de las redes nacionales de difusión masiva, renovar o formar
equipos profesionales, investigar los fenómenos culturales implícitos en la
actuación de los mass media. En la reunión de especialistas sobre el
desarrollo de los medios de información en América Latina, realizada en Santiago
de Chile en febrero de 1961, trascendía la convicción de que el arranque
desarrollista tendría un punto de sustentación importante en los sistemas de
comunicación de masas.
La imagen que se creó del fenómeno del desarrollo, y
que se difundió masivamente en los diferentes países, es la de que los cambios
sociales se producirían con una cierta rapidez, apoyados por la ayuda externa
y la asistencia técnica. Las poblaciones urbanas, que fácilmente se empatizan
con los patrones de vida de las naciones económicamente avanzadas por la vía
del cine y de la televisión, comienzan a desear situaciones de confort y
bienestar distintas de aquellas que existen en la región y a presionar a los
gobiernos nacionales para su satisfacción.
Arrullados en el sonsonete de que la expansión de
las redes de comunicación de masas podrían acelerar el desarrollo, los Estados
latinoamericanos crearon mecanismos para facilitar la importación de tecnología
moderna que los colocara en la etapa de la aldea
global: off‑sets, telecomunicaciones, transistores, televisión en
color, etc.
Al inicio de la década de los 60, América Latina ya
se encontraba en una situación relativamente favorable en cuanto a la disponibilidad
de canales de comunicación (con 7,8 ejemplares de periódicos diarios, 9,8 receptores
de radio, 3,5 espectadores de cine y 1,5 televisores por cada 100 habitantes ‑UNESCO,
1961). A1 final de esa década nuestro continente ya no figuraba como área
subdesarrollada, de acuerdo con los parámetros fijados por la UNESCO para
medir ese campo del crecimiento nacional/regional. Poseíamos, entonces, 10,8
ejemplares de periódicos diarios, 16,7 receptores de radio, 2,9 entradas de
cine y 5,4 televisores (Frey, 1973). Y en la década de los 70 continuaríamos
creciendo.
Esto llevaba a la inmediata comparación con nuestro
estado de desarrollo socioeconómico, que había experimentado, en muchos
países, situaciones de regresión cuando no de estancamiento. Furtado (1973)
presentaba el siguiente diagnóstico: «en el cuadro altamente dinámico de la
economía mundial, en las últimas dos décadas, América Latina surge como un
caso especial de relativo estancamiento. Exceptuando los casos especiales, las
economías de la región fueron seriamente afectadas, aun cuando en grados diversos,
por el descenso relativo del comercio internacional de productos primarios. En
razón de la insuficiencia estructural de la capacidad importadora creada por
esa tendencia básica, las economías procuraron diversificar sus estructuras
productivas instalando industrias sustitutivas de las importaciones. Así, la fase de expansión externa de las grandes
empresas norteamericanas coincide, en América Latina, con la creación de
amplias facilidades, con vistas a la interiorización de actividades productivas,
particularmente en el campo manufacturero. La industrialización latinoamericana
tendió a asumir, en consecuencia, la forma de internalización de las actividades
productivas ligadas al comercio interno, lo que vendría a marcar el desarrollo
de la región en su fase actual».
Se concluye, inmediatamente, que la expansión de los
medios de comunicación en América Latina no afectó de modo directo a la
transformación de las estructuras sociales y económicas, en el sentido de crear
el clima de productividad responsable por la generación de iniciativas capaces
de asegurar mejores condiciones de vida a su población. Al contrario, el
crecimiento y modernización de nuestro sistema de comunicación ocurrieron
paralelamente a un proceso de empobrecimiento de las masas urbanas en la gran
mayoría de los países latinoamericanos, como resultado del modelo de
desarrollo dependiente que aquí se instauró. Por otro lado, Prebisch ya había
alertado, en la reunión de Santiago de Chile, sobre el papel relativo de la
información de masas en el contexto desarrollista, sugiriendo que la
utilización de las «técnicas modernas de difusión de ideas y de
uniformaciones» era solamente una variable de” un proceso más amplio: «la
asimilación y adaptación de la técnica contemporánea a las condiciones de
América Latina».
