Tecnología, cooperación entre empresas y diálogo social La «nueva organización productiva»

 

Juan José Castillo

 

El análisis de la implantación de las Nuevas Tecnologías en la empresa pasa hoy por una refle­xión sobre la forma de la innovación y sobre el funcionamiento real de los sistemas producti­vos. En este enfoque enriquecedor, las TI pueden contribuir al diálogo y a la concertación.

 

1. INTRODUCCIÓN

 

El análisis de la relación entre tecnologías de la informa­ción y trabajo, lo que se ha dado en llamar «consecuen­cias sociales de la introduc­ción de nuevas tecnologías en la empresa, ha atravesado en nuestro país, como en tantos otros, una larga etapa dominada por visiones extremadamente limi­tadas en lo que concierne tanto a la génesis social de la innovación tecnológica como a los condicionantes y posibilidades que las nue­vas tecnologías tienen según la cultura orga­nizativa y los planes estratégicos de los em­presarios que las utilizan, en contextos o at­mósferas industriales que determinan en ma­yor medida aquellos efectos sociales.

Una muestra de los cambios acontecidos en el estudio (y a nuestro juicio en la forma real de llevar a cabo las aplicaciones) puede to­marse en la consideración que se daba a la informatización de la empresa: lo que hace diez años podía considerarse un indicio des­criminatorio entre distintos tipos de empre­sas y empresarios, hoy es analizado como un componente más de una determinada políti­ca empresarial.

El valor discriminante puede ser el mismo, valga la ironía propuesta por un colega, que si se decidiera llevar a cabo un estudio so­bre la telefonización de la empresa.

Lo que importa, pasado el tiempo de la ideología tecnicista, es una reflexión que par­tiendo del cómo, del para qué y por qué, de la forma en que se llevan a cabo las innova­ciones (con participación o no de los afecta­dos; incluyendo el trabajo y sus característi­cas en el momento del diseño mismo de los sistemas, por ejemplo), permita elaborar un cuadro más adecuado del funcionamiento real de los sistemas productivos y, conse­cuentemente, de las posibilidades y límites de las NTI; así como de las contribuciones que éstas puedan aportar a un conjunto de políticas, industriales, de empleo, educativas, de condiciones de vida, que optimicen el éxi­to económico y social de los tejidos produc­tivos.

En esa dirección se mueven las reflexiones que siguen haciendo un balance de la situa­ción de las investigaciones actuales, que, ló­gicamente, se abre hacia el futuro, los años noventa, en la consideración de instrumen­tos interpretativos que permitan a la sociedad actuar más acertadamente en su acción so­bre sí misma.

 

2. EL RETORNO DE LAS PEQUEÑAS EMPRESAS

 

Las pequeñas y medianas empresas han pasado a ser en los años ochenta, protagonis­tas a la hora de interpretar las tendencias, evolución y posible futuro de las sociedades industriales (o serviciales) desarrolladas, e in­cluso de los países del tercer mundo.

Ya sea como eventuales generadoras de empleo frente a las pérdidas del mismo de las grandes empresas, ya sea como objetivo declarado y prioritario de políticas económi­cas e industriales, no sólo nacionales, sino, en los que nos concierne, también de la Comu­nidad Europea, el caso es que las empresas menores ocupan desde hace años un primer plano, discutido, según las distintas orienta­ciones de los investigadores o de los políti­cos que a ellas se refieren (1).

Del conjunto de investigaciones disponi­bles hoy en día, tanto como resultado de pro­gramas internacionales como de los balances de investigación por países, incluida España, parece que puede afirmarse que, al comien­zo de la década de los años noventa tenemos ya, ante nosotros, el resultado de un proce­so de cambios que, tomando como punto de partida los últimos años sesenta, se viene ca­lificando como nueva organización industrial o empresa‑red, tras haber pasado por otras denominaciones que han intentado aprehen­der la nueva realidad productiva que emer­gía ante nuestros ojos, habituados a mirarla con las anteojeras de los viejos paradigmas de las ciencias sociales: evolucionismo y de­terminismo tecnológico principalmente (2).

Y estas transformaciones, se puede afir­mar, no parecen deberse a rasgos o influencias conyunturales, sino que, por el contra­rio, parecen encarnar y manifestar tenden­cias duraderas, al menos desde principios de la década de 1970: no otra cosa manifiestan los estudios sobre el decentramento produc­tivo en Italia, perfectamente detectable ya a mediados de la década (3). No otra cosa re­velan los estudios franceses, que avalan la afirmación de que nos hallamos ante «trans­formaciones estructurales que afectan a la or­ganización de las empresas en una rama (Delattre y EymardDuvernay, 1984, p. 119). Si para el caso francés ‑al igual que para otros países centrales‑ podría identificarse una evolución en U, descenso del número de pequeñas empresas hasta finales de los se­senta y crecimiento de las mismas en los se­tenta y ochenta, para España los datos esta­dísticos, tomados sin gran elaboración con­ceptual, confirman una tendencia semejante. Basta considerar el porcentaje de ocupados en empresas, menores de cincuenta trabaja­dores: 38 por ciento en 1961; 36,8 por ciento en 1971; 38,4 por ciento en 1978; 47,4 por cien­to en 1982. Y algo semejante sucede con el número de establecimientos: 94,8 por ciento en 1986; 93,9 por ciento en 1971; 95,1 y 97,4 por ciento, respectivamente, en 1978 y 1982 (4).

