Nuevas tecnologías de la
comunicación y representación del espacio
Medios y retos del cambio social
Francis P. Jauréguiberry
Frente a las concepciones deterministas de la
influencia de la técnica sobre lo social, es necesario contemplar la sociedad
como condicionamiento del sistema tecnológico. Pero las nuevas tecnologías son
además elementos estimulantes del cambio social.
I. EL ESPACIO DE UNA UTOPIA
El fenómeno de centralización espacial de las
actividades fue, y continúa siendo, la respuesta histórica de nuestras
sociedades al problema del acceso a los individuos, bienes e informaciones. En
la época en que las distancias se recorrían con lentitud, la única manera de
reducir los tiempos de acceso fue reunir en un solo lugar, en la medida que
ello fuera posible, el conjunto de elementos necesarios para la producción.
Desde el punto de vista económico, por ejemplo, la instalación de los sistemas
de producción y de organización del trabajo en las zonas de extracción de las
materias primas y de producción de energía, ha determinado la creación, a lo
largo del siglo xfx, de los grandes centros
industriales que sustentaron el orgullo nacional de los países europeos
durante la primera mitad del siglo xx. Más aún que la sociedad mercantil, la
sociedad industrial inscribió el imperativo time is
money a todo lo ancho del “espacio
geográfico”, transformándolo en “territorio” al servicio de los “centros”.
Desde esta perspectiva se pone en evidencia una de las funciones esenciales de
las redes de comunicación: captar y bombear la riqueza
del territorio en dirección al centro y extender la sabiduría, y en
consecuencia el poder, del centro hacia el territorio. Allí reside, sin duda,
el “sentido” del poder que desemboca siempre en el Estado (1).
La sinergia que debe existir entre los diferentes sectores del conocimiento
para la producción y la reproducción de la sabiduría, no ha hecho sino acentuar
ese fenómeno: no hay grandes descubrimientos sin estímulos y no hay estímulos
sin contactos e intercambios incesantes. Las interacciones y producciones
intelectuales y artísticas también han conducido a una
forma de centralidad.
Con la invención del telégrafo, la velocidad de
transmisión de las informaciones se emancipó de la distancia geográfica. Con la
generalización del teléfono y de la teledistribución
a lo largo del territorio, parece, lo que resulta una paradoja, que no está ya
directamente ligada al espacio. El determinismo espacial, en el que la
contigüidad era sinónimo de accesibilidad y de
rapidez, se difumina: actualmente se tarda más en
atravesar la calle para hablar con el vecino que en telefonear a Tokio o a Los Angeles. Nace así la posibilidad de una disyunción, de una
ruptura del binomio espacio‑tiempo, en el que la economía de uno de los
miembros se traducía en ganancia para el otro; la proximidad espacial permitía
la rapidez de los intercambios. La casi instantaneidad mediática da la
sensación de aportar el don de ubicuidad.
La toma de conciencia de la amplitud de estas
transformaciones se ha saldado, durante los años setenta, con una brusca
inflación de representaciones de lo que podrían llegar a ser nuestras
sociedades, que incorporaban un dato inédito: la relativización
del espacio como determinante de la actividad social.
II. ABOLIR LAS DISTANCIAS
A partir de la “aldea planetaria” de Mac Luhan, donde el espacio mediático anunciaba la recuperación de la comunidad, y del “ágora informacional” que nos aportaba la “tercera ola” de Alvin Toffler, no han cesado de aparecer representaciones de una sociedad mejor, reconciliada con ella misma mediante la participación en espacios de convivencia, obtenidos gracias a las nuevas tecnologías de comunicación.