No fue exactamente ésta la orientación asumida por
los vehículos informativos en el continente. La investigación pionera sobre el
contenido de los periódicos de prestigio de los principales países de la región,
realizada por CIESPAL (1967), ya apuntaba hacia una tendencia anti‑desarrollista
más a tono con el refuerzo de las situaciones de evasión o escapismo de las
grandes masas y poco comprometida con los esfuerzos de promoción del
crecimiento económico. Ese patrón persistiría y se ampliaría para los canales
electrónicos y audiovisuales que, combinando imagen y movimiento, fascinan y
seducen a sus audiencias, diseminando comportamientos frívolos y triviales,
precisamente lo opuesto de aquella movilización popular para sostener y hacer
avanzar las iniciativas de los equipos gubernamentales dirigidos al desarrollo
económico.
De ahí que Beltrán (1971) denunciara enfáticamente
esa postura contraria al desarrollo. «Los medios de comunicación de masas en América
Latina son, en su mayoría, indiferentes o contrarios a los fines del
desarrollo nacional en mucho mayor grado de lo que pudiera favorecerlo.»
Consecuentemente, se frustró toda una esperanza
alimentada por comunicadores y planificadores, que confiaban en las posibilidades
de multiplicar las expectativas de participación popular en los destinos
nacionales y en la conducción de los gobernantes al tomar decisiones
consecuentes con las metas de acumulación de capital y redistribución de renta
en conformidad con las directrices emanadas de la CEPAL.
Esta situación se explica, por una parte, por la
coyuntura política* dominante en la mayoría de los países, donde los intereses
de las élites dirigentes se orientan más hacia la realización de cambios en
la fachada de la edificación social, consustanciando aquello que Ribeiro
(1978) denomina «modernización refleja».
El proceso de industrialización no ocurre de manera
autónoma y se da en asociación con empresas multinacionales que pasan a producir
aquí los bienes de consumo antes importados. Por otro lado, se debe a la
circunstancia de que los medios de comunicación ya existentes y aquellos que
van surgiendo después constituyen propiedad de esta misma élite económica.
Luego su manejo informativo no obedece a aquellas directrices idealizadas por
los planificadores estatales o vinculados a las agencias internacionales de
desarrollo, sino que se orienta hacia el estímulo al consumo de los bienes
fabricados por sus industrias, y a brindar sustentación política a los gobiernos
que garantizan sus beneficios clasistas.
Furtado (1973) llega a la triste constatación de
que: «la experiencia de las últimas dos décadas en América Latina sirvió para
demostrar de forma cabal que el desarrollo es menos un problema de
inversiones que de creación de un sistema económico articulado y capacitado
para auto‑dirigirse». Así, apunta hacia la cuestión de la soberanía
nacional y destaca el poder ejercido por los EE.UU. en el fortalecimiento de
grupos nacionales resistentes a los cambios profundos de las estructuras
sociales latinoamericanas, lo que significaría, sin duda, la reducción de sus
privilegios. «La hegemonía que ejercen los EE.UU. en América Latina, al
reforzar sobremanera las estructuras anacrónicas de poder, constituye un serio
obstáculo al desarrollo de la mayoría de los países de la región. La estrategia
de ayuda del gobierno de los EE.UU., mediante la creación de privilegios para
las grandes empresas y el control de la subversión, contribuye a preservar las
más retrógradas formas de organización social y tiende a reemplazar los
estados nacionales como centros de decisión y como instrumentos de movilización
de las colectividades para las tareas de desarrollo.»
Conviene, a estas alturas, reflexionar sobre la
esencia de las tesis de los científicos norteamericanos Lerner y Schramm, que
sirvieron de base para todo el esfuerzo de la UNESCO para justificar el
desarrollo de las comunicaciones como promotor del clima para el desarrollo
socio‑económico. El modelo concebido por los investigadores
norteamericanos consistía en reproducir en los países del Tercer Mundo la
dinámica modernizadora ocurrida históricamente en Europa Central y más recientemente
en los EE.UU, Japón, Australia, etc.