Pero este retorno de las pequeñas empre­sas no nos dice aún nada realmente novedo­so, si nos quedamos en agregados estadísti­cos que, lógicamente, no hablan por sí mis­mos. Por ello, es imprescindible, para poder entender cuáles son los fundamentos de la restructuración productiva actual, tener «un ojo en la realidad y otro en la teoría», como nos indica Becattini en una reflexión recien­te: de hecho, sólo así, «observar es, ya, en cierta medida, teorizar».

Para enfocar estas transformaciones en su (posible) complejidad la mejor investigación, por ejemplo, la impresionante bibliografía de estudios y experiencia italiana (Capiello, 1988; Menghini, 1983, Becattini, 1987), ha vuel­to sus ojos al pasado interrogándose por las causas ‑si existieron‑ del fracaso de las «al­ternativas históricas a la producción de ma­sa»; preguntándose por qué no se mantuvie­ron las dos vías del desarrollo de las econo­mías industriales en el siglo XIX, las «indus­trias localizadas» y la «producción a gran es­cala», como las denominó Alfred Marshall, en su clásico Principios de economía de 1890 (5).

Y si «lo pequeño (como hoy día, JJC) era a veces hermoso, muchas veces era depen­diente, opresivo y explotador» (Berg, 1985, p. 19‑20), también hay constancia, hace cien años, de que «una fábrica relativamente pe­queña se mantendrá al día y dará constante empleo a las mejores máquinas para cada procedimiento, de modo que una fábrica grande no es más que la reunión de diver­sas fábricas pequeñas paralelas situadas bajo un mismo techo» (Marshall, 1963, p. 235).

Otro tanto observaba en 1855 el sociólogo Le Play en su pionera investigación sobre Los obreros europeos al destacar el hecho de que junto a la forma «fábrica de motores ina­nimados», existía también la «fábrica colecti­va», esto es, «una de las dos formas de orga­nización de la gran industria manufacturera (...) [En ella] la fabricación tiene lugar ya sea en talleres especiales [PYMES] o en los ho­gares domésticos» (6).

Si ya hace ciento cuarenta años estábamos ante situaciones estructurales, redes de em­presas, usos de tecnologías «modernas», etc., convendrá tanto más una cautela interpreta­tiva al abordar la situación actual, sin caer fá­cilmente en visiones que extrapolan, a mi jui­cio, tendencias que no está probado, ni mu­cho menos, que sean rasgos estructurales de la situación actual.

 

 

3. LA REORGANIZACIÓN DE LAS GRANDES EMPRESAS

 

Y conviene mantener esta cautela interpre­tativa, tanto más cuanto que una nueva tesis de la convergencia parece abrirse camino en la literatura internacional sobre el tema: las grandes empresas estarían abordando una profunda reorganización, cuyos resultados actuales serían el fruto de tendencias que han ido gestándose en los últimos veinte años y que, para decirlo de forma simplificada, po­dría describirse como una suerte de peque­ñización interna (7).

Esa reorganización comprendería una se­rie de rasgos, que se pueden apreciar hoy claramente en las grandes empresas, donde: 1) las unidades funcionales tiende a tener ma­yor autonomía, a permitir pensar que «una fá­brica grande no es más que la reunión de di­versas fábricas pequeñas»; 2) como conse­cuencia, la cultura empresarial, hasta nive­les cada vez más amplios del management, debe permitir tomar decisiones en contextos de incertidumbre y, simultáneamente, actuar dentro de una orientación global; y 3) estos cambios en la cultura industrial se extienden a los subcontratistas, a la red de empresas que componen el proceso de producción de un bien o servicio, tendiendo a ceder más ini­ciativa, responsabilidad y, por ende, capaci­dad de innovación; en suma, a introducir más confianza en el mercado (Piore, 1988, 1989). Algo así como si el mercado comunitario que se ha identificado como rasgo nuclear y ar­quitrabe de los distritos industriales fuera fi­nalmente, también, emanación necesaria de la reorganización en curso en las grandes empresas.

También en España hay indicios, basados en investigaciones empíricas de que se pue­den estar dando estrategias organizativas de este tipo. En una investigación llevada a ca­bo en una gran empresa del automóvil hemos podido detectar rasgos que podrían apoyar una argumentación como la señalada: mayor autonomía funcional, estructuras matriciales, externalización de funciones, etc. (Castillo, 1989). La atención que viene prestando a es­tos asuntos la revista oficial Economía Indus­trial (n. ° 266, 1989, «Cooperación entre em­presas», por ejemplo) es también muestra de las trasformaciones actualmente en curso.

De hecho, aunque la noticia se produce en el momento de redactar estas líneas y sin perspectiva para una valoración más ajusta­da, el Ministerio de Industria se comprome­te actualmente en una serie de programas de desarrollo industrial, entre los cuales tiene un peso fundamental el incitar «a las empresas españolas a crear un tejido de cooperación para competir en Europa» (8).

De esta forma, se estaría produciendo lo que acertadamente ha definido Patrizio Bian­chi como una de las vías de la reestructura­ción, una «redefinición de las relaciones de poder de mercado que vinculan entre ellos, en términos conflictuales las diversas orga­nizaciones de la producción, en el interior de una organización de mercado» (9).

