La Convergencia de Telecomunicaciones y Radiodifusión
NICHOLAS GARNHAM
Aunque la radio se utilizó primero para
comunicación entre puntos fijos y el teléfono inicialmente se desarrolló para
llevar noticias y entretenimiento musical a los hogares, hemos asistido en los
últimos cien años al desarrollo de dos modelos distintos de comunicación social
e industrias relacionadas, cada una basada en un sistema distinto de
transmisión. Por un lado, se ha desarrollado un sistema de radiodifusión de televisión
y sonido de punto a varios puntos basándose en una cadena de emisores
herciana, terrestre, que distribuye un servicio de entretenimiento, información
y educación a audiencias locales masivas. Por otro lado, se ha desarrollado
un sistema de comunicaciones conmutado a base de cableado entre puntos fijos
que distribuye un servicio telefónico simple a abonados locales y comerciales.
Ambos sistemas compartieron, al menos en Europa
Occidental, una reglamentación estricta, y a veces una posesión de monopolio,
por parte del Estado y del objetivo político de servicio universal y público.
No obstante, las diferencias entre dichos sistemas
son notables, y para el futuro, más importantes que las similitudes. En la
reglamentación de radiodifusión que se centra en el contenido, los costes de
transmisión eran bajos en relación con los costes de programación, el peso
económico del sector dentro de la economía más amplia era insignificante, la
fuente de ingresos procedía no directamente del consumidor final, sino
indirectamente del Estado o anunciantes y el servicio se concebía para atender
a una masa de familias particulares. En las telecomunicaciones, el contenido
no estaba reglamentado y la regulación se centraba en la provisión de una
infraestructura transparente que funcionaba según el principio de transporte
común. El sector se convirtió, por derecho propio, en uno de los de mayor
importancia económica, con un segmento de fabricación importante dependiente
de él. Su fuente de ingresos procedía directamente del consumidor en forma de
tarifas basadas en la utilización y los consumidores
principales eran empresas en lugar de familias.
Ahora, un proceso de convergencia tecnológica socava
esta estructura industrial y de reglamentación heredada y plantea a los
responsables políticos una serie de problemas difíciles con importantes
consecuencias a largo plazo.
La fuente de esta convergencia es la introducción progresiva de capacidad de banda ancha conmutada en las redes de telecomunicaciones. Las grandes cantidades de ancho de banda barato que el cable de fibra óptica proporciona se introdujeron por primera vez debido a sus ventajas de coste para la transmisión masiva de servicios convencionales telefónicos de banda estrecha y de datos. Pero como los costes disminuyen, esta capacidad de banda ancha j se acerca más que nunca al abonado final, con operadores de red de telecomunicaciones ahora puestos en equilibrio en el umbral de fibra para el hogar. No obstante, el problema es que la lógica que fomenta la introducción de esta red de banda ancha conmutada es la del ingeniero de telecomunicaciones. Pero nadie ha descubierto todavía otros usos para todo el ancho de banda resultante que el de la provisión de servicios de vídeo para el hogar. De este modo, para justificar sus inversiones, las empresas explotadoras de telecomunicaciones desean acceder a la fuente de ingresos procedentes de la provisión de servicios de radiodifusión.
Al mismo tiempo, se desarrolla una creciente
competencia para el acceso al escaso espectro, entre la radiodifusión y la
creciente demanda de comunicaciones móviles. La radiodifusión de TV es un
usuario particularmente voraz de ancho de banda, una voracidad que aumenta con
la introducción de la televisión de alta definición (HDTV).
En efecto, por esta misma razón, se fomenta la HDTV
como una forma de sacar de apuros a la inversión en banda ancha. De este modo,
la posibilidad de proponer la radiodifusión de TV fuera de las ondas hercianas
se convierte en un tema cada vez más atractivo para los responsables
políticos.
CUESTIONES POLÍTICAS Y ECONÓMICAS
Este proceso de convergencia plantea cuestiones
políticas difíciles porque no sólo genera conflicto en lo referente a
intereses económicos diferentes y competitivos. También causa conflictos en lo
que atañe a modelos sociales, económicos y culturales diferentes.
Por un lado, el modelo de radiodifusión de servicio
público se basa en la visión de los telespectadores y oyentes como miembros de
una totalidad social o totalidades y, de esta manera, el servicio se concibe
para promover una cultura común y participación en una esfera política
compartida, El modelo de telecomunicación de servicio universal, por otro lado,
se basa en la mera provisión de medios físicos por los cuales los mensajes individuales pueden intercambiarse
libremente entre abonados individuales. Así,
si los servicios de radiodifusión ahora tienen que distribuirse en una red de
banda ancha común, tienen que distribuirse sobre una base de transporte común
sin reglamentación de contenido o, por el contrario, estaremos obligados a
reconocer, como ya sucede con los servicios de telecomunicación como Minitel o Chatline de BT, que una
vez que un servicio de entretenimiento o información se consume en común con
un número significativo de otros consumidores, se convierte en una cuestión de
preocupación social que no puede resolverse como si fuera meramente la suma de
un gran número de comunicaciones entre individuos.
