Expectativas y riesgos para
América Latina
Rafael Roncagliolo
Historias y lógicas diferentes
que en Europa han construido un panorama audiovisual monocorde en América
Latina, donde iniciativas de la sociedad civil intentan ahora introducir el pluralismo
de modelos. Las expectativas y riesgos del 93 europeo para aquella región se
basan en estas realidades.
La invitación a pensar, desde América Latina, los
nuevos escenarios de la comunicación en la Europa del Mercado único ha sido,
primero, un desafío intelectual inédito. Sabemos poco de los procesos de
integración europea desde la desintegración del archipiélago latinoamericano.
Así, preparamos inicialmente las dos primeras secciones de este trabajo,
referidas secuencialmente a la situación de la industria audiovisual
latinoamericana y a las perspectivas de su integración.
Luego, la participación en la Conferencia
Internacional en Madrid resultó un genuino privilegio y aprendizaje, que se
registra en la tercera sección, en la forma espontánea en que fueron
sintetizadas y expuestas algunas de nuestras propias reacciones a las otras ponencias
e intervenciones.
En rigor, esta contribución intenta esbozar ciertos
parámetros desde los cuales cualquier latinoamericano atento puede expresar
sus particulares incertidumbres y perplejidades frente a los riesgos de
marginalidad creciente del Tercer Mundo que acompañan a la integración
europea. De la Europa de los doce, por ahora, pero pronto disfrutará de un
espacio económico y político paneuropeo, en el cual la Europa del Este puede,
quizás, sustituir al sur del mundo como periferia privilegiada, tanto en
términos de mercados cuando de cooperación al desarrollo.
I. LA INDUSTRIA
AUDIOVISUAL EN AMÉRICA LATINA
Pero el Tercer Mundo tampoco constituye una realidad
homogénea. Cada una de las regiones que lo componen tiene sus especificidades.
De ahí que parezca imprescindible precisar qué hay de común y qué de diferente
entre América Latina y Europa.
1.1 Algunas cifras comparativas
Retomando cálculos (por ahora inéditos), que forman
parte del ejercicio en curso, y utilizando cifras recientemente publicadas por
la UNESCO (1), conviene recordar una paradoja inicial: en comparación con sus
congéneres americanos, los países de Europa Latina tienen más del doble de
aparatos receptores de televisión; uno por cada cuatro personas, frente a uno
por cada nueve en América Latina.
Pero, mientras que el promedio de las horas de
programación anual en los países latinos europeos (España, Francia, Italia,
Portugal y Rumanía), es de 11.356, este mismo promedio llega a 503.268 en los
países latinoamericanos de los que existen cifras disponibles, que son
Brasil, Colombia, Cuba, Honduras, México y Uruguay (una adecuada combinación
de estados grandes, medianos y pequeños, dicho sea de paso).
O sea, que el tiempo promedio de transmisión
nacional en Europa equivale apenas al 2 por ciento del de América Latina, a
pesar de contar con mayores públicos y parques de receptores. Puede pensarse
entonces en una saturación televisiva americana, o si se prefiere, y por
contraste, en una relativa austeridad europea.
Hablamos, claro está, de tendencias gruesas. Por
ejemplo, no estamos incluyendo aquí algunos países americanos cuyos números de
receptores por cada mil habitantes se acercan a los niveles europeos:
Argentina, con 214, y Puerto Rico, con 247, entre otros. Tampoco incorporamos
los respectivos y distintos tamaños promedios de familia, que sugerirían que
en Europa hay un receptor de televisión por familia, mientras que en América,
uno por cada dos.
En cualquier caso, la creciente reducción de los
costos, junto con el apogeo del consumismo electrodoméstico, tenderá, en un plazo
más bien corto, a acercar ambas realidades, a pesar de las crisis de las
economías y las integraciones. Como ya ocurre, dicho sea de paso, con la radio,
pues Argentina, Bolivia y Puerto Rico tienen más del doble de aparatos de
radio por cada mil habitantes que España, Portugal o Rumanía (2).