 

4. EL TRABAJO EN ESTADO FLUIDO

 

La evidencia empírica de la reorganización de los tejidos productivos tiene, por otro la­do, confirmación en España recurriendo a to­do un filón de estudios que han venido a cons­tituir un auténtico programa de investigación como decíamos más arriba, en torno a la des­centralización productiva, el desarrollo local o la división del trabajo entre empresas.

Con todo ello en mente, y aun con la reser­va de la necesidad de más investigaciones para poder ser sostenidas de forma categó­rica, parece que tenemos información sufi­ciente para afirmar que los tejidos producti­vos, la organización del trabajo y las condi­ciones de trabajo resultante de todo ello no son ya las que fueron antes de, pongamos por fecha, 1975.

Y algunos de los rasgos definitorios del tra­bajo en la sociedad neoindustrial, como le gusta denominarla a Luciano Gallino, están desde luego presentes en la sociedad espa­ñola actual, constituyendo, interpretativamen­te, lo que ha denominado «el trabajo en esta­do fluido» (Gallino, 1989).

Estos rasgos consistirían, entre otros, en: a) una producción en tiempo real; b) una liofili­zación organizativa: descentralización disper­sión en el territorio, empresa red, funciones expulsadas de la empresa, subcontrata, cons­titución de empresas por funciones empresa­riales que venden a las restantes funciones de la empresa, etc. ; c) un gran desarrollo de redes de comunicación, físicas e informáti­cas, necesarias para integrar los fragmentos productivos y las funciones dispersas, junto con la emergencia, bajo forma de empresas, de sistemas de integración de partes/funcio­nes; d) un constante deterioro de los sistemas de garantías para los trabajadores sólidos, fi­jos, con contratos indefinidos, etc.

«Sintetizando al extremo se puede decir que gran parte del trabajo necesario para la producción de la neo‑industria ha perdido en distinta medida visibilidad, localización, den­sidad y límites temporales» (Gallino, 1989, p. 129).

Si ello es así, cuando se intente, con las vie­jas herramientas conceptuales e interpreta­tivas, estudiar la producción de un determi­nado bien o servicio, e incluso de una parte o componente de ese bien, «resultará casi im­posible establecer de manera exhaustiva quién, dónde y cuándo ha procedido a las mi­les de operaciones necesarias para concebir­lo, diseñarlo, fabricar los componentes, mon­tarlos, probarlo, terminarlo, confeccionarlo, contabilizarlo, transportarlo, distribuirlo a los usuarios finales» (Gallino, 1989, p. 131).

La nueva situación requiere, por tanto, cri­terios de abordaje específicos que nos per­mitan comprenderla, o al menos reducir su complejidad para así facilitar su interpreta­ción y lógicamente, al comprenderla, aumen­tar las posibilidades de intervención y trans­formación de nuestra sociedad.

 

5. CRITERIOS PARA ESTUDIAR LA NUEVA REALIDAD

 

Como primer resultado teórico de un pro­grama de investigación que hemos venido realizando en los últimos años (10), creemos que los criterios que pueden orientar un en­foque capaz de dar cuenta de esa compleja (y nueva) situación han de ser, al menos, los siguientes: en primer lugar, los análisis han de tener como marco el sector productivo en tanto que proceso complejo de producción de un bien o servicio. En segundo lugar, di­chos procesos de trabajo han de colocarse en una dimensión socio‑territorial, esto es, tender a realizarse en el marco más próximo (si existe) al distrito industrial, lo que a su vez «mezcla los tradicionales ámbitos sectoriales y quita relevancia al concepto de dimensión de empresa». (Messori, 1986, p. 419).

Y finalmente se debe hacer énfasis en el análisis de la dimensión organizativa, una de las más propiamente empresariales, en tan­to en cuanto, por suponer opciones y posi­bilidades de optimización en contextos de incertidumbre, puede ser decisiva, en últi­ma instancia, en cuanto a consecuencias so­bre las condiciones y la organización del tra­bajo.

 

a) Recomponer el proceso de producción

 

Pensar el sector en términos de proceso de trabajo, es decir, incluyendo en él todos aquellos trabajos y procesos que contribuyen a la elaboración de un servicio o bien final ha mostrado ser un criterio eficaz para el co­nocimiento de los sistemas productivos.

Un estudio sectorial que sólo tenga en cuenta, por ejemplo, las empresas registra­das en la economía oficial, o en las clasifica­ciones estadísticas, no permite entender la si­tuación y las posibilidades del tejido produc­tivo.

Así, en una investigación que hemos lleva­do a cabo sobre la informatización de las pe­queñas empresas y sus repercusiones sobre el empleo y la organización del trabajo, he­mos podido constatar este problema en el sector de la confección, sector que se carac­teriza, especialmente, por la convivencia de formas legales, sumergidas y en condiciones precarias de trabajo, estimándose estas últi­mas en un alto porcentaje sobre la fuerza de trabajo ocupada en la economía oficial (Cas­tillo, en prensa).