La estrategia propuesta se iniciaba con el despegue
industrial, y se completaba con la movilización participativa de los
ciudadanos nacionales interviniendo en la decisión democrática referente al
rumbo que tomaría el desarrollo.
Varios factores demostraron, con el correr del
tiempo, que ese transplante temporal y espacial del modelo de desarrollo
occidental (básicamente europeo/norteamericano) no es viable en América
Latina.
En las economías concentradoras de renta vigentes en
América Latina, se constata que los sistemas de comunicación de masas difunden
patrones de comodidad y bienestar que no son accesibles a la mayoría de la
población sino tan sólo a su segmento privilegiado. Y, naturalmente, los
programadores de los contenidos divulgados estratégicamente disimulan su
alcance, estimulando la evasión y provocando la catarsis. Sin embargo, eso no
ha bastado para bloquear el deseo de las grandes masas poblacionales de
beneficiarse de las condiciones de vida que aprendieron a ver y a conocer en
la televisión, en el cine o en las revistas ilustradas.
Desde entonces se tornaba evidente el agotamiento
del modelo desarrollista patrocinado por las agencias internacionales. Tanto
es así que Furtado (1974) lo calificaría de «mito» históricamente irrealizable.
Creció, pues, en los niveles de liderazgo
progresista de las sociedades latinoamericanas la conciencia de que los
cambios ocurridos en la región condujeron a un modelo de desarrollo
dependiente, marcado por la modernización de los estilos de vida de las minorías
privilegiadas (beneficiarias de la renta concentrada) y por la
formación/elasticidad de los cinturones de miseria de las grandes ciudades,
donde se localizaron los contingentes migratorios procedentes del campo
(muchas veces expulsados por la mecanización de la agricultura).
Se confirmaba, por tanto, la advertencia hecha por
Raul Prebisch (1961), argumentando que la presencia de los medios de difusión
de ideas podría agudizar la exposición de las poblaciones latinoamericanas a
patrones de bienestar que las sociedades nacionales no estaban en condiciones
de propiciar colectivamente. De ahí su llamamiento para comprometer las
nuevas estructuras de comunicación con los programas y proyectos destinados a
movilizar los esfuerzos nacionales en la lucha contra el subdesarrollo. Ni los
mass media, a no ser de forma residual, asumieron esa postura, ni los
gobiernos nacionales la continuaron, en la mayoría de los países, con la
adopción de las medidas recomendadas por los equipos de la CEPAL para lograr
salidas independientes en la conducción de las respectivas economías. El
resultado fue el surgimiento de soluciones políticas autoritarias para
enfrentar los conflictos sociales, y la subordinación de la planificación
económica nacional en casi toda la región a un modelo de desarrollo
dependiente, cuyo síntoma más importante fue el creciente endeudamiento
externo.
2. INDUSTRIA CULTURAL Y OPINIÓN PÚBLICA: LA COOPERACIÓN
LATINOAMERICANA
La toma de conciencia sobre la gravedad de la
coyuntura económica latinoamericana ha despertado la acción de sus mejores
liderazgos nacionales y está comenzando a producir efectos en el plano
político. El conocimiento de que la crisis del crecimiento sin desarrollo sólo puede ser enfrentada, de
forma colectiva, por los estados latinoamericanos, se evidencia en el
establecimiento del SELA (Sistema Económico Latinoamericano). Los gobiernos de
los principales países de la región comprenden las contradicciones existentes
en el panorama y buscan soluciones negociadas.
El camino de la integración regional y de la
creación de vínculos de solidaridad entre los diferentes países enseña una
estrategia viable para subsanar los efectos del desarrollo dependiente y para buscar mecanismos de
aceleración de las transformaciones indispensables hacia otro tipo de
desarrollo que potencialice las riquezas regionales y las convierta en factores
de satisfacción de las necesidades básicas de sus poblaciones.