Unidas a la microinformática,
las nuevas tecnologías de la comunicación harían posible el fraccionamiento de
la producción en pequeñas unidades a medida del hombre, dispersas por todo el
territorio, con el teletrabajo a domicilio como aplicación extrema. Comunicadas
entre sí por redes interconectadas de altas prestaciones, estas “fábricas en
el campo” permitirían vislumbrar la consecución de una descentralización
lograda y la posibilidad de la autogestión (2), Este retorno a la naturaleza
donde todo lo pequeño (small) parece bello (beautiful), ha arrebatado, curiosamente, en un mismo
impulso, a antiguos militantes del “68” que no creyendo más en las ideologías
se han reconvertido a la high tech (alta tecnología), a jóvenes tecnócratas recién
graduados, y a algunos notables locales en busca de respiro. Al espectro de la
centralización y la. desposesión
de la periferia se opone un desarrollo local, en armonía con las
“particularidades de la región”, en un ambiente de convivencia directamente
conectado con lo universal. Contra los peligros del desarraigo, de la
alienación y de la manipulación que representan los grandes medios centrales
que vierten sobre cada uno productos anónimos concebidos en otra parte, el
cable y la interactividad (el nec plus ultra de cuya
coincidencia es, sin duda, el videoteléfono, nos ofrecerían, en fin, la
posibilidad de escuchar, ver y decir cosas “que verdaderamente nos conciernen”,
y de ese modo participar directamente de la vida de la ciudad o la región. Esta
nueva sociabilidad local sería el antídoto contra la destrucción de las relaciones
sociales, la anomia y las miserias individuales que engendran las megalópolis,
Ofrecería en particular la posibilidad de escapar a la soledad, a la instrumentalización de las relaciones humanas y a la unidimensionalización de los comportamientos. La cobertura
del territorio nacional por redes de comunicación cada vez más potentes
permitiría resolver los problemas de acondicionamiento que ha creado la hipertrofia
de las metrópolis: degradación ambiental (ruido, contaminación), baja de la
calidad de vida (trayecto residencia‑trabajo cada vez más largo y
estresante), sobrecostos (alza de la renta de bienes
raíces, transporte públicos deficitarios, gastos de gestión urbana) y lenta
agonía del campo (donde la vida económica, cultural y política son depauperadas
por la centralización de las actividades).
Según otro gran paradigma de lo que podrían llegar a
ser nuestras sociedades gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación,
éstas, sobre todo, permitirían a los individuos liberarse de los estrechos
límites territoriales de la comunicación y, a menudo, de la “pobreza” y sus
servidumbres. En este caso se pone el acento no ya sobre la relocalización
de la cosa social, sobre la reapropiación de un espacio comunitario de interconocimiento, sino sobre el traspaso de los límites
físicos de la comunicación. Sin embargo, no debe entenderse que, para los defensores
de esta visión, la universalidad sea sinónimo de desaparición de la
individualidad (espectro del hombre unidimensional).
Al contrario, nos dicen, cada cual podrá conectarse
con redes que integran grupos no territoriales cuyos miembros compartirán los
mismos intereses o pasiones (3). No se hará ya la
identificación a partir de un espacio de referencia, sino alrededor de temas
aglutinantes. De ese modo aparecerán grupos “abstractos”, que vivan sus
relaciones gracias a flujos cuasi inmateriales donde la teleconvivencia
reemplazará a la sociabilidad espacial. La agilidad de las “nuevas
proximidades mediáticas” sustituirá la pesadez de las relaciones determinadas
por la contigüidad física y hará olvidar, rápidamente, el tiempo perdido con
vecinos charlatanes y sin interés, o, en su caso, la soledad y el anonimato de
los grandes conjuntos residenciales. Desde el punto de vista de la inscripción
espacial de la organización social, sería el fin del modelo piramidal donde la
cima se convertía en el símbolo de la centralidad todopoderosa. En lugar de
ello aparecería un sistema reticular sin centro donde cada punto del espacio,
en correspondencia directa con el conjunto de los demás puntos, prescindiría
de intermediarios que hasta entonces jugaban muy a menudo el papel de censores
y acaparadores que les otorgaba la jerarquía (4).