Esas condiciones de estructura del sector son, a juicio de algunos analistas, la causa de que ‑amparándose en la descentralización productiva‑ las estrategias empresariales generen un persistente bajo nivel tecnológi­co en el sector, al contrario de lo que suce­dería bajo el estímulo de una relación sala­rial global menos degradada (CC.00., 1987, PP. 58‑67).

Todos los estudios sectoriales coinciden en señalar la tendencia prácticamente estructu­ral a la descentralización de trabajo, reser­vándose estas empresas cabeza las partes de proceso de producción (diseño, corte, mon­taje o acabado) que son claves ‑y por ello dependiendo del tipo de producto‑ en su sa­lida de mercado (calidad, valor añadido, etc.).

El resultado de esa política para las condi­ciones en que se ejerce el trabajo es que en una parte del proceso de producción, la ca­beza, las innovaciones tecnológicas traen consigo, dentro de la empresa que jurídica­mente ostenta la producción global del pro­ducto, unos efectos que son sólo una parte de los producidos en el conjunto de procesos de trabajo que elaboran una prenda confeccio­nada, eslabones «en la cadena que va del tex­til catalán a la gran cadena de ámbito nacio­nal», como se ha escrito analizando los talle­res de la confección andaluza, dependientes de Barcelona o Valencia (Sánchez López y otros, 1984, p. 63).

Si se piensa, además, en las dimensiones que puede tener el fenómeno, las reflexiones que siguen adquieren su verdadero signifi­cado: en una empresa valenciana, que hemos estudiado, los ocupados dentro de la empre­sa son tres veces menos que los 600 ocupa­dos en los veinte talleres de subcontrata.

 

1. Por otro lado las relaciones interindustria­les que se manifiestan con la perspectiva del proceso global de trabajo, las tramas produc­tivas, nos permiten poner de manifiesto los vínculos, las dependencias y las posibilida­des de las empresas. El atraso de unas pue­de estar soportado (o impuesto) por la moder­nidad de otras. La flexibilidad de un sistema de empresas puede descansar sobre la rigidez que se impone al último eslabón de la ca­dena, a los mandaos, como se autodefinía un pequeño empresario entrevistado por noso­tros. Y esta organización social externa a la empresa tiene una repercusión inmediata en la organización social interna, en las condi­ciones y organización del trabajo. Tomemos un aspecto como la inseguridad en el puesto de trabajo, que corresponde más bien a las condiciones de empleo (Maruani, 1988), pe­ro es decisivo, pues interesa no sólo en sí mis­mo, sino, además, como cuadro desde el que los trabajadores tienen mayor capacidad de negociación sobre otros aspectos de las con­diciones de trabajo, influyendo notablemen­te en ellas (ambiente físico, seguridad e hi­giene, carga mental, horarios, cualificacio­nes, salarios y retribuciones...).

La inseguridad en el empleo en las peque­ñas empresas no es consecuencia intrínseca de su pequeña dimensión, sino de la más o menos débil (o fuerte) posición de poder en el proceso de producción, y por tanto en el mercado estratégico de los bienes produci­dos. La flexibilidad (en volumen, por ejem­plo) del sistema productivo global se puede fundamentar en fluctuaciones de demanda sólo para la PYME, la que se ve obligada a un uso elástico de la mano de obra ocu­pada: contratando y despidiendo, incremen­tando o disminuyendo horas de trabajo, o, simplemente, intensificando las cargas de trabajo con riesgos evidentes de accidentes o sobrecarga para sus trabajadores (Recio, 1988, p. 94).

 

2. Considerar a todos los trabajadores que producen un bien permite, en una década de reorganización industrial acelerada, la com­paración a lo largo del tiempo.

Sería imposible hacer comparaciones en­tre empresas fabricantes de automóviles sin este enfoque. Si unas (o la misma en distintos momentos) llevan a cabo internamente la fun­dición de bloques de motor y otros no; o si unas externalizan el cableado, para pasar en un segundo momento a hacerlo dentro, y fi­nalmente, a externalizarlo de nuevo; para po­der considerar la evolución de las condicio­nes de trabajo, es imprescindible recompo­ner el proceso completo de producción, allí donde se halle. A1 menos como una forma de mirar la realidad, como tendencia de la in­vestigación.

 

b) El sector en la sociedad (local)

 

1. Además de razones interpretativas existen otras de hecho que aconsejan pensar la in­vestigación (tendencialmente) en términos de distrito. La primera tiene que ver, precisa­mente, con un cambio en el modelo de desa­rrollo regional y la extensión de los procesos de «industrialización difusa» (Vázquez Barque­ro, 1986), o al menos de su conocimiento y es­tudio como aguda e irónicamente ha sido se­ñalado.

 

2. Este tipo de investigaciones, que ha cono­cido en los años ochenta un despliegue real­mente importante también en España, donde se han dado cita antropólogos, geógrafos, economistas y sociólogos, permite, a partir de la lógica inspirada en el distrito industrial, considerar el entorno, el contexto político e institucional, la forma y densidad del tejido productivo, las formas de regulación social, la cultura empresarial, etc., como una cons­trucción social, «insertando la economía en la sociedad y en la política» (Bagnasco, 1988, pp. 166).

El ambiente se convierte en factor decisi­vo para las posibilidades de las empresas, in­crementando o disminuyendo los costes de información y de transacción y permitiendo la emergencia ‑o no‑ de una combinación de competencia y cooperación entre empre­sas, especialmente propia de los distritos in­dustriales (Bursi, 1988, pp. 11‑12).