Dos compromisos asumidos por el SÉLA merecen ser
señalados en el contexto de la identificación del papel que deben cumplir las
comunicaciones en el proceso de integración regional:
a) Fomentar la cooperación latinoamericana para la creación,
desarrollo, adaptación e intercambio de tecnología e información científica,
así como el mejor aprovechamiento de los recursos humanos de educación,
ciencia y cultura.
b) Promover el desarrollo y la coordinación
del transporte y de las comunicaciones, especialmente en el ámbito
intrarregional.
Estos compromisos apuntan hacia los desafíos
prioritarios del momento histórico. La perspectiva del agotamiento de los
recursos naturales no renovables y el vertiginoso crecimiento de la duda
externa de los países del Tercer Mundo constituyen variables de una coyuntura
política singular para América Latina y el Caribe. Buena parte de esa deuda
externa recae sobre los países de la región y, precisamente, en esos países se
ubican las fuentes de varios recursos naturales de los cuales hoy dependen los
países centrales. Esta circunstancia ha sido destacada por los analistas de la
política internacional como una alternativa con posibilidad de ser utilizada
por los países latinoamericanos en la negociación conjunta con las potencias industrializadas,
especialmente los EE.UU.
Así, la cooperación latinoamericana tiene hoy la
nítida proyección de un pacto entre países deudores (respaldados económicamente
por las riquezas naturales codiciadas por la metrópolis), cuyo diálogo con sus
acreedores internacionales no puede realizarse en el lenguaje bancario
convencional sino que debe utilizar el simbolismo político del intercambio
diplomático.
Las iniciativas, ya manifestadas en los entendimientos
entre jefes de Estado y en las conversaciones mantenidas por los representantes
gubernamentales en los distintos foros internacionales y continentales, fueron
correspondidas por la cobertura de los medios de comunicación de masas de la
región con el fin de armonizarlas con la opinión pública de cada país.
Pero la participación de los mass media en
esa campaña histórica no llegó a tener una articulación consecuente y
consistente, convirtiendo las tímidas reacciones de los signatarios estatales
en meros episodios de la cotidiana aventura periodística.
Otra variable importante fue la acción de las
agencias transnacionales de noticias y de las redes públicas de información
audiovisual Norte‑Sur, que se encargan de dar a nuestras poblaciones
versiones e interpretaciones de los hechos astutamente orientadas a debilitar
la acción de nuestros gobiernos y a enfriar el entusiasmo patriótico que pudiera
eventualmente canalizar las movilizaciones populares.
Les falta a nuestros liderazgos nacionales la
convicción de que la causa de la integración latinoamericana y el
enfrentamiento político de las naciones hegemónicas deben ser conducidos con
el apoyo popular y la participación de la sociedad civil. Algunos dignatarios
optan por la vía diplomática convencional y buscan canales discretos que
amorticen el impacto de las posibles reivindicaciones. Esa es una visión
equivocada, pues las evidencias históricas recientes demuestran que las
potencias económicas no dudan en recurrir a las armas de la persuasión de
masas para desmoralizar los liderazgos consecuentes del Tercer Mundo y
desestabilizar los gobiernos que amenazan su primacía imperialista.
En ese sentido, la integración latinoamericana sólo
será posible en la medida en que sea respaldada intensamente por la opinión
pública de cada país. Se trata no sólo de convocar a los ciudadanos
latinoamericanos para cerrar filas alrededor de sus líderes gubernamentales,
sino de convencerlos democráticamente de que esa causa es justa.
El papel que deben desempeñar los sistemas
nacionales de comunicación en ese proceso fundamental para construir la unidad
de la acción política en América Latina y el Caribe es decisivo. No hay lugar
para la vacilación sobre los pasos a seguir. Es urgente diligenciar la
optimización y coordinación de las potencialidades existentes en la región y
organizarlas para tal fin.