III. TOTALITARISMO RISUEÑO
Al mismo tiempo que se desarrolla la utopía de un
mundo transparente y descentralizado, donde al fin se conseguiría una
democracia participativa y una convivencia auténtica gracias a las nuevas
tecnologías de la comunicación, aparece en escena una visión mucho menos
idílica.
En efecto, para algunos, las nuevas tecnologías de
la comunicación, lejos de permitir que los individuos se aproximen unos a otros
para mejor gobernar su destino común, no harían más que encerrarlos en su
soledad, entreteniéndolos para explotarlos mejor. La Banda Ciudadana, las
mensajerías a través de videotex y la teleconvivencia
anónima por teléfono, serían las herramientas de una evasión ilusoria que se
aprovecharía del reclamo incesante de reconocimiento y de la necesidad de valoración
de sí mismo que parece caracterizar cada vez más al hombre contemporáneo, lo
que C. Lasch llama el “complejo de Narciso”.
Evitándose los riesgos que toda comunicación in situ apareja (el infierno,
parafraseando a Jean‑Paul Sartre, es tal vez la
mirada de los otros), el individuo enfermo de necesidad de reconocimiento
puede, en efecto, a partir de ahora, conectarse a una red, hablar de sí, describirse
tal como quisiera ser, fuera de toda referencia social, de toda seña de
identidad o código de clase. En ese momento sólo cuenta la descripción de sí
mismo, el look (apariencia) y la imagen que él se
quiere dar (5).
Uno puede entonces preguntarse si no importa más la
“función espejo” de las nuevas tecnologías de la comunicación que aquello para
lo que se supone que han sido concebidas (desarrollo de los intercambios). En todo caso, es lo que ya ha constatado D. Bouillier en sus estudios sobre los usuarios de la banda
ciudadana: “Lejos de querer multiplicar los encuentros en sí mismos, los
usuarios buscan en ellos, sobre todo, la recuperación de su capacidad de autodefinirse,
de apropiarse de su mundo, de inventarse un estatuto. En cierto modo están
huyendo de una situación social en la que son poseídos, en la que ya no se
pertenecen más a sí mismos” (6). Bonetti
y Simon van por el mismo camino: “Lo que se busca es
más la posibilidad de expresión, de enunciación, y a través de ello el
reconocimiento por parte del “otro”, al que no se pretende necesariamente
identificar. Comunicación narcisista ante todo, en la que se espera del medio
que nos permita explicarnos, o bien que hable de nosotros (‑‑‑)
(7).
Ante la adversidad, la falta de perspectivas, la
crisis o la anomia, todos aquellos a los que desespera su realidad, huirían a
través de las nuevas tecnologías de la comunicación hacia “otro lugar” más
acorde con su imaginación y sus deseos. En lugar de frenar la delicuescencia
del vínculo social, la desertización de los lugares públicos de sociabilidad y
el encierro de cada uno en su esfera privada, las nuevas tecnologías de la
comunicación no harían, por el contrario, más que acelerar estos fenómenos.
Además del hecho de no tener que aprovisionarse más que una vez por semana
(gracias al progreso de las técnicas de acondicionamiento alimentario y a la
generalización de los congeladores), de poder pedir por correspondencia o por minitel prácticamente todo lo que se desea y de hacérselo
enviar a domicilio, de asistir al espectáculo del mundo en directo (TV) o en diferido
(vídeo), he aquí que uno puede hablar instantáneamente a sus conocidos sin
preocuparse de las distancias geográficas (teléfono) y bien pronto
“visitarlos”, sin desplazarse, gracias al videoteléfono (disponible ya en Biarritz). El espacio obligatorio
(localización de los servicios y obligaciones de presencia) parece ganarle
terreno a los espacios elegidos. La diferencia tiene que ver con el tiempo:
mientras que aquél es durable, éstos son efímeros (8).