 

3. Considerar las distintas políticas públicas de innovación tecnológica, también a nivel regional, permite entender diferencias im­portantes en los tejidos industriales y reper­cusiones organizativas muy diversas. Las po­líticas industriales regionales constituyen un recurso que puede llegar a ser determinan­te para la pequeña empresa (Rico, 1988). Co­mo se ha escrito recientemente, tomando co­mo foco de reflexión el caso de Madrid, «en todas las variantes de intervención sobre el entorno de la actividad económica, el máxi­mo protagonismo ha de ser asumido por las instancias administrativas en cuyo territorio se desarrolle» (Valenzuela, 1987, p. 30). La comparación interregional (e internacional) permite poner en evidencia e identificar esas economías externas.

Si añadimos a esta situación las florecien­tes políticas locales, e incluso municipales, de promoción y apoyo a las PYMES dentro de planes de empleo que fomentan la creación de empresas, esta necesidad de analizar las empresas localizadas dentro de un proceso de producción se hace aún más evidente (Vázquez Barquero, 1990; Lorrain, 1989).

 

c) La cultura industrial: opciones organizativas

 

Sobre una determinada situación estructu­ral que delimita el margen de maniobra en el que se puede mover el empresario, las for­mas de gestionar esas imposiciones varia enormemente, y ello es función, en gran me­dida, de la cultura empresarial, de la filoso­fía de la empresa, y quizá, especialmente, del lugar que ocupa el saber organizativo dentro de ella.

Los modos y maneras de cada empresario resultan ser la explicación última de las con­diciones de trabajo concretas que viven los trabajadores.

 

1. Los rasgos de modernidad o atraso orga­nizativo no están asociados rígidamente ni al sector ni a la parte del proceso de produc­ción que cada empresario lleva a cabo.

2. Si, como se sabe por las investigaciones, se da un circulación de trabajos, tareas y fun­ciones dentro de redes de empresas (Butera, 1990), las actuaciones sobre la cultura in­dustrial no pueden ser puntuales y deben im­prescindiblemente tener como horizonte el reforzamiento ambiental, actuar sobre todos los actores (y factores) de un proceso produc­tivo.

3. Si los rasgos profundos de la cultura indus­trial tradicional no se modifican, las condicio­nes de trabajo pueden empeorar en las em­presas sin que haya ningún condicionante tecnológico que lo imponga.

 

El recurso a los jóvenes trabajadores, con más cualificación formal, es un buen ejemplo de lo que decimos. La «notable propensión de las PYMES del sector (electrónico) a con­tratar jóvenes de primer empleo» (Estevan, 1986, p., 59) halla una explicación poco acor­de con los aires de modernidad del sector, condicionado por una mentalidad empresa­rial determinada.

No se trata sólo, y en primer lugar, de que las nuevas modalidades de contratación abaraten las fuerza de trabajo: «por el mismo pre­cio ‑dice una trabajadora‑ contratan una mano de obra más cualificada, joven, mol­deable». Es que, además, a esos «jóvenes, de primer empleo, con Maestría Industrial, los ponen a apretar tornillos en la cadena», y aumentarán el ritmo de trabajo convencidos de ganarse así el no estar mucho tiempo en ese puesto: «están más motivados» (Verdier, 1988, p. 7).

Convertidos ‑según sus compañeros‑ en latigueros de la producción, los jóvenes se­rán, en ese caldo de cultivo de una determi­nada cultura industrial, un indicador de ma­yor carga de trabajo, de peores condiciones de trabajo. Mientras prevalezca esta vieja cultura organizativa, la presencia de los jóve­nes se convierte en las señas de intensidad del sistema productivo.

 

6.  RELACIONES LABORALES Y NUEVA ORGANIZACIÓN PRODUCTIVA

 

En los apartados anteriores hemos puesto de relieve, en primer lugar, los rasgos que parecen ser sobresalientes de los cambios en la organización de los sistemas productivos, apuntando aquellas líneas de tendencia que pueden caracterizar la situación que predo­minará en los años noventa. Seguidamente hemos planteado con algún detalle los crite­rios que, a nuestro juicio, permiten abordar esas nuevas situaciones. Cumple ahora esbo­zar los rasgos que, en lo que concierne es­pecíficamente a las relaciones laborales, emergen de esa nueva situación.

Partimos de un conjunto de reflexiones y experiencias que se funda, principalmente, en los estudios llevados a cabo sobre los sis­temas de pequeñas empresas, pero se debe decir, siguiendo a Becattini, que si fijamos es­pecialmente nuestra atención en el distrito in­dustrial, lo hacemos del mismo modo que los antropólogos fijan su situación en pueblos o culturas especificas; para poder luego decir algo con mayor sentido, rigor y profundidad explicativa de toda la sociedad, y, en nues­tro caso, para comenzar, de los tejidos pro­ductivos en su conjunto.