Económicamente, la radiodifusión la pagaba el consumidor mediante una tarifa de licencia a un precio fijo o la proporcionaban los anunciantes de forma gratuita. En ningún caso se trataba de un pago relacionado con la utilización. Por otro lado, las telecomunicaciones las pagaban los abonados con arreglo a criterios de utilización. Ahora somos testigos de los esfuerzos, y no sólo en cable, por trasladar la radiodifusión hacia el modelo de fijación de precios de las telecomunicaciones y por desarrollar formas de fianzas de suscripción. ¿Se universalizarán dichas formas en un entorno de banda ancha? Esto es improbable porque el modelo económico presente lo determina la rentabilidad de producción cultural en lugar de la rentabilidad de la red de transmisión, algo que los ingenieros de telecomunicaciones consideran difícil de entender. El problema para los proveedores de servicios audiovisuales será el de aumentar lo suficiente la fuente de ingresos para financiar la producción frente a la fragmentación de audiencias. Las tendencias oligopolísticas que resultan ‑bien conocidas en la industria cinematográfica internacional‑ significan que la reglamentación de la radiodifusión será una necesidad continua, pero ahora tomará cada vez más las formas económicas en el control de propiedad cruzada y fijación de precios.
PROBLEMAS PARA UNA VÍA COMÚN DE LA CEE
Irónicamente, justo cuando la radiodifusión se
acerca cada vez más a un modelo de fijación de precios de las telecomunicaciones,
la red de banda ancha tenderá a socavar esfuerzos para crear un mercado
competitivo reglamentado en servicios de telecomunicaciones (por ejemplo,
mediante las reglamentaciones de ONP de la CE) y presionará las
telecomunicaciones hacia el modelo de fijación de precios de la radiodifusión.
Esto se debe a la simple razón de que las cantidades enormes de ancho de banda
asignables dinámicamente disponibles en la red de banda ancha futura harán que
cualquier mecanismo de fijación de precios distinto de un coste de acceso a precio
fijo sea difícil, si no imposible, de mantener. Esto, además, reforzará las
características de monopolio naturales de las redes de telecomunicación. En
efecto, la proporción de ancho de banda disponible utilizada por los
servicios de banda angosta será tan pequeña en comparación con la utilizada
por los servicios de vídeo de entretenimiento que su coste marginal será
prácticamente nulo. Por consiguiente, pueden suministrarse más eficientemente
de forma gratuita. Si la red de banda ancha también tiene que suministrarse
sobre una base de monopolio, ¿sobre qué base tienen que establecerse y
reglamentarse las tarifas de telecomunicaciones? Por ejemplo, sería
políticamente aceptable para los abonados locales a servicios audiovisuales
subvencionar servicios de telecomunicaciones comerciales.
Finalmente, esta tendencia hacia la convergencia, si
es al mismo tiempo una tendencia hacia una red de banda ancha universal,
común, plantea la cuestión de la elección del consumidor y la vulnerabilidad
del sistema. ¿Podemos permitirnos estar encerrados, por la provisión de dicha
gama amplia de servicios esenciales, en una sola red bajo control unificado,
aunque estrictamente reglamentada? Si la respuesta es negativa, ¿cómo creamos
un entorno económico y de reglamentación que asegure el desarrollo de una red
de banda ancha universal sin que al mismo tiempo se exterminen o malogren
otras redes de transmisión alternativas? Como los países de forma individual y
la CEE como bloque regional intentan dirigirse hacia
un mundo de banda ancha, esto probablemente será el problema más difícil
frente a los responsables políticos públicos y a los estrategas y
planificadores en las distintas corporaciones, privadas y públicas, cuyos intereses
económicos están en juego.
El problema de encontrar una vía de desarrollo común
y coordinada dentro de la CEE será especialmente difícil porque los caminos
escogidos dentro de cada Estado miembro individual estarán profundamente
determinados por la historia anterior y el nivel de desarrollo de sus
telecomunicaciones e industrias de radiodifusión y, en particular, por el
nivel de penetración de la TV por cable de canales múltiples y de servicios
avanzados de telecomunicación comercial.
Traducción: Teresa Carmen Campos