El vigor comunicacional de América Latina,
concentrado en algunas áreas, necesita ser agilizado. La región dispone hoy de
complejos culturales que ofrecen a las respectivas poblaciones nacionales
mensajes e informaciones producidos de acuerdo con los valores de nuestra
cultura y de nuestras tradiciones. Esos productos comienzan a circular
residualmente en algunos países, ocupando un lugar privilegiado en la
preferencia de los consumidores, como es el caso de las telenovelas
brasileñas, del cine cubano, de los discos venezolanos, de los libros
argentinos y de las fotonovelas mexicanas. Pero esos productos encuentran
resistencia para su expansión en la estructura monolítica controlada por las
transnacionales europeas y norteamericanas. De la misma manera, hay artefactos
tecnológicos disponibles en el campo de la informática y de la diseminación
de datos que pueden satisfacer las necesidades inmediatas de consumo de la
región.
La producción cultural, tecnológica y científica
deberá convertirse en una prioridad dentro de la región. Para ello, los estados
nacionales necesitan agilizar sus mecanismos fiscales y aduaneros creando
estímulos para los artículos latinoamericanos y haciéndolos competitivos con
los productos similares norteamericanos y europeos.
El impacto de esa expansión de la industria
cultural latinoamericana será significativo para neutralizar la invasión
tecnológico/educativa de fábricas cuyas sedes están en los países centrales y
que reflejan, indudablemente, sus propios valores.
La cooperación latinoamericana en el campo de la
comunicación y de la cultura, de la información y de la educación, puede volcarse
hacia la producción del conocimiento sobre esas realidades y ofrecer subsidios
para su evaluación por los gobiernos.
Conocer más profundamente las propias
potencialidades comunicacionales disponibles en la región y las implicaciones
que suscitan en el campo de la economía, de la política, de la cultura, es la
exigencia básica para orientar mejor su utilización y acoplamiento en las
tareas socioeconómicas.
Esta urgencia se hace más evidente en el sector de
las nuevas tecnologías, universo que vemos a diario, pero que escapa a nuestra
comprensión sistemática. Y, por tanto, agota o desestimula las iniciativas
destinadas a la fijación de directrices que realicen el ordenamiento y el
control indispensables de acuerdo “a los intereses nacionales.
Si el SÉLA y otros organismos de coordinación
regional, como es el caso de ULCRA, no adelantan acciones de esa naturaleza,
los desafíos persistirán, las incertidumbres se agravarán y, simultáneamente,
aumentarán las señales de impotencia política que atan a América Latina y el
Caribe a un tipo de fatalismo inmovilizados y castrense.
Las tareas prioritarias en ese sector ‑campaña
intensa de opinión pública, intercambio y difusión de productos culturales
latinoamericanos, intensificación y articulación de la investigación sobre el
funcionamiento y el impacto de las tecnologías de comunicación no pueden
retardarse. Es necesario aún aclarar muchos aspectos: no son medidas meramente
circunstanciales. Son proyectos que requieren para su realización continuidad,
respaldo financiero y participación de las comunicaciones científicas y
profesionales.
¿A quién le corresponde realizarlas? Naturalmente,
a los estados latinoamericanos, cuya fuerza institucional tiene capacidad para
movilizar las universidades y las empresas privadas, las instituciones sociales
y los partidos políticos, en un esfuerzo combinado de cooperación y fortalecimiento
de los lazos de solidaridad continental.
Las comunicaciones siguen jugando un papel decisivo
en la conformación de la identidad nacional y en la conducción de las sociedades
para protagonizar episodios históricos. Pueden movilizar sentimientos y
emociones para impedir el progreso o pueden despertar motivaciones para
acelerar el desarrollo de las naciones. La clave está en saber quién controla y
orienta los mecanismos de decisión. Las lecciones del pasado no pueden ser
olvidadas sin el riesgo de repeticiones dañinas a nuestros intereses políticos
y culturales.
3. DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN; EL DESAFÍO DE LOS AÑOS 90
Los procesos de transición a la democracia que se
observan en varios países de América Latina, principalmente en el Cono Sur,
contienen indicadores concretos de que el retorno al desarrollo integral
constituye el mayor desafío de los años 90. Las experiencias históricas ya no
permiten alimentar las ilusiones de un tipo de desarrollo dependiente de la
ayuda externa. La deuda contraída con los bancos internacionales representa la
consecuencia dramática de aquel modelo de desarrollismo.