Ya Marshall destacaba en 1890 entre los rasgos que caracterizan la atmósfera indus­trial en los distritos de pequeñas empresas, la cooperación , la concertación y el diálogo social: «las fuerzas sociales cooperan aquí con las económicas: existe a menudo amis­tad entre patronos y empleados», aunque am­bos grupos saben que esas relaciones dan también cabida al conflicto e incluso a la rup­tura (11). Es más, llegará a concluir en su mo­numental Principios que «las más importan­tes [economías] resultan del crecimiento de ramas de la industria relacionadas entre sí, que se ayudan mutuamente las unas a las otras, estando quizá concentradas en las mis­mas localidades, y, en todo caso, valiéndose de las modernas facilidades de comunica­ción ofrecidas por el transporte a vapor, por el telégrafo y la imprenta» (12).

El valor de estas tempranas observaciones se centra especialmente en destacar, como recurso productivo, el hecho de «la creación de un clima de consenso social» tal y como hoy en día es presentado por la mayor investiga­ción europea.

A conclusiones semejantes se llega en Es­paña, como una necesidad impuesta, si se quiere que el cambio tecnológico beneficie a toda la sociedad: «la negociación de los cambios tecnológicos entre las Instituciones y los actores sociales implicados ha deveni­do una cuestión política central», se afirma pa­ra la Comunidad Valenciana (13).

Y es que, una vez que se acepta como una tendencia en acto, la organización de la pro­ducción en sistemas de empresas, en lo que se ha llamado empresa‑red (Butera, 1989), es obligado plantearse cómo se gobierna, en beneficio del conjunto y con un horizonte es­tratégico a medio y largo plazo, la nueva rea­lidad productiva.

En efecto, si la división del trabajo entre empresas se corresponde con el dominio de una parte sobre las restantes, ese gobierno estratégico puede existir, aunque no tenga por qué incluir en sus condiciones de diseño el porvenir, ni las condiciones de trabajo de las pequeñas empresas.

 

Si la situación de la pequeña empresa es de aislamiento, tampoco podrá diseñarse un futuro (para todos), a menos que se tenga fe en alguna nueva mano invisible. De hecho, como Sengenberger y Loveman (1988) reco­gen en su síntesis, mencionando la investiga­ción nacional noruega, quizá el problema fun­damental de las PYME no es ser pequeñas, sino estar solas.

La incitación a la asociación y colaboración entre empresas quiere romper con este mo­delo. Políticas públicas dirigidas a este fin existen en la Comunidad Europea y en los distintos niveles de la misma (nacionales y re­gionales), pero el objetivo estratégico pare­ce que debiera estar fundado en lograr que entre las capacidades empresariales (su cul­tura, su profesionalidad) se halle la iniciativa para que «las pequeñas y medianas empre­sas de cada sector industrial conjunten sus esfuerzos por comarcas y elaboren ‑es la exhortación del Ministerio de Trabajo a los empresarios españoles‑ proyectos operati­vos, por ejemplo, en el sector turístico» y en el ámbito de la formación profesional (14).

Si la relación entre empresas se correspon­de con lo que ha sido llamado modelo de co­munidad (Sengenberger, 1988, p. 256), el go­bierno estratégico de los sistemas producti­vos así constituidos es posible únicamente si responde en sus características básicas a esa fuerte influencia del ambiente social y políti­co que puede permitir a las empresas dispo­ner de externalidades indispensable para su supervivencia, funciones que la pequeña di­mensión le impide mantener en su interior.

De hecho podría hacerse la metáfora de que la macroempresa es ahora un sistema so­cial localizado, del que las pequeñas empre­sas no son sino departamentos que tienen que contar, para poner ejemplos que sostienen lo que decimos, con centros de formación y re­ciclaje profesional, servicios de comunica­ción o centros de asesoramiento para la in­novación tecnológica, que son, a su vez, otros departamentos o funciones de aquella ma­croempresa.

El gobierno estratégico de esa entidad es posible sólo si los actores sociales se empe­ñan en una política de largo alcance que fo­mente la integración social, «como un proce­so», señala el responsable de la elaboración de un plan semejante para. Madrid, que per­mita «la conjunción de diversas iniciativas pú­blicas y privadas (para) ir hacia la dirección elegida» (15).

Las intervenciones públicas pueden ser de­cisivas si logran agregar (el máximo de) inte­reses de todas las partes implicadas en una producción que es, cada vez más, una pro­ducción reticular, donde el trabajo de con­junto no está presente al planificador de la empresa individual, que se enfrenta a la ges­tión del «trabajo en estado fluido» (Gallino, 1989).

Un marco ambiental como ése, constituido por relaciones de mercado, de intercambio político, de reciprocidad y de organización, no es un producto espontáneo ni de poco tiempo. Requiere actuaciones sociales deci­didas y planificadas, en las que pueden es­tar implicadas muy distintas instituciones, ge­neralmente públicas, que actúan como una agencia de apoyo o intermediación, «crean­do la clase de organización social en torno a la cual las pequeñas empresas pueden de­sarrollar su experiencia y capacidad de ex­pecialización, fomentando una mayor integra­ción entre ellas» (Atkinson, 1987, p. 32; Sen­genberger y Loveman, 1987, p. 36).