Agreguemos que posiblemente los latinoamericanos
pasan más horas frente a la pequeña pantalla que sus coetáneos europeos (el
tiempo libre se usa de diferentes maneras según los niveles de vida, y la
radio y la televisión son gratis); que tienen muchos más canales de
televisión en el aire ‑piénsese sólo en Bolivia, con medio centenar de
estaciones para sus 500.000 aparatos receptores, o sea, un canal por cada
10.000, y donde se utilizan en forma cada vez más intensa las videograbadoras,
como lo hemos señalado en otra oportunidad (3).
A guisa de ilustración final sobre similitudes y
diferencias entre los panoramas audiovisuales europeo y latinoamericano, puede
considerarse precisamente el número de videograbadoras, expresado como porcentaje
del total nacional de aparatos receptores de televisión. Siempre según la
UNESCO (4), Colombia, Panamá, Perú y Venezuela tienen todos un número de
videograbadoras equivalente a más del 35 por ciento del parque nacional de
receptores de TV. Es decir, porcentajes superiores a los de Bélgica (26,3 por
ciento) o Italia (16,9 por ciento) y similares a los de Dinamarca (38,3 por
ciento), Finlandia (38,5 por ciento) y Francia (38,0 por ciento). Los datos,
por supuesto, parecen inverosímiles, o al menos exagerados. Pero constituyen
la única información sistemática accesible para fines de comparación.
1.2 Historias diferentes
Más allá de estas similitudes y diferencias,
austeridad europea y saturación americana parecen vincularse, sobre todo, con los
orígenes históricos y con las lógicas económicas con las que cada uno de
ambos sistemas televisivos fue originalmente concebido y alumbrado.
La televisión europea, siguiendo el modelo
británico de servicio público, nació en condiciones de monopolio estatal y
financiamiento a través de cánones de abono de los usuarios y/o subvenciones
estatales. Sus criterios fundacionales fueron de rentabilidad sociocultural o
política, en la expresión de Richeri (5).
La televisión latinoamericana, en cambio, siguió el
modelo comercial norteamericano, ceñido a la lógica del mercado; o más bien, de
los mercados: el de los públicos y el de los anunciantes, que literalmente
compran en calidad de audiencias a los primeros. De esta manera, aunque
auspiciada e impulsada por los estados, se consolidó como televisión privada,
financiada por la publicidad (de la que los programas vienen a ser la
envoltura), y orientada por el propósito de maximización de las utilidades,
inherente a la rentabilidad económica.
Por eso, la discusión sobre la televisión de
servicio público es absolutamente distinta en Europa que en América. En el
viejo continente, parece (o nos parecía) que estamos asistiendo al nacimiento
y desarrollo de una sana convivencia entre televisión comercial y televisión
de servicio público, entre rentabilidad sociocultural y rentabilidad económica.
En América Latina, en cambio, la demanda y la
necesidad de proteger las identidades culturales clama por la aparición de una
verdadera televisión de servicio público, cuya lógica sociocultural coexista y
sirva de balance al abultado y asfixiante predominio de la pura lógica
comercial.
Con ello queremos afirmar que es posible imaginar y
establecer formas de civilizada coexistencia y cooperación entre ambas lógicas
y rentabilidades. Hay una discusión en curso en América Latina sobre la
naturaleza, alcances y formas de la televisión de servicio público, que se
nutre de algunas experiencias del pasado, hoy casi en su totalidad, y por
desgracia, olvidadas.
1.3 De la pluralidad a la monotonía
Hace unos pocos años, el IPAL realizó un estudio
sobre las políticas de televisión en los cinco países andinos: Bolivia,
Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. El informe de dicha investigación incluye
un inventario en el que se registran no menos de ocho modalidades distintas de
organización de la televisión en estos países. A saber:
· Propiedad mixta con predominio estatal:
Perú, 1969‑1980.
· Propiedad universitaria coexistente con un
canal estatal: Bolivia, hasta 1979.
· Propiedad estatal de los canales con
producción privada de los programas, a cargo de concesionarios: Colombia, hasta
1986.
· Propiedad estatal, control a cargo de la
sociedad civil y producción privada de los programas: Colombia, desde 1986.
· Propiedad privada predominante en
coexistencia con canales estatales fuertes: Venezuela.
· Propiedad privada predominante en
coexistencia con canales estatales débiles: Perú, antes de 1969 y después de
1980.