De hecho, nos dicen los principales críticos de esta
evolución, no asistimos más que a la aceleración del proceso de destrucción de
las solidaridades vividas en beneficio de una cosificación y una mera instrumentalización del vínculo social. Las nuevas
tecnologías de la comunicación no harían sino precipitar la atomización social
volviendo no sólo soportable sino agradable el aislamiento individual,
instalando a los individuos en una suerte de hedonismo confortable que los
conduce a encerrarse en sus casas con un estremecimiento de satisfacción, en un
momento en que el discurso de la seguridad no cesa de fortalecerse.
Replegado sobre sí mismo, cada uno preferiría en
adelante materializar sus relaciones con el mundo con menos gasto, a través de
ventanillas electrónicas, sin contacto directo, sin exponerse a la crítica ni
al riesgo de lo desconocido, contribuyendo asía vaciar un poco más de vida los
lugares públicos, restándoles aún más atractivo para los que se obstinan en
frecuentarlos. Para R. Sennett, por ejemplo, “Las
comunicaciones electrónicas son uno de los medios que han asfixiado la noción
de vida pública”. Es verdad que la masa de información que nos llega es cada
día mayor, “se ve más, pero se actúa menos acompañado”: es la paradoja del
aislamiento y de la visibilidad (9). Paradoja que
anuncia la declinación de la urbanidad, de la representación de papeles, de las
normas de conveniencia„ de la res publica, y el desarrollo de lo que se podría
llamar “el nuevo descaro” del hombre contemporáneo. El hecho de establecer la
comunicación desde la propia casa, guardando las distancias y frecuentemente
el anonimato, con la posibilidad de cortar el intercambio inmediatamente con
la simple presión de un botón, ¿no es la manifestación de una pérdida de compromiso
social? Y en lo que concierne más particularmente a las relaciones con el
espacio, ¿no estamos asistiendo a un debilitamiento de lo local y de las
relaciones hasta ahora mediatizadas por el espacio en cuanto ellas se han
revelado como demasiado apremiantes en comparación con esas “nuevas
proximidades”, esos “nuevos espacios de comunicación” que constituyen las redes
desterritorializadas de intercambio que uno puede
escoger y dejar cuando le parece bien, sin más trámite?
A fuerza de no entrar en contacto con la realidad
sino por medio de herramientas que no se preocupan de las dimensiones físicas
de esa misma realidad, el homo‑comunicante correría el riesgo de perder
la noción de la escala geográfica. En la conjunción de diferentes terminales,
atomizado, cada vez más separado de una vida antropológica del espacio, el
individuo llegaría a ser totalmente dependiente de las herramientas
mediáticas para sus percepciones geográficas, de modo que la menor avería de
esas herramientas le acarrearía catástrofes existenciales. Las crisis de
histeria ante un televisor averiado o el desconcierto producido por una
comunicación telefónica interrumpida, serían nada más que los signos
anticipatorios de la imposibilidad futura de existir sin esas mediaciones
técnicas. Como hace notar M. .Bonetti
y J. P. Simon, lo mismo ocurriría con las relaciones
humanas: “Las nuevas tecnologías de la comunicación pueden acelerar la
descomposición de las relaciones sociales reforzando el individualismo. La
relación hombre‑máquina sustituiría progresivamente a las relaciones
humanas, o al menos éstas serían estructuradas por las mediaciones técnicas que
conducirían a su cosificación. El espectro de los hombres manipulados por máquinas
con deseos no está lejos” (10).
Los más pesimistas nos anuncian una especie de
sociedad como la de 1984, de G. Orwell. De acuerdo
con esta visión, la dependencia creciente de las personas respecto de las redes
de comunicación y su encierro consecuente dentro de su esfera privada, las
volvería cada vez más permeables a las influencias y modelos divulgados por
los medios. Evitándose todo disgusto, consumiendo juegos, eliminando lo negativo
y pesimista mediante una elección juiciosa de programas o amigos, el individuo se transformaría en un receptor mudo de sonrisa beatífica.