Los resultados de esas actuaciones ‑si se mira a algunos distritos italianos o españo­les‑ valen el esfuerzo de construir una nue­va cultura industrial que hoy en día, puede, igualmente, encontrarse en Dinamarca (Kris­tensen, 1986) o allende el océano: «la repro­ducción y vitalidad de las pequeñas empre­sas se deben (probablemente) al denso teji­do de relaciones sociales que subtiende las relaciones económicas entre estas empresas» (Granovetter, 1984, citado por Raynieri, 1988, p. 168).

En España, esta centralidad de unas nue­vas relaciones laborales fundadas en el diá­logo y la negociación estratégica entre los ac­tores sociales despunta ya como una tenden­cia cada vez más consolidada. Precisamen­te a partir de acuerdos, negociaciones, pla­nes de empleo, consejo de relaciones labo­rales, etc., que encarnan más rápidamente en los ámbitos de las regiones o comunida­des autónomas.

Así, pueden leerse declaraciones de un responsable político vasco en las que afirma: «el diálogo ha sustituido a la confrontación de otras épocas» (16). O la noticia de que «Legui­na firma el primer acuerdo social en Madrid con UGT y CC.00». O en el País Valencia­no, donde, además, los sindicalistas creen ver en la patronal «nuevos aires más avanza­dos» (17). Que sobre este florecimiento de la concertación, tendiendo hacia el distrito, en los últimos meses se haya producido un avan­ce espectacular en el diálogo social teniendo como plano de discusión toda la sociedad es­pañola, no hace sino concebir un más rápido cambio hacia la necesidad de organizar el fu­turo de forma participativa y dialogante (18).

Todo ello no puede sino redundar en una modernización competitiva de los tejidos pro­ductivos (y sociales) de nuestro país, pues, como se ha concluido, tras una magnífica in­vestigación empírica sobre este mismo argu­mento, «las empresas más afortunadas ‑casi siempre sin ser conscientes de ello‑ (subra­yado mío, J. J. C.), son aquellas que operan en países cuyas instituciones funcionan de tal forma que obligan a buscar soluciones que parecen las más adecuadas a la nueva situa­ción económica» (19).

Si los cambios siguen las tendencias, que hemos querido destacar en este artículo, las relaciones laborales participativas, negocia­doras, con visión estratégica del futuro de to­dos los colectivos implicados acabarán impo­niéndose como una necesidad. La contribu­ción que a este objetivo pueden aportar las NTI es muy importante, pero depende de cambios cúlturales y estrategias organizativas que optimicen «la tecnología más flexible que ha creado la mente humana» (Gallino, 1983).

 

Entre tanto hay que seguir defendiendo el diálogo y la concertación como la mejor op­ción política posible.

 

NOTAS

 

(1) La CEE no sólo creó una Task Force especialmente dedi­cada a las pequeñas empresas, sino que la ha convertido, en 1989, en una nueva Dirección General, la XXIII, «Política de em­presa, comercio, turismo y economía social».

Como es obvio (véase Salaman, 1989), en nada parecen coin­cidir los exultantes elogios de la señora Thatcher al pequeño em­presario con el tipo de análisis desarrollado en Italia, o las pers­pectivas que orientan, en España, políticas industriales como las del IMPIVA en Valencia o el IMADE en Madrid, por poner, aho­ra, dos ejemplos.

(2) Sobre la empresa‑red, véase Butera, 1990; «La nueva or­ganización industrial» es un ambicioso programa de investiga­ción del Instituto de Estudios Laborales de la OIT, dirigido por Werner Sengenberger. Una descripción del programa está pu­blicada en castellano en Sociología del Trabajo, nueva época, n.° 5, «Distritos industriales y pequeñas empresas». El autor ha redactado un estudio de síntesis de las investigaciones realiza­das en Bélgica, Irlanda, Italia, Reino Unido y España para la Fun­dación Europea de Dublín, que difunde dicha institución.

Para España puede verse el excelente resumen de Ybarra1988, contenido en el libro, ilustrativo del estado de las investi­gaciones editado por Sanchs y Miñana, 1988.

Probablemente el mejor balance, sintético y documentado, de alcance internacional es el debido a Sengenberger y Loveman, 1988.

(3) Una panorámica del marco de estos análisis, encuadran­do una masa bibliográfica excepcional, para el período 1970‑1982 se puede consultar en Capiello, 1988 [pero redacta­do en 1982]. Una presentación y comentario crítico de la revista milanesa Quaderni del Territorio, pionera en este tipo de análi­sis, puede verse en el número monográfico de Sociología del Trabajo, n.° 5, 1981, pp. 109‑114, debida a Carmen González. Por toda la literatura italiana del momento debe verse el influyente Tre Italie (1977), de Arnaldo Bagnasco.

(4) Puede verse un comentario y análisis más detallado, junto con los estudios españoles de referencia, en nuestro libro La di­visión del trabajo entre empresas (Castillo, 1989). El análisis de la evolución internacional está en la citada síntesis de Sengen­berger y Lovema, 1988.

La mejor síntesis española, creo, es la de Vázquez Barquero, 1987 , Desarrollo local. Una estrategia de creación de empleo.

(5) Lo de las «alternativas» es el título de un artículo de Sabel y Zeitlin, 1982. Los Principios, de Marshall, se editaron por pri­mera vez en 1890, aunque buena parte de los argumentos so­bre «distritos industriales» es algo anterior. La edición aue ma­nejamos en castellano es la de Aguilar, 1963, 4.a española, lle­vada a cabo sobre la 8. a edición inglesa, de 1920.