· Hiperproliferación de canales privados en
coexistencia con canales universitarios y estatales débiles: Bolivia, desde
1984.
· Propiedad exclusivamente privada, con
explícita definición legal de la televisión como mera actividad publicitaria:
Ecuador (6).
A pesar de esta variedad de experiencias, lo que hoy
prevalece en toda la región es un panorama monocorde, en el que la televisión
de servicio público corre el riesgo de terminar de desvanecerse. Ello explica
que no se cumpla con las legislaciones que establecen variados mínimos de
programación nacional (que oscilan entre el 60 por ciento en Perú y el 10 por
ciento en Ecuador) ni con los máximos de publicidad. El crecimiento exponencial
del número de canales accesible (incluyendo UHF, cable y satélites) va
acompañado de una reducción del porcentaje de programación nacional y de un
correlativo incremento de la publicidad, de suyo, cada día más
transnacionalizada (7).
Ello explica también que, en los procesos de
innovación tecnológica, la formulación de políticas públicas se privatice y
substituya por la permeabilidad a las campañas de ventas de las corporaciones
transnacionales. El caso más notable es el de la adopción de la norma de
televisión en color. En todos los países hubo estudios técnicos y financieros
que terminaron por recomendar PAL o
SECAM, sobre NTSC. Pero con las
excepciones de Brasil y los países de la cuenca del río de la Plata (Argentina,
Paraguay y Uruguay), todos los demás terminaron por utilizar la norma NTSC,
promovida por empresas de Japón y de Estados Unidos. Fácil es comprender los
grados de aislamiento con respecto a Europa y el resto del mundo, y de
fortalecimiento de la sujeción a productos norteamericanos y japoneses que esta
decisión ha acarreado durante numerosos años.
II. LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA
El futuro, por supuesto, depende de la voluntad de
los latinoamericanos. Y, en este sentido, es bueno anotar los indicios recientes
de búsqueda de equilibrio, que se proponen pluralizar y matizar la monotonía
del panorama.
En primer lugar, arraiga y se expande el movimiento
latinoamericano del vídeo independiente y popular, que, aprovechándose de la
disminución de los costos de equipamiento, recoge, produce y, cuando puede,
transmite un flujo de mensajes audiovisuales de signo alternativo, a través de
los cuales se recuperan las diversidades culturales y la historia oral de los
pueblos latinoamericanos (8).
En segundo lugar, con el mismo abaratamiento
creciente de los costos de los equipos, se extienden en varios países
(Argentina, Colombia, México, Venezuela y otros) las televisiones regionales,
desvinculadas de los grandes intereses corporativos y transnacionales y mucho
más permeables a los propósitos de protección y promoción de las identidades
culturales.
Y luego, a escala regional, se ha constituir do la
Unión Latinoamericana y del Caribe de Radiodifusión (ULCRA), que agrupa precisamente
a las estaciones de radio y televisión no comerciales, con objeto de fortalecer
su desarrollo y la integración latinoamericana. Nótese, sin embargo, que la
ULCRA tiene menos de una década de vida, y representa menos del 10 por ciento
de las transmisiones y audiencias de la región, mientras que la ya madura Unión
Europea de Radiodifusión está compuesta por estaciones que, pese a la
privatización, siguen significando dos tercios de las transmisiones y
audiencias europeas.
Durante la XIII sesión del Consejo Ejecutivo de la
ULCRA, realizada en Caracas en marzo de 1990, se ha nombrado una Comisión
Independiente, para llevar a cabo, durante los próximos dos años, un estudio
titulado «Horizonte XXI: Prospectiva de la Comunicación para la Integración
Latinoamericana». Es de esperar que dicha comisión pueda abordar, mediante
análisis empíricos y recomendaciones viables, la compleja problemática que aquí
tratamos de esbozar.
En todo caso, el asunto del servicio público y la
relación entre industria audiovisual e integración latinoamericana han
comenzado a volverse preocupación corriente entre los gobiernos, los
empresarios y los profesionales. Los ministros de Cultura, reunidos (por vez
primera) en Mar del Plata, Argentina, a comienzos de 1990, expresaron también
preocupaciones e iniciativas coincidentes y convergentes con las de la ULCRA.