La dominación política ya no tendría necesidad de acudir a recursos de coacción
física e ideológica ni a intermediarios, le bastaría con producir series
“simpáticas”, emisiones “graciosas”, entretenimientos “relajantes” y
reportajes “exóticos” con imágenes “fascinantes”. En este ambiente mediático
“fabuloso” (cool), los que hablaran de movilización
social o de la necesidad de debatir públicamente aquello que, a primera vista,
apareciera como “serio y aburrido”, serían tenidos por aguafiestas. Las nuevas
tecnologías de comunicación serían, en consecuencia, el medio más seguro de
“entorpecer la conciencia” (Adorno) y anunciarían el advenimiento de una suerte
de “totalitarismo risueño”.
IV.
JERARQUÍA DE LOS ESPACIOS Y REPRODUCCIÓN DE LO SOCIAL
Representaciones paradisíacas o apocalípticas de la
futura sociedad de la comunicación, el proceso es en ambos casos el mismo: se
teme que la técnica, con todo su poder, influya sobre lo socio‑cultural y
eventualmente sobre lo político. De modo que se trata de moderar sus efectos,
los “impactos” de las nuevas técnicas de la comunicación sobre la organización
y el cambio social. Contra este modo mayoritario de enfoque se ha revelado un
cierto número de observadores recordando que: “esta incidencia depende en
primer lugar de la estructuración del espacio social en el que se insertan los
medios de comunicación y de los objetivos que se proponen los promotores de
los diferentes proyectos” (11).
En resumen, no se trata ya de partir de las
técnicas para ver cómo actúan sobre lo social, sino de partir de lo social para
determinar de qué modo su reproducción condiciona el desarrollo tecnológico y
sus aplicaciones. Ahora bien, fuerza es reconocer que la estructuración del
espacio geográfico en nuestra sociedad es desigual, jerárquico y centralizado. De aquí proviene la crítica virulenta que hace
J.P. Garnier de las
visiones demasiado optimistas que hemos mencionado más arriba: “Las redes electrónicas
donde circula la información están organizadas con una estructura jerárquica y
centralizada que no hace sino repetir y reproducir, y por lo tanto consolidar,
en el espacio mediático, la jerarquización y la centralización propia de la
estructura del espacio social, tanto se mire desde el ángulo institucional como
económico, político o cultural. (...) sería ilusorio contar con la extensión y
densificación de la red mediática para poner fin a la espacial. (... ) En una
sociedad dividida en clases, la mediación cruzada de la comunicación no atenúa
ni, con más razón, elimina la jerarquización de los espacios” (12).
De la misma manera que ciertas rutas o enlaces
ferroviarios que fueron concebidos para sacar a algunas regiones del
aislamiento y que no tuvieron otro efecto que el de precipitar el éxodo rural
y la hipertrofia de las metrópolis, las nuevas tecnologías de la comunicación
no harían sino acentuar la jerarquía de los espacios. Esta es la hipótesis
central de G. Claisse a propósito de la localización
de las empresas y de la organización del espacio urbano: “Antes de modificar la
organización del espacio, el desarrollo de las telecomunicaciones se inscribe
en una estructura espacial que condiciona la arquitectura y el reparto
geográfico de las redes” (13).
Esta pura lógica de la reproducción sería
identificable en diversos niveles:
‑ Las redes nuevas de comunicación más
perfeccionadas se construyen en su casi totalidad en las zonas de concentración
demográfica, lo que acentúa aún más las disparidades espaciales. Efectivamente,
sólo se hace el tendido de cables en las zonas “rentables” (poco trabajo de
ingeniería por un máximo de abonados). De este modo,
el plan de cable francés se refiere exclusivamente a las grandes aglomeraciones,
dando lugar a discriminaciones incluso dentro de una misma ciudad en detrimento
de los barrios de muy baja densidad urbana.
‑ Una segunda discriminación se puede
producir dentro de las zonas cableadas. Como los servicios que se ofrecen son
relativamente caros, sólo una clientela solvente tendrá acceso a ellos.