Crece, por eso, la conciencia de que el enfrentamiento
de la situación actual de casi estancamiento económico conduce inevitablemente
a la integración de los países latinoamericanos. Los parámetros edificados por
la Comunidad Europea y las proyecciones de un mercado norteamericano inducen a
los gobiernos democráticos de América Latina a la formulación de estrategias
integracionistas.
Ejemplo de esto es el proceso de articulación
política y de cooperación económica desencadenado, a partir de 1986, por los
presidentes de Brasil, Argentina y Uruguay. Se trata de una iniciativa
destinada no sólo a la superación de las barreras comerciales que todavía
persisten entre los tres países, sino también a una toma de decisión para el
fortalecimiento mutuo de las embrionarias experiencias democráticas que allí
florecen.
El Acta firmada por Sarney y Alfonsín, revitalizando
la Declaración dé Iguazú (noviembre de 1985), tiene cuatro motivaciones:
a) Impulsar el crecimiento económico. «La
creación de un espacio económico común abre perspectivas más amplias para el
crecimiento conjunto y el bienestar de sus pueblos, potenciando la capacidad
autónoma de los dos países.»
b) Consolidar el proceso democrático,
«conscientes de la importancia de ese momento histórico de la relación entre
las dos naciones, empeñadas en la consolidación de la democracia como sistema
de vida y de gobierno».
c) Avanzarla modernización, «conscientes de
la necesidad de convocar sus pueblos al esfuerzo de trillar una vía común de
crecimiento y modernización que les facilite superar los obstáculos de hoy y
enfrentar los desafíos del siglo xxi».
d) Contribuir ala integración regional, «seguros
de que este programa constituye un nuevo impulso para la integración de América
Latina y para la consolidación de la paz, de la democracia, de la seguridad y
del desarrollo de la región».
Históricamente se trata de una revitalización de
las iniciativas anteriores de integración regional, cuyo primer instrumento
fue el Tratado de Montevideo (1960).
En aquel momento fue creada la ALALC (Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio), inspirada por las tesis cepalinas que
recomendaban la sustitución de importaciones como forma de mantener el
crecimiento de la región y, al mismo tiempo, ampliar el parque industrial ya en
funcionamiento en varios países.
A pesar de que los esfuerzos anteriores de
integración latinoamericana han sido marcados por la frustración de‑
resultados, existe hoy una creencia en las potencialidades coyunturales. En el
caso particular de los acuerdos firmados entre Brasil y Argentina, parece
evidente que se sobrepasó la esfera puramente comercial. Además de eso, tenemos
una situación distinta de la de los años 60, y Brasil y Argentina se
caracterizan por la disponibilidad de parques productivos instalados y con
capacidad ociosa localizada. Como dice Versiani (1987): «Brasil y Argentina
(...) tienen (...) un nivel apreciable de complementariedad potencial,
haciendo que un proceso bien manejado de integración sectorial tenga buenas
perspectivas de éxito, especialmente si ocurre de forma gradual.» Por eso
existe toda una preocupación para evitar la utilización de una retórica
triunfalista, casi siempre creadora de expectativas de resultados inmediatos.
Las estrategias persuasivas usadas en el pasado para fortalecer la idea de la
integración latinoamericana fueron ineficaces, creando la sensación de que ese
tipo de proyecto pertenece sólo a los discursos oficiales, siendo
irrealizables en la práctica.
Así es que los actuales esfuerzos de integración de
los países de América Latina no pueden equivocarse sobre las variables comunicacionales,
tanto aquellas relativas a la infraestructura operacional (hoy bajo el impacto
de las nuevas tecnologías), cuanto las de naturaleza socio‑política.
Estas comprenden los flujos de difusión masiva que modelan la opinión pública
e influyen decisivamente en el comportamiento colectivo, factor imprescindible
para impulsar los cambios en la economía y en la cultura.
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