Es obvio que, en la medida en que los esfuerzos de
organismos como la ULCRA puedan articularse con los canales regionales y con
el vídeo independiente y popular, se estarán creando las condiciones básicas
para recuperar la identidad cultural de la televisión latinoamericana.
A la luz de estas realidades emergentes a escala
micro‑social, subnacional y regional, ha llegado la hora de repensar los
sistemas de televisión desde una óptica pluralista, en la cual puedan coexistir
y cooperar entre sí, canales y espacios de distinta naturaleza: privados,
públicos, educativos y de autogestión.
La constancia histórica de la preexistencia de
regímenes de propiedad tan diversos como los mencionados líneas atrás
constituye un estímulo para inventar nuevas formas de control y gestión,
rompiendo y superando las falsas dicotomías entre lo público y lo privado, y
entre la cultura y el negocio.
El desarrollo tecnológico abre nuevas y anchas
avenidas para la comunicación audiovisual: satélites, cables, frecuencias
ultra‑altas. Si en Europa estas innovaciones han servido para moderar el
monopolio estatal, en América ellas son análogamente utilizables para
pluralizar y democratizar la industria y los flujos televisivos.
Basta con romper la tradición de asignar licencias
y frecuencias sólo a las empresas privadas y empezar a concedérselas también a
grupos étnicos y religiosos, municipios, sindicatos, organizaciones no
gubernamentales y entidades representativas de las varias multiplicidades de la
sociedad civil.
Por este camino, la televisión europea y la
latinoamericana, que nacieron cada una en las antípodas de la otra, podrán
convertirse en experiencias y modelos convergentes. Y también, apoyarse
mútuamente para no se absorbidas por el poder de las grandes transnacionales
de la industria audiovisual.
III. EXPECTATIVAS Y RIESGOS
Habiendo escuchado las ponencias y discusiones
suscitadas dentro de la Conferencia, quedan algunos señalamientos que hacer
cara a los signos y momentos de la integración europea en este campo:
Primero: La privatización y transnacionalización de
la industria audiovisual europea, a la que repetidamente se ha aludido,
constituye un riesgo, y no una expectativa, para América Latina. Hay que
recordar que hasta hoy la televisión pública europea ofrece una contribución
muy concreta (y mutuamente beneficiosa) a los cineastas latinoamericanos, por
la vía de la pre‑compra de sus producciones. Parece difícil que este
flujo sea mantenido bajo el predominio privado y transnacional.
En síntesis, tanto en Europa como en América Latina,
hay que defender los nuevos fueros de una televisión de servicio público capaz
de cubrir aquello que el mercado no puede atender: la promoción de productos
endógenos innovativos y el servicio a los sectores de bajo poder adquisitivo
(que obviamente no importan a la publicidad ni a la lógica comercial que ella
impone).
Segundo: .Desde América Latina, interesa
particularmente la invocación final de la investigación de Armand Mattelart:
«Menos Estado, más sociedad civil». El encuentro entre Europa y América Latina
tendría que serlo no sólo, ni tanto, entre las grandes corporaciones ni entre
Estados que tienden a privatizarse, sino entre las correspondientes sociedades
civiles.
Ahora bien, en América Latina existe un fermento
dentro de la sociedad civil que se preocupa por conquistar espacios populares
para la producción endógena y la identidad cultural. El movimiento
latinoamericano del vídeo independiente y popular, que plantea la
democratización de antenas y pantallas, constituye una realidad viva. La
pregunta es: ¿Dónde se encuentra la contraparte europea de este fermento?
¿Dónde están los interlocutores europeos de las sociedades civiles
latinoamericanas?.
Tercero: Las diversas estrategias de desarrollo
corporativo planteadas por Giuseppe Richeri, a propósito de las comunicaciones
europeas, se dan también, mutatis mutandi, en América Latina. Nuestra región
tiene sus propias transnacionales de la comunicación, como Televisa y Red
Globo. Brasil emerge como cuarto productor y tercer exportador de programas de
televisión a escala mundial.
Obviamente, esta producción llega también a Europa.
Pero no es esa la forma de integración a que aspiran los latinoamericanos (ni,
suponemos, los europeos). Por este camino, el de la integración dejada sólo en
manos del mercado, ¿qué podemos esperar unos y otros, y a dónde vamos a parar?