‑ Al permitir a los habitantes de las
concentraciones urbanas ‑átomos perdidos en medio de desconocidos‑
comunicarse con algunos otros átomos conocidos, pero geográficamente alejados,
o con “otros lugares” puramente lúdicos o imaginarios, las nuevas tecnologías
de la comunicación volverían “soportable” una inscripción espacial que todo,
por otra parte, llevaría a rechazar. “¿La suburbanización,
la periurbanización, serían “urbanamente” posibles
sin el teléfono? ¡Recordemos los síntomas del “mal de las grandes
aglomeraciones” en los años sesenta! “Enfermedades” de desarraigo, de
migraciones, de “deportaciones” fuera de los barrios antiguos donde la
comunicación venía establecida desde larga data por la vecindad; pero también
enfermedad de desorganización, de falta de equipamiento de primeras necesidades
(médico, farmacias... ), de falta de comercios, de
transportes. ¿El teléfono no llegó justo a punto?” (14).
Del mismo modo, el videotex, el videoteléfono o incluso la teledistribución,
al permitir crearse un espacio artificial de convivencia positiva capaz de
sustituir o, al menos, superponerse a un entorno físico poco agradable o aun
deprimente, reforzaría las concentraciones urbanas y en consecuencia las
jerarquías de ocupación espacial.
‑ En lo que concierne a la
organización del trabajo, se puede aplicar la misma hipótesis: “Lejos de
conducir a una descentralización de las decisiones y a una desconcentración
de los empleos terciarios, a priori más móviles que los empleos industriales
porque están menos atados a los factores geográficos “clásicos” de localización
(...), la informatización de la trasmisión de la información favorece la
centralización del poder decisión (... )” (15). A1 estar
directamente conectados con el centro, los actores locales, a fin de evitarse
las consecuencias negativas de una decisión inadecuada, se remitirán a él cada
vez más, perdiendo de ese modo toda autonomía de decisión y contribuyendo a reforzar
el modelo piramidal de poder.
‑ Finalmente, las producciones
culturales locales serían aniquiladas o condenadas a la mediocridad ante la
calidad de las realizaciones de algunos centros muy especializados y
productivos que los medios difunden a escala mundial.
V. INNOVACIÓN Y PRODUCCIÓN DE LO SOCIAL
El conjunto de estas reacciones, al recordar la
importancia de la organización socioespacial anterior
a la introducción de las nuevas tecnologías de la comunicación, es sin duda necesario cara a las visiones demasiado deterministas de la
influencia de la técnica sobre lo social. Es evidente que ninguna técnica, sea
cual sea, será capaz de trastornar mecánicamente los hábitos, las preencias y normas, los sistemas de valor y de poder, en
pocas palabras, las características principales de reproducción social de la
sociedad que la recibe. La concepción misma de las técnicas es en gran medida
la consecuencia de esa reproducción. Pero, quedarse en eso, con el pretexto de
que las utopías y las representaciones a que nos hemos referido más arriba no
son sino palabrería o ficciones sobre la realidad de la reproducción,
significaría por una parte eliminar la posibilidad de pensar en la innovación
tecnológica como un estímulo del cambio social y, por otra, impedir entender
las representaciones suscitadas por esta innovación como reveladoras de anhelos
sociales.
Sería erróneo limitarse a la dimensión metasocial de esas representaciones, ya que las utopías o
temores que vehiculan no son creaciones ex nihilo, sino verdaderas producciones sociales. También
valdría la pena abordarlas como verdades reveladoras de anhelos y tensiones que
trabajan el cuerpo social. Si la idea según la cual el desarrollo de nuevas
tecnologías de la comunicación permitiría la descentralización de ciertas
actividades económicas o su aparición en zonas que hasta ahora se han mantenido
apartadas del desarrollo tiene tanto éxito, es porque se ha encontrado con
necesidades reales. Si una redefinición de las fronteras entre espacio de
trabajo y espacio de vida, en el sentido de una ruptura de los estancos de
cada actividad y de una mejor realización personal, suscita una multitud de
proyectos, o, aun, si la readaptación de los espacios públicos y de convivencia
estimula también fácilmente la imaginación, es sin duda porque esos temas son
el eco de anhelos verdaderos.