(6) F. Le Play, .Précis des resultats concernant le choix du lan­gage», cap. XIV del tomo 1 de Les oumers européens, Tours, 1879, p. 456 (2a edición y definitiva; la primera es de 1855). Esta referencia me la facilita amablemente José Sierra, quien ha pre­parado un minucioso estudio sobre algunas monografías espa­ñolas de Le Play que pronto verán la luz publicadas por el Mi­nisterio de Agricultura.

(7) Véase Sabel, 1988, «The reemergence...»; Regini y Sabel, 1989, dónde las tesis son notablemente más matizadas, cautelo­sas y aceptables para quien escribe. La tesis de la convergen­cia en Sabel ha sido ya puesta en cuestión con el contraste de una magnífica investigación de Angelo Michelson sobre el área de Turín, donde llevó a cabo su tesis doctoral sobre la FIAT, com­pletando estos argumentos con los resultados de una investiga­ción más reciente llevada a cabo con Beppe Berta, cuyos pri­meros resultados se incluyen en Regini y Sabel, 1989.

Michelson argumenta en un paper reciente que dicha tesis .debe ser considerada, como mucho, como una hipótesis de una

(8) «Industria incita alas empresas españolas a crear un teji­do de cooperación para competir en Europa», El País, domingo 11 de marzo de 1990, p. 53 (Portada de .Economía y Trabajo»). Se hace mención en la información de la realización de una en­cuesta, cuyos resultados muestran que .en torno al 92 por cien­to de las empresas españolas son pequeñas y medianas». En días posteriores se publicará en la prensa diaria la distribución pre­supuestaria de los programas aludidos que confirma esa impor­tancia.

(9) Patrizio Bianchi, «Riorganiaaazione producttiva e crescita in­terna delle imprese italiane», in Regini y Sabel, 1989, p. 338. Las dos vías, en resumen, en p. 365. El texto ocupa las pp. 335‑366(10) Estas investigaciones se han llevado a cabo por encargo de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, de Dublín y para la Dirección General V de la Comisión de la CEE.

Aquí utilizamos algunos de los resultados, pero para una ma­yor información remitimos a los libros La división del trabajo en­tre empresas (1989), Informatización y trabajo en la pequeña em­presa, en prensa.

(11) Rasgos característicos semejantes son identificados por uno de los mejores analistas españoles en su brillante síntesis de los estudios llevados a cabo en España y publicada bajo el título Desarrollo local. Una estrategia de creación de empleo. (Vázquez Barquero, 1987, p. 78, por ejemplo).

(12) Las dos referencias en Marshall, 1963, p. 227 y 264.

(13) V. P. P., «Introducción», a los textos del .Encuentro sobre cambio tecnológico, democracia y política regional», en Revista Valenciana d Estudis Autonomics, n. ° 10, enero‑abril 1988, pp. 173‑174.

Valga decir que, en este mismo número, dos sindicalistas se quejan, en un artículo espléndido, por otro lado, de que la parti­cipación sindical en las ayudas del IMPIVA .ha sido nula», ni si­quiera »informativa» (Sánchez y Torrejón, 1988, p. 239).

 

(14) El País 11‑XI‑1987, »Chaves crítica a los empresarios su falta de iniciativa en la formación».

(15) Revista Alfoz, Madrid, n.° 57, 1988, p. 9.

(16) Los titulares del periódico son aún más expresivos: »Lu­na de miel en Euskadi», El Correo Español‑El Pueblo Vasco (Do­nostia), 1 de octubre 1989, pp. 64‑65. En el texto se dice que se marca »un camino para la participación institucional del sindi­calismo en Euskadi».

(17) Información (Alicante), 24 febrero 1990, «El acuerdo sindicatos‑Generalitat (sobre la PSP) costará 25.000 millones de pesetas», El País, Madrid, 23 diciembre 1989, p. 29. Un prece­dente importantísimo está en el Plan de Empleo de la Comuni­dad de Madrid (1988), acordado por Ayuntamientos, sindicatos, patronales y poder político regional. Los textos publicitarios del Plan (El País, 22 mayo 1989, por ejemplo) dan idea ilustrativa de lo que se viene argumentando en este epígrafe: .El Plan no pa­ra. Este año seguirá creciendo con ayudas a cooperativas, pe­queñas y medianas empresas, individuales o colectivas, de nue­va creación o que amplían su actividad. El beneficio es de to­dos. El trabajo también» (subrayado por J. J. C.).

(18) Los botones sirven de poco más que de muestra, pero no­ticias como ésta no solían aparecer en los periódicos: .Los em­presarios piden ayuda sindical para evitar el hundimiento del calzado», Información, Alicante, 9 marzo 1990, p. 26. La informa­ción da cuenta de las reuniones de negociación del. convenio del calzado que se celebraban en Madrid. Los empresarios ha­bían propuesto la creación de un frente común: «Urge que tanto los empresarios como los sindicatos nos pongamos de acuerdo para ver la forma de evitar el hundimiento del sector».

(19) Regini y Sabel, 1989, p. 369. Esta parte del argumento es­tá publicada en castellano, en Sociología del Trabajo, nueva épo­ca, n.° 6, 1988, p. 13.

 

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