Cuarto: Como propone Philip Schlesinger, conviene
que los europeos se planteen esta problemática en el contexto de los nuevos
cambios mundiales y en el encuentro entre minorías nacionales (que también
existen dentro de América Latina). Parece obvio que los países del Sur estamos
pagando los costos de la distensión Este‑Oeste (que, por supuesto,
todos aplaudimos).
Aquí es necesaria una reflexión de carácter
mundial. Librada sólo al mercado de la comunicación no producir otra cosa que
el «Global Supermarket» que subyace a la «Global Village» de Mac Luhan, de
poco valdrían a largo plazo la integración europea y la distensión Este‑Oeste
si sólo sirvieran para asegurar una mejor distribución de los recursos y
mercados del Sur entre los poderosos del Norte.
Quinto: Finalmente, resulta muy estimulante la
intervención de Román Gubern sobre la nueva repartición tripartita del mundo.
Con razón, él afirma que, dentro de ella, España es la vez Sur de Europa y
Norte de América Latina.
Ha sido así, sin duda, durante la hegemonía de la
galaxia de Gutemberg. Pero ya instalados en la galaxia de Marconi, es posible
que el Norte de América Latina se esté trasladando rápidamente de Madrid y
Barcelona (el eje de la industria editorial en lengua española) a Miami y Los
Ángeles (de donde nos llegan, también en lengua española, los productos
audiovisuales de mayor consumo).
Todos estos señalamientos convergen en una misma
idea: Son las necesidades mercantiles antes que las identidades culturales los
orientadores de los procesos de integración. América Latina, que, junto con el
mundo árabe, constituye uno de los conjuntos regionales más homogéneos del
mundo desde el punto de vista cultural y lingüístico, no ha sido capaz de
generar ninguna integración. Europa, en cambio, con una riqueza y heterogeneidad
cultural y lingüística extraordinarias, marcha a paso firme hacia su mercado
único, también en el terreno de las comunicaciones.
Sin duda, estas consideraciones no responden
completa ni sistemáticamente a la pregunta sobre las expectativas y riesgos
que ofrece a América Latina la Europa de 1992, y que motivan mi invitación a
esta importante Conferencia Internacional. Pero los datos recién presentados
deben ser tomados en cuenta para pensar juntos las implicaciones
comunicacionales de una Europa integrada sobre América Latina.
Por lo menos, parece evidente que la conexión y el
intercambio de productos y servicios audiovisuales entre Europa y América
Latina constituye un imperativo para afrontar la transnacionalización de las
industrias culturales, que afecta análogamente a Europa, América y el resto
del mundo. 1992, año de la constitución de Europa, del Quinto Centenario del
mutuo descubrimiento, es una buena ocasión para que esta propuesta empiece a
convertirse en realidad.
NOTAS
(1) UNESCO, World
Communication Report, París, 1989, pp. 406 a 407, 476 a 479.
(2) UNESCO, op. cit., pp.
420 a 425.
(3) RONCAGLIOLO, Rafael,
«Nuevas tecnologías de información y libertad de expresión», documento
preparado para la UNESCO y reproducido parcialmente en VIDEORED, IPAL, Lima, #
8, 1990.
(4) World Communication Report, op. cit., pp. 159 y 427. Las cifras y cálculos están registrados en RONCAGLIOLO,
Rafael, op. cit.
(5) RICHERI, Giuseppe
(editor), La televisión: entre servicio público y negocio (Estudios sobre la
transformación televisiva en Europa Occidental), GG MassMedia, Barcelona, 1983,
p. 8.
(6) IPAL, Políticas de
televisión en los países andinos, Lima, 1988, p. 102.
(7) El último libro de
Armand MATTELART, La internacional publicitaria, editado en español por
Fundesco (1989) y presentado durante la Conferencia de Madrid, es ya lectura
imprescindible para entender la subordinación de los medios al negocio
publicitario, tanto en Europa como a escala mundial.
(8) Véase RONCAGLIOLO,
Rafael, .Las nuevas tecnologías pueden contrarrestar la homogeneización», en
Corto Circuito, # 7, abril 1989, Unión Latina, París, pp. 5 y 6.