No debe sorprender que estos anhelos elijan la
celebración de la técnica para concebir esperanzas, ya que las creencias y las
ideologías que hasta ahora eran las portadoras del sentido de la vida padecen
una clara declinación o, al menos, serios cuestionamientos. Ante las incertidumbres
que ya no colman, la técnica aparece como algo “sólido”,
“seguro”, casi inevitable: es entonces cuando ella
abandona su condición de mera producción humana para llenarse de una dimensión
trascendente. Las prestaciones casi mágicas de las nuevas tecnologías de la
comunicación no hacen sino acentuar ese fenómeno. Razón de más para no tomar
al pie de la letra las representaciones que tales técnicas suscitan. Atenerse
a ellas llevaría a emitir un juicio de valor sobre su contenido o a rechazarlas
como meras ficciones. Sin duda sería sociológicamente
más rentable identificar los medios sociales productores de esas
representaciones y proponerse saber por qué producen tanta esperanza, o bien
temor, entre ciertas capas de la población.
Pero las nuevas tecnologías de la comunicación no
son solamente objeto de representaciones que pueden servirnos para revelar
anhelos o tensiones sociales, en particular relativas al espacio. Son sobre
todo, y antes que nada, herramientas. Si es conveniente dejar de abordarlas
como una especie de “regaderas por aspiración” que tomarían el agua más allá
de lo social (“el progreso”, “el determinismo tecnológico”: visión
trascendente), paralelamente hay que evitar caer en el exceso opuesto,
teniéndolas por simples objetos de consumo que serán aceptados o rechazados
según los modos de funcionamiento de las sociedades receptoras (y en particular
siguiendo la voluntad o el interés de las clases dominantes: visión de mera
reproducción social). Considerarlas como herramientas
inéditas de producción de contenidos y de usos sociales, permite entender la
innovación tecnológica como un elemento estimulante del cambio social. La
cuestión principal es, por lo tanto, saber cómo van a apropiarse los actores
sociales de esas técnicas, transformándolas para crear el escenario de su vida.
De determinantes o determinadas, las nuevas tecnologías de comunicación se
convierten en “medios” y “apuestas”, en particular al abrir nuevos espacios de
conocimiento que permiten diseñar estrategias de acción desconocidas hasta
hoy.
P. Virilio va sin duda
demasiado lejos cuando afirma que, gracias a las nuevas tecnologías de
comunicación, “hoy en día lo que es cercano y corriente está desprestigiado
ante la inmediatez de lo que no lo es” y concluye que “lo que no está aquí le
gana de lejos a lo que está presente” (L’ éspace
critique, 1984. p. 115). Pero lo cierto es que
codearse mediáticamente con lo lejano permite tomar
distancia de lo próximo y en consecuencia interrogarlo, producir la alteridad
a su respecto, aceptarlo con pleno conocimiento de causa o, al contrario,
ponerlo en duda, o, incluso, huirle, evadiéndose hacia “otros lugares”
puramente ficticios. Es una medida de hasta dónde las identificaciones espaciales
de la identidad pueden, en adelante, cambiar bruscamente de escala y, por eso
mismo, modificar las formas y modalidades de la acción social.
(1) Acerca de la noción de captación de las fuerzas
nacionales por el Estado, cf. F. Fourquet:
La richesse est la puissance. Généalogie de la valeur. Commissariat général au Plan, 1987.
