Telecomunicaciones y
audiovisual: ¿Un futuro común?
Bernard Miége
La evolución de ambos sectores parece divergente.
Pero, más allá de los fenómenos coyunturales, la tendencia conduce a la
multiplicación de los puntos de convergencia. La fusión entre ambas industrias
no se divisa sin embargo.
Actualmente es, cuando menos, paradójico buscar convergencias
entre la evolución de las industrias de telecomunicaciones y el audiovisual.
Cada una de estas dos ramas, en efecto, parece
orientar su futuro por vías bien diferenciadas. En la mayor parte de los países
de la Europa del Oeste, los signos de «diferenciación» de aquéllas son, de
todos modos, mucho más evidentes que los signos de aproximación.
Del lado de las telecomunicaciones, después de una
fase de fuerte crecimiento del consumo telefónico de base, ligado a la electronización de las redes, las alteraciones en curso
realizadas a imitación del sistema norteamericano tienen por objetivo, más o
menos claramente confesado, facilitar el desarrollo a gran escala de
servicios a las empresas y, muy particularmente, de servicios de valor
añadido, suponiendo esto una cooperación reforzada con las firmas privadas de
materiales, con las redes transnacionales y con los productores de servicios,
en un marco cada vez más alejado del régimen de «monopolio público».
Del lado de la comunicación audiovisual, la creación
de cadenas comerciales gratuitas o de pago, las dificultades encontradas por
las cadenas públicas para adaptarse a las nuevas condiciones y la aparición,
más o menos acentuada, del cable o, incluso, de la transmisiones por
satélites, son fenómenos destacados de los años 80.
Según los Estados, la desestructuración
del sector público, surgido después de la Segunda Guerra Mundial, ha comenzado
ya, en mayor o menor grado; pero, en cualquier caso o casi, los sistemas nacionales han sufrido cambios internos o externos
tales que su perennidad ya no está asegurada; menos
aún cuando un pequeño número de grupos de comunicación están reforzándose
permanentemente y controlan, en lo sucesivo, una parte importante de los
mercados audiovisuales europeos.
Por ambos lados, las evoluciones son, pues,
aparentemente, muy divergentes; ya están lejos los tiempos del desarrollo de la
televisión recién nacida, al menos en Europa, apoyándose sobre las
adquisiciones tecnológicas y organizativas de las telecomunicaciones. El cordón
umbilical se ha roto y las relaciones entre la casa madre y el turbulento
retoño se han difuminado.
Además, tanto el saber hacer como las modalidades
de gestión de las telecomunicaciones y, también, del audiovisual, parecen alejarse
cada día más como unos mundos profesionales que se ignoran y evolucionan, en
adelante, en paralelo y prácticamente sin interacciones.
¿Qué hay más opuesto que las reglas de programación
televisiva y aquellas que organizan la transmisión de datos o la capacidad de
las redes?
Éstas son, por lo demás, las conclusiones a las que
conducen las encuestas e investigaciones realizadas en los principales países
europeos por Eurocommunication Recherches
(*) y de las que el presente número de TELOS recoge los principales puntos.
En España los autores de la encuesta llegan a la
conclusión de que falta una estrategia de convergencia, al tiempo que constatan
los esfuerzos del Estado Central para controlar y unificar
las redes frente a las iniciativas regionales.
En Francia, en donde, sin embargo, la convergencia
es el centro de discusiones, de polémicas e, incluso, de tentativas de desarrollo,
las realizaciones parecen muy lejanas, excepto, quizá, en el dominio de las
imágenes destinadas a los mercados profesionales y especializados.
En Gran Bretaña, paradójicamente, la convergencia,
al provocar la adopción de nuevos reglamentos, contradice el objetivo principal
perseguido por el gobierno y que apunta a la simplificación y, sobre todo, a
la unificación del derecho a la comunicación.
Por fin, en la República Federal de Alemania, las
estrategias específicas de los principales actores sociales afectados ‑la
pujante organización Postal Federal, pero también los Laénder,
los Ministerios Federales y la Coordinación de las televisiones públicas prevalecen,
por el momento, sobre el desarrollo eventual de nuevos medios y hacen relativamente
problemáticas las innovaciones principales o, al menos, las retrasan; en este
contexto, la convergencia entre las telecomunicaciones y el audiovisual es una
preocupación muy secundaria.
Sin embargo, limitarse a estas constataciones
equivale a confundir fenómenos coyunturales, todavía muy impuestos, con una
tendencia estructural que ha comenzado a afirmarse en el transcurso del
decenio de los 80 y que marcará el fin de este siglo en la Europa del Oeste.
Esta tendencia, que ya está en marcha y que se traducirá en un acercamiento
entre las industrias de las telecomunicaciones y las del audiovisual, no
desembocará, sin duda, en la formación de una rama industrial unificada; por
el contrario, conducirá poco a poco a la adopción de modalidades comunes (o
próximas) de gestión de la producción y de gestión de las relaciones con los
consumidores usuarios.