(2) “La sociedad de la comunicación debe ser una
“sociedad de microsociedades” formadas por
comunidades de dimensión humana, es decir, de una medida intermedia, lo
bastante grandes como para resolver en el ámbito local la mayor parte de los
problemas, pero lo bastante pequeñas como para que toda la población pueda
abarcarse de una mirada (...). La gran migración
urbana ha destruido las comunidades, su unidad y su convivencia, y ha
dispersado o suprimido sus actividades. Las redes interactivas a través de
cable, como los foros de antaño, harían nacer o recrearían nuevas “aldeas”, en
el mismo corazón de las zonas más desfavorecidas (...).
Las redes locales ayudarían al desarrollo de estructuras ligeras y
descentralizadas o empresas medianas (algunos centenares de empleados) que las
diversas formas de teletrabajo permitirán integrar progresivamente a las
nuevas comunidades de vida”. Jean Vogue: “La société de communication. Nouveaux medias pour un nouveau mondé”, in Études,
febrero 1983, pp. 201‑202.
(3) “Las telerreuniones
(incluyendo la mensajería) y las teleconferencias
darán nacimiento o revitalizarán las microsociedades
no geográficas, reunirán a gente que tenga en común valores culturales, intereses
u objetivos, incluso aunque no tengan sino ocasionalmente la posibilidad de
verse cara a cara”. Jean Vogue, op.
cit., p. 202.
(4) (En la sociedad de la comunicación) la concentracion radial de los intercambios y las
comunicaciones horizontales, y la extrema desertización vertical, pierden su
valor en beneficio de una configuración morfológica no ostensible, en la que
lo nodal sustituye a lo central en un entorno electrónico preponderante, donde
la telelocalización favorece el despliegue de una
excentricidad generalizada, periferia interminable, signo anticipado de la
superación de la forma urbana industrial”, Este fenómeno anuncia la cercana
decadencia de las políticas de ordenación territorial (...), la declinación del
estado nacional (...) y la pérdida de preponderancia de los diferentes
sistemas de organización y de gobierno (que privilegian la centralidad y lo agregativo) P. Vuilio, en
L’espace critique, 1984, p 156 y pp 115‑116.
(5) Es lo que C. Baltz
llama clivage (divergencia) en un excelente artículo
en el que analiza el fenómeno de las mensajerías por minitel
Messagerie Gretel images de personne(s), en Réseaux n 6, 1984.
(6) “Vol au dessus d’ une bande de citoyens ,
en Réseaux n 20,
1986, p. 44.
(7)
“Les transformations urbaines”,
en Réseaux n 20, 1986, p. 17.
(8) Esta evasión hacia otro lugar, donde lo que es de otra manera” parece hasta tal punto mejor, a veces, se traduce en situaciones paradójicas cuando el hombre de la ciudad, que sufre la falta de raíces, descubre que es de una región o de un pueblo y experimenta la autenticidad, En este caso se constriñe al lugar de evasión‑arraigo” a materializar dócilmente las ilusiones, en tanto que, a menudo, todavía es vivido por sus habitantes permanentes como un espacio significante, cargado con un conjunto de obligaciones materiales y simbólicas apremiantes, ligadas a la tradición y a las reglas comunitarias de la vecindad El desfase entre el lugar de la ilusión” y el “lugar vivido se traduce en equivocaciones que, la mayor parte de las veces, son sumamente divertidas a los ojos del observador,
(9) R. Sennett:
Les Tyrannies de l’ intimité,
1979, pp 220‑221
(10) En Les Transformations
urbaines, op, cit. p. 9
(11) M. Bonetti y J. P. Simon, op. cit.,
p. 12.
(12) “L’ espace médiatique un nouveau lieu pour l’ imaginaire
social?”, en Les espaces, jeux et enjeux, Encyclopédie des Sciences et Techniques, Fondation Diderot, 1986, pp, 129‑130.
(13) “L”espace et son doublé”,
en Réseaux n.o 20, 1986, p.
54.
(14) G. Dupuy: “Téléphone pour la valle: l’ enleu urbain des centraux ,
in Métropolis n.° 52‑53, p 34.
(15)
J.P. Garnier, op cit., p 130.