Generalmente, para justificar la posible
convergencia, se destacan criterios tecnológicos o jurídicos y se constatan
decisiones estratégicas de grandes grupos de comunicación para extender sus
actividades o su participación en terrenos que dependen de ambas ramas. Estas
observaciones no son falsas: la mayor parte de las nuevas tecnologías de
información y de comunicación permiten transportar y tratar, indistintamente,
imágenes/sonidos, datos numéricos y conversaciones; y la complejidad o,
incluso, la confusión de los regímenes jurídicos que afectan de cerca o de
lejos a la comunicación imponen incontestablemente simplificaciones e, incluso,
formulaciones, decididamente innovadoras.
Pero en nuestra opinión, los factores tecnológicos
o jurídicos no constituyen lo esencial del movimiento en curso, como tampoco
son sus elementos motores; lo acompañan, pero no pueden pretender, por sí
mismos, caracterizarlo.
Para medir las transformaciones en curso y poner en
evidencia lo que está a punto de modificarse en las modalidades de gestión de
producción y en la gestión de relaciones con los consumidores, conviene
insistir en tres cambios esenciales:
1. El (relativo)
agotamiento de las formas que han garantizado desde hace 15 ó 20 años el fuerte
crecimiento de las telecomunicaciones y el de las televisiones generalistas de masa.
Es cierto que el fenómeno está desigualmente
desarrollado según los países, pero ha empezado por doquier y puede analizarse
como una «saturación» de las condiciones que han presidido al fuerte
crecimiento anterior: saturación del auge de las comunicaciones telefónicas de
base (sobre todo, las comunicaciones privadas), por un lado; y saturación del
recurso a las inversiones publicitarias para financiar la difusión de programas
televisivos, por otro. En ambos casos hay, pues, obligación de encontrar
nuevos consumidores o, más exactamente, nuevos productos más complejos que se
dirijan a «blancos» más específicos, dispuestos a pagar estos servicios mejor
adaptados a sus demandas: tanto para los servicios profesionales «de valor añadido»,
como, igualmente, para las diversas fórmulas de televisión de pago.
2. La tendencia a desarrollar las redes de difusión
con preferencia a aquellas que se limitan a poner en
conexión a los interlocutores (por ejemplo, la red telefónica) y preferentemente
al sistema que ha garantizado durante 25 años el crecimiento de las industrias
de la cultura y de la información, basado sobre la complementariedad entre
aparatos electrónicos gran público + soportes materiales que integran el
trabajo artístico/informativo, programas transmitidos gratuitamente por el
sector público (o remunerado por inversiones publicitarias).
Las redes de difusión tienen la gran ventaja de
facilitar la puesta en marcha de una economía de contadores, los ingresos que
provienen de los abonos y/o de los pagos por servicio permiten la remuneración
(desigual) de las diferentes categorías de actores socioeconómicos implicados,
desde «los creadores» hasta los distribuidores, pasando por los editores, los
operadores de redes, los transportadores y los difusores.
En relación a la situación anterior se trata, en efecto,
de un nuevo sistema que comienza a implantarse en los dominios más diversos:
televisión de pago, consultas a los bancos de datos,
telemática gran público o profesional, servicios informáticos destinados a
empresas, etc.
3. Las especificidades tecnológicas y socioeconómicas
de esas mismas redes nuevas, que de manera curiosa y en todo caso nueva en la
historia de las comunicaciones sirven a la vez de soporte a las transmisiones y
a la creación de nuevos medios (en sentido estricto).
De este modo, una red telemática permite, a la vez, el desarrollo de mensajerías
(función de conexión) y la formación de un nuevo medio (donde los programas
específicos editados son difundidos a públicos muy diversificados, siempre y
cuando se pague el servicio por el sistema de quiosco).
Esta doble configuración, que se observa, más o
menos, en cada una de las nuevas redes, presenta más ventajas que inconvenientes;
ello explica, sin duda en parte, por qué se asiste al ‑lanzamiento
simultáneo de un gran número de nuevas redes y a la fundación concomitante de
varios medios.
Que las formas tradicionales de gestión y de
organización de la comunicación resistan y se aferren a lo que ha asegurado sus
éxitos no debe llevar a disimular o a subestimar los cambios en curso. El
futuro de la comunicación ya ha comenzado y las ocasiones de ver converger el
audiovisual y las telecomunicaciones no pueden por menos que multiplicarse.
Pero la fusión entre estas dos industrias no es previsible.
Traducción: Milagros Sánchez Arnosi
(*) Eurocommunication
Recherches fue creado a comienzos de 1986 por
investigadores en comunicación de diversos países europeos: G. Richeri (Italia), N. Gazuham
(Reino Unido), P. H. Zoller (Suiza), E. Bustamante
(España), A. Lange (Bélgica), B. Miége,
J. M. Salüm, G. Pineau, P. Musso (Francia). La investigación sobre »Convergencia
del audiovisual y las telecomunicaciones en Europa» ha sido promovida por la
CNET, y patrocinada por diversos organismos o entidades en cada país, así como
por la CEE